jueves, 26 de diciembre de 2013

“El ruletista” de Mircea Cărtărescu

Cărtărescu es, para unos, el mejor escritor de Rumanía; para otros, un perfecto desconocido. Eterno candidato al Nobel. Carne de quiniela. En lo personal Cărtărescu es, desde hace un par de meses, una espinita que tenía yo clavada y que me he quitado con la lectura de este libro (que he elegido por breve y por esas cosas que tienen tanto que ver con las recomendaciones robadas en la red, y esa suerte de común acuerdo que se alcanza tan pocas veces sobre lo que debe ser una obra maestra).

Recuerdo haber visto, hará cosa de diez años (según imdb, no más de ocho), una película francesa llamada 13 Tzameti. Trataba sobre un chaval que iba algo escaso de dinero cuando daba por casualidad con la forma de entrar en un circuito de ruletistas (de ruleta rusa, se entiende). A cambio de jugarse la vida, se sacaba un buen dinerillo. La cosa era bastante aburrida, creo recordar, pero la idea de las apuestas y el juego en sí no estaba falto de interés. Lo que viene siendo una idea mal desarrollada seguramente porque la historia, que no merecía más de media hora, se alargaba hasta unos eternos 95 minutos. El director, Géla Babluani, repitió experiencia en las Américas cinco años después, en un remake protagonizado por Mickey Rourke y Jason Stathman que no llegué a ver.

No sé si el bueno de Babluani leyó el relato que Cărtărescu intentó publicar sin éxito (maldita censura) en 1989 y que no vio la luz hasta 1993 pero es de suponer que sí y es de suponerlo por varias razones: la primera es el tema (si obviamos ciertos detalles), la segunda es esa sensación de la historia estaba basada en un relato corto, tan corto como pudiera ser el de Cărtărescu que se lee en poco menos de una hora. En cualquier caso, leyendo uno y viendo el otro, queda claro lo que es un buen escritor y lo que es un mal director: es difícil no ser capaz de trasladar a la pantalla ni una sola idea interesante de las doscientas que hay entre las cincuenta o sesenta páginas que pueda tener el relato. (Vamos a evitar el recurso fácil de trasladar este ejemplo al plano exclusivamente literario de extensas novelas de contenido cero).



Pero estoy divagando.

En El ruletista un señor escritor muy mayor muy mayor muy mayor narra la historia de un hombre al que un día conoció, un pobre infeliz, un delincuente no especialmente inteligente, que de lo único que podía presumir era de tener muy mala suerte. Un buen día este escritor, tras perderle la pista, se lo vuelve a encontrar protagonizando el arriesgado deporte de ruletista. En el relato, inmediatamente detrás la figura de este sujeto-objeto está la del apostador, representado por hombres de nivel adquisitivo alto que se juegan en locales clandestinos la vida de otros hombres, generalmente pobres desgraciados que tienen ya muy poco que perder y sí, en cambio, mucho que ganar.

En el relato de Cărtărescu el ruletista alcanza un status como no se ha visto antes para alguien “de su clase”. Encadena éxito tras éxito y cada apuesta lo hace más y más rico hasta el punto de resultar incomprensibles las razones que lo llevan a arriesgarse más y más cada vez metiendo dos balas en recámara, tres, cuatro, cinco. Seis.

Personalmente me quedo, de entre todas las posibles lecturas, con aquella que habla del valor que muchos, con su desprecio, dan a la vida ajena: poco más que un pedazo de carne. El típico tema universal que, lamentablemente, nunca pasa de moda: los abusos que se permite el poder utilizando como excusa la economía. (Pilladito por los pelos, es verdad, pero me van a perdonar: últimamente se me acumula la indignación.)


jueves, 19 de diciembre de 2013

Recomendatorio salvaje [2010-2013]

Aprovechando que en Navidad el ambiente está cargado de buenos sentimientos y mejores intenciones, he pensado que no estaría de más publicar un post exclusivamente de recomendaciones, es decir, de aquellos libros que servidor disfrutó especialmente.

La cosa iba a quedarse en RECOMENDAR, nada más, pero cuando hice pública esta idea en Facebook, a una mente perversa se le ocurrió la maldad de invitarme a publicar también una lista de las PEORES lecturas. Lo que vendrían siendo recomendaciones en negativo. Y, claro, irrresistible tentación. 

Este post vendrá a ser el cielo, el purgatorio y el infierno de mis lecturas de los últimos cuatro años. Espero que disfruten tanto como yo he disfrutado aquello que fue y es, en mi opinión, digno de elogio. De igual modo espero que sean lo bastante prudentes para evitar aquello que no sirve ni para calzar una mesa. El Infierno está lleno de libros de los que no se me ocurre absolutamente nada bueno que decir.

Sólo tres cosas antes de empezar: Uno: el orden es de lectura, no de placer. Dos: he puesto, cuando ha sido posible, enlaces a las reseñas. (Esto incluye aquellas que no pasan de ser simples comentarios, como es el caso de "La niña del pelo raro"). Tres: el post incluye un regalito: una reseña inédita e inacabada de "La mala muerte" de Fernando Royuela. 


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EL CIELO

(Catálogo de (28) lecturas sobresalientes)


La niña que amaba las cerillas” de Gaetán Soucy
“Jakob Von Gunten” de Robert Walser
“Escuela de Mandarines” de Miguel Espinosa
“Ferdydurke” de Witold Gombrowicz
“Maestros antiguos” de Thomas Bernhard
“Ruido de Fondo” de Don Delillo
El gran cuaderno” de Agota Kristof
“1280 almas” de Jim Thompson
Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll
Ágape se paga” de William Gaddis
Memorias del Subsuelo” de Fiodor Dostoievski
Heldenplazt” de Thomas Bernhard
El plantador de Tabaco” de John Barth
Gótico carpintero” de William Gaddis
“Jacques, el fatalista” de Denis Diderot
El padre muerto” de Donald Barthelme
Los mutilados” de Hermann Ungar
El desierto de los tártaros” de Dino Buzatti
“Tala” de Thomas Bernhard
“La señora Bovary” de Gustave Flaubert
Correspondencia” de Thomas Bernhard
El valle de los avasallados” de Réjean Ducharme
Incendios” de Wajdi Mouawad
Stoner” de John Williams
Todo como antes” de Kjell Askildsen
Donde dejé mi alma” de Jerome Ferrari
“Mire el pajarito” de Kurt Vonnegut
“Asterios Polyp” de David Mazzuccheli

(Cuando escribo/publico este post todavía no he terminado el que va camino de ser el mejor libro de 2013: “JOTA ERRE” de William Gaddis. Conviene que lo tengan en cuenta.)


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EL PURGATORIO

(Catálogo de (50) lecturas más o menos NOTABLES. (*))



“Todo lo que muere” de John Connolly
“Homer y Langley” - E.L. Doctorow
Ventajas de viajar en tren” – Antonio Orejudo
“Los bosques de Upsala” - Alvaro Colomer
“Rimbaud, el hijo” – Pierre Michon
“El papel de mi familia en la revolución mundial” de Bora Cosic
Plop” de Rafael Pinedo
La niña del pelo raro” de David Foster Wallace
Chronic City” de Jonathan Lethem
Las primas” de Aurora Venturini
Padres, hijos y primates” de Jon Bilbao
“El vano ayer” de Isaac Rosa
El juego del mono” de Ernesto Pérez Zúñiga
“La mejor parte de los hombres” de Tristan García
Knockemstiff” de Donald Ray Pollock
“En la carretera” de Jack Kerouac
“Casa de muñecas” de Henrik Ibsen
“El mal de Portnoy” de Philip Roth
“El pato salvaje” de Hernik Ibsen
Mejillones para cenar” de Birgit Vanderbeke
Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued
Libertad” de Jonathan Franzen
el afilador de habitaciones” de celso castro
X” de Percival Everett
Sobre el teatro: artículos y cartas” de Antón Chéjov
Los incógnitos” de Carlos Ardohain
Astillas” de Celso Castro
“Pobre gente” de Fiodor Dostoievski (1) (2)
Dostoievski : las semillas de la rebelión, 1821-1849” de Joseph Frank
“Litoral” de Wajdi Mouawad
“Casa Desolada” de Charles Dickens
“Tríbada falsaria” de Miguel Espinosa
“La sonata a Kreutzer” de Lev Tolstoi
“El XIX en el XXI” de Christopher Domínguez Michael
“La mala muerte” de Fernando Royuela (hacer clic para leer la reseña inédita)
Desventuras de un fanático del deporte” de Frederick Exeley
Conversaciones con David Foster Wallace” de Stephen J. Burn
La herencia colonial y otras maldiciones” de Jon Lee Anderson
El niño que robó el caballo de Atila” de Iván Repila
La vida para principiantes” de Slawomir Mrozek
“Limónov” de Emmanuele Carrere
“Muss / El gran imbécil” de Curzio Malaparte
“El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” de Charles Bukowski
Pancho Villa toma Zacatecas” de Taibo II y Pablo Ignacio
Un hombre soltero” de Christopher Isherwood
“La senda del perdedor” de Bukowski
“Las enseñanzas de Don B.” de Donald Barthelme
“El ruletista” de Mircea Cartarescu (reseña inminente)
Epiléptico” de David B.
La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski


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INFIERNO

(Huyan.)


“Fin” - David Monteagudo
“En lugar seguro” – Wallace Stegner
“Dios ha muerto” – Ron Currie
“España, aparta de mí estos premios” de Fernando Iwasaki
“Hilo musical” - Miqui Otero
El apocalipsis de los trabajadores” de Valter Hugo Mae
Celecanto” de Jimina Sabadú
Nocilla Dream” de Agustín Fernández Mallo
“Richard Yates” de Tao Lin
Los enamoramientos” de Javier Marías
Lágrimas en la lluvia” de Rosa Montero
Acceso no autorizado” de Belen Gopegui
“Mi gran novela sobre la Vaguada” de Fernando San Basilio
Alma” de Javier Moreno
“Pigmeo” de Chuck Palahniuk
Diario de las especies” de Claudia Apablaza
Signatura 400” de Sophie Divry
La mano invisible” de Isaac Rosa
Un día me esperaba a mí mismo” de Miguel Angel Ortiz Albero
Setenta acrílico treinta lana” de Viola di Grado
“La jaula” de Javier Serrano
El asesino hipocondríaco” de Juan Francisco Muñoz Rengel
Los inmortales” de Manuel Vilas
Robar en American Apparel” de Tao Lin
¡Maldita sea!” de Ainhoa Rebolledo
Erasmus, orgasmus y otros problemas” de Carlo Padial
El joven vendedor y el estilo de vida fluido” de Fernando San Basilio
Habitación 804” de Marcus Versus
Las flores de Baudelaire” de Gonzalo Garrido
Chatarra” de Daniel Ruiz García
Asco” de Jose Angel Barrueco
“Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tratactus” de Agustín Fernández Mallo
Saliendo de la estación de Atocha” de Ben Lerner
Genio de extrarradio” de Sergio C. Fanjul
Los años de lluvia” de Jesús Esnaola
Polvo en los labios” de Montero Glez.
Yo precario” de Javier López Menacho
Los ojos de los peces” de Ruben Abella
El libro de los pequeños milagros” de Jacino Muñoz Rengel
Hijos apócrifos” de Víctor Balcells Matas
Por si se va la luz” de Lara Moreno
La habitación oscura” de Isaac Rosa



(Nota: en todos los casos, el orden es exclusivamente de lectura.)
(*) No están todos los que son, pero sí son todos los que están. El gris tiene muchos matices; esta lista no pretende recoger y clasificar TODAS las lecturas de estos años, pero sí destacar aquellos a los que sí creo que vale la pena dedicar unas horas. 

“La mala muerte” de Fernando Royuela

“La mala muerte” cuenta la historia de un enano. Esto lo digo para atrapar a los aficionados al circo que visitan este blog, que se cuentan por millares y no paran quietos ni un minuto. También porque sufro el bloqueo del redactor y pienso que escribiendo soplapolleces me vendrá la inspiración. A ver. “La mala muerte” es la Gran Novela de Fernando Royuela, aquella que hay leer si uno quiere leer algo de Royuela sin tener que arriesgar. Dicen que de los muertos sólo hay que leer las mejores novelas. (Las otras también, pero de otra manera, añaden.) Royuela no está muerto pero no veo porqué no podemos aplicar el mismo criterio a los vivos que colean. 

Retomando: “La mala muerte” es una más que interesante novela, tanto que la pueden empezar sin ganas y engancharse igualmente sin remedio en apenas media hora. Doy fe. Además el narrador -el propio enano que cuenta su vida- es bastante hijo de puta y todo el mundo sabe que las novelas de enanos hijos de puta no pueden defraudar si no es esforzándose mucho. Esta no lo hará, ya se lo adelanto, a no ser que sean ustedes de esos que odian a los enanos. Definitivamente “La mala muerte” es una de las mejores novelas españolas que leí en 2012 y que sirvió además para reconciliarme con el escritor después de aquella cosa llamada “Cuando Lázaro anduvo” que probablemente nadie recordará dentro de diez años de puro tonta.

«Sé que usted ha venido a regocijarse con el espectáculo de mi muerte, lo he constatado en la herrumbre de sus ojos, en el verdín de su curiosidad, pero ya no temo la inexistencia. Dicen que en el vértice exacto de la muerte las escenas vividas se reproducen vertiginosas lo mismo que los fotogramas de una película. Dicen que una vez vistas la consciencia acaba. Puede que sea cierto y esté asistiendo en este momento a la contemplación precipitada de un pasado nebuloso de recuerdos. Las semblanzas de los muertos advierten de la persistencia del espíritu y ayudan a los vivos a desbrozar las incógnitas que acaso les provoca el saberse finitos. Ese será mi magisterio. Lo demás nada importa; es entretenimiento o incertidumbre.»

[La reseña se interrumpe aquí y así se va a quedar. A un clic, encontrarán la razón de su publicación.]



martes, 17 de diciembre de 2013

“Constructores de monstruos” de Javier Tomeo

Hoy toca comentar una lectura de hace dos meses. Me van suponiendo injusto en grado sumo y relativizan todavía más el caso que me suelen hacer. Gracias.

La novela, corta cortísima, cuenta la historia de un creador de monstruos y su ayudante en un mundo en el que existe la figura del creador de monstruos y en el que éste tiene ayudantes. Como en la vida misma el jefe no es el más listo ni el ayudante el más tonto sin ser ninguno de los dos nada del otro mundo o más bien sí, pero de uno bastante peculiar. Imaginen un viejo castillo, viejas maneras, ladrones de cadáveres y gente sin demasiada experiencia pero con mucha voluntad. Es como el colegio de Harry Potter pero en versión Frankenstein y protagonizado por un Gabino Diego en sus peores momentos.

Es decir, que va de esto: en el siglo XIX en un castillo alemán situado junto a un cementerio, un cabezón, un cabezoncito y un enano coinciden en la creación de un monstruo aterrador, al que llamarán Karolus, encargado por el tío del primero para meter en cintura al populacho. Esto le sirve de excusa a Tomeo para plagarlo todo de reflexiones varias a cual más boba, intrascendente y mil veces vista (ver ejemplo en la siguiente cita) pero sobre todo para hacer un poco el ganso y para poder hacer de sus protagonistas seres por sí mismos monstruosos.

—¿Te parece necesario que Karolus sea feo? —me pregunta.
Le contesto que los monstruos, por definición, tienen que ser feos, asimétricos y deformes. Eso es, por lo menos, lo que se espera de ellos y lo que aconseja el manual.
—Si no lo fuesen —añado—, ya no serían monstruos y no nos servirían de consuelo.
No entiende lo del consuelo, así que le explico que si en este mundo hay monstruos es para que nosotros, que también estamos en él, nos consolemos pensando que podríamos ser peores de lo que somos.
—¿Qué significa nuestra pequeña fealdad cotidiana comparada con la de un buen monstruo?

Poco o nada interesante novela si no es vista a través de otras lecturas del autor. Y de humor, justita. Una cosa es cierta: como creador de personajes, digamos, peculiares, Tomeo termina de la mejor de las maneras posibles: haciendo protagonistas a otros que son, como él, constructores de monstruos. Lo absurdo del planteamiento y resolución lo suponen ustedes inevitado. La putada es que no sabe a nuevo, a original ni a interesante. No sabe a nada. O sí. A tiempo perdido.



miércoles, 11 de diciembre de 2013

“Del color de la leche” de Nell Leyshon

Les presento a Nell Leyshon.

Leyshon es inglesa, mujer, fundamentalmente dramaturga y ocasionalmente novelista. Eso en su tierra. Aquí, hasta hace poco, no pasaba de completa desconocida. Sexto Piso edita su última novela. Esta novela, la de la foto de la izquierda. Empieza así:

éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.
en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas, veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos, veo los árboles y veo las hojas, y cada hoja tiene venas que la recorren, y la corteza de cada árbol tiene grietas, no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche, me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre, eme. a. erre, i griega, así es como se escribe.
quiero contarte lo que ha pasado pero tengo que tener cuidado de no apresurarme como hacen las vaquillas en la entrada, porque entonces iré por delante de mí misma y puedo tropezarme y caerme y de todas maneras tú querrás que empiece por donde se debe empezar.
y eso es por el principio.

La protagonista, Mary, tiene quince años y un carácter que para sí lo quisieran muchos. Vive para trabajar en una granja miserable con sus hermanas, sus padres y el dulce abuelito. Desde que sale el sol hasta que se pone, todo es currar como una cabrona. Su padre es un tirano que las trata como a mulas y las quiere incluso menos. Él lo que quería era un varón. Mary era, antes de nacer, la última esperanza, en cambio nace como nace y no solo eso: nace albina; del color de la leche, para ser exactos. Amén de encantos, también arrastra una cojera. Es un caso, la Mary. Hablando de casos; el caso es que su padre la cede al párroco a cambio de unas monedillas, para lo sea menester o tenga el señor a bien. Ella, que es muy resuelta y dura como un tojo (la típica ignorante que deviene en simpática sin quererlo), caerá en gracia enseguida al párroco y a su mujer. Será la sal de sus aburguesadas vidas de mierda.

Pasan más cosas, claro, pero tampoco es plan de contarlas todas. Bastante he dicho ya.

¿Qué tiene la novela para venir hoy aquí a defenderla? Fundamentalmente un estilo narrativo muy cercano al del “El gran cuaderno” de Agota Kristoff (aquí) y, si me apuran (no me apuren, se lo ruego), a veces, por momentos, si se presta mucha atención se pueden escuchar ecos de "La niña que amaba las cerillas" de Gaetan Soucy (aquí), que como cumplido ya no está mal. Esas frases cortas, ese limitarse a dar la información estrictamente necesaria; esa parquedad, esa sequedad, ese ir siempre al quid de la cuestión; ese no necesitar 400 páginas para contar lo que se pueden contar en 150. Eso tiene, que no es poco. Nada de hablar de la flora y la fauna, la incidencia de los rayos de sol o el efecto de los rayos gamma en las margaritas. Nopis. Aquí se cuenta lo que se cuenta y lo que no se cuenta se supone o directamente no importa. Hay una razón para esto: Mary, al igual que es resto de familia, es analfabeta. Era, más bien. La novela está escrita por ella, ya lo han visto, por lo que en algún momento (que sí, claro, está en la novela) Mary aprende a leer y a escribir.

escribir lleva mucho tiempo, hay que deletrear y copiar cada palabra encima de la página, y cuando termino tengo que volver a mirar para ver si las he elegido bien.
y algunos días tengo que pararme porque tengo que pensar en qué es lo que tengo que decir, y en qué es lo que quiero decir. y en por qué lo estoy diciendo.
y tardo más tiempo en escribir sobre algo que ha pasado que lo que tardó en pasar.
pero tengo que escribir rápido porque no tengo mucho tiempo.

Y es por eso, porque Mary no tiene mucho tiempo, por lo que se prescinde de todo artificio y decoración, incluyendo las mayúsculas. Lo que queda es una historia, que puede gustar más o menos, y una voz, la de Mary, que no es una voz cualquiera. Y, si quieren, un final impactante, pero esto es, en mi opinión, lo de menos. Prefiero la escalada a las vistas desde la cumbre.

Al señor de este blog le gustan unas veces las historias que van al grano y otras veces las que enredan y juegan a ser laberintos desatados, pero lo que siempre le gusta, al señor de este blog, es que le seduzcan, y Leyshon, al menos la forma que tiene Leyshon de contar esta historia, lo hace.



lunes, 9 de diciembre de 2013

“Todos los crímenes se cometen por amor” de Luisgé Martín

1

Leo este libro entre los días 24 y 26 de septiembre de 2013. Lo abro, lo leo, lo cierro. Lo guardo. Me digo: vamos a darle un par de días, a ver qué queda. Después lo olvido. Un poco voluntariamente y otro poco no.


2

14 de octubre (fecha estimada) empiezo la reseña. Escribo esto:

Supongo que lo mejor que se puede decir de un libro es que se ha disfrutado con su lectura. Luego están los matices, las exageraciones. Las concesiones. Supongo que lo mejor que puedo decir de este libro es que disfrutado con su lectura. Ahora vienen los matices, las exageraciones. Las concesiones.

Lo he dicho muchas veces: de Luisgé me quedo con la prosa y seguramente también con los planteamientos de sus novelas, que es lo que hasta ahora había leído. Sus libros no se caen de las manos, pero precisamente por eso dejan el regusto amargo de lo que podía haber sido, y la pregunta en el aire de porqué no pudo ser, qué es eso que le falta o qué es eso que se sobra y que evita que cuaje la mezcla. Seguramente un formalismo excesivo, pienso ahora mientras escribo esta entrada, la continua sensación, durante la lectura, […]

Durante mucho tiempo, no escribo nada más.

3

El 15 de noviembre vuelvo a intentarlo:

Por más simpatías que despierte un libro en algún momento hay que reconocer que algo falla.

Tal día como hoy, 15 de noviembre, recupero la intención de reseñar esta recopilación de relatos. Decido tomármelo en serio, tanto como sea posible. Tanto como para llevar el libro a dar un paseo. Tanto como para releerlo, por aquello de ser, ya que no objetivo, sí, al menos, medianamente justo. Tampoco es plan de inventarse la reseña.

El caso es que dejo lo que estoy leyendo (Gaddis, joder, nada menos) y vuelvo a meterme en los cuentos de Luisgé. Quiero recodar, por lo menos, el argumento de alguno de ellos. De todos, si puede ser. Tengo plena confianza en que así será. 

No, no es verdad; no la tengo.

Voy la mitad, tal vez algo más, cuando se confirman los temores: recuerdo menos de lo que esperaba. Bastante menos. No pretendo culpar de mi mala memoria al bueno de Luis. Me sigue gustando mucho su forma de escribir. Esto no es nuevo, ya me ocurría con sus novelas pero al menos de ellas sí queda algo. Y aquí es a dónde quiero ir a parar: leo a Luisgé porque más allá del argumento de sus historias (ahora vamos con esto) disfruto leyendo a Luisgé. ¿Se trata de eso? ¿Es suficiente con eso? Seguramente no.

Luisgé representa la sobriedad. 

«Reflexioné durante algunos días acerca de todo lo que me había dicho y hablé de ello con mi esposa, quien, después de unos instantes de duda, me animó amorosamente a obedecer la recomendación clínica. Me confesó que también ella me encontraba desde hacía tiempo abatido y melancólico y que había llegado a pensar, afligida, que quizá la causa de todo ello era nuestra relación sentimental, relación que, aunque no atravesaba ninguna crisis, se había encaminado ya por los rumbos de la parsimonia y la costumbre que tarde o temprano gobiernan todos los matrimonios. Ella, que trabajaba en una agencia de publicidad, no podía tomarse vacaciones fuera de temporada, pero me invitó a que me marchara solo a algún lugar bucólico y soleado en el que recobrarme de mis tribulaciones. Me aconsejó, incluso, que viajara a la isla de Capri, de la que yo, que había estado allí hacía muchos años, antes de conocerla a ella, hablaba siempre con una especie de añoranza melindrosa.»

Prosas aparte, están las historias. Luisgé habla de cosas que son perfectamente posibles. Nada de unicornios. Fantasías, las justas. Habla del día a día de ser uno mismo. Habla de, por ejemplo amores fatales, de los que matan o mueren, según toque. Un hombre viaja, cree que se enamora, cree que puede matar a su mujer por ese amor. La fantasia en los relatos de Luisgé está en despeñar a la parienta por un barranco. En otro relato dos cuñadísimos ocultan su relación de amor toda la vida. A quién no le ha ocurrido eso alguna vez. Hay cuentos de hombres malvados que matan inocentes que sueñan con volver a su casa, ese lugar que sólo dos días antes soñaban abandonar para siempre. Hay también cuentos que hablan de esas cosas que les gustan tanto a los escritores: ficciones sobre ficciones y libros de fondo. Relatos que no deberían salir de un circuito cerrado exclusivo del gremio.

Tal vez un ejemplo perfecto de este realismo de Luisgé se encuentre en un relato llamado “El otro” donde se recupera, por enésima vez, la figura del doble. Luisgé elimina el habitual componente fantástico del relato dejándolo simplemente en un hombre que es confundido con otro por una tercera persona. No pasa nada: se investiga y se resuelve el misterio. Y tan felices.

La normalidad. 

Luisgé habla de cosas que pueden ser y seguramente son y por más que lo haga con una corrección digna de elogio transmite, al lector, una falta de pasión que no invita a coger el ordenador para emitir, no digamos ya una “nota de urgencia” [ejemplo], sino al menos una reseña, aunque sea pequeña, aunque sea la más triste y aburrida del mundo. Un piensa, cuando termina el libro, ah, qué bien y luego lo cierra, elige otro y sigue leyendo.

Decido no terminar la relectura de los relatos de Luisgé. Quizá en otra ocasión. Total, qué más da.


martes, 3 de diciembre de 2013

“El consejero” de Cormac McCarthy

No sé ni por dónde empezar.

¿Por el argumento? Venga, va.

“El consejero”, que es como conoceremos al protagonista, es un abogado que decide meterse en cosas de drogas sin tener mucha idea del asunto. Un amigo, todo un personaje, un delincuente con cierta experiencia le dice que se ande con ojo, que los mexicanos son muy chungos, que no perdonan los errores. Que a ver si la va a cagar. No se lo puede pintar más negro ni dejar más claro. El consejero tiene otro amigo (Bardem), que tiene una novia que es más lista que un ajo (Díaz), que también entra en el negocio. 

La cosa irá de esto: todo sale mal. El típico enredo de drogas, de mafiosos furiosos y de las consecuencias que esto tiene. Ya sabemos cómo se las gastan en la frontera. Será que no hemos visto películas. Con esto Elmore Leonard seguro que se hacía una novelita la mar de chusquiña; McCarthy, en cambio, escribe un pequeño guión de unas 130 páginas que no merece ni una décima parte de la atención que está recibiendo (empezando por la mía y siguiendo por la de ustedes que no sé qué demonios hacen aquí todavía) y que si no fuese porque la versión cinematográfica está dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Javier Bardem, Penélope Cruz, Brad Pitt, Cameron Díaz y Michael Fassbender esto hubiese acabado en cajón del editor de Mondadori, al que parece que se la han vuelto a meter doblada (y van…).

Todo es una estupidez, empezando por el personaje de Pe, la alelada prometida del consejero, que tiene cuatro líneas de diálogo, la mitad de los cuales son para decirle al machaca te quiero mucho hoy no me pondré bragas y la otra mitad para explicarle a la Díaz lo que hay que hacer para confesarse porque, esto es apasionante, para ella la religión es muy importante (detalle con el que, supongo, quería darle McCarthy cierta profundidad al personaje). Y no se lo pierdan: existe, sí, existe la escena en la que Cameron, más chula que un ocho, quiere probarlo y de hecho lo prueba y de hecho acaba enfadando a un sacerdote con su impertinencia, que parece que algunas no sepan hablar nada más que de follar o matar. Esto en un guión de 130 páginas es como para castrar al guionista y hacer una snuff movie con él.

Otra de las secuencias maravillosas es aquella en la que Bardem cuenta la historia de cómo un día su novia, Cameron, se folló, literalmente, su coche. Incluye orgasmo. O aquella en la que Fassbender compra un diamante, y se nos da a los lectores detalles sobre las peculiaridades de las piedras preciosas. Dos páginas para mostrarnos lo generoso que es el chaval. Como si no hubiera mejores cosas que contar.

Si es que ni apetece hablar de ella.

Al final todo queda en un puñado de diálogos insustanciales a la par que vergonzantes y una trama que, planteada seriamente, no daría ni para media hora, incluyendo dos pausas publicitarias y una para mear. Una trama que, por cierto, abusa de todo cuanto cliché se pueda abusar. 

No se me ocurre manera más tonta de perder el tiempo que leer esta cosa. No digamos gastar el dinero en ella. No digamos, ya, hacer una película.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Entrevista a El señor de Tongoy.«Lo hago por tocar los huevos a los demás»

No debería decir nada, pero ya de perdidos, al río. Sin su permiso, antes de la siguiente reseña, les dejaré algunas preguntas de una pequeña entrevista que me hicieron hace unos días para Tanyible, un portal de ebooks y tal. Al final encontrarán un link a la versión completa, sin censura.


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¿Por qué escribe sobre libros? ¿No le gustaría más hablar de fútbol, cine o pornografía? Solo por poner unos ejemplos de cosas aparentemente más divertidas.

La pornografía soy más de comentarla en directo y creo que el fútbol debería estar prohibido por ley. Escribo sobre libros porque lo que hago en mi tiempo libre es leer. Cuando me dé por otra cosa, lo sabrán. O no.


Le han acusado de leer sólo aquellos libros que sabe de antemano que le van a desagradar, que lo hace por el placer de ponerlos luego a parir en su blog. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación?

Hay tanto de cierto como de falso. Leo libros que creo que no me van a gustar por muchas razones: para tener argumentos a la hora de defender cierta postura, por ejemplo, o para tratar determinada cuestión, pero sobre todo por curiosidad y porque solo me fío de mi propio criterio. O para ver qué se cuece por allí o por dónde se mueve la editorial equis. También para descartar. Si alguien recomienda encarecidamente un libro que luego, según compruebo personalmente, resulta ser una mierda, ya sabré de quién no puedo volver a fiarme. Por otro lado, estamos mal acostumbrados. Un mal libro merece los palos tanto como un buen libro merece los besos. No hay deporte más divertido que aquel que se practica con crueldad. Los que protestan por las reseñas negativas de la medicina son, muchas veces, los mismos que no tiene problema en decir públicamente en las redes sociales que Gravity, por poner un ejemplo reciente, es una mierda pinchada en un palo, como si el trabajo de dos años de quinientos profesionales no mereciese el mismo respeto que un librito de tercera.

¿Le gusta leer?

No. Lo hago por tocar los huevos a los demás. La verdad es que odio la literatura. A mí lo que me gusta es cabrear a la gente y he descubierto que, después de privatizar la sanidad, esto es lo que más.

Por los mentideros de internet se dice, se comenta, que en el colegio los compañeros se reían de usted y que de ahí el blog, para vengarse. ¿Tiene usted amigos?

Sólo en Facebook ya tengo demasiados. De los de verdad, me quedan dos. No, uno. Creo. Mierda, ya no sé. ¿Le importa si hago una llamada?

¿Reconoce ser adicto al feedback? ¿Qué siente cuando su blog alcanza los mil visitantes en un solo día?

Reconozco haberlo sido. Ahora mismo me da un poco igual. Cuando monté el blog me marqué el objetivo de llevar a las 60 visitas diarias. Lo que siento cuando llega a las cuatro cifras es que la gente está como una cabra. En mi opinión, a partir de la segunda visita ya se tienen demasiadas.

¿Qué opinión le merecen los trolls? ¿Son acaso la sal y la pimienta de un blog como el suyo?

Troll es todo aquel que viene a dinamitar un blog recurriendo al insulto o a la mentira. Por lo tanto, su intención, su única intención, es provocar una reacción. Si lo consigue, misión cumplida. Aquellos que se ofendan por lo que diga un troll deberían hacérselo mirar. Permítame un ejemplo. Hace muy poco alguien publicó en los comentarios del blog de La Patrulla de Salvación una lista de nombres que, aseguraba, correspondían a comentaristas habituales de La Medicina (ni que decir tiene que este dato no lo puedo tener ni yo). A las pocas horas, recibí un email de alguien cuyo nombre aparecía en esa lista (y con el que no tengo relación) preguntándome si pensaba hacer algo al respecto, tipo desmentirlo, puesto que como YO bien sabía, ÉL no comentaba NUNCA en MI blog. Pasando por alto lo que tiene de ofensivo la petición, YO, que otra cosa no, pero educado soy un rato, le contesté que algo diría (y, de hecho, lo hice), pero en el fondo lo que pensaba, y lo que sigo pensando, es que si tengo que desmentir cada soplapollez que se dice sobre mí o sobre lo que ocurre en La Medicina, apaga y vámonos. La gente debería hacer algo más que fingir que es inteligente; debería demostrar que lo es, empezando por darle a las cosas la importancia que tienen.






viernes, 29 de noviembre de 2013

Resumen de lecturas NOVIEMBRE 2013

Había puesto yo muchas esperanzas en este mes. Demasiadas. Al final ha resultado ser flojete. No tanto por la calidad de las lecturas (de esto no me quejo) como por la cantidad. Pero el tiempo es el que es.

Empezó con dibujitos, concretamente con la magnífica y estupendísima "Asterios Polyp" de David Mazzuccheli (sin sentido). Anótenla como primera recomendación. Asterios Polyp es un comic de unas 300 páginas que se lee en dos sentadas. No podrán evitarlo. No me ocurre todos los días que no soy capaz de soltar un libro. La cosa va de dualidad (no me obliguen a escribir ahora la reseña): un engreído y narcisista arquitecto de unos cincuenta años que ejerce la enseñanza y que no ha visto materializarse ni una sola de sus creaciones toca fondo. Su vida ya era un desastre cuando se le quema la casa por lo que se larga, sin decir nada a nadie (¿a quién se lo iba a decir?), a un pueblucho de mierda donde comienza a rehacer su vida y desde donde asistimos a la reconstrucción de su pasado a golpe de recuerdo. Incluye una tierna historia de amor de las que no hacen vomitar. Anoche empecé su relectura. Ya les contaré con más detalle. 

Lo siguiente fue la para muchos esperadísima nueva novela de Eduardo Lago, "Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee" (Malpaso). De esta ya escribí reseña. La pueden consultar, está por ahí. (clic). Inmediatamente después empecé y terminé "Las enseñanzas de Don B." de Donald Barthelme (Automática) es… bueno, es Barthelme. ¿Qué puedo decir? Humor y tal. Hay un mínimo de calidad garantizado. Tengo la reseña pendiente de escribir pero antes quiero volver a echarle un ojo al libro. En diciembre les cuento. 

"El ruletista" de Mircea Cartarescu (Impedimenta). Recomendadísimo y efectivamente muy interesante relato corto de uno de esos eternos candidatos al premio Nobel, en este caso rumano. No les haré perder el tiempo ahora porque de este sí hay una reseña escrita que, si nada lo remedia, será la siguiente que salga. 

Después fue el turno de "La casa de hojas" de Mark Z. Danielewski (Pálido Fuego y Alpha Decay). Miento, en realidad empecé “Jota Erre” de William Gaddis (Sexto Piso), pero lo interrumpí en la página doscientos y pico, primero por cuestiones prácticas (tomazo) y segundo por puro enganche a la de Danielewski. Con “Jota Erre” estoy ahora mismo y de “La casa de hojas” me niego a decir ni una sola palabra más. Ya tienen, si quieren, una aproximación aquí (clic) y una reseña aquí (clic-clic)

Para descansar la vista, volví a los dibujitos. Después del buen sabor de boca que me había dejado el mes pasado la inquietante “No cambies nunca” de David Sánchez me atreví con la que es, era, creo, su primera obra, “Tú me has matado” (Astiberri). Bueno, tengo que decir que me gustó bastante menos. Visualmente es clavadita, pero argumentalmente no tiene la fuerza de la otra, seguramente porque se entiende mejor, que es una cosa que a veces desmerece el resultado.

A continuación "Historias de barrio" de Gabi Beltrán con dibujos de Bartolomé Seguí (Astiberri), que me fue recomendado un poco por casualidad y otro poco no, es una recopilación de “anécdotas” de Gaby Beltrán de jovencísimo. Es el dibujo de un lugar (un barrio) muy concreto y de una época también muy concreta que a la vez es todos los lugares y todas las épocas. Normalita, tirando a interesante. Ideal para nostálgicos.

"El consejero" de Cormac McCarthy (Mondadori), es el guión (no una novela) de la película de Ridley Scott de reciente estreno. Es infumable. La película no lo sé, pero el libro, seguro. Mala no, lo siguiente. Una chorrada como un piano. No me voy a extender. En unos días saldrá la reseña. 

Y ahora, diciembre.



Avance de DICIEMBRE

Acabaré enseguida. El mes se presenta tranquilo. Dudo mucho que la media de lectura de diciembre llegue a las mil páginas, por lo tanto, cualquier previsión que haga deberá ser interpretada como una fantasía. 

El plan es terminar (jajaja) “Jota Erre” de William Gaddis pero, tal como comentaba antes, no es un libro especialmente cómodo y yo soy mucho de leer en cualquier parte. Por lo tanto, para esos momentos de caña y terracita me llevaré “La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytoon, “Las bellas extranjeras” de Mircea Cartarescu y el que empecé ayer: “Pobres magnates” de Thomas Frank.

Tengo también empezado “Memorias del subsuelo” de Dostoievski, la reedición de Sexto Piso con ilustraciones de Jorge González, pero acompaño su lectura con la parte en que se hace referencia a esta novela en el tercer tomo de la biografía de Joseph Frank y claro, esto va a llevar su tiempo porque una cosa me está llevando a la otra y no sé dónde voy a acabar.

En el apartado dibujitos, tengo por casa “Ice Haven” de Daniel Clowes, para los momentos tontos. Por otro lado, mi hija me ha pedido por favor por favor por favor que le cuente Moby Dick. Que me lea el libro, de una vez, por favor, papi, y se lo resuma. No sé qué perra le ha entrado con Moby Dick ahora pero el caso es que, para evitar su lectura (este mes, quiero decir), he pensado echar mano de la versión gráfica que publicó Sexto Piso no sé cuándo y que hoy, sin falta, sacaré de la biblioteca (se trata de “Moby Dick” de Jean Rouaud y Denis Deprez). 



miércoles, 27 de noviembre de 2013

“La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

Generalmente las aproximaciones (ver aquí) me quitan las ganas de escribir las reseñas. Esta no es una excepción, pero lo prometido es deuda. 

“House of leaves” (traducido como “LA casa de hojas”) se publica en el año 2000 y desde el primer momento se presume prácticamente intraducible. Sobre los costes de traducir semejante trasto flota la idea de estas rarezas sólo las compran dos. O doscientos, da igual; los que sean siempre parecerán insuficientes a la hora de recuperar una inversión como esa. Y así fue. Durante mucho tiempo, la traducción de "House of leaves" fue, para los que no dominamos el inglés, un sueño que alimentábamos con la búsqueda de imágenes (sobre todo IMÁGENES) del interior. Luego veremos alguna.

Y un buen día llegó Pálido Fuego. Y dice la leyenda que se encontró con Alpha Decay en la sala de espera. Cómo será esta novela que me ha obligado a romper mi palabra de no volver a reseñar nada que publiquen ambas editoriales. Esto, si lo digo, no es para calentarle la cabeza a nadie, sino a modo de cumplido. Me quito el sombrero y no me lo vuelo a poner. La edición (a excepción de la desafortunada elección de la portada (ver post anterior)) es sencillamente MAGNÍFICA.

Al tema.

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“La casa de hojas” es una novela de terror. Eso ante todo. El argumento, grossísimo modo, es el siguiente:

El joven Johnny Truant es un elemento que un buen día, gracias a su buen amigo Lude y por la razón que sea, da con un baúl que contiene un manuscrito de viejo ciego llamado Zampanó que muere en extrañas circunstancias. El manuscrito hace referencia al “expediente Navidson”.“La casa de hojas” es el montaje que Truant hace con las notas de Zampanó y su propia aportación en forma de anotaciones (todas a pie de página) que un buen día manda a unos editores (que a su vez incluyen sus propias notas). Es decir: Truant recoge la información de Zampanó, es decir, una análisis sobre la particular experiencia que vivió la familia Navidson en una casa.

Parece un lío y sí, lo es, pero no demasiado.

El expediente Navidson. Recién trasladados a su nuevo hogar, aparece, un bien día, una puerta en el salón. La puerta conduce a un pasillo OSCURO ora de tres metros ora de quince. Donde está el pasillo, debería haber campo. El pasillo tiene una puerta. La puerta da a otro pasillo, a otra puerta, a otro pasillo, a otra puerta. Etcétera. Da a una gran sala. Da una escalera. (Ver portada). Acompáñese de oscuridad total. Total. De ausencia de ruido, de viento. Acompáñese de un frío glaciar. Acompáñese de espacios que se reconfiguran solos. De distancias variables. 

El expediente Navidson (1) habla de una grabación detallada de la investigación que el propio Navidson, con ayuda de una serie de personas, lleva a cabo para tratar de entender qué coño es eso que ha aparecido en su casa y de dónde demonios sale. Y a dónde lleva.

Ese es el argumento. Una parte, al menos. La novela tiene 736 páginas. Podríamos entrar en detalles y nunca estaríamos detallando suficiente. Como buen “informante”, Zampanó detalla minuciosamente cada momento del video, lo acompaña de extractos de los numerosísimo estudios que se han hecho sobre él. Todo lo que cabe en la novela está en la novela y por si no era suficiente, Truant, el descubridor del manuscrito, se empeña en meter, en los pies de página, su particular experiencia durante la lectura del informe , una experiencia que, les adelanto, tiene muy poco de feliz, por más que el tipo se pase media novela borracho y follando.


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Me estoy liando pero es que la puñetera invita a ello. Dos palabras más y vamos a las conclusiones.

Más allá del argumento, está la forma, que es lo que realmente hace esta novela tan especial y tan difícil de replicar en otro idioma. La novela se retuerce. Se complica. Se unen, al detalle del expediente, columnas de información aparentemente inútil pero que, en cierto modo, cumplen una importante función. Otras veces el texto se estrecha, la página queda casi en blanco o bien el texto se da la vuelta, se refleja como en un espejo o cae en cascada. Utilicen la imaginación. Para los que no tengan, aquí una fotito robada de la red. Y ya. Si sienten curiosidad, seguro que dan con la manera de encontrar más fotos en Google. 



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A mí, personalmente, me sobra media novela. Concretamente TODO lo que tenga que ver con Truant. El tipo tiene su aquel, pero lo realmente apasionante de la casa de hojas es la casa de hojas, ¡no lo que el susodicho siente o padece por la lectura dichosa! Me importan un comino las claves que oculten sus notas o los juegos a qué invitan (que son unos cuantos), al final lo que queda de él es pura anécdota mientras que el expediente Navidson, todo aquello que escribió el cegato de Zampanó, es, quitando episodios puntuales, apasionante. Sería un novelón si, conservando la alocada estructura, Danielewski le hubiese metido un buen tijeretazo al, digamos, artefacto. Y cuando digo bueno, quiero decir buenísimo. Quiero decir generoso en extremo. Pero supongo que la idea de incluir diferentes tipografías en los pies de página, y más notas que vienen de esas notas, y mandar al lector al apéndice uno o el dos o el B o X, supongo que todo eso de enredar y enloquecer la novela, era demasiado irresistible. Y sí, se entiende, pero también se sabe innecesario. 

Es por culpa de esto que lo que podía haber sido una novela sobresaliente se queda en notable. Con todo, la casa de hojas es una magnífica historia de terror y aventuras que no necesita de fantasmas ni de psicópatas ni de niñatas pelonas saliendo del televisor para crear una atmósfera aterradora y para mantener la tensión durante todo el viaje, un viaje que, obviando a Truant, se hace incluso corto, que ya es decir. Con esto no quiero decir que sea especialmente original. Danielweski recurre a tantos tópicos como le es posible: casa encantada, oscuridad, ruidos de fondo, gruñidos, silencio; exploradores que se pierden, se vuelven locos, se lían a tiros; conflictos sentimentales, que si el hermano borracho, que si la mujer infiel. Pero da igual: el tamaño del terror y sobre todo el modo en que Zampanó desarrolla la narración evitan continuamente el tedio y la sensación (absolutamente justificada) de estar visitando lugares comunes.

Lo dicho: acertada novela experimental de terror que sólo peca de un innecesario exceso de contenido. Más corta, sólo un poco más corta, hubiera sido tan, TAN buena. Una pena. De acuerdo, no es la obra maestra que se vende por ahí (la que uno esperaba, malditas expectativas) pero sí vale cada euro invertido y casi  casi casi cada minuto dedicado. 



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(1) No confundir con la película “El expediente Warren” o su más reciente adaptación hispana, “El expediente Vitu”: (hacer clic para ver, ver para creer)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una aproximación a “La Casa de Hojas” de Mark Z. Danielewski

(O hablar por hablar.)

Hoy vengo sin intención crítica. Esto quiere ser poco menos que una reflexión. Una excusa para hacer una pausa y aclarar las ideas. Llevo una semana sumergido en la lectura de “La casa de hojas” y en “Jota Erre” de Gaddis (y a ratos Cartarescu y a ratos Joseph Frank y a ratos Dostoievski y a ratos Gerónimo Stilton —paternidad obliga—y a ratos qué sé yo). 

Y a ratos duermo, también.

Cuando escribo estas palabras los editores de “La casa de hojas” acaban de anunciar en twitter que van a sacar la tercera edición. A falta de información sobre volumen de las tiradas, la noticia invita a la prudencia tanto como al entusiasmo. Pero nos alegramos, en cualquier caso y nos hacemos eco.

(Nos hacemos eco, qué gracia.)

Se habla mucho de La casa de hojas. Twitter arde. Facebook arde. Todo son fotos, posados, el libro sobre un fondo de piedra, sobre el verde musgo de un bosque, sobre una mesa. Se intuye que pronto llegarán los fondos nevados, los villancicos y los paquetitos de Amazon a los pies de un abeto. Esa costumbre tan nuestra de hacer el gilipollas. Para sacarle una foto a un libro sólo hace falta una cámara. Sin embargo, para leer “La casa de hojas” parece que hace falta algo más. Valor, por ejemplo. Paciencia. Sincero interés. Tiempo. 

Cierto grado de tolerancia.

No me hagan mucho caso, soy el menos indicado para hablar. Cuando escribo estas palabras voy por la página 350, por lo que ya habré leído unas 450. Sí, han leído bien. Tiene truco, claro, la magia no existe: prefacios con numeración romana y extensos y delirantes apéndices como notas finales. Está todo inventado.

Vaya por delante que estoy disfrutando BASTANTE “La casa de hojas”. Lo pongo en mayúsculas para que quede claro. Podría ponerlo también en azul, pero no me apetece; vengo un poco saturado de jueguecitos (orto)gráficos. 

Intento que esto no se parezca demasiado a un promoción gratuita (e innecesaria), pero supongo que será un esfuerzo inútil. Al final este post es mi particular fotografía del libro sobre un fondo de mi culo en una silla y no se me ocurre mejor recomendación que esa, honestamente.

“La casa de hojas” se vende como una novela sin fronteras. Se acompaña, en las críticas de la red, de grandes nombres: Borges, Nabokov, Derrida, Joyce, Julian Rios. Cervantes. Así es, amiguitos, al entusiasmo habitual de las promociones hay que sumarle los elogios desmedidos propios de las obras de culto. También está la querencia a complicarlo todo hablando de deconstrucción, interpolaciones, digresiones, notas, geometrías no-euclidianas de planos de ficción y un largo ecétera, que sin estar faltos de razón tampoco invitan a nada si no se acompaña de un poco de fe. 

Por lo que he podido comprobar, la novela de Danielewski es un lío del demonio que conviene afrontar con entusiasmo y tiempo libre. «[se aconseja] una lectura en cuantas menos sesiones mejor, lo más seguidas que se pueda, en cuatro o cinco días como mucho, para no perder ni el hilo narrativo ni, francamente, el efecto de la lectura sobre el ánimo del lector» dicen en este blog

El mismo ocioso crítico dice (la negrita será mía): «Está escrito usando diferentes tipografías, a veces en función del contenido, otras en función del narrador, y esta distinción no es ni anecdótica ni aparente, es fundamental para la comprensión del texto y uno de sus mayores logros» algo con lo que no puedo estar demasiado de acuerdo. Cierto: es muy útil. Y bonita. Es lo que tiene, también. Pero no es fundamental en absoluto. Hay soluciones mucho menos “visuales”. El dramatis personae de Jota Erre, por ejemplo, nombra más de 120 personajes diferentes; casi todos cuentan con voz pero ninguno necesita ir acompañado de una tipografía especial, ni azul ni verde ni colará, ni cursiva ni georgiana. Y no será por pantones. Bien mirado, el recurso de Danielwski es un recurso fácil y visualmente tan efectivo como efectista. 

Mi impresión inicial, ya que no me lo preguntan, es que DE MOMENTO (recién llegado al ecuador) “La casa de hojas” es un bello y retorcido objeto que oculta una interesante novela de terror pero también mucha paja. Un libro que, o mucho me equivoco, o terminará siendo mucho más comprado y comentado que realmente leído. Ojalá me equivoque. 

Yo, de momento, y habiendo dicho todo lo que tenía que decir, sigo a lo mío.





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viernes, 22 de noviembre de 2013

[#ineditosis] “Los versos del hambre” de Sara Bernard

Cuando escribo esta reseña Sara tiene 467 seguidores en twitter lo que viene a significar que hay 467 organismos pluricelulares a los que les interesa lo que Sara tenga que decir. Un mes después de la publicación de este libro Sara Bernard había vendido 20 ejemplares. A los desinformados les diré que estamos hablando de un subproducto que cuesta 1,16 euros en versión digital y 5,10 en papel. Para eso sirven las redes sociales: para demostrarte a ti mismo cuánto le importas al resto mundo. Pero la conclusión es otra. Es esta:  a 1,16 euros el libro, hay que ser muy hijo de puta para conocer a Sara Bernard, seguirla, interesarte por sus cosillas y no perder de tomar ni un triste café.

La gente no tiene corazón. 

Esto, claro, no tiene nada que ver con una reseña, pero aquí nos gusta hablar de todo un poco y, las cosas como son: yo nunca, nunca, jamás, hubiese leído ni me hubiese fijado en “Los versos del hambre” si no fuese por la relación casual que tengo con Sara en la red social (el pareado es de regalo).

Cuando Sara despertó, Yo Precario ya estaba ahí.

Etiquetemos. “Los versos del hambre” es Literatura de Autocompasión, mal que le pese a la escritora. Lo es. No es una crónica ni es un reportaje. NO. Es exactamente lo mismo que Yo Precario. Literatura de Autocompasión. Es echarle la llorada al personal. El Precario, López Menacho, (reseña aquí) encadenaba trabajillos churreros a una pasión por la literatura que rayaba lo enfermizo desde que se había hecho un cursillo en la de Jordi Carrión. Podemos colorearlo para que quede bonito, pero en esencia el libro de Sara es clavadito a aquello. Ella busca trabajo, encuentra un trabajo, trabaja y se acaba el trabajo. Y a la puta calle, que diría Fallarás. Repita seis veces, entre en detalles para ir llenando páginas de insatisfacción y rece para que otros lo vean como un reflejo de tiempos convulsos y no como la consecuencia directa de estar en el paro.

Que hay mucho hijo de puta ya lo sabemos. Que no hay jefe bueno, también. Pero mientras que el dinero llama al dinero, la precariedad llama a las puertas de las editoriales; editoriales que no siempre tragan porque no a todas le cabe en la boca según qué cosas. Para estos casos: Amazon. Bendito Amazon. ¡Amazon libre! Amazon gratis. Amazon, el recurso de los monos con lápiz. Sólo hay una cosa peor que vender un manuscrito por Amazon: repetir la experiencia después de un desastre. 

Atención a la cita en la que Sara Bernard, la protagonista, se indigna:
“Leo también una entrevista a una profesora universitaria que viene a decir “los títulos universitarios ya no sirven para encontrar empleo”. ¿En serio? ¿Era necesario publicar esta obviedad? Pestañeo incrédula, ante la pantalla. Vuelvo a pestañear. Respiro hondo.”
Lo hacemos. Respiramos hondo. Pestañeamos. Volvemos a pestañear. Y nos preguntamos: ¿era necesario publicar esta obviedad? ¿Era necesario publicar “los versos del hambre”? ¿Este es el libro por el que Sara Bernard quiere darse a conocer?  ¿En serio? ¿Cómo era lo de respirar?

Sara Bernard lo tiene a huevo para una segunda parte que podría perfectamente subtitular como "generación 40". Le bastará con reescribir la novela, fantasear un poco y donde pone Los versos del hambre poner Los besos del hambre y donde cuenta la historia de una parada de larga duración que encadena trabajos de mierda, escribir la historia de una parada, también de larga duración, que recurre a la prostitución de clase media (ni mamadas en portales, ni cava en lofts confortables) para dar de comer a sus hijos y a sus hijas y a sus padres, que perdieron el piso por su culpa, y a su marido a pesar de que este no ha vuelto a tocarla desde que se dedica a tal oficio. Los capítulos podrán ser largos o cortos, dependiendo de la pollas protagonistas y en algún momento la triste putilla se enamorará del vecino del quinto que cada viernes requiere sus servicios y con el que acabará viviendo una hermosa historia de amor entre látigos y potitos de bebé. Podría cerrar una trilogía con una "generación 50" si se anima a vender órganos; incluso abrir una vía al género negro si son ajenos.

Lo que sea con tal de alagar la pena.

Pongámonos serios. Esta no es una historia extraordinaria. Ni siquiera es una historia interesante. Tampoco se esperaba, que conste. Es la monótona y autocompasiva historia de una mujer que no es nadie en mundo laboral plagado de monstruos. Por no ser, no es ni mínimamente original. Sí es, a ratos, entretenida pero no lo suficiente si uno busca algo más que satisfacer la curiosidad de saber qué hace Sara frente a un folio. Es olvidable en grado sumo. Inevitablemente olvidable.

Quizá la cosa no sea como para invitar al suicidio pero sí para plantear la automutilación como una alternativa real al tiempo de ocio de quienes no saben qué hacer con su culo en las pausas de los telediarios o durante la cópula de los delfines en los documentales de La 2. 



miércoles, 20 de noviembre de 2013

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” de Eduardo Lago

Esta novela es lo primero que publica la Editorial Malpaso. De Malpaso se habla mucho —y bien— en la red. Hagámosle un breve repaso, a Malpaso. Y después, reseña.

Malpaso

He aquí un arranque planeado con tiempo: Malpaso no nace y luego ya montará un blog y más tarde, cuando pueda, una web. No. Malpaso nace con web, con blog, con catálogo para 2013. Tienen incluso correo electrónico. Son tremendos. Saltan a la arena con dos libros en el horno: este de Lago y otro de Vonnegut. Al poco de nacer, sacan los bizcochos, los colocan en la calle y a vender. 

Después llegan los aplausos y los muy bien y los me gusta y los comparto y los retuits y el entusiasmo, la locura habitual, y todas las esperanzas puestas en ellos y cientos de miles de apoyos incondicionales. Y a ver cuántos de todos esos se compran el libro. Y a ver cuántos se lo leen. 

Los libros tienen forma de libros: tapa dura y páginas. Y dos valores añadidos: el canto coloreado y una cubierta que es, a la vez, faja. Y además: incluye ebook. Esto es la monda. Si te compras el libro (te vas a una tienda y pagas por él o directamente lo robas) tienes derecho a su versión digital por cero euros más. El método es algo cutre, pero los programadores van caros y lo que cuenta es la intención. Aquí la mecánica: se abre el libro por la página uno, se escribe un nombre (el de uno mismo, por ejemplo) y se le saca una foto que se manda a un email equis. A la vuelta de correo, habemus libro en formato epub. Doy fe.

Esto es Malpaso. Innovación y tal. Una apuesta fuerte. Quizá me equivoque, pero le pronostico una gran hostia. Y no porque se lo merezcan (no se lo merecen) (todavía) sino por el panorama, que está fatal de lo suyo. Y por el catálogo, que no sabe uno si animarse o esperar comentarios ajenos. Ya veremos.

* * * * * * * * * 

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee”

Vamos a lo que importa.

1

La cosa gira en torno a Nabokov y más concretamente en torno a “El original de Laura”, su novela inacabada. 

Nabokov se va a morir y le dice a su churri que si no le da tiempo a terminarla haga el favor de tirarla a la basura o quemarla o comérsela con patatas. Ella, que sabe lo que vale su marido incluso muerto (especialmente muerto) no la tira sino que se la da a Dimitri, su hijo, que después de algunos años, tras batirse en duelo con una duda muy poco razonable, decide publicarla. ¿Sorpresa? No, qué va. No veo yo a Dimitri dudando; si acaso haciendo tiempo.

La no-novela viene en fichas. Esto, bien planificado y mejor diseñado, lo venden en fascículos coleccionables y se hacen de oro. No pudo ser. En España lo publica Anagrama: foto de una ficha y traducción, foto de ficha y traducción… así 138 veces. 

Va de esto: “El original de Laura gira en torno a una novela dentro de la novela, o sea Laura, personaje inspirado por Flora, que es un caprichoso y sensual álter ego de Lolita.” Y se cuenta tal que así: “Nabokov redacta unas fichas en las que aparece un escritor llamado Wild que redacta unas fichas en las que aparece un tercer escritor que toma notas acerca de cómo va a ser su novela, Mi Laura. Todo eso está en El original de Laura.

A la crítica no le gustó. La historia estaba demasiado en pañales. Las ideas eran ideas demasiado vagas. Había que pensar demasiado, inventar demasiado. Todo era oquedades. 

Al público, en general, como era de esperar, le importó un comino.



2

Un buen día Eduardo Lago se tropieza con la novela. La lee. Le gusta. Le gusta mucho. Le gusta tanto que la vuelve a leer. La lee sesenta veces. La lee cien veces. Y piensa: aquí una novela; la veo. La ve. No es un delirio. No es un espejismo. Está ahí, la novela.

Y decide: le voy a dedicar un libro.

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” es Eduardo Lago construyendo una novela sobre el esqueleto de otra, siendo su esqueleto la poca información de las fichas de Nabokov. La intención: dar cuerpo a la no-novela de Nabokov (NO acabarla, NO). Cubrirla de músculo y piel y echarla a andar. Hacerse un Jurassic Park a medida.

¿Y esto como se hace? Bueno, fácil no es. 

La cosa va más o menos así:

Un personaje descubre un buen día “El original de Laura” y contrata un negro literario para que haga de investigador privado. “Necesito escuchar voces distintas a la mía para entender ciertas cosas.” El caso es que el investigador, un tipo sin imaginación (imprescindible, esto, dice Lago) enamorado de una mujer fatal (la novela parodia el género negro, por cierto) va contando lo que va descubriendo. Va, para que nos entendamos, explicando la novelita dichosa a partir de la continua y metódica lectura de sus fichas. Por el camino, intrigas varias y guiños para aburrir: que si el betseller es una mierda (Zafones, Follets, Dueñas...), que si los límites de la ficción, que si la novela todavía en pañales. Que si hay tanto todavía por decir y tantas formas diferentes de hacerlo. 

Tiene humor, ya lo he dicho. También: mujeres faltales, millonarios moribundos, islas desiertas con nombre de náufrago, David Foster Wallace, Paul Auster, Nabokov, su hijo, su mujer. Un lío de mil demonios sobre un lío de mil demonios. Literatura, literatos, literofilia, literofobia. Tarta de chocolate con cobertura de chocolate, empacho seguro. Ya te tiene que gustar el cacao.



3

Con esto no se llega a todos los públicos. Estas cosas nunca acaban en betseller. Se sabe. Lago lo sabe y le gusta que así sea aunque en el fondo quién no sueña con vender un millón de ejemplares. Pero no a costa de todo. Todavía hay clases. Pero estoy divagando. Al final lo que importa es el resultado. Si pone o no pone. Si gusta, si engancha, si eriza el vello, si arranca carcajadas. Hay un poco de todo: a ratos, no siempre. No a todo el mundo. Tiene su ritmo, que sube y baja. Hay que hacer concesiones. 

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” es el fruto de una pasión: la pasión de Eduardo Lago. Compártanla, compréndanla y disfrutarán. No hay otra. No hay más.

Vuelvo a la idea de imperfección. Todo libro acabado es un pálido reflejo del que concibió la imaginación de su creador. Con El original de Laura esto alcanza un grado extremo. La intención originaria de Nabokov fulgura en las profundidades que se abren bajo la superficie del texto. Es ahí donde quiere que baje, ¿no es verdad? Lo he hecho, aunque sólo una vez, por ahora. Y es mucho lo que he vislumbrado. La idea más importante es la que apunté antes. Así, en el estado en que se encuentra ahora, desperdigada entre los borrones que ocluyen las fichas, es infinitamente más sugerente que si su autor hubiera conseguido terminarla. Son los errores lo que hacen que el libro llegue tan lejos. En ellos está la clave que permite llegar al texto ideal soñado por su creador, un texto que ninguna imaginación hubiera sido capaz de forjar.