jueves, 29 de diciembre de 2011

Resumen de Lecturas: Diciembre 2011


Este mes ha sido un completo desastre por la falta de tiempo pero especialmente por la falta de ganas. Se han comido Diciembre libros abandonados sin razón aparente, libros empezados sin interés y algunos cuentos que usé a modo refugio... Aunque el resultado se traduce en pocas lecturas me alegra comprobar que al menos cuando no ha habido calidad sí ha habido diversión. 

Empecé el mes acabando el primer tomo de la biografía de Dostoievski escrita por Joseph Frank, un asunto y un libro del que ya he hablado (y mucho) hace un par de semanas. Por aquello de no marear más la perdiz les dejo el enlace y si se lo han perdido y sienten curiosidad le echan un vistazo (sigan este ENLACE). Inmediatamente después me puse con “El doble”, la segunda novela del amigo Dosto, como habrán visto protagonista absoluto de estos últimos meses del año. Hay una entrada en curso que verá la luz o no en función de lo mucho o poco que me guste (la propia entrada). En cualquier caso ha sido una lectura interesante. 

“Frio” de Rafael Pinedo también tiene entrada (pasen y lean) pero a los comentarios de ese post asomó un interesante debate del que hoy quiero hacerme eco acerca de si “Plop” es mejor o no que “Frío”. Yo decía que una de las cosas que menos me habían gustado de Frío (pareciéndome, con todo, una novela más que correcta) era el levísimo componente sobrenatural de su trama al que sin embargo Plop no recurría entre otras razones porque no lo necesitaba. Y si me “molesta” –todo lo que me pueden molestar este tipo de asuntos- no es porque no me guste lo sobrenatural (todo lo contrario) sino porque siendo una trilogía -así la venden- era de suponer que seguiría la línea hiperrealista, hiperpesimista e hipersalvaje de la anterior. Y no fue así. Y a mí eso me molesta porque a mí hay días que me molesta cualquier estupidez. 

“Litoral” de Wajdi Mouawad es una obra de teatro absolutamente maravillosa que yo destrocé con mis prisas habituales. Miento. No fue tanto eso como el hecho de hacerlo en dos sesiones obligándome así a entrar en una lectura de la que acababa de salir sin ganas. Aún así me considero lo suficientemente inteligente para montar la pieza en mi cabeza y ver que efectivamente hay sobradas razones para volver a ella cuando toque seguir con la tetralogía, que es lo que es, por cierto. 

La pieza de teatro “El inspector” de Nikolai Gogol es una divertidísima comedia de enredo que como tal recuerda inevitablemente a aquellas películas de Lubitsch de los años treinta. Absolutamente disfrutable. Una lectura ideal para cualquier momento. Muy muy recomendable. Nabokov está de acuerdo conmigo y llega incluso a afirmar que es la mejor obra de teatro rusa que se ha escrito nunca. Quizá exagero; quizá él también. Quizá ninguno de los dos.

“Tangram” de Juan Carlos Márquez es un enigma. No se sabe si es un cuento, una novela, una novela de relatos o una sucesión de relatos novelizados. Le voy a pedir a la Margaret, de Patrulla de Salvación, que investigue el asunto y me ayude a esclarecerlo. O mejor a Jordi Corominas, que es un chico muy formal. Bromas aparte, la reseña está acabada. Dentro de unos días sabrán exactamente qué me ha parecido. 

El 13 de diciembre, el mismo día de mi despedida oficiosa (no se hará efectiva hasta la semana que viene), después de haber “comentado" (dejémoslo ahí) el incidente con la novela "La conjetura de Perelman" de Juan Soto Ivars y recién llegado a la página cien, la abandoné. Para todo hay una explicación y las razones de este abandono no son una excepción. Los más habituales recordarán aquello del “Nuevo Drama”. Para los desinformados: fue la primera generación espontánea de la presente década (aunque me consta que la idea había nacido un par de años atrás lo que la convierte en la primera generación artificial espontánea que se anticipa a sí misma (por si eran pocas las maravillas.)) El caso es que esto del Nuevo Drama era un instrumento promocionado por tres seres humanos que defendían una retorno a unos tiempos (“cuáles” nunca llegó a definirse) en los que el qué [se contaba] tenía más importancia que el cómo [se contaba]. Era básicamente y para que nos entendamos, una patada en los huevos a la Generación Nocilla (entre otros) y sus experimentos en el campo de la metanarrativa cuántica. Básicamente. El caso es que esta novela de Juan Soto Ivars, “La conjetura de Perelman” se vendió y se vende como algo más que un ejemplo de la propuesta: es, a todos los efectos -tal como se deduce del hecho de ser la primera novela que incluye el flamante logotipo de la página final- la novela que abandera la mencionada generación. (La anécdota divertida es que iba a ser otro el libro elegido, pero las malas artes nos condenaron a que fuese este). Pues no se lo pierdan: resulta que lo me encuentro entre sus páginas no es otra cosa que un thriller de lo más ramplón y plagado de los estereotipos de las novelas de acción (un pastiche en toda regla): la chica mona, la CIA amoral, el matemático loco, la madre abnegada, el profesor misterioso y los también misteriosos cálculos matemáticos que lo mismo acaban siendo un MacGuffin que no. Esto hasta la página 100, repito, que es lo que "aguanté". Quizá después mejore pero eso es algo que no sabrán por mí. Conste que no tengo nada contra el thriller; yo mismo fui consumidor, hace años, de muchas (o bastantes) novelas del género. Es simplemente que pensé que el Nuevo Drama era otra cosa o se refería a otro tipo de narrativa. En vista de que no es así ya podemos decir oficialmente (hasta ahora sólo lo habíamos supuesto) que el Nuevo Drama es una soberana estupidez y su novedosa propuesta un insulto a la inteligencia del lector. 

El abandono de “Canción de Tumba” de Julian Herbert (Premio Jaen de Novela) fue realmente culpa de la falta de interés por la historia. Leí treinta páginas y al importarme un comino lo que me estaban contando preferí dedicarme a otros menesteres más apetecibles. El elegido fue "HHhH" de Laurent Binet, del que había leído hablar muy bien y que efectivamente y a pesar de su parecido más que razonable con “El vano ayer” de Isaac Rosa (por la técnica utilizada) me fue interesando cada vez menos hasta que llegando a la tercera parte leída opté por dejarlo para retomarlo en el futuro. Soy consciente de que de estas dos lecturas fracasadas soy el único culpable pero no quería dejar de mencionarlo porque yo soy de la clase de exceso que tiene que ver con mencionarlo todo. Denme las gracias por no ser escritor. 

La biografía de “Gogol” de Vladimir Nabokov me obligó a abandonar temporalmente “Almas Muertas”, un libro que había empezado pocos días antes. El motivo es tan sencillo como que el libro sobre Gogol le saca los colores a cualquier lector que ni por asomo se ha planteado la mitad de las cosas a las que hace mención Nabokov y que tienen que ver con las razones por las que éste consideraba a Gogol un genio. Una biografía breve y muy interesante, aunque por momentos pelín pedante. 

Después de esto no hubo más lecturas dignas de mención. Unos días los ocupé leyendo relatos de sigueleyendo, de Gogol, de Turgueniev… y otros los dejé escapar con cosillas varias. Por curiosidad leí las primeras cincuenta páginas de “Pelando la cebolla” de Gunter Grass; empecé el libro (inédito) de un conocido; leí tres o cuatro capítulos de “Almas muertas” de Gogol y otro par de “Las vírgenes suicidas” de Eugenides

Para enero tengo preparado un calendario que me he propuesto seguir con rigor kantiano y del que ya no les haré a ustedes testigos pero hasta entonces sigo tonteando con lecturas varias como la [hasta el momento] estupenda "Autobiografía" de Bertrand Russell, un mamotreto de más de mil páginas que no me voy a leer del tirón pero en cuya lectura avanzo con interés creciente. Por aquello de diversificar he empezado a leer a Dickens ("Casa Desolada") y aproximaciones, esto es, lo que de él opinan escritores como Nabokov (en el "Curso de literatura europea" que me he propuesto hacer) o Stephan Zweig ("Tres maestros: Balzac, Dickens y Dostoievski").


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Esto ha sido todo. La semana que viene publicaré las dos últimas entradas de esta Medicina tal como la conocen actualmente: la primera será una lectura voluntariamente malintencionada de lo que ha sido para otros lo mejor de 2011 y la segunda será la prometida reseña de "Tangram" de Juan Carlos Márquez. Y después.... bueno, después ya veremos.



lunes, 26 de diciembre de 2011

Un Bicho, dos Bichos... y así hasta cinco.


“Tan solo una sombra” de Milo J. Krmpotic'

Adaptación del cuento de Peter Pan para la colección de bichos de Sigueleyendo, que a los no informados les diré que son esos cuentos que se venden aquí a un eurillo, que tampoco es algo que arruine a nadie y además no engorda. No es por comparar placeres pero a la larga sale mucho más caro follar, por ejemplo.

No es un cuento fácil de adaptar este de Peter Pan. Quiero decir que no es un cuento fácil de trasladar a los tiempos modernos si se quiere conservar el componente fantastico puesto que hablamos de un cuento que cuenta con una suerte de duendecillo mágico, un país “alternativo” y una niña que va de uno a otro y de otro a uno; esto es, viajes de ida y vuelta de la mano de un niñato en leotardos. Y esto, miedo, lo que se dice miedo, no da. En ese sentido Milo cumple. Al ser un cuento chiquitito, de unas veintipico páginas, el pobre ha tenido que sacrificar al capitán Garfio y al famoso cocodrilo despertador pero el resto están todos: la niña (Wen), al duendecillo (Peter Pan) y los niñatos perdidos del País de Nunca Jamás, un país que se nutre de bits donde el otro lo hacía de los polvos de Campanilla. 

No hay mucho más que decir; dense cuenta de que es un cuento minúsculo que además tira mucho de diálogos breves, brevísimos, invisibilísimos. Funciona bien casi todo el tiempo, logrando el objetivo del desasosiego de Perder un Hijo, sobre todo en aquellos que somos padres y tememos a los monstruos hijos de puta que se quieren comer a nuestras niñas pero al final se desinfla un poco por un misterio nimio al que se le da demasiado importancia, dejando de ser la criaturita lo importante no sé bien por qué razón. Un cuento correcto, en definitiva, al que no le supongo más pretensión que la de entretener.




“En el bosque” de Juan Abreu 

Este ha sido fácil en el sentido de que el escritor no ha tenido que romperse mucho la cabeza para modernizar el terror del cuento que se adapta, esto es,  Caperucita Roja. Los personajes por todos conocidos son: una Caperucita, que bien pudiera ser una niña o una adolescente y que aquí, por añadirle color, es una prostituta de cuarenta kilos especializada en pajas lejendarias. Cosas de la modernidad. Luego está la abuela que bien pudiera ser cualquier otra cosa, pero que al final no pasa de ser una simple abuela, con su bondad y toda esa mierda. Y el lobo, claro, porque sin lobo no hay cuento. Si metemos en una coctelera a una puta, una vieja y un lobo y agitamos bien lo más probable es que salga algo violento. Sí, ya sé que los cuentos actuales tienen que afrontar miedos reales pero lo del lobo malo que mata mujeres ya está un poco visto, la verdad, por más que esto vaya más en la línea de la matanza de Texas. 




“Y colorín, colorado, tu vida ha terminado” de Miguel Molfino 

Otra vez Caperucita. En esta ocasión el Lobo es un señor que se llama Lobo. Pues bien, este Sr. Lobo “colabora” para la dictadura argentina secuestrando gente que luego encierra en los Centros Clandestinos de Detención. Caperucita es una "revolucionaria" que tiene una abuelita tan o más bondadosa que la anterior. A las dos las secuestra ese Lobo malvado; las encierra y las tortura durante días total para nada. Hay un cuarto personaje: un joven al que hacen sufrir hasta la muerte, sospechoso de no sabemos qué [acto subversivo] y familiar o amigo o amante [o algo] de la niña carmesí. El caso es que tanto la razón de ser de este personaje como la del propio cuento no se comprende bien si no se repasa la biografía del autor. Resulta que Miguel Molfino estuvo preso durante la última dictadura argentina pero lo realmente malo fue que en ella perdió a su madre, a su hermana y a su cuñado. Exacto: los tres personajes salen en la novela el tercero de los cuales encuentra verdadera justificación aquí. También sale el Lobo, que representa la dictadura en forma de agente canalla. Salen todos porque tienen que salir, porque Molfino no está escribiendo un cuento sino escupiendo una fantasía surgida de los recuerdos y a mí con este tipo de dramas me salen chistes que no tienen maldita la gracia y mejor me los callo. 



“Ni Hansel ni Gretel” de Juan Ramón Biedma 

Con este título el escritor podía haber escrito lo que le saliese de los huevos que la referencia ya estaba hecha. Y de hecho es un poco así. Háganse la idea: un hombre busca a sus dos hijos después de haberlos vendido a una bruja que a su vez vende hachís en una camioneta (les presento "la casita de chocolate") y que huye con ellos no se sabe hacia dónde. El niño sale poco -le cuentan al padre arrepentido testigos oculares- pero la niña sí por lo que es de suponer que al uno lo está engordando para comérselo y a la otra la tiene de esclava. Bueno, a grandes rasgos, lo que viene siendo el cuento de Hansel y Gretel. La “novedad” (tomando esto con pinzas) -al igual que en el cuento de Milo- está en hacer del padre el protagonista y desde el momento en que esto es así ya estamos otra vez metidos en el efectista asunto de la angustia paterna como motor del terror. La diferencia es que mientras en el cuento de Milo sí podemos llegar a sentir cierta empatía  en el de este señor que mercadea con la familia no, básicamente porque es un hijo de puta pero sobre todo porque lee poemas de libros que caen del cielo. Esto suena raro porque es raro y a mí que por lo general los poemas no me suelen gustar estos me han parecido una soberana tontería y si  el cuento flojeaba desde el principio no les quiero ni contar ya cerca del final. Fíjense cómo ha sido de flojo que ha acabado por quitarme hasta las ganas de “conocer” el resto de la obra del escritor (que ya supongo que no era el objetivo de este cuento (espantarme, quiero decir)). 




“Le viste la cara a Dios” de Gabriela Cabezón Cámara 

Este cuento adapta “La Bella Durmiente”. Pensaba yo antes de leerlo que el reto de esta adaptación estaría en no caer en lo previsible que sería contar la historia de una hermosa mujer en estado de coma profundo que es follada sistemáticamente por una cantidad ingente de hombres que visitan el prostíbulo de prácticas alternativas en que la tienen recluida, regentado por una madame vieja como un papiro y aficionada a la calceta. En los cuentos modernos no hay salvación posible y mucho menos final feliz, por eso deberíamos suponer (en esta fantasía previa a la lectura) que el príncipe es el cabrón de armas tomar que tras despertarla con un polvo mortal la compra, la filetea y se la come con patatas bravas en la intimidad del hogar conyugal. 

Me equivoqué. Poco, pero me equivoqué. Gabriela no escribe ese cuento sino otro. En el suyo Beya, que así se llama la muchacha, no está en coma sino despierta, viva sin vivir en sí y agonizando sin descanso pues queda claro desde el principio que se trata de sufrir. También ella vive prostibulariamente pero a la Beya de Gabriela no contentos con violarla la apalizan y la hostian lo que no está escrito y la autora -que es muy bruta- cuenta las torturas de un modo tal que bien pudieran convertirse en versos. Vean:

Tenía un ojo a un costado. 
El cráneo un poco partido. 
Las dos piernas fracturadas 
y en posiciones absurdas. 
Y tajos en todo el cuerpo  
le habían dado hasta diez 
le hicieron los agujeros 
para hacerlo todos juntos 
y a la vez. 

(La adaptación es mía, no así la belleza contenida en el texto.) Bueno, pues así todo el rato veinticinco páginas de letra condensada que no da tiempo a respirar. A mí eso me jode especialmente porque me quedo sin pausas para vomitar entre degüello y desollamiento. Lo de Bella Durmiente, por si sienten curiosidad, le viene por la necesidad de cerrar los ojos buscando el sueño como evasión de la realidad, que de otro modo se supone insoportable. También hay algo así como un príncipe y un beso que no pasa de anecdótico. En definitiva, nada que no hayamos visto antes, pero ensangrentado.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

"Pobre Gente" de Fiodor M. Dostoievski (1)


Pobre gente(1) es la primera novela de Dostoievski. La primera. De Dostoievski. El mismo Dostoievski que más adelante escribirá “Crimen y Castigo”, “Los Hermanos Karamazov” y toda esa mierda sobrevalorada, que diría aquel (que dicen “aquellos”). El caso es que esta fue su primera novela. 

A principios de invierno de 1845, de pronto comencé a escribir Pobres Gentes, mi primera novela; antes de eso, nunca había escrito nada. Cuando terminé la novela, no sabía qué hacer con ella, ni a quién dársela a leer”, dice Dostoievski. Se coge antes a un mentiroso que a un cojo, decía mi madre, y Dostoievski miente como un bellaco. Todos los escritores mienten respecto a su primera novela. Es una convicción que tengo y que se fundamenta nada más que en la desconfianza; el envilecimiento natural fruto de tantas horas dedicadas a la lectura. El caso es que Dostoievski sabía perfectamente lo que haría con ella: lo comentó en una carta que a principios del otoño de 1844 (un año antes de la cita anterior; un año) escribe a su hermano Mijaíl en la que le pone al corriente de sus apuros económicos: "Tengo una esperanza. Estoy terminando una novela aproximadamente del tamaño de Eugenia Grandet. Una novela bastante original. Estoy empezando a pasarla en limpio, y recibiré alguna respuesta acerca de ella hacia el catorce. Se la daré a Noticias de la Patria. (Estoy satisfecho con mi trabajo.) Acaso obtenga cuatrocientos rublos, y ésas son todas mis esperanzas." En la biografía del escritor añade Joseph Frank respecto a este asunto: “Es evidente que Dostoievski destinaba su novela, desde el principio, a Noticias de la Patria, y que escribía con toda la intención de satisfacer las nuevas exigencias impuestas a la literatura rusa por Belinski”. Belinski, al fin Belinski. A Belinski quería yo llegar. Belinski pues. 

EL CRITERIO DE BELINSKI 

Belinski fue, resumiendo muy mucho, la mayor potencia crítica de la literatura rusa de la época que nos ocupa. Con esto no quiero decir, obviamente, que fuese un vulgar crítico con una columna en algún periodicucho de la zona ni que a la par que escritor tuviese algo así como un blog. No me refiero a ese tipo de crítico, sino a uno de verdad. Era la clase de crítico con el poder suficiente –presten atención, es importante- para cambiar el rumbo de la literatura. Esto es, que lo que Belinski abrazaba era lo que abrazaría el resto del país. A ese tipo de crítico me refiero. Pues bien, más o menos en 1840 a Belinski le cambia el gusto. Esto simplificando. Se había ido a vivir a San Petersburgo y probablemente las nuevas amistades, amantes de todo lo francés, le llevaron a desdeñar las preocupaciones sociopolíticas (disculpen que no me extienda en este punto) para sumergirse en una fogosa defensa de las nuevas teorías sociales francesas (ni en este). “En el otoño de 1841 –nos dice Joseph Frank– le escribe a su amigo V. P. Botkin que "la idea del socialismo" se ha vuelto para él "la idea de las ideas, el ser de los seres, la pregunta de todas las preguntas, el alfa y el omega de la fe y del conocimiento. Para mí, todo ha fusionado, la historia, la religión y la filosofía". Es evidente que, sea lo que fuere lo que el "socialismo" significaba para Belinski, era infinitamente más que la mera adopción de un nuevo conjunto de ideas sociopolíticas. Cuando trata de hablar de ello con más detalle, nos damos cuenta de que lo que más le ha impresionado es el aspecto apocalíptico y mesiánico de todas las teorías socialistas utópicas; la idea, particularmente fuerte en las prédicas de George Sand y Pierre Leroux, de que el socialismo es el cumplimiento o la realización final sobre la tierra de las auténticas enseñanzas de Jesucristo”. 

Pues en estas es en las que estaba el bueno de Dostoievski escribiendo su “Pobre Gente”. El sí había abrazado hacía tiempo la literatura de Victor Hugo, Balzac y George Sanz -la misma gente por la que Belinski (y por extensión media Rusia) dejaría de venerar a Goethe, Walter Scott, Schiller o Hoffman- y se encontraba en la situación ideal de presentar su primera novela. Con esto no quiero decir que el mérito de Dostoievski fuese únicamente haber estado en el momento adecuado en el lugar correcto, que también. Ya veremos más adelante que a su novela le sobraban razones para destacar sobre el resto. 

Cuando Dostoievski acaba de escribir “Pobre Gente” se lo da a leer a su amigo Grigoróvich, que a su vez se lo pasa al también escritor y editor Nekrasov. Ambos, tras llorar por el triste destino de los protagonistas (perdón por insinuar el final) van a celebrarlo con él. Más tarde el mismo Nekrasov se la llevará a Belinski, el gran crítico, que no sé de dónde saca los cinco minutos para leerse el libro del mindundi que era entonces Dostoievski. Cuenta la leyenda que antes incluso de terminarla ya estaba colgado del balcón de su estudio gritando a todo pulmón que él, Belinski, estaba entusiasmado, que aquello no era normal, que qué maravilla y tal y cual. Esto, más o menos: “Es el primer intento de novela social que jamás hayamos tenido y, además, hecho de la manera como por lo general hacen su trabajo los artistas; quiero decir, sin ellos mismos sospechar cuál será el resultado.” Y continúa contándole el argumento: “[…] se refiere a algunos simplones de buen corazón que suponen que amar a todo el mundo es un placer extraordinario, y un deber de todos. No pueden comprender nada cuando la rueda de la vida con todas sus reglas y normas les pasa por encima, y les rompe los huesos sin una palabra. Eso es todo... ¡pero qué drama, qué tipos!”. 

POBRE GENTE 

Dejen que se lo amplíe: Makar Devushkin es un copista que roza los cincuenta y se hospeda en una pensión de mala muerte. Vive enamorado de Varvara Drobroselova, una joven suponemos que hermosa que no le corresponde en ese amor y que a su vez malvive muy cerca de Makar (de la que, por cierto, es familiar lejano, sin llegar esto nunca a aclararse). Estos dos pobres infelices se apoyan en la desdicha y se escriben una carta tras otra que es lo que nosotros leemos y el modo en que nos vamos enterando de sus miserias pero es Makar quien lleva la peor parte ya que al ayudar (sostener) económicamente a Varvara, que no tiene un rublo la pobre infeliz, se ve obligado a hipotecar su vida y a someterse a un día a día humillante. Todo por amor, maldito amor. Digo esto porque llega un día que a la niña se sale un pretendiente, un terrateniente bastante gilipollas pero podrido de pasta que nada más que la quiere para hacerse un hijo a medida. La buena gente del campo. Total, que estos dos dan más pena que ver matar un conejo y al final casi se le saltan a uno las lágrimas de pura pena. Y yo, necio de mí, riéndome de la reacción de Grigoróvich y Nekrasov. 

Bien, esta es la parte en que podemos suponer que todo lo que nos cuenta Dostoievski es una ficción basada en la observación de esos pobres seres que son la clase baja de la sociedad petersburguesa pero eso sería simplificar demasiado y no justificaría, ni remotamente, el éxito que tuvo la novela, que ya les adelanto notorio. Breve, pero notorio. Ya hemos visto que el relato, contrariamente a lo que dice Dostoievski, es el fruto de una cuidada elaboración y que él mismo era en cierto modo consciente de estar haciendo algo importante. Esto lo sabemos por muchas razones. La primera es la temática elegida: era la primera vez que los protagonistas aún siendo de “segunda fila” no eran tratados con el estilo burlesco habitual, más propio de Gogol, uno de los más importantes referentes de Dostoievski cuando escribe esta novela. De algún modo es un paso al frente hacia el que luego sería considerado el “naturalismo sentimental”, que numerosos imitadores convirtieron en un movimiento independiente que nunca llegaría a despuntar: “La novela de Dostoievski Pobres gentes —escribe Vinográdov— fue el primer acto en la materialización artística de una tendencia, visible entre los ideólogos de la [escuela naturalista], en el sentido de la unificación de la forma gogoliana con el sentimentalismo (en especial, en aquel aspecto del sentimentalismo que renació en la literatura francesa 'filantrópica')”. 

Otra de las razones que hacen especial esta novela está en su estilo. Aunque ahora estemos acostumbrados a leer toda clase de géneros literarios lo cierto es que en aquel momento escribir una novela de esta manera resultaba bastante arriesgado por lo, en apariencia, anacrónico del resultado. Cito nuevamente a Joseph Frank, que lo explica mejor que yo: “A lo largo del siglo XVIII, este tipo de novela fue la forma en que ejemplos de virtud y sensibilidad, […] volcaron sus elevados sentimientos y nobles ideas. Así pues, la novela epistolar se volvió un vehículo para los desbordamientos del sentimiento romántico, y sus personajes principales fueron siempre ejemplares desde el punto de vista de la educación y del ambiente familiar en que se criaron, aunque no aristócratas, en el sentido estricto. En realidad, el subyacente impacto social de este género estaba dirigido a demostrar la superioridad moral y espiritual de sus protagonistas, en su mayoría burgueses, frente al mundo corrupto de la clase privilegiada en el que vivían." Dostoievski arriesga mucho cuando decide que los protagonistas sean personajes de una clase social inferior por mucho que el fin último sea el mismo. El mérito adicional está en el riesgo que asume desde el momento en que dibuja a Desvushkin como un simple escribiente (un chinovnik), la clase de personaje que hasta el momento era utilizado como objeto de burla. Es cierto que ya por entonces se había iniciado un movimiento de protesta frente a la injusticia de caricaturizar y menospreciar a este personaje de lo cual es un ejemplo perfecto el relato "El Capote" de Gógol. Quienes no han leído la novela no sabrán que aquí se produce una coincidencia que medio me obliga a escribir una segunda parte de esta reseña que me sirva para analizar la importancia de este novela en relación con la tradición literaria rusa y más concretamente con el ya mencionado cuento de Gógol y otro de Pushkin.

Continuará, pues.




(1) Leída la edición de ALBA Clásica (2010). Traducción: Fernando Otero Macías y José Ignacio López Fernández. Encuadernación: Rústica. ISBN: 97884-84285526. Páginas: 224.

"Dostoievski : las semillas de la rebelión, 1821-1849" de Joseph Frank


En el breve ensayo llamado “El Dostoievski de Joseph Frank” (incluido en “Hablemos de Langostas”, editado por Mondadori) David Foster Wallace da una razón más que suficiente para leer el "Dostoievski" de Joseph Frank: 

[…] al profesor Frank […] se le empieza a ocurrir la posibilidad de usar la narrativa de Dostoievski como una especie de puente entre dos formas distintas de interpretar la literatura: un acercamiento estético puramente formal versus una crítica social barra ideológica que solo se preocupe por los temas y los supuestos filosóficos que hay detrás de ellos (*). 
(*) Por supuesto, la teoría literaria contemporánea consiste básicamente en demostrar que no existe ninguna distinción real entre estas dos formas de leer: o mejor dicho, en demostrar que la estética casi siempre se puede reducir a ideología. Para mí, una razón de que el proyecto general de Frank valga tanto la pena es que muestra una forma completamente distinta de aunar lecturas formales e ideológicas, un método que no es ni de lejos tan abstruso ni (a veces) simplista ni (demasiado a menudo) destructor del placer como la teoría literaria. 

De las lecturas formales o ideológicas hablamos cuando ustedes quieran, sin que tenga que ser necesariamente hoy ni necesariamente aquí porque lo cierto es que esta entrada quiere ser nada más que una reseña del primer tomo de la biografía de Dostoievski, de la que estos días me habrán leído escribir bastante. 

La cita anterior es, o pretende ser, la “razón más que suficiente” para leer a Joseph Frank pero soy consciente de que no todo el mundo está dispuesto a afrontar las casi 3.000 páginas que suman los cinco volúmenes de esta monumental obra (ni los doscientos euros que pueden llegar a costar) simplemente para conocer los secretos que puedan ocultar las obras del escritor ruso. Hay una tercera razón que estoy convencido que a muchos entusiasmará. Cito por enésima vez a Wallace: 

Al terminar de leer los libros de Frank, sin embargo, creo que cualquier lector/escritor americano serio se verá a sí mismo impelido a pensar muy seriamente en qué es exactamente lo que hace que muchos de los novelistas de nuestro país y nuestra época parezcan tan superficiales y pusilánimes en sus temas, tan moralmente empobrecidos, en comparación con Gogol o Dostoievski (o aunque sea con luminarias más tenues como Lermontov o Turguéniev). La biografía de Frank nos hace preguntarnos por qué parece que en nuestro arte necesitemos distanciarnos mediante la ironía de las convicciones profundas o de las preguntas desesperadas, de forma que los escritores contemporáneos tienen que convertirlas en bromas o bien intentar abordarlas bajo el disfraz de algo como la cita intertextual o la yuxtaposición incongruente, metiendo las cosas realmente urgentes entre asteriscos como parte de alguna floritura multivalente de desfamiliarización o alguna mierda parecida. 

Cualquier obra que ponga en evidencia (una vez más) las miserias de la narrativa actual por fuerza ha de suscitar interés. Ocurre a menudo que me pregunto qué pasa que no me acaba de convencer casi nada de lo que se escribe últimamente y me resisto a creer que pueda tratarse simplemente de una actitud negativa por mi parte frente a las tan nuevas y espontáneas generaciones literarias y sus subproductos condenados al olvido. Será que ya no quedan cosas que contar. Será. O que hay saber contarlas. Será. 


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Dostoievski : las semillas de la rebelión, 1821-1849 


Decía antes que esto quería ser una reseña del primer volumen de la biografía pero lo cierto es que desde que he empezado no he hecho otra cosa que alejarme cada vez más de mi objetivo primero. Me disculpo, pero entiendan que hay veces que evitar una digresión es evitar el que puede llegar a ser un interesante debate. Ahora, una vez planteado, procedo con lo siguiente: 

Las semillas de la rebelión aborda el período que va desde el nacimiento de Dostoievski hasta que roza los treinta años, justo después de haber publicado “Netotchka Nezvánova”, su tercera novela siempre y cuando aceptemos ésta y “El doble” como tal. A esa edad ya ha "sufrido" el éxito pero también el más estrepitoso de los fracasos; ha sido adorado y ensalzado pero también ridiculizado, insultado y odiado con una vehemencia como el propio Dostoievski no creía posible. Este primer volumen podríamos perfectamente dividirlo en tres grandes bloques. El primero sería aquel que abarca su infancia y juventud hasta la publicación de su primer libro y que salvo por esa última parte sería de los tres el menos interesante. En el segundo, que ocuparía la parte central del libro, Joseph Frank dedica cantidades ingentes de información y esfuerzo a explicar la formación y consolidación de las ideas socialistas de Dostoievski. Por último, el final de libro se ocupa de analizar algunos cuentos y un par de novelas más. 

Acabada la primera mitad de este primer volumen Dostoievski no es un tipo que nos caiga especialmente bien. Tras su primera novela sufre un exceso de confianza y su actitud se vuelve directamente... despreciable, digamos: un engreimiento supino con querencia a la gilipollez. Su posición social, sin ser especialmente buena, le había permitido vivir hasta el momento sin sobresaltos ni grandes penurias, todo gracias a los esfuerzos económicos de un padre con el que tiene muy poca relación. Su muerte (la del padre) amenaza con sumirlo en la miseria pero el éxito de crítica (que no llegará a materializarse, no al menos cómo él esperaba) de “Pobre Gente”, su primera novela, le hace ver un rayo de esperanza en el horizonte de su futuro de mierda. La historia de su caída la contaré en otra ocasión que venga más a cuento (con la reseña de “El doble” probablemente) pero sepan que es muy interesante ver cómo en la segunda mitad del volumen y a raíz de este fracaso, su actitud cambia radicalmente: se adivinan señales de hechos lo bastante relevantes para que en el futuro los incluya, de las más diversas maneras, en sus obras. Así es como podemos entender, por ejemplo, porqué caricaturizar a Turgueniev en “Los demonios” es un acto de justicia y no una maldad gratuita. 

La tercera parte de esta división imaginaria que me acabo de inventar la dejaré para cuando comente los libros en cuestión pero respecto a la segunda no basta decir que debería ser lectura obligada para todo aquel que quiera entender mínimamente el germen ideológico de Dostoievski. No se trata simplemente de explicar a qué teoría filosófica se adscribía el ruso sino qué personajes de su esfera le influían más y de qué manera. Belinski, por ejemplo, fue uno de ellos, sin duda el que más, pero hubo otros (Petrashevski, por ejemplo) y Joseph Frank no escatima tiempo ni espacio para explorar los orígenes de esos hombres en un esfuerzo por tratar de sentar unas bases lo más firmes posibles, ya que soportarán (me anticipo un poco) parte del peso de los siguientes tomos. Conocemos también la [cuando menos] curiosa etapa de militancia radical de Dostoievski, una militancia que desembocaría en su primera detención y que sin duda marcará su futuro. Pero de todo esto ya habrá tiempo para hablar en el futuro.



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UN PROYECTO MUY  PERSONAL 

Empecé a leer esta biografía por culpa de una casualidad que conté no hace mucho (aquí) pero según iba leyendo fui cayendo en la cuenta del absurdo que estaba siendo planteármela como si de un libro de texto  se tratase cuando era a todas luces evidente el desperdicio que esto suponía. Inicialmente yo sólo iba a leer “Memorias del subsuelo” y luego el resto de las Grandes Obras del ruso. Hoy no. Hoy quiero leerlo todo, absolutamente todo para tratar saberlo todo o al menos entenderlo todo (en la medida de lo posible). Bueno, quizá “todo” no, porque los cuentos, por ejemplo, no me suscitan especial interés -aunque no descarto su lectura en un futuro por determinar- y preveo que los “Diarios” serán un punto y aparte. 

El experimento empezó con “Pobre Gente”, su primera novela, (aunque unos días antes había terminado “Memorias de la casa muerta”). Llegado el momento del análisis que le hace Frank interrumpí la lectura para ponerme con ella y una vez acabada continué con el ensayo. Les diré que el resultado no pudo ser mejor, más gratificante ni más enriquecedor (una experiencia que compartiré en breve). Después, con “El doble”, invertí los papeles: primero leí el ensayo y luego la novela (y así me fue). Ahora debería continuar con “Noches Blancas” y “Netotchka Nezvánova” que en su momento -hará unos veinte años- me parecieron poco menos que infumables no recuerdo ya por qué y me alejaron -creía yo que para siempre- del escritor.


CONCLUSIÓN 

Independientemente de mis “neuras” y obsesiones personales y estos arrebatos temáticos de una vez al año no puedo menos que recomendar con entusiamo este volumen en concreto, no sólo por el tratamiento exhaustivo que hace de sus primeras obras sino porque nos permite entender que era “eso” que pasaba por la cabeza de Dostoievski, cuál era el entorno y cuáles las motivaciones; qué hay de leyenda en sus orígenes y qué de verdad. 

Del resto de los volúmenes… 
(a saber: “Los años de prueba, 1850-1859”, “La secuela de la liberación, 1860-1865”, “Los años milagrosos, 1865-1871”, “El manto del profeta, 1871-1881”) 
... quisiera ir dando cumplida información a medida que los vaya terminando (no prometo nada) lo mismo que de las novelas que en ellos se analicen. Un proyecto que, a pesar del exceso que supone, me entusiasma y aunque este blog ya se ha declarado oficialmente en pausa (llamémosle así) eso no quita que no vaya a publicar las reflexiones que salgan, si salen, de la lectura.


martes, 13 de diciembre de 2011

Despedida


Sí, esto es exactamente lo que parece pero a fin de que lo entiendan quisiera aclarar un par de puntos. 

Verán, hace cosa de un año, al poco de haber empezado con el blog, al poco, en realidad, de habérmelo tomado mínimamente en serio (todo lo “en serio” que se puede tomar un blog como este) me encontré con otro ya caído cuya última entrada era un mensaje de despedida muy parecido a este. En él, el autor explicaba las razones del abandono. Afirmaba dejarlo por motivos (hablo de memoria) de sentido común. Desde hacía tiempo –decía- estaba eligiendo las lecturas condicionado por el blog y no al contrario, que sería lo más normal. Recuerdo haberme reído al leerlo y también recuerdo haberme jurado en silencio que nunca me ocurriría algo así y si me ocurría nunca sería a un nivel tal que tuviese que echar el cerrojo. Obviamente me equivoqué o no estaría hoy contándoles la historia que empieza en el siguiente párrafo. 

Hace unos días fui a la biblioteca. Tengo libros en casa pendientes de leer para aburrir, algunos de ellos compromisos con editoriales y escritores, pero aún así fui a la biblioteca porque tenía unas desideratas que recoger amén de otro libro al que quería echarle un vistazo. Total, que me traje para casa lo siguiente: “El rey pálido” de David Foster Wallace, “La conjetura de Perelman” de Juan Soto Ivars, “Canción de Tumba” de Julián Hervert (Premio Jaén de Novela), “El desguace de la tradición” de Javier Aparicio Maydeu y “Los reconocimientos” de Gaddis. Para que se hagan una idea les diré que sobre la mesa tenía mucho Dostoievski, también a Gogol, Turgueniev, Bernhard, Nabokov, Walser, Roger Martin du Gard, Pushkin, Torrente Ballester, Cortázar, Beckett, Hesse, Joseph Frank, Pynchon, Celine, Faulkner, Russell, Flaubert, Ellroy, Gombrowicz, Montaigne y un larguísimo etcétera. Esto, repito, sobre la mesa; todos ellos en propiedad, unos en papel y otros no, pero todos míos y esperando desde hacía mucho a ser leídos. Cuando de todas las lecturas posibles elegí el de Juan Soto Ivars supe que lo que ya antes no iba bien ahora estaba peor que nunca. 

No quiero DRAMAtizar. Soy consciente de que no es tan grave. Leer a Soto Ivars no lo mismo que pegarle a un ciego y todo el mundo merece una oportunidad. Quiero decir que nunca presupuse que “La conjetura de Perelman” fuese una mala novela. Tampoco he empezado a leerla por oportunismo, ni para hacerle una crítica salvaje, ni mucho menos para repetir la malsana experiencia del post de Nuevo Drama. Lo cierto es que jamás tuve intención de reseñarlo, ni para bien ni para mal. De hecho, para evitar el "desmadre", ni siquiera iba a contarles que lo había leído. Simplemente sentía curiosidad, como la he sentido por tantos otros que seguramente lo merecían mucho menos que Juan. Pero no me estoy explicando bien. Lo que quiero decir es que esta novela en concreto no ha sido el motivo del "malestar" ni ha sido lo que me ha llevado a tomar la decisión que les cuento un poco más abajo. Simplemente lo que ha ocurrido es que se ha colmado el vaso. Pero hay más:

Yo no soy amigo de comprar libros. Me gustan claro, me gusta tenerlos y saber que están ahí y me gusta que me los regalen o nunca hubiese aceptado las ediciones de cortesía de las editoriales pero cuando compro un libro -cuando el bolsillo del que sale el dinero es mío- lo hago siempre tras haberlo meditarlo mucho, sin arriesgar demasiado, tratando de no fallar y de ahí que la mayoría de mis compras acostumbren a ser libros que sólo consigo previo pedido, rastreando en la red. Soy consciente de que a mí es realmente difícil hacerme este tipo de regalo y acertar (pero no dejen ustedes de intentarlo.) El caso es que los libros como los de Ivars, Márquez, Hervert, Olmos, Zambra, Pron, Espinosa, Mora, Carrión, Navarro y un largo etcétera son el tipo de libro que nunca me compraría (ni me compraré) y sin embargo siempre los antepongo a los que sí un poco por curiosidad y otro poco por maldad, porque las reseñas más divertidas surgen siempre de las peores lecturas. Y esto es lo lamentable del asunto: que vaya pasando el tiempo y yo siga eligiendo este tipo de novelas que por otro lado no me parecen siempre tan despreciables como estoy insinuando. 

Luego está lo de leer demasiado rápido. La novela que más consumo actualmente es un tipo de novela corta e intrascendente a la que parece que cada vez le cueste más pasar de las doscientas páginas cuando hasta hace unos años yo era más amigo de aquellas macronovelas de seiscientas o mil páginas que ahora me provocan un rechazo muy poco natural del que únicamente tienen la culpa el blog y mi costumbre, que ha tomado ya forma de adicción, de escribir dos reseñas semanales y no leer menos de diez libros al mes. Esto no sólo no tiene ningún sentido sino que es a todas luces una de las mayores estupideces que he cometido desde que tengo uso de razón (tampoco hace mucho de esto, no se crean). Me obliga a leer mal y me obliga a leer rápido y lo que es peor, me obliga a sustituir calidad por cantidad. Eso no está tan mal. Quiero decir que en la vida uno no tiene porqué limitarse a leer supuestas obras maestras o recurrir a los clásicos de siempre. En la novela actual hay también grandes historias contadas por buenos narradores y si uno quiere estar al día de lo que se cuece en el presente ha de estar a las duras y a las maduras y arriesgar, sobre todo arriesgar y yo, leyendo diez libros al mes, me la juego, leyendo dos, no. Con esto lo que quiero decir es que el problema no está tanto en las lecturas que elijo como en las que descarto.

Estos dos últimos meses he cambiado el ritmo: he pausado la lectura, he profundizado en ella, he leído cosillas que tenía por casa, he escrito menos, he publicado menos y sin embargo he disfrutado más y he pensado que por fuerza este ha de ser el momento perfecto para cambiar de hábito y sobre todo para cambiar de lectura, lo cual implica necesariamente, abandonar el blog. Creo sinceramente que dejando el blog de lado durante, digamos, uno o dos años, podré dedicarme por entero y sin presiones autoimpuestas a todas aquellas lecturas que llevo demorando demasiado tiempo y que parecen haber sido condenadas sin merecerlo. Pero sobre todo y por encima de todo lo que quiero es evitar pensar en el blog mientras leo un libro; no quiero tomar notas para una futura reseña; no quiero pasear y tener una idea “genial” para comentar un asunto equis. Al mismo tiempo tampoco quiero dejar de escribir; soy consciente de que en ocasiones publicar una reseña en el blog ha sido la mejor manera de corregir errores de comprensión o interpretación fruto de malas lecturas. Que esto no le sirva a nadie para darle la vuelta a la tortilla, que nos conocemos. También hay un proyecto en marcha que tiene que ver con Dostoievski; un proyecto que me tiene entusiasmado y que espero poder trasladar al "papel" y ya veremos si compartirlo también. Quiero pensar que sí. 

Hay dos razones más por las que no me verán desaparecer inmediatamente (manejamos, en cualquier caso, plazos muy cortos). La primera son todos aquellos libros que he recibido cortesía de las editoriales y/o escritores -a excepción de aquellos que he recibido sin quererlo y que sé que no me gustarán- y a las que debo como mínimo una reseña. La segunda excepción son una serie de entradas que ya tengo escritas o están en "proceso de". Serán diez, más o menos, seguramente menos. Unas tienen una semana, otras un mes y otras mucho más. Esto incluye el habitual resumen de lecturas del mes -que tampoco es plan de abandonar precisamente ahora- y el de lo mejor y (quizá) peor de 2011. En cualquier caso “La medicina de Tongoy” dejará de ser, durante un tiempo todavía por determinar, lo que ha venido siendo hasta el momento para convertirse directamente en nada. Lamento parecer tan extremista pero me conozco lo suficiente para saber que no serviría de nada hacerlo de otro modo y de hecho la razón por la que no he esperado hasta el último minuto para contarles esto es para asegurarme que no cambiaré de opinión en los veinte días que faltan para acabar el año. Suena a decisión precipitada pero créanme si les digo que le he dado más vueltas de las necesarias y la conclusión ha sido siempre la misma. 

Eso es todo. No me queda más que agradecerles a todos sus visitas y sus comentarios. Yo me he divertido mucho; espero que ustedes también. Sepan que les echaré de menos. A todos gracias y besos en la boca. Nos vemos, seguramente.


viernes, 9 de diciembre de 2011

"Frío" de Rafael Pinedo

Pues decepción, contenida, sí, pero decepción al fin y al cabo, y no porque sea mala sino porque la esperaba mejor que Plop y no lo es. Por ahí le anda, pero no. 

Pero vayamos por partes. Rafael Pinedo es, era, argentino. Murió en 2006. Al cumplir dieciocho años quemó todo lo que había escrito hasta entonces -dice la editorial en su perfil- y sólo a los cuarenta retomó su producción literaria. Lo de quemar su primera producción es muy argentino; (dicen que) también lo hizo en su momento Sábato, si no recuerdo mal, y miren que bien le fue. Que cunda, pues, el ejemplo. Hasta los veinte uno que escriba lo que le salga de los reales alcázares, lo mismo en cantidad que en calidad, pero que sepa que después ha de quemarlo todito todo en la más absoluta de las intimidades (que no nos enteremos hasta pasado un decenio; nada de ir presumiendo por ahí) incluyendo diarios íntimos y correspondencia privada. De los veinte a los cuarenta vivir, así sin más, que ya no está mal, pero saliendo de casa, nada de hacerlo en el Facebook que luego se nota la falta de experiencias vitales. Después, en la serenidad de la madurez, escribir, entonces sí, para publicar. Con esta fórmula no sólo ahorraríamos papel, ayudando con ello a salvar el Amazonas, sino que nos libraríamos de leer las estupideces que unos cuantos creen que merecen ser leídas. No miro para nadie en concreto pero sí para todo el mundo. 

El caso es que Pinedo murió como mueren los escritores de verdad del otro lado del charco: dejando  inéditas un puñado de obras. Yo no sé qué pasa en Latinoamérica que si no es por Herralde y Mondadori allí no se publica ni el Hola. Angelitos, deben andar todos como locos por morirse para alcanzar la gloria merecida. Pues lo mismo Pinedo. Cuando leí Plop creí que no iba a volver a leer nada más (ver reseña aquí) de este señor -yo soy mucho de meter la pata menos por ingenuo que por desinformado- y ahora resulta que tiene otro libro, Frío, que además quedó finalista en no sé qué premio. Bueno sí que lo sé, era el Premio Planeta Argentina y esto ocurrió en 2004, que digo yo que da igual porque al final el puto libro quedó sin publicar ya no sé si por desinterés o falta de presupuesto. Pero aquí estamos los españoles, valientes como cosacos, que lo mismo conquistamos sus tierras, que tomamos sus mujeres, que editamos sus libros. El caso es no dejar piedra sin remover ni libro sin publicar, ni mujer sin tomar, sí. Pero esto no queda aquí, ya verán. Dice Elvira Navarro, insigne escritora nacional y prologuista del libro en cuestión, que hay otro más porque aquello que parecía algo casual era en realidad una trilogía de armas tomar de bien planificada, que se lo dijo un pajarito porque ella el manuscrito no ha llegado a catarlo. Más o menos esto, con un poco de libre interpretación por mi parte, pero sin salirme de la idea principal.

Pero hablábamos de “Frío”. Esto va del apocalipsis, again. Si en la primera parte (Plop) lo peor era ver el maltrato infantil, la amoralidad general y cómo se follaban todos a todos sin miramientos ahora la cosa va de pasarlo peor que mal con el cambio climático que después de una revisión a la baja de la prima de riesgo es lo peor que le puede pasar al ser humano. Pudiera ser perfectamente un paso atrás ya que aquí, en Frío, parece que esté a punto de ocurrir lo que ocurre en Plop. Un poco rollito precuela, pues, y está por ver si en la tercera parte no se nos contará qué tiene la culpa de todo o si realmente no se habrá equivocado el becario de Salto de Página y las habrá ido pasando a edición en el orden equivocado. Retomando: la cosa va de una niña de unos veinte años que se queda solita sola en una suerte de colegio privado para jovencitas, abandonadita toda ella con su devoción por el santoral y el despertar sexual, que es acordarse de la polla del portero y darle un sofoco de tener que refrescarse con agua bendita. Al poco llegan las ratas que se lo van comiendo todo menos a ella que parece haber hecho un pacto con el demonio y no con dios como se cree. Las historias que cuenta el libro, compartimentado en minúsculos episodios tipo Plop o El Gran Cuaderno (de Agota Kristof) (esto es, dos o tres páginas cada uno) son de una economía de lenguaje ejemplar y van desde la organización diaria, a la caza de ave picuda (único sustento de la muchacha), o a las misas autoinfligidas. Y no les cuento más que les dejo sin libro tan pequeñito que es. En general la cosa va de pasar mucho frío y tenerle un miedo atroz a todos los rabos que no sean de rata. (No me juzguen precipitadamente: este chiste tan fácil tiene más enjundia de lo que aparenta pero si se lo cuento no les iba a hacer maldita la gracia y prefiero quedar yo de gilipollas antes que dejarles a ustedes sin sorpresa.) 

Lo dicho, más de lo mismo: apocalipsis y religión, no poder follar por culpa de ambos y hacerlo mal cuando se intenta por ser ya demasiado tarde y estar demasiado loco. Pero por más bonito que lo haga Pinedo y por más bien que me lo pasé yo con las desdichas ajenas no deja de ser la eterna revisión de los mecanismos de supervivencia de seres débiles que van perdiendo kilos y cordura a partes iguales. El antes y el después y el durante de un infeliz ser humano en el fin de los tiempos y lo mal que se lleva todo si hay exceso de fe porque todo el mundo sabe que para combatir el frío nada mejor juntar dos cuerpos desnudos sean estos de novicia o no pero mejor que sí. El final, que no parece querer otra cosa que provocar rechazo con una imagen efectista, me ha decepcionado bastante precisamente por eso y por otro lado el componente ligeramente sobrenatural de ciertas partes me sacaron pronto de una historia que de otro modo me hubiera podido creer a pies juntillas. A pesar de todo, un buen entretenimiento. Y ya.



lunes, 5 de diciembre de 2011

Una aproximación a “Memorias del subsuelo” de Fiodor M. Dostoievski a través de DFW y Joseph Frank


Hace un par de meses, mientras reorganizaba una estantería, me senté a ojear un recopilatorio de ensayos de David Foster Wallace llamado “Hablemos de langostas” (Mondadori, 2007). Quiso el azar que lo abriese exactamente en uno llamado “El Dostoievski de Joseph Frank” cuya lectura obvié en su momento y que más o menos empieza del siguiente modo: 

«Tal como puede confirmar cualquiera que la haya leído, Memorias (1864) es una novelita impresionante pero considerablemente extraña, y estas dos cualidades tienen que ver con el hecho de que el libro resulta al mismo tiempo universal y particular. […] Notas del subsuelo y su Hombre del Subsuelo son en realidad imposibles de entender sin conocer el clima intelectual de Rusia en la década de 1860, sobre todo el momento álgido del socialismo utópico y el utilitarismo estético que estaban de moda por entonces entre la intelectualidad radical, unas ideologías que Dostoievski odiaba con esa pasión con que solamente podía odiar Dostoievski.» 

Para ponerse al corriente del clima intelectual ruso, entender la importancia del socialismo utópico y el utilitarismo estético de entonces no es suficiente con visitar dos o tres enlaces de la wikipedia o enciclopedia similar. Se lo digo por experiencia. Tampoco es suficiente repasar el contexto histórico y los apuntes biográficos de los prólogos que se incluyen en algunas ediciones (pienso en Cátedra) de según qué novelas de Dostoievski (pienso en Crimen y Castigo). No es suficiente. En un principio, en mi bendita ignorancia, creí que sí pero resultó ser que no. No fui consciente de ello hasta hace unos días cuando leyendo el ensayo de Frank al que hace referencia Wallace, di con la parte en que se trata este asunto con detalle al tratar de explicar las razones del relativo éxito de la primera novela de Dostoievski. Con esto no quiero decir que no se pueda leer esta novela sin tener esa información, pero sí es verdad que cuesta más entender lo que Dostoievski quería decir si no es así. Pero sigamos con Wallace:

«Lo que pretende [Joseph] Frank es mostrar que es imposible hacer una lectura exhaustiva de la narrativa de Dostoievski sin una comprensión detallada de las circunstancias culturales en que se concibieron los libros y a las que estos querían contribuir. Esto, explica Frank, se debe a que las obras de madurez de Dostoievski son fundamentalmente ideológicas, y no se pueden apreciar plenamente a menos que uno entienda las intenciones polemistas que las animan. En otras palabras, la mezcla de universal y particular que caracteriza Memorias del subsuelo (*) marca en realidad la mejor obra de FMD, un escritor cuyo «deseo evidente», dice Frank, es «dramatizar sus temas morales y espirituales usando como telón de fondo la historia de Rusia.» 

Si sigo por este camino les acabaré pegando el ensayo íntegro y los de Mondadori se van a enfadar conmigo, pero hay que hacer lo que hay que hacer y yo no conozco mejor manera de contarles esta película y por eso les voy a poner uno más, el penúltimo: el pie de página que hace referencia directa a la novela en cuestión y que acabo de señalar con un asterisco en el párrafo anterior. 

(*) «El volumen tercero [de la biografía de Dostoievski escrita por Joseph Frank], La conmoción de la liberación (2), incluye una muy buena lectura explicativa de Memorias [del subsuelo], que localiza la génesis del libro en una réplica al «egoísmo racional» que puso de moda el libro ¿Qué hacer? de N. G. Chernishevski e identifica al Hombre del Subsuelo como básicamente una caricatura paródica. La explicación que da Frank de la mala lectura generalizada que se hace de Memorias (mucha gente no lee el libro como un conte philosophique, y da por sentado que Dostoievski ideó al Hombre del Subsuelo como un arquetipo serio al nivel de Hamlet (3)) también contribuye a aclarar por qué las novelas más famosas de FMD a menudo se leen y se admiran sin apreciar en absoluto sus premisas ideológicas: «La función paródica del personaje [del Hombre del Subsuelo] siempre ha quedado encubierta por la inmensa vitalidad de su encarnación artística». Es decir, que en cierto sentido Dostoievski era demasiado bueno para lo que le convenía.» 

(Las frases lapidarias con las que Wallace termina algunos párrafos son impagables.) Busqué sin éxito -y sin especial interés- la novela de Chernishevski, aunque sí descubrí que guarda una estrecha relación con otra novela de Dostoievski, “Humillados y ofendidos”, de inminente lectura, como tantas otras. En cambio sí localicé en diferentes bibliotecas cuatro de los cinco tomos de la edición completa del “Dostoievski" de Joseph Frank (4), el primero de los cuales me traje para casa hace un par de meses y devolví a medio leer convencido de la necesidad de hacerme con él. (5) Del prefacio de ese primer tomo extraigo la siguiente cita del propio Frank: 

«En aquel tiempo estaba yo muy interesado en la nueva literatura existencialista […] así que elegí como tema para mi disertación “Los temas existencialistas en la literatura moderna”. Con el fin de establecer un marco histórico, inicié mi exposición con un análisis de Memorias del subsuelo, de Dostoievski, obra considerada precursora de las teorías y de los temas que encontramos en el existencialismo francés. Mi interpretación de esa obra se deriva de los escritos de Leo Shestov y de Nikolái Berdyaev: subrayaba yo la irracionalidad y la amoralidad del hombre marginado y lanzado a la clandestinidad, en tanto que éste, trágica y retadoramente, conserva la libertad de su personalidad frente a las leyes de la naturaleza, sin importarle el costo que esto signifique para él y para los demás.» 

Leer las historias que cuentan cómo nacen algunos libros es una actividad francamente adictiva, en ocasiones mucho mejor que la lectura de la propia novela. No es el caso. "Memorias del Subsuelo" es un relato excelente, una novela que empieza cómo ya no empiezan las novelas (6)

«Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele.» 


(En esta reseña -no así en las siguientes que había proyectado dedicar al escritor- voy a obviar casi completamente (la excepción está en la tercera nota a pie de página) los comentarios de Vladimir (“estoy deseoso de desmitificar a Dostoievski”) Nabokov en “Curso de literatura rusa” en el que afirma que “Dostoievski no es un gran escritor, sino un escritor bastante mediocre; con destellos de excelente humor, separados, desgraciadamente, por desiertos de vulgaridad literaria" ya que lo que hoy realmente me interesaba, más que hablar de “Memorias del subsuelo,” era contarles los motivos que me llevaron a leerla. Ya habrá tiempo para lo otro. Tampoco quiero dar la impresión de haber tomado ya partido por uno de los bandos. No es eso, simplemente me reservo el derecho de apasionarme con Dostoievski antes de odiarlo.) 


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(1) Esto es medio verdad, medio mentira. Este post es también la doble excusa de no saber cómo hablar de un clásico como este y la de la certeza de estar lejos de poder interpretarlo correctamente. 

(2) Editado, en castellano como “Dostoievski. La secuela de la liberación 1860-1865” editado por el Fondo de Cultura Económica en 1993, reeditado en 2010 y realmente difícil de conseguir no digamos ya de encontrar disponible en librerías. 

(3) Es probable que esta frase sea una maldad de Wallace refiriéndose al abiertamente crítico con Dostoievski Vladimir Nabokov, que en “Curso de literatura rusa” dice lo siguiente (y perdonen la extensión de la cita): “Cuando un artista se pone a trabajar en una obra de arte, se ha propuesto un problema artístico concreto que pretende resolver. Escoge sus personajes, su tiempo y su lugar, y busca después aquellas circunstancias particulares y especiales que permitan que esos sucesos que a él le interesan ocurran de forma natural, desplegándose, por así decirlo, sin violencia alguna por parte del artista para forzar la consecuencia deseada, desprendiéndose de forma lógica y natural de la combinación e interacción de las fuerzas que el artista ha puesto en juego. El mundo que el artista crea con esa finalidad puede ser totalmente irreal —como lo es, por ejemplo, el mundo de Kafka, o de Gógol—, pero hay una exigencia absoluta que tenemos derecho a plantear: ese mundo, en sí y mientras dure, tiene que ser verosímil para el lector o espectador. Carece totalmente de importancia, por ejemplo, que Shakespeare introduzca en Hamlet al espectro del padre de Hamlet. Tanto si coincidimos con esos críticos que dicen que los contemporáneos de Shakespeare creían en la realidad de los fantasmas, y por lo tanto Shakespeare hacía bien en meterlos en sus obras como realidades, como si damos por sentado que esos fantasmas son algo así como unas propiedades del escenario, es lo mismo: desde el momento en que el espectro del rey asesinado entra en la obra, le aceptamos y no ponemos en duda que Shakespeare estaba en su derecho al introducirle en la obra. De hecho, la verdadera medida del genio está en la medida en que el mundo que ha creado es suyo propio, un mundo que no existía antes de él (al menos aquí en la literatura), y, lo que es más importante, en que haya conseguido hacerlo más o menos verosímil. Quisiera que considerasen ustedes el mundo de Dostoievski desde este punto de vista. […] En segundo lugar, ante una obra de arte hemos de tener siempre presente que el arte es un juego divino. Ambos elementos, el de lo divino y el del juego, son igualmente importantes. Es divino porque éste es el elemento en que el hombre se acerca más a Dios, conviniéndose en auténtico creador por derecho propio. Y es juego porque seguirá siendo arte sólo en tanto se nos permita recordar que, en el fondo, todo es ficción, que la gente del escenario, por ejemplo, no es asesinada de verdad; dicho en otras palabras, sólo en tanto que nuestros sentimientos de horror o de repugnancia no oscurezcan nuestra comprensión de estar participando, como lectores o espectadores, en un juego complicado y delectable. En el momento en que ese equilibrio se rompe tenemos, sobre la escena, un melodrama ridículo, y en un libro una descripción truculenta de pongamos, un caso de asesinato que estaría mejor en las páginas de un periódico. Y dejamos de experimentar esa sensación de placer y satisfacción y vibración espiritual, ese sentimiento combinado que es nuestra reacción al arte auténtico. Por ejemplo, no sentimos repugnancia ni horror ante el sangriento final de los tres mejores dramas de todos los tiempos: el ahorcamiento de Cordelia, la muerte de Hamlet, el suicidio de Otelo nos dan escalofríos, pero escalofríos que llevan en sí un elemento intenso de deleite. Ese deleite no procede de que nos alegremos de ver perecer a esas personas, sino simplemente de que gozamos con el genio abrumador de Shakespeare. Quisiera que estudiasen ustedes Crimen y castigo y las Memorias de una ratonera, que también se conocen con el título de Apuntes del subsuelo (1864), desde este segundo punto de vista: el placer artístico que encuentran en acompañar a Dostoyevski en sus incursiones en las almas enfermas de sus personajes, ¿es constantemente mayor que cualesquiera otras emociones, los repeluznos de repugnancia, el interés mórbido que produce una historia de crímenes? En las otras novelas de Dostoievski hay todavía menos proporción entre el logro estético y el elemento de crónica de sucesos." 


(4) La que falta me vi obligado a pedirla porque (vean que mala suerte) es precisamente esa la que contiene la lectura explicativa que hace Frank de “Memorias del subsuelo”. Me rechazaron la desiderata días después alegando que era de 1993, como si 18 años fuesen toda una vida. Finalmente la conseguí, por si les interesa, y si omito lo que aprendí de ella es simplemente porque este post habla de un momento muy concreto y no viene a cuento de nada alargarlo más o me quedaré sin argumentos cuando reseñe el libro en cuestión. 


(5) Ese mismo tomo -y el siguiente- volví a rescatarlo hace apenas quince días para acompañar la inminente lectura de las dos primeras novelas de Dostoievski (“Pobre gente”(*) y “El doble”) por lo que es de suponer que no tardaré en volver a escribir sobre el asunto. 
(*) Tengo que publicar este post de una santa vez. Cuando escribo estas palabras ya he terminado “Pobre Gente”, leo "El Doble" y he hecho bastante más que superar el ecuador del primer tomo de Joseph Frank.
(6) Lamento no poder señalar cuál fue exactamente la edición que leí ni dar el nombre del traductor ya que este libro fue un préstamo que devolví hace mucho tiempo y no tengo forma de consultarlo.