jueves, 31 de enero de 2013

“Los pájaros amarillos” de Kevin Powers

Kevin Powers cometió dos errores imperdonables en su vida: el primero fue apuntarse a clases de poesía; el segundo ir a la guerra. Viendo el resultado, no sabría decirles cuál fue peor. Bromeo, claro. Creo. 

En Irak –su guerra- le dieron una ametralladora y le dijeron que la cuidase bien, que la mimase; que si tenía que disparar, disparase; que si tenía que matar, matase; que tonterías, las justas. El chaval se pasó dos años allí arrimado al fiero metal y al licenciarse se tiró a la calle a no saber qué hacer, que es lo habitual en la soldadesca retornada. Aprovechando que el río James pasa por Virginia (!) echó mano de sus cursos de versos desatados para hacerse un libro a la medida de sus posibilidades, esto es: pistolitas y versitos todos juntitos. Así nació Los pájaros amarillos

La novela cuenta la historia de un soldado, joven, aguerrido e inconsciente -mismamente el protagonista adulterado- que, de vuelta a casa, recuerda su estancia en Irak durante un momento muy concreto. Nada de contarnos en detalle lo emotivo de su evolución. Se agradece. Está a las órdenes de un sargento un poco bestia que resulta ser todo un personaje. Pues bien, una vez instalado, nuestro soldadito, ya más o menos veterano, conoce a un chaval temerariamente joven que, el mismo día que llega, es amparado bajo su ala protectora por imperativo materno. Marronazo. Al no querer ser uno protegido ni el otro responsable, nace una relación que no evoluciona si no es a golpe de arrepentimiento. 

Lo malo de una guerra es que ya sólo se innova en el armamento. Esto condena la novela de Powers a transitar caminos demasiado trillados. Si lo del héroe contra su voluntad está muy visto, lo del sargento de hierro ya ni les cuento. La mitad de la novela es el protagonista de vuelta en casa: sin forzar la imaginación ya sabrán por dónde van los tiros. 

Que para ir a la guerra hay que valer, ya se sabe, aunque no siempre a tiempo. Esto es un poco lo que viene a demostrar esta novela a partir de los tres únicos personales principales. El sargento representa la fuerza y da una idea (falsa, en vista de los resultados) de que para sobrevivir sin perder la cordura es necesario abstraerse de la realidad. El protagonista sería algo así como la sensatez personificada pero al mismo tiempo la estupidez que implica la obediencia irracional y absoluta a que obliga el ejército. Es el soldado perfecto. Demasiado, quizá. Finalmente el chico más joven es lo inevitable; es el yo no debería estar aquí, es el no ser capaz de aceptar lo extremo de la situación; es verse superado por la realidad. No destripo nada; la novela es así, empieza así. La novela es eso. Eso, y lo que está detrás. Con esto quiero decir que no todo es galería: hay una razón por la que un hombre finge estar loco, por la que el segundo obedece ciegamente y  por la que el tercero muere. De fondo, el sinsentido de la guerra y las atrocidades que en ella se cometen; atrocidades que Powers obvia en un valiente ejercicio de comedimiento pues hubiese sido demasiado fácil provocar el asco, la rabia y el horror mostrándonos las barbaridades propias de los ejércitos invasores. Powers sabe perfectamente que nosotros sabemos perfectamente, y nos lo ahorra.

La novela tiene poco menos de doscientas páginas porque tampoco es necesario mucho más para contar la historia que se cuenta. Se agradece la brevedad, en cualquier caso. Personalmente me ha gustado en la medida que decepcionado: esperaba más (no sé cuánto) pero al mismo me siento obligado a reconocerle el afortunado esfuerzo de intentar hacerlo diferente y aunque no puedo negar que ha sido una lectura más que agradable, tengo que decir no he aprendido absolutamente nada con ella. Es decir, no he llegado a ninguna conclusión a la que no hubiese llegado un millón de veces antes y por lo tanto no acabo de entender a qué viene tanta recomendación y tanto entusiasmo, que es lo que se ha venido haciendo desde su publicación, a excepción, quizá, de Rodrigo Fresán y su ya he visto esta película, que, como argumento, es de un simplismo terrible. Pues no se repite veces ni nada la misma historia en la literatura... Se trata muchas veces de saber cómo llegar al lector y Powers llega, sobre eso no tengo duda, pero la guerra... joder, la guerra; qué peñazo la guerra y sus traumas.


miércoles, 30 de enero de 2013

Palabrita de Eduardo Mendoza (DK10)


Todo empezó con la siguiente frase de Eduardo Mendoza: “Una intriga bien contada que acaba envolviendo a la sociedad bilbaína y, lo que es más importante, al lector. ¡Un hurra por el autor!” De acuerdo: ¡Hurra! (Por mí que no quede). Volviendo a la realidad: la cita forma parte de un correo electrónico que supuestamente Mendoza envió al editor de Alrevés tras haber leído, anoten, las galeradas de la novela de Gonzalo Garrido, Las flores de Baudelaire. (Nota mental: recordar en el futuro que Mendoza lee y comenta galeradas de perfectos desconocidos y confiar en que no se entere nadie más). En cualquier caso, ¿desde cuándo esta celebración de lo fundamental? Quiero decir: ¿desde cuándo lo que debería ser el mínimo exigible en cualquier novela, es decir, envolver al lector, es suficiente aval? Y hablando de avales, ¿desde cuándo Mendoza puede ser tal cosa? ¿No habíamos quedado en que lo último de lo que debemos fiarnos es de la crítica complaciente de un escritor hacia otro? Espero que no sea consciente, Mendoza, del daño que pueden hacer comentarios tan absolutamente gratuitos como el suyo.
Y conste que no tengo nada que objetar al respecto. Parece que sí, pero no. Primera gran verdad de este párrafo: “A cada uno le gusta lo que le gusta” y Mendoza no es una excepción por muy Mendoza que sea por lo que, si dice que la novela de Garrido le ha gustado, yo me lo creo, faltaría más. Ahora bien, una vez leída la novela, también juro que no vuelvo a fiarme del gusto de Mendoza. Segunda (gran verdad): a todo cerdo le llega su san Martín. Pero no adelantemos acontecimientos. Decía que no tengo nada que objetar al hecho tanto de elogiar una novela como de hacerlo de un modo tan cutre (que sí, que es super-cutre lo del hurra, no me digan). Yo he sido muy crítico con Gonzalo por ese ejercicio, absolutamente legítimo, quiero dejarlo claro, de promocionarse de un modo absolutamente salvaje (esto también). Lo hice porque me parecía —y me sigue pareciendo— que aquel congreso de blogs (repito, blogs) literarios que organizó a comienzos del año pasado era un ejercicio de peloteo como no se ha visto antes en la red pero le reconozco el mérito de haber sido capaz de llenarlo de gente más o menos “relevante” (vamos a dejarlo así).
Lo de los blogs fue una buena jugada. Me refiero a la concentración de blogs literarios, claro. Para algunos, entre los que me incluyo, tuvo su aquel ver en carne y hueso a quienes hasta entonces habían sido poco más que perfiles en la red. El encuentro se suponía que debía aclarar algo, pero no fue exactamente así. Lo que ocurrió fue que en determinado medio hizo mucho, mucho ruido (aunque siempre he tenido la impresión de que menos de los esperado) pero conclusiones, las justas (si acaso alguna). Hay unos vídeos en youtube y poco más. Y-nada-más. En realidad aquel congreso ya se sabía que no serviría para nada que tuviese realmente que ver con los blogs y su configuración o sus tendencias o su deriva suicida sino que el objetivo, pienso, estaba más en el después, en ese momento dame tu dirección, te invito a una copa, ¿has probado los panchitos?, pero sobre todo en algo que obedecía a una estrategia de Garrido como futuro autor de una novela.

Han leído bien: he dicho estrategia. Verán, el seis de diciembre, desde la revista digital El nuevo cojo ilustrado, Xavier B. Fernández entrevista a Garrido y le pregunta qué hace exactamente un consultor de comunicación (la profesión de Garrido). En la respuesta de Garrido está el quid de la cuestión: “Los consultores de comunicación asesoramos a nuestros clientes en estrategias para que sean más conocidos y mejor valorados. Cuidamos su imagen y procuramos abrir canales de comunicación con los públicos que rodean a la empresa”. La negrita es mía. El resto, suyo.
El resto es fácil de suponer. Relativamente, vaya. Van llegando los libros y con ellos las reseñas. Muchas reseñas. Los blogs se vuelcan en ello, pero no son los únicos. Hay, por parte de la prensa, una inclinación a convertir a Garrido en algo así como una necesidad perentoria. El 28 de julio se publica en Babelia un artículo firmado por Lola Galán en el que se cita a uno de los entrevistados con motivo del típico artículo de relleno de cada verano: “La propia editorial que dirige [se refiere a Gregori Dolz, de Editorial Alrevés] propone para esta etapa Las flores de Baudelaire, de Gonzalo Garrido. Primera novela de este autor, calificada de ‘intriga bien contada’ por un consagrado de la narrativa como Eduardo Mendoza”. Tal cual. Los ecos de Mendoza resuenan por los miles de resultados de poner en google “las flores de baudelaire”+“Gonzalo Garrido”. Nunca a un comentario se le sacó tanto partido. Y respecto a la etiqueta de “intriga bien contada” no es ninguna broma; de hecho, un porcentaje elevadísimo de reseñas se aferran a esto como a clavos ardiendo. Es de vital importancia destacar el apadrinamiento (que es en lo que acaba por convertirse) de Mendoza, porque de otro modo este artículo no se entiende. He aquí algunos ejemplos de crítica constructiva.
Desde La manía de leer, Bernardo Munuera, uno de los más entusiastas animadores desdetwitter del congreso de los Blogs Literarios, sigue la senda del elefante Mendoza: “Un libro que entretiene. Una narración suelta, documentada, modelada con historia investigada, tanto por el protagonista como por el autor. Compilar de esta manera el ayer de una estirpe debe producir mucho placer y mucha autoestima. Enhorabuena, Gonzalo”. ¿Enhorabuena, por qué? ¿Por el placer, por la autoestima, por la narración suelta y documentada o simplemente por hacer un libro entretenido que después de “bien contado” es lo que más? Maldita sea, nunca me aclaro con estas cosas. Pero, bien, de acuerdo, por mí que tampoco quede esta vez: ¡Enhorabuena, Gonzalo!
El estilo del resto de las reseñas, lamento insistir, no es muy diferente. Se suceden los tópicos. En el blog Novela Negra y Criminal la recomiendan por dos razones fundamentales: “Si os gusta el género negro y os apetece retroceder en el tiempo para ver cómo era la situación política y económica del país durante los primeros años del siglo pasado, no dudéis en adentraros en “una novela donde crimen y poder van de la mano”. Segunda constante: ir de la mano. Aquí la reseña publicada en el blog Leemisterio.com: “Es una buena opción para estos meses de verano. Escrita de manera ágil y con personajes bien construidos, Gonzalo Garrido narra un misterio donde nada es lo que parece y en el que crimen y poder van de la mano”. (Aceptando que tenga algo de novedoso que Crimen y Poder vayan de la mano.)
Para Juan José Castillo ( Crónicas Literarias desde Nueva York) la cosa no está nada clara: “Gusta a este reseñista la composición de la novela, realizada en capítulos muy breves y que ayudan a una fácil lectura, dotándola de mucha agilidad. […] La apuesta es interesante, con una potente ambientación y que rezuma literatura por todas partes. La recomiendo como lectura interesante”. Digo que no está tan clara por lo de “interesante” ¿Una potente ambientación en una novela que rezuma literatura —¡por todas partes!— solo recibe la calificación de interesante? Es ese moverse entre lo contenido y desatado lo que no me acaba de convencer y no sé si es un problema mío, que no sé aceptar que ambas cosas son posibles, o de los demás, que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre.
Hay quién va todavía más lejos, como es el caso de la crítica que escribe Juan Laborda Barceló para Culturamas (nada menos): “Si buscan un entretenimiento, bien construido, estético y de prosa fina, lo hallarán. Pero si desean reflexionar sobre el individuo encerrado en sus particularidades, las fuerzas que lo motivan y lo condicionan, encontrarán otro plano de lectura aún más rico”. Lo que sea que busquen lo encontrarán en la novela de Garrido, ¡y en cantidades ingentes! Otro ejemplo de lo mismo, firmado por Letras hispanas: “Lo que pretende es provocar, hacernos pensar en nuestras propias vidas, en si somos lo suficientemente valientes y honrados con nosotros mismos, con los demás. Eso sí, de forma entretenida. En este sentido, tiene varios niveles de lectura, desde el sencillo al más sofisticado, dependiendo de la hondura que se le quiera dar”. Un poco manual de autoayuda pero a tiro limpio.
Todo esto tiene un pase, al fin y al cabo la mayoría de los críticos mencionados son especialistas en novela negra, que, sin querer insultar a nadie, no tienen precisamente fama ni de duros ni de exigentes. Lo cierto es que para ser lectores de novela negra resultan ser unas personas de lo másblanditas. Tampoco me sorprende que la escritora Susana Hernández destaque en su recién estrenado blog de novela negra (y van…) llamado Black Club que ha “disfrutado leyendo una historia ágil, amena, excelentemente escrita y con un dibujo de personajes que me ha parecidomuy notable” (las cursivas son mías); al fin y al cabo Susana publica también en la misma editorial (Alrevés) y si es de ley cubrirse las espaldas entre los del gremio no digamos ya si forman parte del mismo proyecto común. Cuesta algo más tragar con tamaña soplapollez: “En conclusión una brillante primera novela que hace concebir grandes esperanzas sobre el futuro literario de Gonzalo Garrido. Si lo bendice Eduardo Mendoza, será por algo”. En eso estamos de acuerdo: por algo será. Quisiera yo saber qué.
A esto es a lo que me refería cuando decía más arriba que ciertos comentarios hacen más mal que bien a la crítica literaria (ver final del primer párrafo). Parece que llevarle la contraria a Mendoza sea un acto subversivo. Lo de Garrido promocionando su novela me parece fantástico, lo digo completamente en serio; me quito el sombrero. Lo que no acabo de entender es este bailarle el agua a un escritor novel que únicamente ha demostrado que es capaz de escribir una novela ágil, de fácil lectura y personajes en apariencia bien dibujados, que retrata la sociedad bilbaína de principios de siglo (que parece que el Bilbao de 1900 haya sido el gran descubrimiento de todos estos críticos).
Las pocas críticas negativas que yo he encontrado se ocultaban entre los comentarios de algunos blogs y hablaban, curiosamente, de personajes mal dibujados y una trama aburrida. Sorprende la unanimidad, el ir y venir entre la emoción y la contención y sobre todo ese silenciar las voces de quienes ejercen la crítica negativa. Me explico y ya termino:
Hace un par de meses un periodista de El Correo de Bilbao, Pablo Martínez Zarracina, me hizo una serie de preguntas para un especial que querían publicar en el suplemento culturalTerritorios sobre crítica literaria (y que finalmente se publicó el 29 de diciembre). Una de las preguntas era la siguiente: “Por su experiencia, ¿están los autores atentos a lo que se escribe de ellos en internet? ¿Intentan influir al crítico? ¿Autopromocionarse?” Mi respuesta, al menos la parte de mi respuesta que se publicó, fue: “[…] la autopromoción es legítima y, en los tiempos que corren más necesaria que nunca. No tengo nada que objetar, la verdad. Yo mismo ejerzo de promotor espontáneo cuando descubro algún autor que vale la pena, como puede ser el caso de Celso Castro, por poner un ejemplo actual de un magnífico escritor injustamente menospreciado”. Pero había más. Sí, había otra parte de mi respuesta que no llegó a publicarse, no sé si por falta de espacio o porque el periódico era de Bilbao, como Garrido, o porque de lo malo no se habla nunca y así nos va. Este era el resto de la respuesta: “Al otro lado del ringestaría alguien como Gonzalo Garrido, la clase de escritor mediocre tirando a horrible que utiliza internet como un medio para hacer autopromoción gratuita —en la medida de lo posible— a través del envío masivo de libros a blogs para obtener una reseña elogiosa o que organiza (o participa en) un evento tras otro para poder estar siempre en el candelero. Insisto en que me parece legítimo, pero la autopromoción salvaje siempre me dispara las alarmas. Me inspira más confianza el escritor que se oculta en una cueva, sinceramente”. No deja de tener su gracia que esta pequeña “censura” se llevase a cabo en un artículo que trataba la cuestión acerca de quiénes y cómo se ejerce la crítica literaria actualmente.



sábado, 26 de enero de 2013

“El adversario” de Emmanuel Carrère

(Me recuerda el inminente estreno de "Limónov" de Emmanuel Carrère, que tengo sin publicar lo que escribí sobre "El adversario"; una suerte de reseña que escribí hace tanto tiempo que ni me acuerdo y que quedó en el limbo por demasiado corta y demasiado gilipollas y demasiado de todo.) 

La historia que se cuenta en esta novela es genial de puro salvaje, ya verán: el protagonista es un médico de unos cuarenta años que lleva una vida acomodada; es respetado y tenido en demasiada alta estima por amigos y vecinos. Un tipo genial, en definitiva, aunque un poco feo. Pues este tipo feo y genial, este yerno perfecto, un buen día mata a sus dos hijos y a su mujer y luego va a visitar a sus padres y también, a los dos. Después vuelve a casa y hace como que se quiere suicidar o lo intenta de verdad y no le sale. Si no recuerdo mal tiene incluso tiempo, antes de echarse definitivamente a perder, de liarse con otra buena mujer a la que roba miserablemente también, así de tanto la quería, y de hecho es por culpa de ella, y no del chachachá, que acaba todo como acaba. Como esto está basado en hechos reales ahora el hijo de puta está en la cárcel y a puntito de salir si no lo ha hecho ya. Qué puede llevar a un hombre a este extremo tiene más misterio que la financiación de un equipo de fútbol. A dios gracias Carrère explica con detalle lo que yo les resumo ahorita en tres líneas: el protagonista había mentido toda su vida: no era médico, no tenía trabajo pero sí una amante y un cúmulo de mentiras tal qué solitas ellas sostuvieron siete vidas durante dieciocho años. El narrador es el propio escritor que le va arrancando la truculencia de los detalles al matador para hacerse un libro a medida y ver que lo suyo era de mucho más normal. Una historia apasionante, lo digo completamente en serio, tan bien contada que por momentos creemos entender que se pueda ser tan hijo de puta y aún así sentir la arcada queriendo salir. 


Apendicitis aguda: al reseñista le toca un poco los cojones constatar cuánta razón tenía cuando afirmaba que un tanto por cierto considerable de escritores nacionales son medio tontos del culo. No puede ser que venga Carrère, un francés, un gabacho, joder, a contarnos una historia real que parece ciencia ficción y que lo haga además tan bonito, que parece el fluir de un río su prosa y en cambio, con la que está cayendo en este país y con la que ha caído y con las truculencias rurales y los crímenes pasionales y los polvos lunares de unos y otros y con las miserias que nos ha soplado un pajarito que adornan las paredes de la editoriales o los vestuarios del Real Madrid, digo que, con todo esto, se antoja rara tanta inutilidad de tanto artista que luego de todo esto lo único que tiene que contarnos es la mierda que ha tomado en el desayuno o las calles que atraviesa para llegar a su trabajo o lo difícil que es escribir o lo cojonudo que es encontrarse a Vila-Matas en el metro. Venga, hombre, ya. 


miércoles, 23 de enero de 2013

Doctor Domaverso (o cómo ser invisible)

No es fácil ser invisible. Uno pone su nombre en Google y aparece así, sin más. De algún modo, aparece; o quizá no, hay quien no, pero si ese alguien está metido en asuntos de corte literario lo más normal es que sí. Lo más probable es que sí. Las letras llaman a las letras del mismo modo que el dinero llama (o llamaba) al dinero. Que si linkedin, que si twitter, que si Facebook, que si google +, que si tu propio blog, que si el blog de tu amigo que publica tus cosas, que si ese espacio grupal en el que colaboras asiduamente, que si ese otro en el que lo haces de modo esporádico, que si esas doscientas webs que has ayudado a poner en marcha, que si esa antología que recoge tu relato, que si ese desconocido que se ha hecho eco de tu poesía, que si por dios bendito mamá deja de hablarle de mí a tus amigas. Que si el mundo no gira si no es por ti. 

Llama la atención que en estos tiempo de hiper-vinculación e hiper-comunicación haya quien, queriendo ser público, no acabe de salir del anonimato. Esto es como lo de querer llegar a la terraza sin pasar por la cocina. No se puede. En el caso de una editorial esto se traduce en ser visible, ser accesible, ser fácilmente localizable, identificable, catalogable, pero sobre todo estar a un clic y ofrecer la posibilidad de que ni eso, esto es, llegar más allá, adelantarse a los deseos del lector, meterse a través de sus ojos en su cabeza. Es una desgracia como otra cualquiera que nos salten más a la cara quienes menos lo merecen.  

* * * * * * * * * 

Yo no sé cómo es que descubro la editorial llamada Doctor Domaverso. De verdad que no lo sé. Tengo el recuerdo vago de una amiga diciéndome que tenía por leer un libro llamado “El valle de los avasallados”, pero entonces yo no sabía que el libro era de ellos. Su error fue hablarme también de una supuesta relación de este libro con Leolo, la película, por lo que mi personal desinterés por lo segundo contagió al primero quedando todo en nada. 

Algún tiempo después, en septiembre de 2012, salió un artículo en Quimera llamado "La soledad del editor de fondo" en el que hablaban con Jaime Rodriguez Z tres jóvenes editoriales: Gallo Nero, Capitán Swing y el que nos ocupa, Doctor Domaverso. La entrevista empezaba con Francisco Navas (1962), editor de ésta última, hablando precisamente de "El valle de los avasallados". Copipasteo de la web de Gallo Nero (que cada uno asuma sus faltas): 

«JRZ: Empecemos por hablar de los proyectos editoriales, cómo funciona cada uno y si realmente trabajáis solos. 
Francisco Navas: En principio sí, de momento no se ha apuntado nadie, así que me toca a mí todo el peso. Mi día a día es revisar pruebas, ir dejando notitas por ciertos puntos dónde están tus libros, hablar con la prensa… 
JRZ: ¿Cómo se te ocurrió montar una editorial sin tener una infraestructura? 
FN: Pues la cosa empezó a funcionar muy bien, todo empieza a ir de maravilla. Contacté con los gerentes de los derechos de Ducharme para publicar El valle de los avasallados, que es el libro que me dió en el olfato: un libro que tú quieres leer en castellano y no está en castellano y dices, esto tiene que haber mucha gente que lo quiera leer y así ha sido, es el primer libro que saqué, en 2009, el que mejor ha funcionado y el que según los libreros tendría que ir por la séptima edición. 
Yo en principio no tenía ni distribuidor, empecé a contactar con las librerías y las librerías aceptaron, sobre todo La Central. Es por ellos que empezaron a venir más libreros. Todo fue ir haciendo amistades pero siempre vas con el contrato pisándote los pies ¿no? Al principio distribuía yo, pero ha medida que voy creciendo empiezo a necesitar uno. Hablo con amigos editores, gente que me anima, como Constantino Bértolo.» 

Seguramente todo empezó con esta entrevista. Inmediatamente después de leerla (un mes después de su publicación) me hice con el libro. Lo leí en pocos días, a mediados de octubre del año pasado. Lo disfruté como un enano. Tanto me gustó que hasta vi la película dichosa. Por razones que no vienen al caso nunca llegué a escribir reseña, un error que nunca he dejado de lamentar y que espero subsanar, al menos en parte, en el siguiente paréntesis.

Abro paréntesis.
Tómese este punto como la reseña y no se me pidan mayores esfuerzos. El Valle de los avasallados, es, resumiendo muy mucho, una novela deliciosa, absolutamente maravillosa, escrita con un lenguaje demasiado poético para lo que me suele gustar, tanto que me extraña no haber vomitado setenta veces siete antes de terminarlo. Sorprendentemente y contra todo pronóstico, me ha fascinado. Al fin un estilo al "servicio de". Un poco lo de poner los efectos especiales al servicio de la historia o la historia al servicio de los efectos especiales. Pues lo mismo pero por escrito.
Probablemente pecaré de injusto diga lo que diga de esta novela, sin querer dar a entender con ello que me parezca la octava maravilla. Es posible que con el tiempo haya idealizado la lectura (aunque yo sea más bien de todo lo contrario) pero creo sinceramente que es una estupenda historia que refleja muy acertadamente lo que debe ser sentir y el pensar de una niña un tanto hiperactiva (cuando empieza la novela la protagonista, si no recuerdo mal, tiene algo así como nueve años) en el entorno hostil de una familia bastante atípica. Es una novela en la que la fantasía y la realidad se entrecruzan al punto de hacerlas indistinguibles, algo que se va aclarando a medida que la protagonista se va haciendo mayor. Resumiendo, es una hermosa novela sobre una tempestuosa mujer que sólo quiere amar y ser amada.  
«Necesito que alguien me apacigüe, que alguien me meza, que alguien me mime. No estoy hecha para morir virgen y mártir. Soy una ménade en trance. Tengo una necesidad de cariño sobrehumana y monstruosa. Nunca más podré permitirme dar o recibir la más mínima caricia, sin ahogarla en cinismo. Reacciono ante una gota de miel con un mar de hiel.» 

Cierro paréntesis.

Pues bien, es durante la lectura de esta novela que me empiezo a interesar por la editorial y como hombre de mi tiempo dedico la pausa de un café a buscarla en red. Y la busco. Y la busco. Y la sigo buscando. Levanto piedras, mueblo armarios pero nada, no aparece. Al quinto café me pregunto si soy yo, que no miro bien, o es ella, que no se deja encontrar. 

Doy con un email, no sé cómo, y les (entonces yo no sabía que Doctor Domaverso estaba formada por un único ser humano) escribo preguntándoles si hay algún modo de acceder a algún catálogo en el que encontrar información ampliada de sus productos. Unos días después me responde Francisco Navas quien, además de hablarme de la inminente publicación de “La Oceanada” (1) -también de Ducharme- me dice lo siguiente: 

«[Para visualizar nuestro pequeño catálogo] Accede a esta página (www.udllibros.com) y en la barra de "Filtrar por editorial" pincha en la "D", luego en Doctor Domaverso, y en la siguiente página sobre cualquiera de las dos pestañas de "LISTAR" y te aparecerán nuestros seis títulos a cuyas fichas puedes acceder, así como a algunos artículos seleccionados.» 

Impresionante, sí. Al catálogo se llega, claro que se llega, (con su propio buscador, mucho antes) pero no son maneras, por Dios. Yo creo, vaya. Algo falla. Alguien falla. Francisco Navas, falla. Y él lo sabe. Aquí otro momento de la entrevista de Quimera: 

«Por el momento creo que mi fallo como editor es la prensa, tengo que trabajar todavía mucho más en prensa. Para mí es difícil porque tienen poco espacio, mucho trabajo y están siempre con los minutos contados, tú llegas como nuevo, con la voz apocada, no quieres molestar… Si te abren, entras, con unos tienes mucha suerte y con otros cuesta más.» 

Cierto, los de la prensa son todos unos impresentables (sí, todos) pero una cosa es que no te saque la prensa en la foto de navidad y otra que no haga uno por salir en ninguna parte, empezando por Facebook, por ejemplo, y siguiendo por una web o, en su defecto, por un blog, al más puro estilo Jekill and Jill o, como hacía hasta hace muy poco, Automática Editorial. Es un paso muy sencillo. Seguro que blogger o Wordpress incluyen tutoriales entre sus ayudas. Luego es pegar fotos, extractos… qué sé yo, lo que sea, algo a lo que aferrarse, algo que sirva para que un lector más o menos casual sepa cuándo y dónde  comprar qué

No quiero dar a entender que todo lo publicado por esta editorial sea bocata di cardinale, entre otras cosas porque sólo he leído un libro y medio, pero sí que por lo menos, la apuesta de Francisco Navas es mas interesante que muchas otras. Contradiciendo a Senabre, que recomendaba no hace mucho a Ferré que podase la frondosidad de su discurso para llegar a un público más amplio -o a Care Santos que hacía lo propio con Pablo Martínez Sánchez- Francisco Navas dice para El Cultural (18/5/2012) que él sigue apostando «por que la imaginación alcance en Literatura cotas tan altas como en las demás artes. Sin tal temeridad no existe avance y no nos gusta pensar que los autores y sus obras deban bajar el nivel al estándar de la industria del entretenimiento». 



Termino con un ejemplo. Durante la redacción de este post tropecé con un libro de este Doctor Domaverso llamado “Apocalix15lano” de un tal j. daimiel (así, en minúsculas) que, como poco, llama la atención por lo irrepetible (!), irreverente e irrefrenable de la propuesta (Fuente: promesa editorial) y que salió a la venta hace siete meses. Y, ojo, que tampoco es que me lo haya encontrado tirado en la calle: doy con él porque, en cierto modo, (me) lo he buscado. 

Da como pena, que pasen estas cosas; que frente a la omnipresencia de los libros de mierda de unos esté la secreta existencia de otros. A mí, por lo menos, es algo que me jode, aunque tampoco es que me quite el sueño. De momento me conformo con anotar en el whislist de Amazon el libro de daimiel -que espero leer algún día- y me doy el gusto de publicar este post tan de pegar un grito.



(1) “La oceanada” lo empecé y lo dejé (y lo devolví a la biblioteca), no porque me pareciese malo sino porque era un poco más de lo mismo pero en pañales. Me explico: “La Oceanada”, aunque se publicó después de “El valle…”, está escrito antes y eso se nota y se nota porque la protagonista parece la misma pero en contenido y a los personajes que la rodean les falta interés, les falta vida, les falta un poco de personalidad. Volveré a alquilarlo y volveré a intentarlo pero antes he de quitarme de la cabeza la pasión incontenible de la niña de “El valle de los avasallados”, que es un poco la niña de mis ojos y frente la que no hay comparación posible.



martes, 22 de enero de 2013

De planetas, planetoides y marcianadas

“Ahora, pasado el tiempo, no espero nada de las novelas que publico, salvo haberme divertido escribiéndolas”.  Care Santos 
Habitaciones cerradas es mi novela más ambiciosa. Para mí, hay un antes y un después de esta historia. Sólo espero que a mis lectores les ocurra lo mismo”.  Care Santos 


Cuando la noche del premio Planeta vi subir a Mara Torres (Madrid, 1974) al escenario y recoger su premio finalista, pensé que iban a vapulearla sin siquiera abrir el libro. Me equivoqué. Algunos la vapulean también después de leer el libro”. Así empieza Santa Care Santos la reseña (publicada el 21 de diciembre en El Cultural) de La vida imaginaria, la novela finalista del premio Planeta de este año. Es una reseña que, no podía ser de otro modo, trata de salvarle el pellejo a la escritora, que a primera vista parece que le hace buena falta. No es difícil suponer que al decir “algunos la vapulean” Care se refiere a la crítica que Ana “Maléfica” Rodríguez Fischer hace del mismo libro (Babelia 17/11/12) y en el que destroza, literalmente, la cosa esa que parece que escribió Mara Torres. 

Y cuando digo destroza, quiero decir destroza. Quiero decir esto: “una novela zafia y sosa, de una complacencia tan elemental como sonrojante”. Y más: “Sin el menor sentido de la oralidad y el coloquialismo […], la confidencia queda drásticamente rebajada a intercambio cansino de banalidades y lugares comunes que en conjunto hacen que esta novela tenga el estilo y el ambiente de peluquería (rancia)”. 

Pero vayamos por partes. 

Si es harto complicado hablar de un premio planeta sin caer en el sadismo no digamos ya de un finalista. Quedar finalista no supone sólo aceptar (sea o no verdad) que escribes peor que tu contrincante sino que además eres menos comercial. Extraña que no haya un volumen considerable de suicidios entre los finalistas del Planeta. Será que se gastan la pasta en psicoanalistas. 

En esta pelea en el barro del mundillo literario tan desigual entre Care y Ana (me van a disculpar el tuteo) lleva todas las de perder la que está más a la derecha y esto así porque una cosa es defender lo indefendible (a pesar de ese algo heroico que tiene el suicidio) y otra pegarle al masoquismo como otros le dan a la botella. Es el caso. 

Cómo salvar una novela. 

Lo primero que hay que hacer para salvar una novela es dar a entender que se la ha leído mucha gente. Muchísima gente. Del tipo que sea, da igual (no vamos a pedir, como hace Senabre, lectores expertos en algo); la única condición es que sean muchos. Que sean legión. Pues bien, según esta crítica “ya hay miles de lectores rendidos a los encantos de la novela”. Miles de lectores. Miles, repito. Rendidos. A los encantos de la novela. Los imagino, a todos, terminada la lectura, orgasmando una y otra vez, una y otra vez, de puro fascinados. Los más románticos lo harán en el silencio de un suspiro, pero serán los menos; en general hay, en estas cosas del querer, una tendencia al grito y al exhibicionismo más propio de las bestias salvajes que de blogueras contenidas. 




jueves, 17 de enero de 2013

“m” de Juan Vilá

OTRA VUELTA DE TUERCA 

Permítanme una pequeñísima, brevísima, insignificante aclaración. Una nadería. A saber: el dos de octubre de 2012 se publicó (publiqué) una entrada en el blog en el que reseñaba una novela que, aseguraba, ustedes nunca leerían y no lo harían porque se suponía que había llegado a mis manos gracias a las malas artes. La cosa era que la novela era maravillosa, absolutamente genial, un prodigio de novela. Pero al quedar inédita y ser yo el único lector se creía en ella o no se creía en ella. Era así de simple. Yo esperaba que sí, pero fue que no y tanta duda y tanta batalla perdida (93 comentarios son la prueba del conflicto) me convencieron de que lo mejor era continuar alimentando la leyenda y fue así que pudiendo, como podía, se lo aseguro, demostrar su existencia o inexistencia, opté por no hacerlo (por no demostrarlo). 

Pero esto no podía acabar bien. Hubo quien se enfadó y hubo quien me ignoró (que de todas las medidas es, siempre, no me cansaré de decirlo, la más aconsejable). También hubo quien lo (me) creyó. Ya se sabe que hay gente para todo. Al final la cosa quedó en nada. Yo había prometido callar y bastante hacía alimentando la duda. El comentario 90 de aquel post -cuya entrada aparece en la columna de la derecha bajo el título “Reseña de una novela que ustedes nunca leerán”- era un enlace a un blog llamado “El blog de la novela m” en el que se hablaba de otra novela, también llamada “m”, sí, pero ésta con m minúscula, escrita por Juan Vilá. ¿Casualidad? Ni puta idea, honestamente; quiero pensar que sí, pero no es fácil. 

Aquello sólo podía llamar la atención, mi atención, su atención (la atención de ustedes, quiero decir). Ya imagino que esa era la idea. Aprovecho para jurar que no fui el autor del enlace (hubiese hecho más ruido) y juro también que no soy Juan Vilá. Esa, y no otra, fue la razón por la que entré en el blog de Vilá y me hice notar con un comentario sutil como pocos. Una semana después tenía la novela en casa. El dos de enero empecé a leerla, aprovechando que la estructura de la novela, compuesta por brevísimos episodios, se adaptaba como un guante a las dificultades propias de leer en Navidad. La ventilé en un par de días pero no por buena sino por chiquitita. 


LA RESEÑA (AL FIN, YA) 

Acabada la novela -ya puestos a confesar intimidades, voy a seguir un poco más- se lo hice saber a un ser humano muy interesado (interesada) en el asunto. Me preguntó qué tal y yo le contesté algo así como que m era como una ceremonia de la confusión sin piñata. Ese era yo en estado de gracia un domingo por la noche. Reseñas Tongoy modelo Tuit. 

m es una novela un tanto confusa que trata de un hombre que un día despierta sin más. Suena raro pero es tal cual. El hombre, mientras pasea, se sabe muerto en una habitación y quiere llegar al fondo del asunto. Tiene un cuchillo en la espalda. Me refiero, obviamente, al que está tumbado en la cama, no a su versión itinerante. En general hay en la novela mucho muerto resucitado y mucho pirado dando vueltas (y tanta confusión como la de este párrafo). Esto encuentra explicación en la advertencia que se hace justo antes de arrancar la novela: se cita la Wikipedia, que dice que la Teoría-M es la teoría que defiende la existencia de infinitos Universos paralelos, algunos como el nuestro y otros no. Grosso modo, esto. Y claro, si además la cuestión se plantea de una forma confusa, situando al lector en una posición en la que le resulta imposible distinguir entre las distintas realidades pues ya se tiene garantizado, como poco, la ceremonia de la confusión de la que hablaba un poco más arriba. Lo de la piñata viene a cuento de que acabada la novela no tiene uno la sensación de recompensa, es decir, no es una gran novela, no es un descubrimiento, no es que el estilo sea digno de admiración, ni siquiera de mención, no hay eso que invita a decir qué bien me lo he pasado, caramba, que ganas de recomendarlo, que buena forma de empezar. Y cuando digo empezar no me refiero únicamente al hecho de que sea el primer libro que leo este año, ni la primera novela de Juan Vilá sino a que con ella nace una editorial de la que espero que hablemos con más calma dentro de unos días. 

Miren, la cosa es tan sencilla como lo siguiente: David Lynch para tontos. Se lo explico, no vayan a pensar lo que no es. Hay un momento en la novela en la que el protagonista… (y perdonen que no entre en mucho detalle pero, tratándose como se trata de una novela de intriga sobre fondo de ciencia ficción y regusto amargo de terror, me sabe mal joderle la marrana al lector), en la que el protagonista, decía, recibe una llamada amenazante de alguien que, para animarle a colaborar, le envía un mensaje a los móviles (sí, tiene dos) con una foto en la que aparece él siendo torturado en ese momento. Les recuerdo que la novela comienza con el tipo muerto en una habitación y paseando por la calle. (Paréntesis: me viene a la memoria una película estupenda llamada Primer que también puede servir como imagen de ciertas partes de la novela si se tomaran las debidas precauciones. Como no va a ser así mejor lo dejamos estar.) Todo esto es un lío y no hay dios que se aclare, es verdad, pero sospecho que esto es lo que pretende porque cuanto menos se entienda o cuanto más se enrede, más posibilidades hay de que el miedo a no haberla entendido lleve a recomendarla como algo que suscita interés (el interés que pueda tener hacer un puzzle al que le faltan la mitad de las piezas) que es más o menos en lo que caía Senabre en El Cultural hace unas semanas. 

La novela se la pasa Vilá jugando al gato y al ratón con el lector; sacando pistas de una chistera de física teórica y volviendo a ocultarlas; metiendo, donde Lynch metía enanos feos o gigantes espantosos, mujeres fatalísimas, amantes enfermas, suegras manipuladoras… personajes cambiantes: ora vivos, ora muertos. 

No es, m, una novela especial. No es una novela notable. Es una novela entretenida. Es una novela cojonuda para llevar al baño o a la playa. Es ideal para padres, por ejemplo, de esos que interrumpen continuamente la lectura. También lo es para hijos con déficit de atención, que pueden encontrar en ella el consuelo de leer a salto de mata algo que de todos modos no iban a entender.  Lo que sí sé es lo que no es. Y no es lo que dice la contraportada, no es una novela tan radical y rabiosa como exigen (exigen, dice, sí) los tiempos que estamos viviendo (una afirmación, esta, que merecía una reflexión algo más profunda). No es diferente a cualquier otra y desde luego está años luz de convertirse la obra de culto que se promete tan alegremente. Promesas.


martes, 15 de enero de 2013

Adiós a Gonzalo Canedo

Me acabo de enterar por una amiga que ha muerto Gonzalo Canedo. 

Gonzalo era el editor de Libros del Silencio. 

A mí no me gustan las despedidas, no me gustan los pésames, no me gusta participar del ejercicio del adiós, ni del homenaje póstumo… No me gusta el duelo y no participo en él. Tampoco sé qué decir en estos casos, honestamente. Hoy especialmente. Ahora mismo sólo me apetece cagarme en todo. 

Conocí a Gonzalo este verano. Tomamos unas cervezas en una terraza de A Coruña dónde descubrimos un pasado común, amigos comunes, esos misterios de las ciudades pequeñas. Fue la única vez que lo vi. Después de aquello conversamos alguna que otra vez por teléfono y cruzamos unos cuantos emails. No hay mucho que pueda decir, no era una amistad estrecha, la nuestra, pero tampoco necesité mucho más para saber que Gonzalo era una persona excepcional por el que llegué a sentir (y aún siento, maldita sea) el mayor de los respetos. 

No me gusta saber que lo voy a echar de menos. 

Me cago en todo, joder. En no poder mandarle un puto abrazo, también.


Editoras oportunistas, homenajes navideños


2011 

En octubre de 2011, y [es de suponer que] aprovechando que el año Ruso llega a su fin, se publicó en la editorial Nevsky Prospects, especializada en la cosa rusa, un recopilatorio de relatos llamado “Rusia Imaginada” que venía a ser algo así como una colección de relatos de más o menos grandes escritores tipo Care Santos, Oscar Esquivias, Pilar Adón (escritora y editora de Impedimenta) y Marian Womack (editora de Nevsky Prospects) entre otros. Lo editaba Care Santos. 

Pues bien, de este recopilatorio me interesa sobre todo como ejemplo del oportunismo de publicar algo tan ruso en un año tan ruso en una editorial tan rusa. Mención aparte el interés que suscitan unos relatos que plantean un acercamiento a la realidad rusa sin ideas preconcebidas, o lo que es lo mismo, escribir sobre Rusia aunque no se tenga ni pajolera idea. Cualquier excusa para hacerse el ruso es buena. Si total sólo es por aparentar y la verosimilitud, si acaso importa, visitando el Google Maps y leyendo un cuento de Tolstoi se arregla en cinco minutos. 

2012 

En noviembre de 2012, y [es de suponer que] aprovechando que el año Dickens llega a su fin, se publicó en la editorial Nevsky Prospects, especializada en la cosa rusa, un recopilatorio de relatos llamado Bleak house Inn que venía a ser algo así como una colección de relatos de más o menos grandes escritores tipo Care Santos, Oscar Esquivias, Pilar Adón (escritora y editora de Impedimenta) y Marian Womack (editora de Nevsky Prospects) entre otros. Lo editaba Care Santos. 

¿Les suena el párrafo anterior? Bien, esa es la idea. 

Al igual que antes, tampoco en esta ocasión me interesan tanto hablar sobre esa costumbre de unos pocos de juntar a cuatro conocidos y aprovechar su supuesto prestigio para fingirse editor como destacar el oportunismo de hablar de algo tan Dickens como son unos relatos-homenaje a Bleak House (“Casa Desolada”) aunque sea en una editorial tan rusa como Nevsky Prospects. Demuestra cierta gente una querencia por el homenaje digna de admiración. Admiración y suspicacia. 

El blog latormentaenunvaso.blogspot.com.es, gestionado con brazo de gelatina por (adivinen) la siempre estupenda Care Santos (a la sazón también editora de los mencionados libros), hace gala de un buenismo en sus críticas literarias que roza lo vomitivo. Se tiende a lo goloso, digamos, y al exceso de azúcar en sangre. Pues bien, el 24 de diciembre, apenas un mes después de la publicación de Bleak House Inn, el mismo blog (su blog) recoge una crítica escrita por un tal Arcardio García que no tiene desperdicio. De la labor crítica de Care Santos hablaremos pronto. Prontísimo. Arcadio García no tendrá tanta suerte. Le toca hoy. A él y a Pepe. Pepe Rodriguez, quiero decir. Sí, a mí tampoco me suena. Sonaba.






miércoles, 9 de enero de 2013

“La marrana negra de la literatura rosa” de Carlos Velázquez

ÉL 

Me intereso por Carlos Velázquez por culpa de un anónimo que, en este blog, me pregunta directamente si lo he leído o si pienso hacerlo o cuestión similar. Me dice que él no sabe que pensar, que todavía no ha decidido si se encuentra ante un genio o un imbécil gracioso. Y es verdad, no lo puedo negar: la cuestión tiene su aquel. En cualquier caso no es gracias al anónimo sino al link de un artículo que me pasan que le tomo el pulso al chaval (digo chaval porque el güey tiene nomás 34 primaveras). Se trata del relato que hace Velázquez de la FIL de este mismo año en la que, por cierto, tuvo una pequeña agarrada con Ignacio Echevarría por culpa de que si Bolaño sí, Bolaño no. Al final Bolaño Forever, como buena vaca sagrada y hasta se mentó a Franzen, que de Bolaño sabe un montón. Que es un broncas, el pollo, vaya. Aquí un enlace con el asunto number one (FIL) y otro con el number two (IE). Y conclusionan ustedes sólitos. (Ustedes perdonen: el pinche me ha trastocado la sintaxis de hoy, con lo linda que la tenía…) La cosa arranca, pues, con un joven escritor aficionado a las broncas, la literatura, el alcohol y las drogas. Ahora la FIL sí apetece.



ELLO 

Se ve que “La biblia vaquera”, un libro de relatos de Velázquez de 100 paginitas, le explota en la cara a no sé quién y la etiquetan cinco estrellas y que si literatura norteña y tal y el muchacho, seducido por la aritmética del royalty, se lanza a escribir otro casi igual de corto a ver si suena la flauta y se consagra o no se consagra. 

Aunque a la crítica en general (la general que he leído, al menos) le pierden sobre todo las escenas verosímiles protagonizadas por personajes originales, lo cierto es que Velázquez demuestra, a mi entender, un querencia por llevar a unos personajes ligeramente estrafalarios -que parten de una situación un tanto peculiar- directamente al terreno del absurdo, un espacio en el que se mueven o deberían moverse como peces en el agua y en el que resulta bastante fácil ser divertido con muy poco esfuerzo. 
Los cinco relatos que componen el libro tratan de lo siguiente: (uno) en una pareja uno de los miembros tiene problemas de sobrepeso que trata de curar, animado por su mujer, con tratamientos intensivos de cocaína; (dos) un travesti que se enamora de un jugador de beisbol y que acaba siendo poco más que un amuleto; (tres) un grupo de música punk que alcanza la fama gracias a un tecladista con síndrome de Down que en el directo arrebata; (cuatro) un hombre que entra en un grupo de autoayuda muy particular, dónde se da rienda suelta tanto al instinto maternal como al de recién nacido y (cinco) una marrana sexy que dicta a su dueño novelas de amor homosexual que acaban siendo un gran éxito. 
Problemón: la cosa no enamora, no trasciende, no subvierte nada. Queda por ver si ser divertido y tratar asuntos tan de no saber dónde puede acabar la cosa es suficiente para ser algo más que un escritor con talento para llamar la atención, que di tú que ya no está mal viendo esa anonimia tan habitual entre el gremio de la cosa escrita. 

Confieso que aún sin ser muy aficionado al relato no hay que hacer grandes esfuerzos para leer las propuestas de Velázquez -esto suena a cumplido sin serlo realmente- pero también es cierto que a medida que se avanzaba en la narración (narraciones) se va perdiendo interés en lo contado, quizá porque no acaba de llegar esa explosión de sabor (la que dice Piglia que ha de llegar al final de todo relato), quizá porque el cómo se come, una vez más, el qué. La pena añadida es que sin hacer grandes esfuerzos en poco tiempo se difumina lo supuestamente novedoso de la formas (ese no respetar ni a tu padre o escribir para que te lean los malos) quedando nada más en el recuerdo un libro de historias curiosas, moderadamente interesantes, a ratos divertidas pero siempre prescindibles y plagado de indescifrables localismos y un cúmulo tal de erratas (¡decenas! ¡cientos! ¡millones!) que me saltan hasta los empastes con tanto rechinar de dientes (que ya es mucho errar de dios). 

En general (y por acabar y por resumir y por irme a la cama de una santa vez) “La marrana negra...” es un exceso en sí mismo -nada que objetar, de vez en cuando se agradece el exceso de lo que sea-, es divertido, es ágil, sí, pero no siempre puede uno (ni quiere) abstraerse de esa puta costumbre que tiene ahora todo el mundo de tirarse a lo breve, quizá como una forma de no ahogarse en su propio tedio y hacer del sexo el centro de gravedad de casi cualquier cosa que incluya hombres, mujeres, niños y, ahora también, marranas. Quiero pensar que ser moderno, escribir moderno, vivir moderno, es algo más que la marranada esta, con perdón del chiste fácil y abusando de cabroncinería.


martes, 8 de enero de 2013

Autopsia Crítica: Karnaval contado a los niños

Para combatir el tedio de un viernes por la tarde releo algunas reseñas de Ricardo Senabre, crítico de El Cultural, y compruebo lo que venía sospechando desde hace tiempo: que a Senabre le gusta más que a un tonto un caramelo la prosa límpida, precisa, impecable, flexible, rítmica, digna, correcta. La lectura, por otro lado, le gusta placentera, expectante y profunda. Experimentos, los justos; riesgo cero. Senabre como receta para combatir el insomnio. Hoy me ha dado por hacer de abogado del diablo. 

El siete de diciembre Ricardo Senabre publica la reseña de “Karnaval” de Juan Francisco Ferré, premio Herralde (Anagrama) 2012. Karnaval es un mamotreto de 530 páginas que arranca con el escándalo protagonizado por Strauss-Kahn (el presidente del Fondo Monetario Internacional), hecho que, simplificando hasta la náusea, utiliza Ferré para «transmitir, desde múltiples perspectivas, una visión acre y negativa del mundo –convertido, en efecto, en un grotesco carnaval- y de la esencia del ser humano». Un tema muy de estas fechas tan señaladas. Hasta aquí todo normal. Todo lo normal, al menos, que pueda ser una novela de Ferré y todo lo normal que pueda ser una crítica de Senabre siempre tan tendentes al histrionismo unas y tan rayanas en la complacencia otras. Que son estos dos como el agua y el aceite es algo que se ve desde la cara oculta de la luna. 

El tema es el siguiente: Senabre echa en cara el exceso de Ferré: «La densidad intelectual de Karnaval, oscilante entre el ensayo y el ocasional esperpento, convierte el adentramiento en esta obra en una tarea apasionante, aunque sólo apta para lectores expertos». Temazo. A la pregunta ¿expertos en qué?, la respuesta es una incógnita. Porque, exactamente, ¿qué título es necesario tener para leer a Ferré? ¿Hay máster en literatura ferrética? ¿Es inútil un título en ciencias o acaso, tal como ocurre leyendo a otros, esto supone una ventaja añadida? ¿Qué clase de cargas de profundidad ideológicas son esas que tanto espantan al crí(p)tico Senabre? ¿Qué fuma, Senabre, mientras lee este tipo de novelas? En mi opinión, y ya que no me lo preguntan, uno se puede aburrir (o no) a ratos (o no) mortalmente con Ferré, pero de ahí a no entenderlo hay como seis pasos intermedios. Descartado esto vuelvo a preguntar, ¿a qué se refiere exactamente Senabre cuando habla de lectores expertos? Y lo que es más importante: ¿ponen pinchos en la ceremonia de graduación?

En el mismo párrafo, el crítico amplia esta información: «Aún conservando esos componentes reflexivos que dominan sobre los más convencionalmente novelescos y que constituyen una especie de marca de la casa, haría bien el autor, que se muestra extraordinariamente dotado para la escritura, en podar la frondosidad de su discurso, a menudo innecesariamente prolijo, con la seguridad de que los resultados no sería menos eficaces; y encontraría, sin duda, más lectores dispuestos a dejarse arrebatar por el vendaval de ideas y figuraciones que invade sus páginas, a disfrutar, pues, de su buena literatura, que no debe ser un paraíso cerrado para muchos». Es decir, que si Ferré escribiese pensando en los niños sin duda vendería más porque en la falta de esfuerzo (del lector) está la recompensa (del escritor y, por extensión, del propio editor). 

Sobre este asunto de la frondosidad (y patatín y patatán) Ferré tiene algo que decir, siendo algo una forma delicada de darle una patada en boca al crítico. En una entrevista que se publica el día 19 en El Confidencial, Ferré responde a un pregunta bastante directa del entrevistador, Herto Barnés, acerca de los reproches que se hacen a lo desmesurado de su estilo: «[…] reprochar el exceso es sorprendente cuando habría que criticar el defecto, que es lo que se ha establecido como norma de escritura y que detesto: la frase corta, simplona, una frase que podría aparecer en un telediario sin que sorprendiese a nadie. […] Si hay algo que me gusta de la novela es el modo en que expreso cosas que la gente piensa que alguien debería decir, tanto en cuestiones políticas como sexuales o reflexiones sobre la edad. Pero que hay que decirlas con un cierto lenguaje, no tendiendo a la banalidad, sino a lo complejo». Que, bueno… está por ver si despreciar lo breve por breve es muy diferente a hacer lo propio con la desmesura. Resumiendo: que a uno le gustan largas y desarrolladas y el otro las prefiere cortas, flexibles, rítmicas y profundas. Céntrense: hablamos de la prosa. 

Voy a hacer como que no estoy leyendo Karnaval y me voy a preguntar, así a lo tonto, hasta qué punto la recomendación de Senabre de pedirle a Ferré que recorte aquí y allí para hacer de su novela un páramo menos… árido, digamos, no atenta contra todo lo que tiene la literatura de artístico por no hablar de aquello que cabe esperar de un crítico. Entiendo que desde El Cultural la visión del mundo es más comercial que profesional y todo ha de pasar por el filtro del amor, la bondad, las frases cortas y las ideas globales pero de ahí a minusvalorar la inteligencia del lector no experto en no sabemos qué -y a menospreciar al escritor porque escribe frondoso- media un abismo que algunos saltan con la ligereza asombrosa. 


UNA HUMILDE PROPUESTA 

Del mismo modo que Swift recomendó en su momento comerse a los niños irlandeses como una solución eficaz al problema de la mendicidad, tal vez convendría aplicar algún sistema radical de corte similar al ámbito literario para evitar disgustos del tipo que acabamos de ver. Mi propuesta, pues, consiste en lo siguiente: incluir en la contraportada de los libros mensajes de advertencia similares a los que figuran en las cajetillas de tabaco pero que prevengan, no de los daños que el libro pueda ocasionar a la salud mental, sino de los requisitos mínimos que se deben cumplir para afrontar la lectura de según qué libros. Se acompañaría, por supuesto, de imágenes de cerebros tumefactos, ojos ensangrentados y muñones gangrenados, que serían el resultado de no hacer caso de la advertencia. Esto haría algo más que garantizar buenas críticas (más buenas críticas, quiero decir) puesto que también serviría que dar al escritor la seguridad de llegar a sus lectores ideales, sean estos de ideología fascista, por ejemplo, o titulados en Historia del Arte o a los devotos amantes de la contabilidad analítica, que también los hay. 

Imaginen el abanico de infinitas posibilidades que se abriría con esto. Se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensarlo. Ejemplos: podrían concederse premios según múltiples categorías (mejor 10.000 que 500) gracias a esa puerta abierta a la adaptación de novelas duras, extensas, profundas, intensas, barrocas, impopulares pero en cualquier caso susceptibles de despertar interés. Algo parecido a aquello que se hacía con aquellos tomos de Novelas Ejemplares que incluían a todo color las mejores novelas de todos los tiempos en apenas cincuenta páginas y dos bocadillos por viñeta. 

Al gremio de los traductores habría que sumar el de los adaptadores. De este modo, Karnaval, previa adaptación, podría ser llevada a diferentes secciones de las librerías en el formato más adecuado. El resultado sería algo parecido a esos libros que adaptan la Biblia a los niños. Así tendríamos Karnaval para prepubescentes, Karnaval para hipsters, Disney Karnaval, Karnaval para amas de casa, Karnaval para tiernos infantes, Karnaval para marxistas, Karnaval para intereconomistas, Karnaval para críticos haraganes y un largo etcétera, merchansdising incluido.


viernes, 4 de enero de 2013

Cajón desastre [12/2012]

Gatillazo en El Sindicato o Claudio desfalleciendo

El Sindicato, también conocido como Centro de Bajo Rendimiento del Marquesado de Mondadori y Aledaños, es un espacio en el que regularmente se puede disfrutar, por llamarlo de alguna manera, de, por ejemplo, los textos de unos cuantos hablando de los libros de sus amigos; también del blog llamado UBSD, que venía a ser algo así como el germen de todo esto, hablando de… bueno, hablando, así, en general de las cosillas de Mondadori, y de las críticas de Carlota Moseguí o las de Pablo Muñoz (que duerme el sueño de los justos desde el 28 de noviembre) o los análisis de Bob Pop sobre las tendencias del invierno en las bibliotecas públicas. También está Fresán, claro, la estrella de lugar. Y ya. El Sindicato es la imagen de un algo cayendo en picado. Parece que alguien no está haciendo bien su trabajo, señor Marqués. ¿Se lo dibujo?:

Rodrigo Pinto no actualiza desde el 22 de noviembre. Su último artículo era un elogio a la novela de Julián Herbert, que acaba de hacer los deberes después de un par de meses de sequía. Desde el 4 de noviembre Jordi Soler no da palo al agua y poco más que eso hacen Mónica Carmona (7 de noviembre) y Andreu Jaume que recién publica hoy tras dos meses de silencio administrativo. MRPUC, es decir, el blog de Caballo de Troya, se la viene fumando desde el 10 de octubre, que es más o menos lo que venía haciendo desde el 9 de octubre Diego Zúñiga hasta que publicó algo el último día del año. Y por último el más holgazán de todos, Juan Diego Montiel, que se debió quedar mico después de las cuatro entradas dedicadas a la crítica literaria y no se ha vuelto a saber de él desde el 24 de septiembre. Se le busca en un pozo sin fondo. 

Etiquete a todos estos, haga el favor, como vagos y maleantes y recuérdeles a unos que esa no es forma de colaborar con el grupo y a otros que los favores se pagan con artículos o copas, nunca con silencio. Ya no hay proletarios como los de antes.

P.D. Mención especial para el nuevo fichaje: Power Paola, una joven de Ecuador que se estrena en Reservoir Books en marzo de 2013 y empieza así, a lo grande. Es un decir. Bienvenida Paola a esa tu nueva casa. Que todo vaya bien. Háganse a un lado, por favor: ¡arranca la promotabilización de Power Paola! 


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¿Se puede ser más posmoderno? 

Hablando de El Sindicato y por no dejar títere (nunca mejor dicho) con cabeza. Un síntoma de modernidad es que te guste David Foster Wallace. Que te guste Chuck Palaniuk, también, especialmente El club de la Lucha, película de referencia para unos, novela de referencia para otros. Hay más síntomas, claro, pero esto no es un documental. Es fácil identificar a estos modernetes en la red puesto que acostumbran a citar regularmente a uno o a otro escritor, dejan sus Me Gusta en cada puta cosa que tiene que ver con ellos, ponen fotos de sus estanterías repletas de sus libros, abren blogs corporativos a los que ponen nombres-homenaje (unblogsupuestamentedivertido, for example) y dicen cosas como “La primera regla El Sindicato es: no hablar sobre El Sindicato”. En ello están, parece, visto lo visto en la noticia inmediatamente anterior. Concretamente en el caso de El Sindicato estas normas son una auténtica soplapollez, ya que no hay peleas, ni hay zapatos ni camisas que quitar, ni, desde luego, contendientes; sólo un post por persona y tampoco especialmente comentado. Ahora bien, este tipo de introducciones modernizan mucho un blog, que es de lo que se trata. A ver si nos vamos enterando, folks, de una puta vez. 

Descubro gracias al Quimera que en Lima también les gusta Chuck Palahniuk (es un decir) pero ellos se han inventado un juego bastante más acorde con las normas establecidas por el escritor de “Fight Club”. Su nombre: LUCHALIBRO. La cosa va de esto: “LuchaLibro es el enfrentamiento, en vivo, de escritores que improvisan historias en un espacio público. Los escritores son una suerte de performers, enmascarados como luchadores, que intervienen el espacio con una laptop y una pantalla gigante sobre sus cabezas donde se proyecta la historia que están escribiendo. El tiempo máximo que tiene cada escritor para crear es de 5 minutos.” No cualquier cosa, claro; han de incluir tres elementos elegidos por la organización. El premio son los vítores del publico asistente (unas doscientas personas por sesión semanal) y un libro publicado, vaya usted a saber en qué editorial y con qué tirada. Los perdedores son humillados quitándoles la máscara, que tengo entendido que es algo muy de lucha libre. 

Pero no es ganar o perder lo que importa. Se trata de pasar un rato divertido y de humillar a los malos escritores a través del escarnio público. Un gran invento que tiene desde hace poco su réplica en Canarias. 




Cosas de la postmodernidad, supongo.

Recuerdo también, no hace mucho, que un colectivo llamado Hotel Posmoderno (que debe ser algo así como el Hotel Kafka de las nuevas generaciones) reunió a siete escritores hispanoargentinos en un mal llamado reality show literario. El experimento, presentado por Eloy Fernandez Porta (no podía ser otro) ponía a Carrión, Olmos, Villarroya, Alberto Torres, Juan Terranova, Iván Moiseeff y Javier Sinay a darle a la tecla durante tres horas frente a la cámara (el evento se retransmitía vía streaming) creando historias a partir un personaje asignado a cada uno de ellos que guardaba una estrecha relación con la película de Serie Z “Kung Fu contra los siete vampiros de oro”. Ni idea qué fue de aquello pero tal como la sindicada  crítica Carlota Mosegui se preguntaba en el siguiente vídeo (que no deberían perderse) ¿se puede ser más posmoderno? No, seguramente no.