lunes, 30 de abril de 2012

#adivinanza (de "Ejército Enemigo" de Alberto Olmos)

A continuación, una reseña doble de “Ejercito enemigo” de Alberto Olmos: la Opción A se inclina claramente a su favor, la B en contra. Pueden leerlas en el orden que gusten. Elijan la que prefieran, la que más les interese y, si les apetece, adivinen cual de las dos es la sincera (si acaso hay alguna, que vayan ustedes a saber). 


OPCIÓN A 

Calificar esta novela de simple, mediocre o deficiente equivale a no tener ni puta idea de lo que se habla. Disculpen que sea tan directo pero no quiero pasarme toda la noche con esto. Decía que: aquí o allá o a dónde sea que miren y vean a un crítico -o a un payaso haciendo de crítico-posicionarse en contra de esta novela, sospechen, porque me juego un huevo y parte del otro a que lo que realmente ocurre es que ese individuo, por llamarlo de alguna manera, está sufriendo un ataque de envidia [cochina]. Lo digo completamente en serio. Que tenga que denunciarlo precisamente yo, que he sido considerado algo así como el enemigo público número veintiocho de Alberto Olmos, ya tiene cojones pero aquella reseña en la que Patricio Pron desarmaba (o lo intentaba) “Ejercito Enemigo” (desde ahora EE) es una sandez como no he visto antes y más viniendo de otro escritor. A ver si ahora va a resultar que somos todos tontos menos uno. 

No es fácil resumir EE y, siendo honestos, tampoco viene mucho al caso hacerlo. Permítanme una pausa para justificarlo: tengo el firme convencimiento de que la mitad de las críticas literarias utilizan el argumento como una excusa para escribir sin tener que comprometerse a nada, dejando casi todo en manos del lector y limitándose a cubrir de palabros uno o dos párrafos, generalmente bastante ridículos, en los que nos contarán que muy bien por esto, Alberto, o bien por lo otro o ya veremos en el futuro, te seguiremos la pista, majete. La otra mitad de las veces resumir el argumento es la única excusa que necesitan algunos para burlarse de la novela, utilizando SU PROPIA falta de interés por la historia como UN ARGUMENTO a favor, esto es, el que les da la razón, cuando lo único que consiguen con ello es confirmar lo que todo el mundo sabe: que en la crítica amateur -y en la no tan amateur también- lo críticos son en su mayor parte unos ineptos, una panda de vagos, unos maleantes y unos jetas. Que no hay por dónde cogerlos, vaya, empezando por mí, lo sé. 

Volviendo a la novela, dudo mucho que la pretensión de Olmos fuese escribir un clásico moderno. Hay que ser bastante gilipollas para creer algo así y mucho más que bastante para juzgar al escritor basándose en semejante memez que es a la postre lo que todo el mundo hace. ¿Si no es una gran obra no es una buena obra? Paparruchas. Puede no ser grande, vale, pero puede ser buena, o puede ser mala, o puede ser OTRA COSA, por ejemplo: una novela de su tiempo: un lúcido reflejo de la actualidad. Porque acusar, como se ha acusado, a Olmos de haber escrito una novela únicamente para convertir a su alter ego -Lector Malherido- en "protagonista de" equivale a reconocer que, o bien no se ha leído la novela o no sabe uno hacerse el tonto. Santiago no es Malherido, Santiago es nosotros,  mal que nos pese, que somos lo peor, joder, no hay más que vernos. La solidaridad ha fracasado, repite una y otra vez Santiago. Y tanto que ha fracasado. La solidaridad APESTA. Patricio Pron acusaba a Olmos de tener ideas ingeniosas pero no inteligentes. No, amor, ni ingeniosas ni inteligentes, en todo caso valientes. Pero, claro, es más fácil perderse en los cerros de Úbeda que reconocer que las ideas en la novela de Olmos tienen el mérito añadido de ser actuales y accesibles; estar escritas de forma que las pueda entender hasta un tonto del culo. A mi denme una buena idea y quédense con toda la acción.  

Acabada la novela la solidaridad sigue siendo un fracaso pero al menos nos queda el consuelo de saber que no somos los únicos que lo pensamos. Quiero insistir en algo que me parece fundamental y que probablemente sólo será justamente valorado dentro de veinte años: Ejército Enemigo es una fotografía de un instante, de una sociedad adicta a las drogas, al sexo, al facebook o a todo al mismo tiempo; un retrato de los que dentro de nada serán los únicos culpables de todo lo que pase: los que hoy están en Twenty, mañana dirigirán el país. Prepárense para los quince minutos de gloria de veinte millones de impresentables que harán que Santiago, a su lado, sea todo corazón. Al tiempo. Respecto a Ejécito Enemigo: que no les mientan: NOVELÓN.


* * * * * * * * * * * * * * * * * * *



OPCIÓN B 


La solidaridad ha fracasado”. Sobre esta premisa Olmos construye esta novela de casi trescientas páginas cuyo argumento, grosso modo, es el siguiente: un tipo bastante cretino, un gilipollas integral amante de las palabras y el sexo, es amigo de otro bastante papanatas que cree en aquello de hacer el bien sin mirar a quién. Al segundo lo matan un día en un descampado, angelito, y nadie sabe porqué. El primero, bastante capullo, se entristece, claro, coño, era su amigo, pero son cosas que pasan. Que la procesión va por dentro lo sabemos porque recibe una carta póstuma que tarda un siglo en abrir: así es como demuestran los hombres el amor en esta novela tan viril. La carta dichosa contiene la contraseña del correo electrónico del fallecido que, claro, ya no le hace falta para nada. En el correo hay algo así como 25.000 mensajes que el muchacho va leyendo a ratos porque, ya lo dije, le gustan mucho las palabras y tiene mucho tiempo libre porque como es tan imbécil no tiene amigos y sus ex-amantes lo evitan en la medida de lo posible. Enseñanza número uno: follar bien no lo es todo.

Me quejaba yo en una red social, hace tiempo, cuando empecé a leer la novela -poco antes de interrumpir la lectura de lo tanto que me estaba gustando- que notaba en “Ejercito Enemigo” (desde ahora EE) una huella o presencia demasiado palpable de Malherido (especialmente en Santiago, el personaje protagonista). Lo que quería decir con esto era que Olmos parecía haber sido devorado por su alter ego haciendo de la carne verbo. Un conocido me contestó (hablo de memoria) que él no veía problema en eso, más bien al contrario: que quizá el personaje de Malherido había nacido para hacer posible (y creíble) esta novela o al menos su protagonista. Es una forma de verlo. La otra es que Olmos, sabedor del éxito de Mal-herido, se ha construido una novela a medida quizá tratando de asegurarse la cuota de mercado que ha ganado con sus críticas literarias.  

El caso es que por haches o por bes EE acaba siendo una novela de temática irregular (argumentazo) que por lo menos sirve de excusa, al autor, para hablar de todo y de todos y no dejar títere con cabeza o eso quisiera él. Así es que nos encontramos con repeticiones machaconas de la aburrida actividad laboral y masturbatoria del protagonista o el detallado follar ante la cámara de un adolescente con su prima, una suerte de inútil manual sexual para vagos que lo que pretende significar se pierde entre las sábanas. También se habla de blogs, de microblogs, de esa paranoia de Olmos de reconocer la sintaxis de los demás en sus paseos por el mundo (virtual) adelante como si le fuera a servir de algo saber que fulanito es en realidad futanito o menganito no le quiere tanto cómo él quisiera. También se habla de la vida en la red, de la red como un lugar en que vivir, de los intereses que se ocultan tras los nicknames, de lo divino y de lo humano en la red, la red, la puta red, que parece que no haya otra cosa que hacer que pasar todo el santo día abriendo y cerrando ventanas. Es decir: de lo mucho que nos ha cambiado a todos la vida poder encender la lavadora desde el trabajo y saber cuándo aclara o centrifuga o el hacer turismo aún con saldo cero en la Visa gracias al streetview. Una sucesión de brevísimos cursos temáticos sobre la evolución del homo tarifaplanis, ideal para poner al día a los recién llegados o pánfilos analógicos pero que puede acabar condenando al EE a una permanente itinerancia por las secciones de historia, drama y misterio de las bibliotecas públicas. Mal chiste.

Pero el que mucho abarca poco aprieta, ya lo decía mi madre, y hay que ser muy bueno para arreglar el mundo (entiéndase la broma) en trescientas páginas y encima colarnos una investigación que no es tal y sólo quiere dar salida a un novela que de otro modo aburriría a un santo y aún así. En mi humilde opinión el problema de esa investigación no es tanto que no tenga suficiente presencia (que no la tiene) o que no sea especialmente interesante (que no lo es) sino que aparece de repente y se va del mismo modo dejándolo todo perdido de una nadería insufrible. Todo para rematarla con un anticlimax de cincuenta páginas en una fiesta que acaba como acababan todas aquellas fiestas en las que participaba Jessica Fletcher, que ya ven ustedes qué bien, qué maravilla, qué original. En fin pilarín, para qué hablar...



lunes, 23 de abril de 2012

"Los inmortales" de Manuel Vilas

Tengo un problema con Manuel Vilas. Corrijo: tengo un problema con las novelas (NoVilas, que dice Alvaro Colomer) de Manuel Vilas. Bueno, con dos de ellas, curiosamente las únicas que le he leído. De hecho con Manuel Vilas no he podido tener jamás problema alguno porque no hemos llegado, endejamásdelosjamases, a rozarnos, no digamos ya meternos mano, tener dos palabras o dedicarnos una sonrisa. Es más, si me paro a pensarlo no sé de nadie que haya tenido problemas con él, claro que esto tampoco es algo que me quite el sueño y de hecho hasta hoy no había caído en la cuenta y si lo saco a colación es únicamente porque tiene que ver con cierta malintencionada opinión respecto a lo rotundo de su éxito. Esto se me está yendo de las manos con tanta estupidez, pero ya termino. Yo creo que la apatía o desinterés que se desprende o desprenderá de esta, digamos, reseña tiene que ver con lo poco que me gustó “Los inmortales” que viene a ser poco más o menos lo mismo que me gustó “España”. 

El problema que comentaba más arriba es que Manuel Vilas escribe el tipo de novelas que no me enganchan, que no me entretienen, que no me dicen NADA y si las leo, si repito la experiencia traumática (?) que fue “España”, si le dedico las tres o cuatro horas que podría dedicarle a, por ejemplo, "Una comedia canalla" que dormita desde hace días en mi mesa, si hago ese ejercicio, decía, es para saber si viene realmente a cuento que todo el mundo hable maravillas de lo último del genial escritor y mejor persona que es Manuel Vilas. Y yo les juro por dios que no aguanto este no entender; que me mata no saber si soy yo tonto o me lo quieren hacer. Es decir: es tal la diferencia entre lo que escucho decir a los demás y la impresión que resulta de mi lectura que no me queda otra que dudar de mí mismo y mis circunstancias. Me pregunto si seré yo, que no lo pillo, o que no lo estoy cogiendo con cariño, o que ando siempre en babia o si es que simplemente escribe cosas, Vilas, que no me interesan.  

Lo cierto es que si escribo esta reseña tan chorras es por aquello de hacer tiempo y retrasar la hora de acostarme y es que cuando duermo tengo pesadillas en las que Soto Ivars me persigue al grito de "Vuelve a Cristianía, hijo de puta" por San Petersburgo adelante, arrastrando por una mano el esqueleto putrefacto de Dostoievski y alzando con la otra su nueva novela, Siberia, que quiere obligarme a leer en voz alta en el XXVI Congreso de Los Nuevos Dramáticos. Un Dostoievsky que, dicho sea de paso, es nombrado en Los Inmortales: “A Corman Martínez le gustan los grandes temperamentos filosóficos, las locas hazañas del pensamiento desubicado. Larra y él, Javier Bardem y Santiago Segura, Tolstói y Dostoiesvki. Se acordaba de las fotos de Dostoievski que vio hace años en Moscú, en una exposición sobre la vida del escritor.” A continuación hay plantada una fotografía del escritor ruso porque en las novelas modernas, las modernas de verdad, como esta  y otras de cuyo nombre no quiero acordarme, se incluyen imágenes que no vienen a cuento porque, no me jodan: ¿de verdad alguien cree que el párrafo anterior justifica la inclusión de una fotografía? Quiero pensar que es un chiste que no pillo; espero que ustedes sí porque hay más: Christopher Lambert (el inmortal, ya saben), Ian Curtis (?), Sidney Poitier, el Arcipreste de Hita, un desayuno irlandés completo (¡?), Fogwill, Robespierre, Felipe II, unas montañas escarpadas, Eva Braun, … y bueno, muchas más a cual más inútil que para lo único que valen es para fastidiar a los que quieren piratear la dichosa novela.

Supero las seiscientas palabras y aún no les he dicho de qué trata la susodicha. Aristo Willas (Willas, Vilas… supergracioso esto, no?) es un tipo que vive en el año 22011 (2011, 22011… me parto), cuando los humanos han alcanzado la inmortalidad. Willas encuentra un manuscrito (nótese la poco velada referencia a aquella novelita llamada “El manuscrito encontrado en Zaragoza”, hasta donde yo sé residencia habitual de Vilas) en el que se cuentan una serie de historias que conforman esta novela o lo que sea (siendo lo que sea una sucesión de elaboradísimos chistes que tratan asuntos cómo: Juan Pablo II reencarnado y de compras por El Corte Inglés; Picasso y Van Gogh en una orgía de gordas, o chorrocientas chorradas tipo llevar de putas a Cervantes o enamorarse de la novia de Hitler.) 

En conjunto muy aburrido todo, como de tener más que suficiente con veinte páginas, pero que leído a ratos en el sofá, en los intermedios de Gran Hermano, pues aún da para echarse unas risas con alguna tontería que invita a pensar que igual lo que pasa es que para leerlo hubiese sido mejor estar algo fumado. También puede ser que no esté a la altura, yo, frente a las novelas modernas e inclasificables de Vilas. Seguramente todo. A mí, que se me olvidan los chistes con una facilidad preocupante, sé que se me va a olvidar de aquí a dos semanas o algo menos, tal como ocurrió con “España”. Y esto, se pongan como se pongan, no puede ser bueno.


lunes, 16 de abril de 2012

“Kapitoil” de Teddy Wayne

No se pueden hacer idea de las barbaridades que se dicen sobre esta novela: que si es una de las mejores y más comentadas de los últimos años, que si Franzen le ha dado su bendición (?), que si tal que si cual, pascual; hay incluso (y esto es lo más gordo) quien la considera el relato definitivo sobre el 11S. Ahí es nada. He leído dos artículos en sendos periódicos que coincidían en esto punto por punto. Demasiado “punto por punto”, si me lo preguntan. ¿Excuso decir que eso es una soberana estupidez? No, no excuso: ES una soberana estupidez. Cuando leo este tipo de reseñas, tan útiles nada más que para vender libros, trato de no caer en la certeza de estar haciendo lo correcto al reseñar tanto las buenas como las malas lecturas

Uno de los protagonistas de la estupenda serie televisión “Community” (que aprovecho para recomendar a todo aquel que no la conozca) es Abed Nadir, un indio que ha viajado a EEUU para estudiar en la universidad para adultos en que se desarrolla la acción. Pues bien, el protagonista de Kapitoil parece un calco de aquel. Los que conozcan la serie sabrán a quién me refiero. El resto, bastará que les diga que Aded es uno de los personajes más interesantes de la serie gracias a su particular forma de ser y actuar y por lo divertido que resulta verlo lidiar, desde una suerte de levísimo asperger, con la locura que es ser estudiante en América. El problema fundamental de Abed es que lo ve todo desde la perspectiva cinematográfica, su gran pasión, por lo que el mundo, para él, es como una gran película que se puede analizar y reproducir en el entorno controlado de su aula. 

Karim Issar, el protagonista de Kapitoil, no viene de India sino de Qatar y su problema es básicamente el mismo pero cambiando “cinematográfica” por “económica”, “aula” por “despacho” y poco más. Durante la (prevista) breve estancia en el país desarrolla un sistema informático llamado Kapitoil que es capaz de predecir las oscilaciones del precio del petróleo a partir de las noticias de Oriente Medio que aparecen en prensa. La acción tiene lugar en 1999. Esto que parece tan interesante es por lo que se afirma tan gratuitamente que es la gran novela sobre el 11S: ambición, economía, petróleo, Oriente Medio... Falso. En realidad el autor pasa un poco de puntillas por este asunto de las torres caídas que sí es verdad que podría dar más juego si se prestase menos atención a los escarceos sexuales del protagonista, al amor (también, no todo va a ser follar), a la amistad (ídem), a sus tonteos con la marihuana, a sus conflictos familiares y religiosos (lo de saltarse la misa del domingo porque estás en Nueva York)... a su adaptación al medio, en definitiva. 

Es decir, que la gran novela sobre el 11-S es en realidad un tontada, entretenida, vale, sí, sobre un joven catarí en la gran manzana y el en ocasiones [divertido] contraste entre su mentalidad analítica y el caos de una sociedad americana ajena todavía al desastre de las torres gemelas. Para que nos entendamos: comedia de amor y economía a partes iguales. Si lo que buscan es eso, bárbaro, lo pasarán bien porque es ágil, se lee en una patada y no da ganas de llorar ni de pena ni de vergüenza; ahora bien, si esperan cualquier otra cosa, algo con la profundidad de un plato de sopa, por ejemplo, entonces se han equivocado de puerta. Recomendable en la misma medida que desaconsejable. En cualquier caso absolutamente prescindible

miércoles, 4 de abril de 2012

“El jardín colgante” de Javier Calvo

Con esta novela Javier Calvo entra en selecto grupo de los “Ganadores del Premio Biblioteca Breve” de Seix Barral, un podio que comparte con escritores de la talla de Juan Manuel de Prada, por elegir un ejemplo más o menos al azar. No sé si esto quiere decir que pronto veremos a Calvo presentando algún programa literario en Intereconomía. Quiera Dios que no, por muy sugerente que sea la idea de repetir los grandes momentos que Arrabal regaló a la televisión en aquel mítico programa de Sánchez Dragó. (Me doy cuenta tarde de que estoy llenando el párrafo de nombres ilustres. Si continuo por esta línea esto acabará pareciendo una reseña de Harold Bloom y como ninguno queremos eso, paro.) 

Dejando a un lado chistes fascist…, perdón, fáciles y al otro la imagen que se tiene de los premios y los premiados y subsiguiente aburguesamiento y dando por hecho que ya nunca más veremos a Calvo mezclándose ni relacionándose con la masa proletaria que lo vio nacer…, pues decía que dejando todo eso a un margen nos queda una novela premiada a la que hay que suponer “buena” o de otro modo no se entiende. (El chiste acaba aquí; prefiero desarrollar el tema de los premios amañados cuando reseñe “El temblor del héroe” de Alvaro Pombo, por ejemplo). Pero dejen ahora que les cuente de qué va y qué me ha parecido y si el resultado les suena a crítica literaria, háganselo mirar porque ya verán que no hay rigor

Arístides Lao, uno de los protagonistas, es un tipo feo como pocos y de enorme intelecto que la España postfranquista desperdicia en alguna oficina miserable de último nivel. Los detalles no son importantes. El caso es que a este hombre le encomiendan, por razones que tampoco viene a cuento desvelar, la tarea de colaborar con el que es el verdadero leitmotiv de la novela: la “exterminación” de la célula terrorista TOD. La novela, narrada en tercera personal, se desarrolla en dos escenarios, alternándose en breves capítulos la versión de “los malos” (desde la perspectiva de un infiltrado) y la de “los buenos” (desde el punto de vista de Arístides y su colaborador). El escenario, ya lo he dicho, es la nueva España que sale de la dictadura y sobre la que ha caído un meteorito. No, no es un thriller de ciencia ficción. 

Esta es la primera novela que leo de Javier Calvo y si he de ser sincero esperaba otra cosa aunque tampoco sabría decir exactamente qué. Y no lo digo porque el argumento no me haya interesado especialmente sino simplemente porque no me parece tan rematadamente buena como se ha pregonado por ahí. Lo cierto es que no es el tipo de historias que (gratuitamente) le suponía al escritor. También es verdad que me falta la perspectiva del tiempo y que probablemente lo mejor sería dejar la reseña para dentro de dos meses, pero temo que para entonces: a) se me haya olvidado de qué iba, b) la idealice en el recuerdo, c) todo lo contrario. Venga, ahora en serio, que nos jugamos la pasta: es una novela interesante (esto -estoy casi seguro- es un cumplido); divertida unas veces, salvaje otras (divertidamente salvaje también) y con un ritmo ágil que no decae hasta pasado el ecuador (ups!). Lo que sí me parece digno de elogio es que el autor no se recree en secuencias que pueden resumirse en un párrafo o inferirse en capítulos posteriores, algo que me ha parecido, con diferencia, lo más destacable ya que nos evita el montón de páginas inútiles a las que nos tiene acostumbrados la narrativa actual que a falta de historia recurre a la verborrea. Me ahorré los ejemplos. Respecto a los personajes, bueno, así de entrada pueden parecer interesantes (alguno un tanto forzadamente) pero a medida que avanza la narración se van mostrando como unos seres bastante planos cuando no directamente más lisos que una tabla. 

Repasando el párrafo anterior me doy cuenta de que me ha quedado una reseña un poco bastante negativa, pero no es para tanto, créanme: en mi opinión “El jardín colgante” es perfectamente disfrutable si se rebaja el nivel de expectativas propio de los grandes estrenos y los tiempos de promoción. Lamento ser tan escueto (es un decir) pero la novela, al adscribirse al género de intriga política (etiquetemos, qué coño), no se presta a mucho comentario y cualquier cosa que yo les dijese incluiría por fuerza algo que no deberían saber. De hecho, y aunque no lo parezca, ya he dicho más de la cuenta. Bueno, en realidad yo siempre digo más de la cuenta pero confío que con la lectura diagonal les hayan pasado desapercibidos los detalles.



lunes, 2 de abril de 2012

“El asesino hipocondríaco” de Juan Jacinto Muñoz Rengel

La política [de este blog] de este año no está siendo tanto evitar las reseñas “malvadas” como las malas lecturas. Si el anterior fue el año de leer novedades a costa de todo (y todos) este es el de cuidar mínimamente la selección (sin dejar de darme el gusto de cometer algún pecadillo menor), regresar a los clásicos  populares, pasear por la postmodernidad… En la variedad está el gusto. Pero como no sólo de pan vive el hombre y sabiendo que uno no puede ir contra la propia naturaleza más de tres meses seguidos sin perder la cabeza, me estoy regalando quince días de novedades más o menos novedosas, más o menos conocidas, un poco por cambiar de aires y no acabar hasta los huevos de las circunstancias. Esta es la reseña de una de esas novedades que iré comentando a lo largo del mes. 

Déjenme que matice el párrafo anterior para que vean que no es una reflexión tan peregrina como parece: no ha pasado el tiempo de leer novedades sino el de leer novedades infumables, esto es: se acabó hacer determinados "esfuerzos” para llegar a la última página y de ahorrarme también el esfuerzo de compartir la experiencia. Al grano: el libro de Rengel lo empecé y lo terminé. Me duró dos días. Este es el mejor cumplido que puedo hacerle. De hecho este es casi el único cumplido que puedo hacerle. 

* * * * * * * * * * 

"El asesino hipocondríaco" trata, adivinen, sobre un asesino a sueldo, un hombre de una extricta moral kantiana (así se define él) que es, para más inri, hipocondríaco. Tachán. Así de apasionante, así de original. Nuestro protagonista tiene el encargo de matar a un completo desconocido, tarea a la que dedica demasiado tiempo por culpa de sus múltiples enfermedades que son como piedras en el camino de la profesionalidad. Quienes tengan algún hipocondríaco en la familia o entre sus amistades ya sabrán cómo va esto: son seres muy divertidos cuando se observan desde la distancia pero ya dormir con ellos cada noche de cada día es otro cantar. La novela de Rengel es divertida por eso: porque hay un tipo que padece chorrocientos males haciendo el ganso todo el rato que dura la novela que por cierto está construida a base de capítulos cortos en los que se intercalan breves biografías médicas –que acaba siendo casi lo mejor de la novela- de algunos escritores populares (Voltaire, Tolstoi, Proust, Descartes, Kant, Poe, Byron, Swift, etcétera) o el detalle de equis enfermedad cuando esta se presta a la comedia (o no): “El embarazo imaginario no es algo como para tomárselo a broma. No es nada de lo que burlarse, ni que pueda parecer divertido a nadie, y mucho menos a un profesional de la salud. Se trata de un trastorno somatomorfo, que tiene su origen en anomalías neurológicas en la zona cerebral responsable de la interocepción, y que conlleva dolencias somáticas múltiples en diversos sistemas orgánicos, incluidos algunos que se encuentran bajo el completo control del sistema nervioso vegetativo. Un trastorno somatomorfo puede afectar a sistemas como el cardiovascular, el gastrointestinal o el respiratorio. Y si su causa última se encuentra en una efectiva alteración fisicoquímica a nivel cortical, no entiendo por qué razón puede mover a la risa.”) Como la wikipedia pero en currado, vaya. 

Y ya está. Esta tiene que ser, por fuerza, una reseña breve ya que en la novela apenas ocurre nada que no sea seguir a un señor, lamentarse, volver a seguirlo, meter la pata, meter la pata, meter la pata, lamentarse, hablar de escritores, describir dolencias varias, etcétera, etcétera, etcétera y de ahí que haya estado a un tris de compartir este espacio con la reseña de otra novela también bastante chorras, que he acabado dejando para otro momento. “El asesino…” no se mueve, no conduce a ninguna parte, está ahí, disecada, en plan monotemático la mayor parte del tiempo abusando de sí misma. Es como un larguísimo monólogo del club de la comedia a la que se le ha añadido un final bastante previsible para no dejarla, además de tonta, coja. Resumiendo: la hilarante (a ratos sí a ratos no) historia de un tipo al que no le sale matar porque cada día es su último día y así no hay quien se concentre. Recomendada para tiempos muertos, visitas al baño y amantes de lo insustancial.


El horror




El pasado 26 de marzo, en sigueleyendo.es, se publicó un durísimo artículo firmado por Sanjuana Martínez que trataba el asunto de la pederastia en México a raíz de la reciente visita del Papa y la negativa de este a reunirse con las víctimas de los abusos o sus familias. Es un texto largo y, como digo, muy duro, exactamente 5.045 palabras de dureza extrema que pueden resumirse del siguiente modo: en México hay un montón, un buen montón de curas hijos de puta de violan niños de forma sistemática contando con el amparo de la jerarquía eclesiástica local, el silencio policial y el respaldo papal. Y cuando digo “amparo” quiero decir “amparo”, quiero decir “protección”, quiero decir “apoyo”, quiero decir que a quien pillan cepillándose o habiéndose cepillado a un niño no le pasa absolutamente nada, la misma “nada” que si se folla muchos muchos muchísimos niños.