miércoles, 30 de octubre de 2013

Resumen de lecturas OCTUBRE 2013

Se suponía que octubre iba a ser un mes tranquilo. A ver si noviembre....  

Arrancó el mes con "En medio de extrañas víctimas" de Daniel Saldaña París, la primera novela de un joven poeta que no estaba del todo mal, especialmente la primera parte. No me repetiré, todo lo que había que decir ya ha sido dicho AQUÍ. También hemos hablado de "El sermón sobre la caída de Roma" de Jerôme Ferrari, la decepción del año vino de la mano de Mondadori. Razón, AQUÍ

De lo que no he hablado todavía ha sido de "La habitación oscura" de Isaac Rosa. La reseña, que lleva una semana escrita, tendría que haber salido hoy pero he preferido acabar el mes con este pequeño resumen. Prometo sacarla dentro de un par de días (jaja) pero les adelanto que no me ha entusiasmado. "Del color de la leche" de Nell Leyshon resultó ser una lectura inesperada (dentro de todo inesperada que puede ser una lectura programada con cierta precipitación). Pedirlo a la biblioteca y tenerlo en la mano fue todo uno. Afortunada la casualidad también de tener un par de hora libres. Se fue en un suspiro, por breve y porque se dejó querer. Tengo la reseña a medio hacer y abandonada desde hace días. Prometo retomarla al cierre de este post y publicarla en breve (siendo breve, noviembre). Les adelanto que, sin ser la locura, no ha estado del todo mal, sobre todo porque, al no parecer de mi estilo, la cogí sin muchas ganas. 

El resto del mes me dio por la novela gráfica. 

Todo empezó por "El rayo mortal" de Daniel Clowes, la historia de un chaval que descubre que fumar le da poderes especiales. Como buen gilipollas, se viene arriba. Tiene una pistola que fulmina (literalmente) a la gente. Curiosa sí es, ahora, un poco floja también. Después, del mismo Daniel Clowes cayeron “Mister Wonderful”, una tonta pero curiosa historia de amor de dos seres humanos depresivos e insoportables y la decepcionante “Wilson”, novela que se sostiene sobre breves episodios de una página en la que un hombre despreciable de puro realista, —como parecen ser todos los personajes de Clowes— descubre que tiene una hija. El humor va a la par del patetismo por lo que un rato sí que te ríes. 

"Epiléptico" de David B. fue la gran sorpresa del mes. Tienen toda la información que necesitan en su post correspondiente. Haciendo clic AQUÍ, pueden leerlo. Por seguir con David B. y ver si lo del epiléptico había sido casualidad, saqué de la biblioteca "La banda de los postizos". Nada-que-ver. Novela gráfica basada en hechos reales que cuenta la historia de unos atracadores de bancos, lo que viene siendo su quehacer diario y su final. Correcta y mil veces vista en formatos varios. “No cambies nunca” de David Sánchez (Astiberri) es una cosa bastante desagradable sobre monstruos con bocas diseñadas para chupar y experimentos y un montón de cosas inquietantes. Para lo que ha durado, no ha estado nada mal. 

"El libro de los pequeños milagros" de Juan Jacinto Muñoz Rengel se lleva el premio del mes a la peor lectura. Se trata de una colección de microrrelatos de corte fantástico. Ni prosa bruñida ni hostias: basura espacial. Mucho dibujito y mucho diseño total para hablar de marcianitos que observan seres humanos y conclusiones de Perogrullo. Hablando de lo cual, si yo fuera uno (un marcianito) y viniese de exploración a la tierra y descubriese que este libro está considerado como un ejemplo de literatura de calidad, tendría que hablar en mi informe de un planeta en vías de desarrollo e incluso cierto posible severo retraso de alguna clase. Mis hermanitos marcianitos vendrían en sus naves espaciales y juntos arrasaríamos el mundillo literario, empezando por los microrrelatistas, esa plaga voraz. Nos comeríamos sus corazones crudos y todavía calientes. Salvaríamos la humanidad y venderíamos la historia a Planeta. Habrá reseña, claro. La cosa no es para menos. 

Mención aparte para “Zurita” de Raúl Zurita (Delirio), poemario del que hablé no hace mucho AQUÍ. Lo tengo mediado y así se quedará una temporada, hasta que me haga con un ejemplar en propiedad. Mucho menos interesante fue "Tamara Drewe" de Posy Simmonds, el abandono del mes. Es una novela gráfica sobre un retiro de escritores y las cosas que allí pasan; cosas que tiene mucho que ver con el sexo y el amor y por lo que he visto muy poco con el escribir. La vida misma. Es algo así como Esther y su mundo a los cuarenta y tantos. No llegué ni a la mitad. Me quedaré con la pena de no saber cómo acaba hasta que vea la película. 

“Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” de Eduardo Lago, la primera publicación de la nueva editorial Malpaso, es mi lectura actual. Salvo desastre, la acabaré en un par de días. De momento bien, gracias. Prometo reseña ipso facto, así no escriba más de cincuenta palabras. 

Por último comentar que entre las lecturas inacabadas o en curso se encuentran “Bono, el hombre del poder” de Harry Browne que, junto con “Frankenstein” de Mary Shelley (Sexto Piso Ilustrado) y “Los escritos irreverentes” de Mark Twain, me ayudan a relajar la vista entre lectura y lectura. 

Esto ya está. Ahora…. 


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…Avance de NOVIEMBRE 
(y breve catálogo de novedades) 

Ayer pasé por la biblioteca a recoger algunas cosas, entre ellas, “Librerías” de Jordi Carrión, “Las reputaciones” de Juan Gabriel Vásquez y “Butcher´s Crossing” de John Williams. El primero para echarle un vistazo, leer las primeras páginas y con ellas decidir si debo seguir o no. Le daré una sola oportunidad. El de Vásquez lo pedí por pedir. Vicio propio. Ya veremos en qué acaba. “Butcher´s Crossing”, del autor de “Stoner”, será mi siguiente lectura sí o sí (siempre y cuando no sea no). La siguiente debería ser “Mimodrama de una ciudad muerta” de Alvaro Colomer, que no sé ni de qué va. Me han dicho que hay que leerlo en noviembre y así se hará. 

Para las pausas del café, novelas gráficas: “Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo” de Chris Ware, “Asterios polyp” de David Mazzucchelli, “Como un guante de seda forjado de hierro” de Daniel Clowes y “Tú me has matado” de David Sanchez. Esto para empezar. También, si queda tiempo: “Ghost Word” (el puto Clowes otra vez), “¿Eres mi madre?” de Alison Bechdel, “La hermandad de la biblia Perry” de Nicholas Gurewich, “El gato del rabino” de Joann Sfar y todavía por determinar largo etcétera.  

El día 11 de noviembre salen a la venta dos libros: “La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski (Alpha Decay en colaboración con Pálido Fuego o viceversa) y “Jota Erre” de William Gaddis (Sexto Piso). ¿Te quedas con mamá o con papá? Yo, con Gaddis. A Dani ya le tocará en diciembre. Nada personal; simplemente, todo no puede ser. Tampoco podrá ser —no entero, al menos— “Historias del arcoíris” de William T. Vollmann (Pálido fuego again). 

Quisiéramos leer también, mis socios capitalistas y yo, un montón de cosas más, pero a falta de saber cuántas páginas tiene el libro del amigo Gaddis, está la cosa jodida de calcular. Por eso hemos tomado una drástica decisión: meteremos en un saquito bolitas de papel con nombres y dejaremos que una mano inocente las vaya sancando. En la bolsita, que supondremos trucada, meteremos, si podemos, lo siguiente: “Las enseñanzas de Don B.” de Donald Barthelme (Automática Editorial), “Ajedrez para un detective novato” de Juan Soto Ivars (Algaida) que es, según la wikipedia, “una novela satírica con la que se desmarca del Nuevo Drama”. (¡Ops! Visto y no visto.) “El camino de ida” de Ricardo Piglia (Anagrama), “Los amigos de Eddie Cole” de George V. Higgins (Libros del asteroide), “La cartera del cretino” de Kurt Vonnegut (Malpaso), “NWTY” de Ramón Buenaventura (Alianza) y, uno de los libros más esperados de la temporada por quien esto escribe: “Memorias del subsuelo” de Dostoievski (Sexto Piso Ilustrado). Relectura obligada.

Se acabó. Ahora, a leer. 



lunes, 28 de octubre de 2013

Una aproximación a “Bajo treinta" (#bajotreinta generation)

Y tras la Última temporada llega Bajo treinta, una antología producida por la Editorial Salto de Página, dirigida por Juan Gómez Bárcena y protagonizada por un puñado de seres humanos de los que ya nos ocuparemos en los títulos de crédito. Los treinta están de moda. 

Pero hoy no toca reseña; hoy lo que toca es aproximación a través de un prólogo, una práctica que se está volviendo demasiado habitual. Pero es lo justo, al fin y al cabo Última temporada (Lengua de Trapo) y Bajo treinta son dos caras de la misma moneda y como tal deben ser tratadas. Sin favoritismos. Jaja. Ja.

Bueno, al lío.

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Para variar, la antología no es exclusivamente de relatos. Se agradece. Es de fragmentos de novela, de aquellos que son novelistas, y relatos, de aquellos que son cuentistas. Se supone que lo mejor de lo mejor. Se supone, insisto. Personalmente prefiero mil veces esto a un puñado de textos que una vez leídos seguramente me van a dejar como estaba. 

«Pero el objetivo no era sólo convocar a estos excelentes narradores, sino invitarlos a participar con sus mejores textos. Por ello preferimos renunciar a los habituales encargos de textos inéditos, cuyo resultado podía no estar a la altura de la calidad demostrada en obras anteriores, y dirigirnos a los seleccionados solicitándoles los pasajes de su obra que a nuestro juicio mejor representaban su propuesta literaria. La mayoría de los textos pertenecen por tanto a libros ya publicados, en una clara apuesta por la calidad antes que por la novedad.»

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Sabiendo que Juan Gómez Bárcena nace en Santander en 1984 y que lo suyo no es el malditismo ni el victimismo ni otros ismos de corte similar, el prólogo sólo puede ser una defensa de la generación que llamaremos, para entendernos, de los #bajotreinta. Es un prólogo largo que habla de muchas cosas. Lo pueden leer AQUÍ. A mí no me apetece analizarlo en detalle; no tengo tiempo ni ganas; lo único que realmente me interesa es esto (las negritas son mías):

«Lectores, industria editorial y autores parecen haber contribuido de diferente forma al descrédito de la narrativa joven en España. Este libro, sin embargo, se opone decididamente a dicho discurso. Editor y antólogo compartimos la convicción de que existe una literatura joven de alta calidad en nuestro país, que si ha pasado relativamente inadvertida en por razones ajenas a su nivel literario.» 

Convendrán conmigo (y, si no, ya me dirán) en que el discurso de Bárcena se aleja bastante de lo planteado en el prólogo de Última temporada, donde se hablaba de escritores becados que medraban gracias al mamoneo social y al amiguismo o el arrimamiento, que es una variante del frotamiento. Prostitución, en definitiva. Figurada o no, cada uno sabrá. 

Volviendo al prólogo de la antología que nos ocupa, más allá de lo más o menos de acuerdo que uno pueda estar con afirmaciones del tipo “alta calidad” está la intención última de defender a capa y espada a un grupo de escritores que son generalmente maltratados por sus mayores, así como entender qué es eso de pasar relativamente inadvertidos, que parece una forma suave de decir que, a parte de sus amigos y familiares y dos o tres despistados, no los conoce ni Dios. Según Bárcena, muchas son las culpas a repartir y tres los culpables. Saquémosle punta a esto.


Los lectores
«Los primeros culpables en la construcción de este discurso [la baja calidad de la literatura joven] somos seguramente los propios lectores, que con frecuencia hemos interpretado la relativa [y dale] ausencia de autores emergentes en editoriales y premios relevantes como prueba de su mediocridad.»
O no. Además de eso —que sí, admitámoslo, es perfectamente posible— está lo otro: la constatación de una realidad: no es tan alta la calidad como la pintan. No siempre, al menos. Afortunadamente, hay de todo. Quienes leemos habitualmente a lectores jóvenes sabemos de qué hablamos. Quizá no seamos los mejores jueces (sin duda no lo somos), pero esa es otra cuestión (que bien merecería una antología crítica, no me digan). Un libro te llega o no te llega y los de cierta gente, fundamentalmente joven, no suelen llegar ni a la esquina. Por algo será. Hay excepciones, claro, pero como norma general esto es así y no hay vuelta de hoja. No pasa nada porque los jóvenes no ganen premios; si ese es todo el problema no hay de qué preocuparse, se cura con el tiempo. O no.



Las grandes editoriales
«[…] los grandes sellos han ido perdiendo gradualmente interés en apostar por jóvenes talentos, en especial si estos son españoles; […] Desaparecidos de escena los grandes sellos, son las pequeñas editoriales independientes […] las que han recogido el testigo de publicar narrativa joven de calidad».
Sí y no. No sé. 

Las grandes editoriales son lo que son y siempre van a apostar por el caballo que lleve las de ganar. Ya tenemos una edad para creer en cuentos de hadas. A estas alturas de la película dudo mucho que publicar en Mondadori, por ejemplo, sirva de algo. (Que se lo digan a Antonio Fresy Cool Rodríguez.) No. No creo que el problema sea tan sencillo como esperar que Lumen te publique y Fernando Valls saque tu reseña en Babelia o que antes de salir el libro ya se anuncien sus chorrocientas traducciones a veinte lenguas o la venta de los derechos cinematográficos a una productora finlandesa. Todo esto es dinero que hay poner sobre la mesa. Salvo excepciones, un autor joven es una apuesta muy poco segura y muy largo plazo. Es un producto tóxico. Esto nos lleva al punto anterior: ¿estamos realmente seguros de que la calidad es suficiente para que un editor te dedique una partida de equis miles de euros? Mi experiencia me dice que no. El sentido común, también. A los veinte no se triunfa. A los veinte se fracasa estrepitosamente. 


Los propios escritores
«Por último, no hay que eludir la responsabilidad de los propios autores, que rara vez transmiten interés por sus compañeros de generación. Es de hecho ésta una afirmación largamente repetida en reportajes, entrevistas y artículos: un momento en el que el joven narrador en cuestión declara que no lee a sus contemporáneos, porque prefiere la enseñanza perdurable de los clásicos.»
Mi no entender. ¿Se busca corporativismo o qué se busca? Que otro escritor te lea o no te lea no significa absolutamente nada. Sólo los escritores y los enfermos leen las entrevistas. Esas cosas se dicen para evitar el fango de la verdad; a saber: que tu libro es una mierda, chaval. Y para darse una pátina de prestigio, aunque sea ajeno, también. La realidad es la que es. No hace mucho una joven escritora especializada en subproductos prometía que su próxima novela sería “más Proust, más académica” [vómito]. Más allá de la carcajada que pueda provocar semejante afirmación está la sensación de que hay gente que no merece ser leída, no digamos ya respetada.

Los amigos están para ir a las presentaciones, mandarte fotos posando con tu libro y que las subas a tu muro y para darte un me gusta al día. Para eso están. No se van a leer tu puto libro; tienen mejores cosas que hacer. 

Espabila, nene. Estás solo.



“La imaginación está secuestrada. Las grandes editoriales, con muy contadas excepciones, están haciendo un daño extraordinario a la literatura. Todo lo que tiene que ver con las operaciones de marketing y de comercialización, están dañando sobre todo a los chicos muy jóvenes, las generaciones que vienen por detrás, que están condicionados en la manera de escribir.” (Eduardo Lago, http://www.youtube.com/watch?v=9Sk3JiDwPwQ)



Relación de victimas de las circunstancias: Guillermo Aguirre, Víctor Balcells, Matías Candeira, Cristian Crusat, Irene Cuevas , Aixa de la Cruz, Jenn Díaz, María Folguera, Julio Fuertes, Marta González Luque, Cristina Morales, Aloma Rodríguez, Almudena Sánchez y Juan Soto Ivars.


viernes, 25 de octubre de 2013

“El sermón sobre la caída de Roma” de Jérôme Ferrari

Donde dejé mi alma” se vendió como la novela del escritor que había ganado el premio Goncourt en no sé qué año (miento; sí lo sé; fue en 2012). Ojito calamar, NO como la novela que había ganado el premio Goncourt sino como la del escritor que lo había ganado, siendo este un pequeño matiz que cambia bastante la cosa. De hecho, de no haber sido por esa memez y porque hoy me he levantado con el pie izquierdo, seguramente no perdería ni cinco minutos con esta reseña (sin ser esta novela el desastre que estoy dando a entender pero, háganse cargo: uno también tiene sus días malos). 

El premio Goncourt, para los que no lo sepan, también se vende. Se vende como el más prestigioso premio de las letras galas. Aquí no dudamos de la corruptibilidad de cualquier sistema y por eso gustamos de aplicar el beneficio de la duda a todo que aquello que gane un premio. El Goncourt, por ejemplo. Con todo y siendo tan importante, tampoco es que sea la puta locura: no ve uno —como sí ocurre con el Nobel o el Planeta— que la gente se vuelva loca en las redes sociales. En el fondo el Goncourt no nos importa un carajo más allá de las posibilidades que ofrece meterlo en la faja y así poder vender lo que sea que haya escrito el ganador, tal como ocurrió con “Donde dejé mi alma”. "Premio Goncourt 2012" decía. Hubo suerte: la novela era (y es) realmente buena y además posterior a esto, que como consuelo no está mal.

Joder con la introducción, total para decir QUÉ. Nada. Total para no decir nada. Pues, con todo, esta nadería es mucho más interesante que la novela que hoy vamos a destrozar reseñar. Imagínense.


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Verán que interesante.

Poniéndonos malvados podríamos empezar diciendo que el “Sermón sobre la caída de Roma” gira en torno a un bar de pueblo, que vendría a servir como ejemplo del fin del mundo. De ese bar se marcha un día la dependienta sin decir adiós ni nada que se le parezca, por lo que arrendadora ha de hacerse cargo del negocio hasta que encuentre otro ser humano que lo quiera llevar. Por allí va pasando gente, alguna impresentable, que casi le hunde el chiringuito (se explica con detalle cómo y de qué manera), hasta que da con uno que parecía bueno pero resulta ser más de lo mismo (ídem). Una mierda, todo, y la pobre mujer que no sabe qué hacer. Al final dos amigos, que habían sido vecinos de la zona, se hacen cargo del local (y vuelta a empezar). Hagamos una pausa en este punto.

A esta tontería, que se puede contar en cinco minutos, dedica Ferrari un tercio de la novela. Otro tercio es lo que pasa después. El resto se lo reparten la premisa y una segunda voz autobiográfica que viene a darle a la cuestión cierta épica. El tema va de fondo, en modo hilo musical. Para ser una novela tan corta pasan demasiadas cosas pero sobre todos demasiadas cosas que luego resultan no ser para tanto, que de hecho no son nada. Lo que más abunda es palabrería. Ferrari tiene una prosa mas falsa que Judas pero con esa boquita de oro parece que lo haga de puta madre cuando esto no es ni remotamente así. El movimiento se demuestra andando y al final tanta supuesta belleza ha de traducirse en algo. En el caso de esta novela se traduce en buenas intenciones y pobres resultados.

Dos estudiantes de filosofía —vuelvo al argumento— deciden abandonar los estudios por razones que Ferrari, seguramente para no aburrirnos, despacha en muchas menos palabras de las que dedica, por ejemplo, a los escarceos amorosos de los diferentes personajes secundarios que pueblan la novela y que ya les adelanto que son unos cuantos. Pues estos jóvenes dejan la carrera (desencantados, uno por culpa de Leibniz y otro por San Agustín) viendo que todo es un mierda, que hay no esperanza de futuro, y que por mucha ilusión que uno le ponga no hay nada que hacer. Para vivir así, mejor ponemos un bar. Toda la novela está bañada por el pesimismo y la desesperanza. Es lo mejor que tiene. 

Total, que se van a vivir al campo buscando una paz que suponemos no encontrarán porque a esas alturas ya habremos comprobado que la vida es un continuo ver caer mundos como almas al suelo y que el fin último del ser humano es la supervivencia y la infelicidad. El capítulo final es una excusa para sacar en procesión a San Agustín y que resuma la intención del autor. 

Después de eso la novela se acaba, como se acabó Roma; cogemos otra y ya está. 



jueves, 24 de octubre de 2013

“Epiléptico. La Ascensión del Gran Mal” de David B.


Este blog tiene muchos defectos, pero no todos. Entre los que NO tiene, están los comentaristas. Sí, ya sé, hay de todo, claro, pero en general se nota que es buena gente, cariñosa y tal. Pues bien, esta gente tan buena (en su mayoría) y tan simpática (siempre) a veces parece que se levante en estado de gracia y entre las muchas recomendaciones que hace (más o menos interesadas) deja caer alguna de un libro a la que seguramente de otro modo no hubiese llegado. La típica recomendación que te alegra el mes.

Pues tal cual hace unos días, en el post de Pancho Villa y la toma de Zacatecas. La novela recomendada era gráfica, pero aquí no le hacemos ascos a nada: ni a los microrrelatos, ni a la poesía y mucho menos a los dibujitos.

“Epiléptico” es un tomazo de casi cuatrocientas páginas (aunque parecen más) que recopila los seis volúmenes que conforman la serie “La ascensión del gran mal” publicada por la misma editorial hace cosa de diez años. Se dice, se cuenta, se rumorea, que el formato gana mucho en la edición separada. Doy fe. Pero no siempre se puede elegir y además así, toda juntita, cuesta unos veinte eurillos miserables, que es un precio mejor que bueno a la vista del resultado. Está escrito y dibujado por David B., un ser humano que hasta la semana pasada era, para servidor, un completo desconocido. 

Y hasta aquí la introducción.

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“Epiléptico” es una historia autobiográfica. El autor cuenta su experiencia personal como hermano de un epiléptico, pero no uno de esos que tienen un ataque al año, que no parecen enfermos ni nada, que ni te enteras de que están en casa, sino de los otros, los que tienen tres ataques diarios, los que a la mínima, caen; los que te condenan a ser ángel guardián sin vocación. Claro, esto no es fácil de llevar ni cuando eres niño, en el patio del colegio, ni cuando eres adulto en la cola del paro. David B. (nombre artístico) es el ejemplo perfecto de tal desgracia y dedica 370 páginas a relatar y dibujar la experiencia letal de tener un hermano que es una como losa en tu vida.

El comic, además de contar que David zapateaba a su hermano mientras éste tenía un ataque (no hay como la familia para darte una paliza), narra la odiosea de unos padres que recurren a cualquier cosa, lo que sea, para curar o mejorar la vida de su hijo (el enfermo, se entiende). Lo prueban absolutamente todo, hasta lo más descabellado. Y cuando digo todo no exagero tanto como de costumbre. Prueban la «macrobiótica, la neurocirugía, la antipsiquiatría, la videncia, el espiritismo, la antroposofía, el vudú, los exorcistas, los charlatanes, el magnetismo, los gurús, las terapias alternativas, la musicoterapia, etc». Hacen algo más que informarse: se meten hasta las orejas. Es aquí, en cada uno de estas estaciones del particular vía crucis de la familia B., donde, tanto la historia como el dibujo (fantástico el dibujo en su exceso, barroco unas veces, exageradamente simple otras, inquietante siempre...) brillan especialmente. 

Quitando momentos puntuales de cierto tedio (en ocasiones David entra demasiado en algunos detalles innecesarios de la biografía familiar y chorradas varias que, en definitiva, nada tienen que ver con la cuestión que da título a la novela) en general la historia transcurre sin grandes altibajos y siempre en progresión ascendente; siempre encaminándose a una locura que se intuye inevitable, incluyendo odios viscerales y el deseo inconfesable de que el cabrón de tu hermano se muera de una puta vez; ser consciente de que la muerte de un ser querido débil y resignado, víctima inocente dónde las haya, es el única forma de alcanzar la propia felicidad.

Porque todo esto, no lo olvidemos, está siempre, siempre, planteado desde la perspectiva de David; no del enfermo, no del que ha de renunciar a sus estudios o al matrimonio o a tener una vida laboral y una hipoteca indecente como todo el mundo, sino del otro, del que sufre las consecuencias de la epilepsia de otro; del que ha tenido la mala suerte de nacer en esa familia de mierda. La enfermedad de David es tener un hermano enfermo. 

Una recomendación cojonuda. Gracias.




domingo, 20 de octubre de 2013

Nota de urgencia sobre “Zurita”

He aquí lo que Raúl Zurita dijo en una ocasión acerca de la poesía: «Me da lata. Una profunda lata. La encuentro tan alejada de la experiencia. Si llegara un marciano, y la única información con que contara sobre el siglo XX fueran los libros de poesía, es probable que ese marciano llegara a la conclusión de que aquí no ha pasado absolutamente nada. Los datos básicos son dos: primero, tu existencia, que estás vivo, y segundo, que estás vivo en un mundo. Pero gran parte de lo que entendemos por poesía refleja lo que llamamos experiencia interior, donde están solamente los ecos, pero no el sonido».

Lo del marciano me ha gustado especialmente porque me da la razón en muchas cosas. Ya sólo por esto Zurita me cae lo bastante simpático como para echarle un vistazo a su libro y animarme a escribir esta nota de urgencia (que es casi lo mismo que una aproximación pero salpicada de buenas intenciones).

Supongo que mi desprecio hacia la poesía (un desprecio que ansío total e irreversible) tiene mucho que ver lo poco que me interesa el mundo interior de los llamados poetas o el mundo interior de todo aquello que le parezca interesante a los llamados poetas o cualquier otra interioridad. No me interesan sus excesos de poesía ni de metáforas; no me interesa lo que tienen que decir aquellos que sólo escriben para sí mismos o para los que son como ellos. No me interesa el mundo ficticio y falsificado de los poetas. Seguro que hay muchas otras razones (la forma de peinarse, la mirada perdida…), pero esto es una nota de urgencia, no la consulta de un psiquiatra. Es por ello, por este confesable desprecio del que tan orgulloso me siento y que deseo perpetuar en el tiempo, que no podré nunca jamás en la vida reseñar nada que tenga que ver con la poesía sin meter la pata hasta el fondo. Un poco lo de todos los días pero en verso.

Lo que no es imposible es una nota de urgencia, que en este caso concreto es una excusa para decir estoy leyendo esto y no lo voy a reseñar así me muera. Pero estoy leyendo esto


ESTOY LEYENDO ESTO

Total, que estoy leyendo ZURITA, que es un libro que tiene una portada cojonuda de puro sencilla. ZURITA (cuando lo escriba en mayúscula estaré refiriéndome al libro) es un poemario de casi 800 páginas. La poesía gusta de espacios en blanco y esto ayuda avanzar en la lectura porque de otro modo lo iba a leer su padre. Con todo, Zurita —supongo que un poco por joder y otro poco por llamar la atención— parece no gustar mucho de la imagen clásica de un poema, lo suyo es más de pequeñas parrafadas, unas veces más prosadas que otras, a veces demasiado mucho, y otra veces demasiado poco. Tampoco es que esto sea muy original pero a los que no acostumbramos nos ayuda a llevar mejor el peso de la lírica.

Fuera de contexto ZURITA puede ser un auténtico coñazo. Lo digo por experiencia. Fuera de contexto, el siguiente poema (lo primero que leí, antes de meterle mano al libro), no pasa de artefacto de cierta belleza. Contextualizado (el título da una pista) la cosa cambia. Y cambia mucho. La cosa, por lo menos, llama la atención.


“Se ha notificado a Blogger de que cierto contenido de tu blog infringe presuntamente los derechos de autor de otras personas, según la ley estadounidense de protección de los derechos de autor (DMCA, Digital Millennium Copyright Act) […]Si detectamos que has vuelto a publicar las entradas sin eliminar el contenido o enlace en cuestión, las eliminaremos y consideraremos el hecho como una infracción por tu parte. Las infracciones reiteradas de nuestras Condiciones del servicio pueden dar lugar a la aplicación de una medida correctiva más estricta sobre tu cuenta de Blogger, como, por ejemplo, eliminar tu blog o cancelar tu cuenta.”


ZURITA está divido en tres partes (atardecer, noche y el amanecer). La “historia” comienza el día 10 septiembre de 1973 en Chile, unas horas antes del golpe de estado. El libro es autobiográfico y el narrador el propio Zurita (por más que aquello sea un continuo fluir de voces) y los hechos narrados tienen muy poco que ver con el valor o con lo que le pasa por la cabeza cuando una mariposa aletea en su estómago. Nada que ver con la belleza, desde luego (no al menos más allá de sus formas) y sí mucho con el horror. A ver, tampoco es como una novela aunque algunos afirman que acaba siendo tal. Aquí cabe todo. Adiós narración lineal, eso para empezar. ZURITA es algo así como un estado que nace de un recuerdo. Cosas de poetas, qué sé yo.

Poco más puedo decir puesto que apenas he leído trescientas páginas (que ya no está mal) de poemitas en los que apenas he destacado fragmentos. A medida que voy a avanzando se va confirmando la sensación de que la historia que se cuenta tiene más sentido a vista de pájaro. Con todo, tiene su mérito: inri es de los pocos poemas que me han llamado la atención (y ya) lo bastante como para darle una oportunidad al resto del libro. Un libro de 800 páginas, les recuerdo.

Pero.

Pero es poesía, y aquí odiamos la poesía y a los poetas y no queremos tener nada que ver con ellos, mucho menos lamentar sus infortunios o reírles las gracias. Por eso no puedo recomendar ZURITA. Por eso no voy a recomendarlo. Lo que sí voy a hacer es leerlo y seguramente, acabarlo, signifique esto lo que signifique.



jueves, 17 de octubre de 2013

Una aproximación a "Última temporada" (una antología)

Bueno, pues nada. Juguemos.

LA INTRODUCCIÓN
(o el inconveniente de intentar meterla doblada)

El 25 de septiembre de 2013 Alberto Olmos reinicia actividad en Hikikomori (su blog personal) que venía arrastrando un silencio administrativo largo tiempo lamentado por incondicionales y amigos, por lo que cabe esperar que pronto saque novela nueva. Desde entonces la ha ido llenando de entradas pequeñas como mocos que llamaremos #raudos

El #raudo del 11 de octubre es una foto con la portada del libro que nos ocupa y un pie de página: "seguimos intentándolo, amigos" (lo de "amigos" no es nada personal, simplemente es una coletilla que se le ha pegado) con el que arranca, rauda y veloz, la campaña de promoción de Última temporada a la que hoy se suma este blog. 

En el #raudo 18 publicado el día 12 de octubre se habla de un parásito. El parásito ya tiene el libro, dice, se lo han pasado. Alb no lo intuye, no lo sospecha. Alb LO SABE. Ha visto señales que no dejan lugar a dudas. Los enchufes de su casa le susurran: el parásito malo quiere acabar con tu libro, leerlo y difamarlo, regalarlo, hundir el negocio de trapo. Se quiere comer tu tesoro. Porque al parásito feo no le gustan los libros de Alberto Olmos, dice. Porque al parásito horrible no le gustan los libros de Lengua del Trapo, dice. Porque el parásito ODIA la literatura y quiere acabar con ella. Qué mal bicho, el parásito. Quisiera Alb ser insecticida.

Por si se lo preguntaban, el parásito al que se hace referencia soy yo.

Cuestión número uno: Alb me acusa, veladamente y basándose en ridículas suposiciones, de estar distribuyendo una copia digital por la red con ánimo de hundir las ventas de un libro: «enviando alegremente el documento, por ver si en lugar de 500 vendemos 450 y así, con suerte, no estamos aquí el año que viene». Ya tengo que tener buen carácter para no enfadarme por esta chiquillada. No sospecha, no cree, SABE que una mano negra me ha hecho llegar el libro en formado pdf. Sólo así, argumenta, puedo conocer el orden exacto de los nombres del índice (que subí a los comentarios de esta medicina hace algún tiempo). Debe creer que soy una loca furiosa que vive de lanzar pdfs a las redes de intercambio, que este es el primero que me llega, que me quema en las manos. Que lo busque, Alb, a ver si lo encuentra y que se asegure, Alb, de paso, que no es el suyo.

Por dejarlo claro: nunca he recibido un pdf de este libro. Ni ganas. Sí una foto; concretamente un pantallazo de unas páginas del índice. Una puta foto. Todo lo demás es una paja mental del bueno de Alb. Todo lo demás es algo que Alb podía haber preguntado, claro que entonces no tendría maldita la gracia. Por otro lado, ¿por qué iba nadie a molestarse por una acusación vertida en blog, por un desahogo infantil, por una pataleta?

Puesto que todo va de suponer; supongan ustedes la respuesta. 


Cuestión número dos (y atentos, que ya vamos entrando en materia): le dice Lengua de Trapo a Alb que no saben dónde estarán el año que viene. Alb se indigna ante tamañan injusticia y tiene una rabieta que se traduce en el mencionado #raudo 18. Ahora, lean y lloren, que para eso lo ha escrito: 

«[…] será tan simpático, tan miserable, leer, el año que viene, las condolencias del sujeto que vive a costa de y del autor o de la autora que hace con el libro de todos lo que no haría con su propio libro, plañidos y quebrantos como ay-dios-mío-qué-pena otra editorial pequeña que cierra, ay-virgen-santa-qué-contrariedad otro sello independiente que desaparece, ay-ay cada vez se estrecha más el abanico de posibilidades para que publiquen los autores jóvenes y las voces experimentales y los escritores minoritarios, ay qué pena tan auténtica nos dan los caídos por la crisis económica; sí, amigos, qué simpático va a ser oírles, qué miserable.»

Para empezar, y sin ánimo de ofender, el parásito aquí presente no lamentará nunca que los jóvenes autores dejen de publicar. Tiene, el parásito, mejores cosas que lamentar. El parásito lloró la muerte de Libros del Silencio porque al parásito le gustaba el papel que utilizaba y la narrativa extranjera que publicaba, no así la nacional que, salvo puntual excepción, detestó con enfermiza pasión juvenil desde que tuvo uso de razón. Guarda en cambio, este parásito, un recuerdo nada agradable de (casi) todas cuantas lecturas recuerda de Lengua de Trapo, editorial de la que, por cierto, recibió no hace mucho un libro a pesar de ser, el mencionado parásito, el mayor mal conocido. Quién sabe, tal vez no seamos ni los unos tan feos ni los otros tan dignos. Y ninguno tan tonto, por descontado. Resumiendo: que al parásito aquí presente lo que le jode es que la crisis económica o la crítica feroz o un fichero que alguien ha visto volar sin alas, vayan a ser ahora la excusa para justificar el fin de los tiempos de según quienes, como si éstos no tuvieran culpa de nada, como si fuera algo nuevo engordar las cifras de la traición. Por eso, el parásito aquí presente, que se ha levantado hoy un poco hijo de puta, promete no llorar la muerte de ninguna pequeña editorial, especialmente de aquellas que presuman de experimentación, iniciativa y buena voluntad. Que a ver si ahora va a resultar que ha sido caridad haber publicado los libros de, por ejemplo, Alberto Olmos. Ya sería casualidad también. 

Y ahora veamos qué pasa con ese puto libro, no vaya a caer en saco roto tanta desinformación, tanta mala intención, tanta promoción y tanta provocación. Tanto lamento.



LA APROXIMACIÓN 
(o cómo evitar leer un libro)

A Alberto Olmos le encarga, Lengua de Trapo, una antología de jóvenes nacidos entre 1980 y 1989 que pueden o puedan tener cierta importancia en el mundo de las letras. Lo hará gratis, Alb, porque Alb ama a Lengua de Trapo. Su recompensa será el cariño del editor y de Aixa de la cruz, Matias Candeira, Roberto de Paz, Guillermo Aguirre, María Zaragoza, Salvador Galán, Jimina Sabadú, María Folguera, Pablo Fidalgo, Aloma Rodríguez, Daniel Gascón, Jenn Díaz, Paula Cifuentes, Victor Balcells, Juan Gómez Bárcena, Rebeca Le Rumeur, Juan Soto Ivars y Cristina Morales. También de Miqui Otero y Laura Fernández, sí.

Todos quieren a Alb a pesar de que Alb antologa sin interés, sin muchas ganas y, recuerden, SIN recompensa económica. A Alb lo joven le aburre, le entristece, le da una pereza terrible. Los niños huelen a meados. ¿Será por eso que el PROLOGO parece un acto de venganza? Pues será. 

«En ningún caso se ha buscado aquí la predicción, ni tan siquiera la prescripción, sino solamente el zarandeo de nombres al objeto de reavivar el anquilosado censo de creadores de nuestro país, necesitado, no ya de voces nuevas, sino de una promesa de continuidad.»

Para Alb los escritores jóvenes del calibre que nos ocupa son víctimas de las redes (sociales, fundamentalmente) y las becas; son feladores experimentados. No son de raza. Las nuevas generaciones son espontáneas; no se han hecho a sí mismas; no son como él, que a los veintipocos ya era finalista del Herralde. El Herralde, joder. A un lado él, al otro Bolaño. Bolaño, joder. Qué gran momento inmortalizado. Qué suerte de inmortalización. Tal vez todavía guarde la foto, Alb, en su carterita; tal vez cada día la quite, de la carterita, y cada día la mire, la acaricie y le quite una doblez y si no supiera que ya la has visto mil veces, mil veces la volvería a sacar, la fotito, de la carterita, para hacerle otra caricia, para quitarle otra doblez. Para hacértela tragar. 

Promesa de continuidad”, amigos o amigas, es posar en una foto con Roberto Bolaño; lo demás son hostias.

«[…] ¿qué tiene reservado el futuro para la generación de los 80 […]? Quizá la respuesta aquí podría condensarse en una sola palabra: becas. […] una generación cuya herencia modal son las becas y esos «padrinos» que se exigen para conseguirlas no podrá nunca irrumpir en la escena cultural, pues los años previos a su estreno como escritores han constituido una suerte de amaestramiento, de doma, de aclimatación a la normativa literaria dominante. Por ello, nunca irrumpirán, sino que, muy exactamente, serán «presentados en sociedad».

Nos advierte, Alb, en el prólogo, que tengamos cuidado con los falsos artistas. Que no nos fiemos porque se hayan arreglado para la foto. Putos niños-bien. Seis de ellos han pasado por la Fundación Gala y varios más han solicitado su ingreso en algún momento en esa y otras casas. Dice Alb: «Determinados autores jóvenes cuentan con el beneplácito de jerifaltes (la errata es suya) culturales incluso mucho antes de que su primera obra vea la luz.» Como ejemplo de autores que han visto publicada su obra en grandes sellos (sabrán ellos las razones) pone a Antonio J. Rodriguez y a Laura Fernández — a pesar de que el primero rechazó participar en la antología y no venía mucho a cuento traerlo a colación—. El resto, dice Alb, son carne de «vida literaria» y lo suyo es dejarse «ver por saraos y presentaciones de libros (¿suponemos que las de Olmos también?), estableciendo contacto directo con autores consolidados (supusimos bien) y con editores.» 

Y todo esto bajo la atenta mirada del editor de Lengua de Trapo, la editorial que no sabe si estará aquí (en este mundo editorial, se entiende) el año que viene. No sé qué clase de editor es ese que no se deja la piel del escroto por sus autores, aunque no sean más que casuales, aunque no sean más que proyectos de futuro, aunque no sean más que gusanos. 


* * * * * * *


Soy el menos indicado para defender a esta generación de escritores a la que, por norma, ataco un día sí y otro también. Lo cierto es que me da igual. A mí lo que me alucina es ser testigo del menosprecio por su trabajo que demuestra un editor permitiendo un prólogo como este mientras lamenta su inevitable caída, no entendiéndola o echándole la culpa de todo al parásito de turno o a la piratería, ese lugar común que permite cuantificar pérdidas exorbitantes en la cuenta de resultados así como aliviar el peso de la conciencia por haber hundido tu propio barco con apuestas injustificables (premios incluidos). Pero lo que realmente me tiene alucinado, el motivo primero de este post (entiéndase el dramatismo, no vayan a creer que en el fondo todo esto tiene maldita importancia) es que quien fue el crítico más rudo de la blogosfera hasta que salió del armario y hubo de enfrentarse a las miradas reprobatorias de otros críticos y escritores y, sobre todo, editores, y hasta que metió su piececito en una gran editorial, por mor de una bitácora malherida, no lo olvidemos, de una «vida literaria» cultivada y regada durante años en la red… me alucina, decía, que venga ahora, ese crítico voraz a dar cachetes a los niños, a reprenderles por el Twitter, el Facebook, el Formspring, el blog, el otro blog o la fotito con Bolaño, que venga a dar lecciones, nada menos que Juan Malherido, de lo que se puede o no decir para evitar el desastre, para que no se hundan las editoriales, para que no explote la enésima burbuja, para que así todos tengan oportunidad de publicar en sellos experimentales con apuestas rupturistas e innovadoras como debió ser la suya, hace ya tanto tiempo.

Pero no hay que descartar nada; también puede ser que yo esté equivocado y que Alb esté haciendo todo esto porque, tal como dice en el #raudo de hoy (casualidades de la vida), «lo mejor que se puede decir de los amigos, lo más elogioso, es que no son los mejores escritores del mundo».

Alb es amor.


viernes, 11 de octubre de 2013

“En medio de extrañas víctimas” de Daniel Saldaña París

He aquí mi prejuicio: el autor de esta novela es joven y es poeta y tiene un libro llamado La máquina autobiográfica (se puede leer aquí) que parece un diario personal construido a golpe de microrrelatos y versitos. Esto de hoy (En medio de extrañas víctimas) es su primera novela. Que conste que yo esto lo sabía antes de empezar a leerlo. Lo sabía incluso antes de tener el libro en las manos. Pero. Pero amigo como soy del sufrir y el odiar y sabiendo como sabemos que la curiosidad mató al Tongoy, quise darle una oportunidad al primer capítulo aprovechando un día que me pilló Jerôme Ferrari sin ganas de aguantarle el sermón.

Y sorpresa

Fue interesante, el comienzo. No una maravilla, no un volverse loco pero sí una sorpresa agradable: la sorpresa de acabar el capítulo queriendo saber más del protagonista y por dónde irían los tiros. Como sin quererlo (lo juro por mi gato) y del tirón, llegué a la página sesenta. O setenta. Esto no es algo que me pase todos los días. Qué coño, ni siquiera es algo que me pase todos los años.

La cosa va de nada. De esta nada: un tipo aburrido hasta la náusea, feliz en su aburrición, dedica las horas libres a contemplar desde la ventana de su habitación un solar vacío. En ese solar hay una gallina que le hace cosquillitas en el cerebelo. Si hacemos caso de la contra del libro podríamos creer que está enamorado, pero a mí me parece ir demasiado lejos. De lo que se enamora probablemente sea de lo que representa: la posibilidad de hundirse en el tedio mirando para ella y salvarse así de «la idiotez, la crueldad y la injusticia infinitas de la urbe» y todo porque cree que «la civilización es un escándalo hiriente, una pugna entre los impulsos más bajos de cada ciudadano». Y claro, pensando así, mejor quedarse en casa. Trabaja en un museo haciendo memeces, hasta que un día una compañera a la odia acepta la propuesta de matrimonio que alguien hizo por él. Y se deja llevar. Escucharle decir NO sería suponerle una iniciativa que ni tiene ni quiere tener. Además así podrá follar gratis, piensa el muy cerdo.

«[…] se cierne sobre mí, estos últimos días, una sombra exageradamente densa, un ánimo lúgubre. Me sorprende constatar que los eventos convencionalmente importantes —una boda— me suceden como si le sucedieran a un primo segundo, sin afectarme apenas. Tengo noticias de mi vida, pero no la siento. Y no es que la vida esté, como querrían algunos, en otra parte, sino que se halla reducida a un conjunto heterogéneo y débil de asociaciones: una gallina que se pasea en un terreno, un boleto de lotería con el número seis inscrito, una colección de bolsitas usadas. Cada cierto tiempo alguno de estos detalles de mi más íntima cartografía se desdibuja sin mayor tragedia y otro nuevo aparece, sustituyéndolo.»

Me estoy liando. El otro personaje de la novela (sí, son dos) es un doctor español en filosofía que se regala un año para estudiar la obra un boxeador poeta, arrebatado y temperamental, que desapareció misteriosamente hace mucho tiempo, dejando tras de sí un par de obras que pasaron desapercibidas, para lo cual viaja a México, concretamente a Los Girasoles, un pueblucho de mala muerte donde conoce y se enamora de la madre de Rodrigo, el aburrido protagonista anterior. Y ya tenemos caso. Y con dos parejitas, nada menos, sin llegar a esto este el tema, afortunadamente.

Y ya. 

La presentación de los personajes y sus premisas ocupa más o menos media novela y es, junto con el humor, lo mejor del libro. Incluso la parte del poeta boxeador tiene cierto interés dentro del desinterés buscado. Pero. Pero el resto de la novela es un desinflarse lento y continuo. Tiene gracia que el momento en el que empiezan a ocurrir cosas sea precisamente el momento en el que la novela pierde toda su fuerza. Es decir, que mientras la “gallina” (lo que esta representa) era objeto de deseo, bien, pero cuando ésta sale de plano, ya no. El problema va a ser la iniciativa del protagonista, que sólo tenía razón de ser cuando no existía, y por culpa de la cual  sufrirán las consecuencias todos los personajes. Todos. Ni uno más ni uno menos.

Lo de siempre, supongo: una novela no es un poema, por más que en esta ocasión hayamos estado cerca de conseguir cruzar la frontera con éxito. En cualquier caso, me quedo con la cara del autor, que conociendo su origen ya es decir bastante.


miércoles, 9 de octubre de 2013

“Pancho Villa toma Zacatecas” de Taibo II y Pablo Ignacio

Cosas que no se deben hacer: dejar de recomendar una buena lectura sólo porque no sea del tipo que uno esté acostumbrado a comentar o por no tener ni puta idea de por dónde empezar o por no saber qué decir. Mal hecho. 

Yo he sido siempre muy fan de las novelas gráficas. Cuando  digo siempre estoy exagerando porque la verdad es que ya hace algunos años que abandoné la afición, pero donde hubo fuego… El caso que soy de los que no pueden evitar la tentación de refugiarse de vez en cuando entre las páginas de uno de esos libros llenos de dibujitos. Aquí un ejemplo:

Físicamente hablando, “Pancho Villa tomo Zacatecas” es un señor libro. Tiene un tamaño notable, trescientas y pico páginas y muy poco texto (el estrictamente necesario) pero sobre todo y por encima de todo lo que sí tiene son unos dibujos espectaculares que frente al papel, en vivo y en directo, lucen el doble, el triple. El cuádruple. O más.



Aquí se cuenta la historia de la toma de Zacatecas por parte de Pancho Villa. Chorrocientos mil hombres (como 20.000), trenes y artillería pesada asediando y tomando en un solo día con el control de Zacatecas, una población estratégico desde el que sería más fácil llegar a la capital. Se gustan, tiren de wikipedia o véanse un corrido en youtube.

Los detalles no son importantes. Los dibujos sí, vuelvo a insistir. Te seduce o no te seduce. Te pone o no te pone.

A mí me pone.

Riguroso blanco y negro sobre plantillas enormes, tiene las mejores explosiones que puede dar el comic y un argumento lo bastante sencillo como para que la acción se baste y se sobre con el dibujo, sin apenas echar mano de texto.



También a mí me están sobrando las palabras. La novela (gráfica), es, por dentro y por fuera, un maravilloso exceso. El blanco y negro es muy peligroso, Frank Miller dejó muy alto el listón con Sin City, y de hecho cuando empecé a leerlo todo eran reservas infundadas, pero las cosas como son: me ganó en cinco páginas, por la historia y por el dibujo y a Miller que le den. 

Una pequeña joyita.



Es una advertencia vigente: Los abusos del poder, su ignominiosa avaricia no ven límite hasta que la gente toma las armas y los detiene. Lo que está sucediendo hoy, que los bancos derrocan Gobiernos y los especuladores dejan en la pobreza a países enteros, es posible porque la paciencia de la gente ha durado demasiado. Por menos de eso en Zacatecas volaron el Palacio de Gobierno y fusilaron a los banqueros.” Eko, dibujante.

sábado, 5 de octubre de 2013

“Por si se va la luz” de Lara Moreno

Decía Ricardo Senabre el otro día que en Divorcio en el Aire (Gonzalo Torné, Mondadori, 2013) el prosista había superado al novelista (porque era tal la cantidad de exhibición de ingenio verbal que la prosa desdibujaba la línea narrativa). Pues esto es más o menos lo que pasa con Lara Moreno: la prosa –poética toda- se come la novela. Por lo tanto, si uno es fácilmente impresionable lo más probable es que acabe pecando de algo, de ingenuo, seguramente. Y si además te meten en el fango de lo rural, date por jodido. 



Chupar del frasco de Carrasco 

No hace mucho, en una crítica que se le hacía en la red a esta novela, se mencionaba Intemperie de un modo absolutamente gratuito, puesto que, tal como descubrí más tarde, la señorita crítica autora del mismo -aficionada a los productos Lumen- no la había leído. Poco tiempo después, en El Cultural, Care Santos repetía despropósito. ¿Casualidad? Yo no lo creo. 

A medida que voy leyendo esas críticas empiezo a tener la sospecha de que existe cierto interés en dejar caer el nombre de Intemperie cada vez que se habla de Por si se va la luz. Si tengo que buscar una explicación a tan extraño comportamiento (no he visto entre ambas parecido alguno), me da la impresión de alguien está intentando meterse en la estela del cometa Carrasco a ver si toca la flauta. 

Esta sospecha toma forma de certeza la víspera de publicar esta reseña, cuando leo la entrevista que José A. Muñoz le hace a Lara para Revista de Letras en la que le comenta, alegremente, lo siguiente: «Empezaste a escribir Por si se va la luz hace 4 o 5 años, pero ha salido justo en un momento en el que parece que lo rural está siendo algo recurrente entre los autores jóvenes. Uno de los primeros libros que surgieron en esta especie de corriente literaria fue Belfondo de Jenn Díaz.» Atentos a la respuesta de Lara Moreno: «Pensé que me ibas a citar a Jesús Carrasco, a quien no he leído todavía y con cuya novela han relacionado la mía.», que traducido al cristiano viene a decir que si no mentas tú a Carrasco, Josito, lo hago yo. Y tan ancha, se queda, la Moreno. Si esta respuesta no es oportunismo puro, que baje Dios y lo vea, porque, y esto es importante que quede claro, Por si se va la luz se parece a Intemperie lo que un huevo a una gallina. (Por si se lo preguntan, sí, con Belfondo se da un aire). 


ARGUMENTACIÓN 

Por si se va la luz narra la historia de una pareja que es enviada por La Organización a una aldea remota (ahí, ¿ven?: lo rural) de dos habitantes con la intención de comprobar de primera mano si hay modo de sobrevivir frente a la catástrofe del presente. Una segunda crisis galopante amenaza con acabar con el bienestar (la energía eléctrica —de ahí el título— es un bien cada vez más preciado y escaso). Esto no queda claro en la novela ya que la información al respecto cae por cuentagotas; se dosifica sin otra razón que la de aportar un punto de intriga a la historia que de otro modo hundirá todavía más al lector en el tedio. Lo que importa es que el mundo huye de las grandes poblaciones toda vez que han demostrado no ser el mejor lugar para plantar patatas. 

La protagonizan siete seres humanos, sin contar un perro, un cerdo y una gallina. La historia alterna narración en tercera y primera persona. Atentos a la cagada, por monumental: las cuatro o cinco voces suenan exactamente igual y además el recurso sólo hace evidentes ciertas carencias. Si me paro a pensarlo no veo más que defectos. Y mira que me jode, que la había cogido yo con ilusión, pero no ha podido ser. 


EN DOS PALABRAS, digamos 

«Yo elegí hacer una novela coral. No había hecho nunca nada parecido, pero me parecía interesante la propuesta. Primero porque yo venía del relato, había escrito siempre relato. Entonces el hecho de hacer que cada capítulo sea solo una voz, una primera persona, y luego cerrar esa primera per­sona porque las voces se van alternando. Si habla uno, luego ese no puede volver a hablar, hablará otro. Hablan todos como en cadena, digamosLara Moreno para Koult

Esta es la primera novela de Lara Moreno y se nota. Se nota que no sabe qué hacer con los personajes durante tanto tiempo y es que pocas veces 325 páginas fueron tan largas. Los presenta, les da forma humana y una línea de pensamiento básica pero cuando llega el momento de someterlos a algún conflicto… se desinflan. Se quedan en lo que son: sentimientos con patas. Se sientan juntos a cenar y no saben qué decir, cómo actuar. Desventajas, supongo, de haber abusado de intimismo durante la adolescencia.

Sirva como ejemplo la vieja bruja, loca de remate, que se pasa la novela dando tumbos. Lara la ha creado total para qué, ¿para poner voz a la vejez? ¿para alimentar a las gallinas? Sospecho que a Lara el personaje le molesta. Y no es la única. Saben (ellos, los personajesque nada de lo hagan o digan tiene maldita importancia más allá de la más que cuestionable belleza de sus reflexiones. Del modo que lo plantea Lara, los diálogos interiores tienen el mismo efecto que grabar el interior de un ascensor: gente que no se toca, no se importa, no crece más interiormente por el hecho de subir al último piso. 

Decía más arriba que se notaba que esta era la primera novela de Lara, y es verdad, pero eso no debería ser excusa, que ya tenemos una edad. Lara viene del relato y también de la poesía y comete el tremendo error de no ponerle a la mesa más patas que esas. El resultado acaba siendo una obra que, por el tono, parece mucho más de lo que es, no siendo, en realidad, apenas nada fuera de su corrección, fuera de su yo-yo-yo interiorista de mujer soltera con gato. Si acaso un bluff. Otro bluff para poetas, amigos e incondicionales de Lumen. Se esperaba de los personajes algo más que muecas, se esperaba una evolución y se esperaba que fuese un conjunto de voces creíble. Se esperaba una historia, también. Se esperaba una masa compacta. 

Tal vez era mucho esperar. 



miércoles, 2 de octubre de 2013

Resumen de lecturas Septiembre 2013 (y avance de octubre)

Recupero, excepcionalmente, una vieja costumbre: comentar brevemente las lecturas del mes pasado. Octubre será un mes más de leer que de reseñar por lo que es de esperar que quede el blog un tanto abandonado. Me van a perdonar pero me lo he ganado. El caso es que no me parece del todo justo dejar en el olvido tantas lecturas que sé que de otro modo nunca llegaría a comentar.

Ahí va, pues.

Arrancó el mes con “Infancia” de J.M.Coetzee, reeditado recientemente por Mondadori en un tomo que incluye los tres relatos autobiográficos. Yo lo empecé ahí, pero lo acabé en el kindle por comodidad. (Sí, el futuro; ya advertimos que estaba aquí.) El relato bien, gracias, bastante bien. Sencillo, sereno e interesante como suelen ser las memorias escritas por gente de cierta edad. No ve uno mucho de Sudáfrica (tampoco se vende como una lección de historia) pero en el fondo se agradece esa visión desde la perspectiva de un niño al que le pasaban cosas que tenían que ver con la política sin ser él ni remotamente consciente de qué coño era eso. Lo dicho: una agradable lectura…

…que me gustó lo suficiente como para plantearme seguir adelante con las memorias de algún otro escritor. El elegido fue (por una reseña de Malherido, para que luego digan) “A la caza de la mujer” de James Ellroy. Empezó bastante bien. Era Ellroy, ¿vale? (Hola, aquí un fan de América y Seis de los grandes y aquel cuarteto de los ángeles.) Sí, pero no. Ellroy cae en el abismo habitual de los escritores “abismales” (drogas, alcohol…) por la razones sobradamente conocidas: le matan a su madre cuando tiene 10 años y desde entonces, y hasta hoy que sepamos, arrastra el peso del culpa de lo último que le dijo, que era algo así como ojalá te mueras, mamá, o no sé qué. Bromas aparte, la cosa tiene que doler, que a los diez no se procesa como a los treinta, y esto se traduce en un continuo lloriqueo a las tantas de la noche sentado frente a un teléfono en algún rincón oscuro del hogar. Y si hubiera esperanza de redención, pase, pero se ve que no es así, que todo es un llanto amargo hasta la noche del martes por lo menos. Es el relato ideal para acabar con el mito de James Ellroy. Y para morirse de asco, también. 

“La senda del perdedor” de Bukowski fue más de lo mismo: autobiografía en vena. Cuando leí a Bukowski, hace años, lo hice sin orden ni concierto, y hace poco, un par de meses, me dio por tomármelo en serio. Empecé cronológicamente mal (“El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco”) pero seguí bien, por la senda esta, que era uno de los que no recordaba haber leído. Premio. Relata su más tierna infancia (es un decir) y viene a confirmar que lo más importante para ser escritor es que tu padre sea un hijo de puta. En general, muy bien. Bukowski es un refugio bastante seguro entre lecturas mediocres o directamente malas, como la de Ellroy. Tiene ese no sé qué, qué sé yo; ese centrarse en lo fundamental y ahorrarnos detalles de su amor por la literatura, quitando algún momento puntual. No como otros, que de tanto amar la literatura parece que no vean más que libros y lecturas y todos sus recuerdos de infancia sean la misma mierda.

“Por si se va la luz” de Lara Moreno fue la cuarta lectura de mes. Ya está la reseña escrita y saldrá en nada, apenas unos días. Les adelanto que no me entusiasmó.

Quinto: “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa. Hay un post sobre este asunto y la cuestión del abandono. Los habituales lo recordarán. Está AQUÍ. Para los perezosos: no pude con ella. Horrible, espantosa, mortalmente aburrida. 

“Los fantasmas del masajista” de Mario Bellatín es un libro recogido en la obra reunida del escritor que acaba de publicar Alfaguara pero yo lo leí en la edición de Eterna Cadencia. No es una novela sino más bien un relato corto, de apenas una páginas, pero que gracias al tamaño de la letra y al anexo fotográfico (supuestamente enriquecedor), da para setenta. El arte de la edición. La historia es Bellatín visitando una clínica para tullidos y el masajista contándole una película de su madre, que se acababa de morir, y un loro que tenía y lo unidos que estaban. Bueno, en fin, bastante normal. Es el primer libro que consigo terminar del escritor y no sé si repetiré, honestamente.

“El abrazo” de David Grossman no es una novela, es un cuento casi diría que infantil. No, qué digo, sin “casi”. Es infantil y punto. Maravillosamente editado por Sexto Piso, con unos dibujos que son apenas trazos hechos con carboncillo, el texto de Grossman habla del abrazo como remedio contra la soledad (o la “sensación de”, que para el caso es lo mismo), que tampoco es que sea un gran descubrimiento. Ideal de la muerte como lectura previa al sueño y para descansar de tanto Gerónimo Stilton y tanta leche. 

“Todos los crímenes se comenten por amor” de Luisgé Martín es una recopilación de relatos del escritor que, sorprendentemente, me gustó bastante. Merece un post y lo tendrá. Baste decir que llegué a él con todos los prejuicios habidos y por haber (que si Luisgé, que si español, que si relatos…) y a pesar de todo no tardó en atraparme. Me duró dos días, que tampoco es decir mucho porque tiene poco más o menos 150 páginas. Pero bien, en general, bien. Lo dicho, ya entraremos en detalles.

El final de septiembre me pilló en el ecuador de “Siete”, recopilación de los mejores relatos de Chimal, el escritor más feo del mundo. Tomazo de 300 páginas que parecen 500. Demasiado cuento para mi gusto. No está mal, pero acabaré pidiendo papas. De momento lo aparco hasta que se me pase la hartura.







MISIÓN OCTUBRE

Tengo grandes planes para octubre. Demasiado grandes, me temo. Supongo que de todo lo previsto apenas leeré la mitad, pero me gusta trabajar sobre un calendario. Este calendario:

“El libro de los pequeños milagros” de Jacinto Muñoz Rengel, la enésima recopilación de microrrelatos del año. Es el género de moda. Todos los niños los practican. No espero mucho de él, si acaso confirmar si, tal como sospecho, Jacinto es uno de los escritores más sobrevalorados del panorama literario actual. Español, se entiende. Y sí, por lo que llevo leído, igual un poco sobrevalorado sí que está. Él y por descontado, el microrrelato. 

“El camino de ida” de Ricardo Piglia no necesita presentación. Piglia, Anagrama y el habitual aval de comentarios elogiosos. Porque me fio, me lo he comprado, como también he comprado la que es mi lectura actual, “Sermón sobre la caída de la montaña” de Jerôme Ferrari. Apenas cuarenta páginas no me llegan para emitir juicios (es broma), pero de momento puedo decir que octubre empezó bastante bastante bien (la repetición es voluntaria).

Más. Esta misma semana sale a la venta, tras un largo silencio, el nuevo libro de Ramón Buenaventura, también compra segura (aquí un pirata dilapidando el tesoro), “NWTY”, siglas de No Working Title Yet (todavía sin título de trabajo). De Don Ramón no le leído nada más que el fruto de sus traducciones, pero tengo buenas vibraciones con este libro, no me pregunten la razón. Publica Alianza, al igual que “La fuga del maestro Tartini” de Ernesto Pérez Zúñiga, autor que me ganó hace años con “El juego del mono” y que ahora se la juega con lo que parece una novela de corte histórico, género al que renuncié hace más tiempo del que soy capaz de recordar y al que vuelvo con mucho muchísimo miedo. 

“Bono, el hombre del poder” podría poner la nota de no ficción de este planning. Se dice se cuenta se rumorea que el libro termina con el mito de Bono Salvador de los pobres. Aquí no hay nada que nos guste más que ver los mitos caer y por eso, lo vamos a leer.

Termino. 

Dependo de mi biblioteca habitual para leer “La habitación oscura” de Isaac Rosa de la que estoy oyendo de todo, desde los que dicen que es maravillosa hasta los que no han podido pasar de la página treinta. Bueno, solo hay una forma de salir de dudas. Más de lo mismo (también dependo de) con “Librerías” de Jorge Carrión, finalista del premio Anagrama de Ensayo. De esta no leído nada fuera de lo que viene siendo el circuito habitual de suplementos buenistas. Los libros sobre libros o librerías o libreros o bibliotecas suelen aburrirme bastante (sobredosis de amor por los libros); prometo dejarlo si es así.

Eso es to… eso es to… eso es todo amigos.