jueves, 30 de enero de 2014

Resumen de lecturas ENERO 2014

El año empezó mejor que bien gracias a Thomas Bernhard; concretamente con “El imitador de voces”: una colección de (algo que me niego a llamar) microrrelatos que tienen en realidad mucho más que ver con una noticia comentada. Bueno, es Bernhard, ¿vale?, muy mal lo tiene que hacer para hacerlo medianamente mal. La cosa, tan breve como placentera, cumple la doble función de ser una patada en la boca de todos aquellos que creen que los finales sorprendentes o los títulos de los micros o los perros verdes marcan alguna diferencia. Y no. Bernhard demuestra que no hace falta mucho, apenas nada, para sacarle punta a cualquier cosa, lo que sea. Librazo. Altamente recomendable.

“La gente no es como tú” de Gabi Beltrán ya lo comenté en su momento. Gabi Beltrán dibuja un fracasado tan creíble que llega uno a dudar que semejante texto pueda ser cualquier otra cosa que autobiográfico. Es la lectura perfecta para todos lo que quieran leer sobre Gabi Beltran o uno que se le parece mucho.

“Ajedrez para un detective novatode Juan Soto Ivars es como un monólogo del club de la comedia sobre fondo de absurdo novela negra y microsátira. La reseña está en curso.

“Agua dura” de Sergi Bellver es, que yo sepa, lo primero que el autor publica en solitario tras muchos años de constantes amenazas y, supongo, más que posibles reescrituras. He visto en la red que los amigos lo avalan: Fernando Clemot, por ejemplo, tal vez en pago por su colaboración en Quimera, presenta su libro mientras Elias Gorostiaga, habla, en su blog, de relatos brutales y fronterizos. Habla de derrumbes definitivos. El valor de la amistad, para que luego digan. Y, bueno, en fin, yo solo puedo hablar de mediocridad y decepción. Pero seré yo, que soy un cabrón. Que no soy su amigo. «Hoy se presenta el libro de Sergi Bellver, lo hace rodeado de amigos y aunque faltan muchos, los amigos que están, incluso a los que no se espera, son el detalle en la vida de este tipo que ha elegido uno de los caminos más duros que hay en esta tierra de caminos duros y televisados, ser escritor». Ya lo saben: no hay camino más duro que el del escritor. El acabose, esto. Tres veces he intentado escribir la reseña y tres veces me he quedado dormido. A la quinta, me rindo.

“Los hechos” de Philip Roth es un relato autobiográfico de Philip Roth de difícil etiquetado. Es una propuesta más que interesante que, además de servir como repaso a una vida, actúa como crítica a ese repaso. Simplificando hasta la náusea, una lectura, a ratos soporífera, que viene a demostrar que un libro sí puede ser salvado gracias un magnífico final.

“Esto es agua” de David Foster Wallace es un discursito que Wallace dio en no sé qué lugar a no sé qué estudiantes. Bueno, vale, curioso y tan breve que tampoco vamos a perder mucho tiempo con él. Mondadori lo vendió en su formato flash a un precio tan ridículo que mejor le hubiera ido regalándolo.

“Los que duermen y otros relatos” de Juan Gómez Bárcena va de rollito de corte fantástico. Los textos, embutidos en una épica ininterrumpidamente agotadora de puro falsa, transitan entre lo mil veces visto y una enfermiza corrección formal propia de curso de narrativa. El resultado son textos aparentemente imaginativos e impersonales que se leen con relativo placer.

“14” de Jean Echenoz ya ha sido comentado, aquí. Nada que añadir, si acaso que la “heroicidad” de meter una guerra mundial en apenas cien páginas, de un modo especial o simplemente diferente, no es incompatible con el aburrimiento. Esto, que parece tan obvio, no lo entiende todo el mundo.

“El mes más cruel” de Pilar Adón fue una relectura. Leí este libro hace dos o tres años y me dejó ni frio ni calor tirando a fresquito. Tras leer las muchas, buenas y continuadas críticas a la escritora, me obligué a volver a él. Lo leí en dos días. Mi impresión es la misma: sí, pero no. Se puede escribir bien y no ser nada especial, ser una más, lo cual equivale, a la postre, a no ser gran cosa.

“Catedral” de Raymond Carver es una colección de relectura obligada si uno pretende, como es mi caso, ponerse un poco al día de lo que se está haciendo actualmente en el minigénero este. Por aquello de comparar, más que nada. 

“Jóvenes y guapos” de Aloma Rodríguez ha sido casi con total seguridad una de las peores colecciones de relatos que me he echado o me han tirado a la cara. La reseña ya está escrita. Será lo siguiente que publique. Cosa de un par de días.


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En la categoría de ABANDONOS sólo un libro: “Mi primo, mi gastroenterólogo” de Mark Leyner. Leyner es un tipo de gatillo rápido y estilo desesperante cuyo mayor mérito (tirando de contraportada) parece residir en el hecho de haber sido “recomendado” (un poco de aquella manera) por el bueno de David Foster Wallace, el hombre con la sombra más alargada del planeta. Hay un momento (allá por la página 50) en el que tanto de esto se vuelve insoportable: «Y en el extremo del bar, una mujer cuyo poema de larga duración sobre la disfunción de la articulación temporomaxilar (ATM) había ganado un Grammy a la mejor declamación grabada está suave y lenta y ritualmente frotándose hexafluoracetilacetona de cobre en el clítoris mientras contempla al cachas de rasgos no euclidianos disparar una gota de etilbenceno deshidrogenado a una distancia de 6000 kilómetros hacia el archipiélago ártico, la cual finalmente cae en forma de diluvio sobre un fiordo de la Bahía de Baffin.»


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Y para FEBRERO muchas y muy buenas intenciones. Tantas —y tales— como estas:

En la colección jóvenes promesas de hoy, fracasos del mañana: “De música ligera” de Aixa de la Cruz, “Debo ser muy buena presa” de Eduardo Izquierdo, “Los combatientes” de Cristina Morales y “Después de Rita” de Mariano Veloy. Se acompañará de lecturas varias de los famosos recopilatorios “Última temporada” (Lengua de trapo) (en formato papel) y “Bajo treinta” (Salto de página) por aquello de comparar o comprobar el nivel o maldad similar.

Otras buenas intenciones son: “El patrón” de Goffredo Parise, “El año del desierto” de Pedro Mairal, “La verdad en la ilusión” de Luis Antón del Olmet, “Los Modlin” de Paco Gómez y “Días lúgubres” de Juan Sayagues.



martes, 28 de enero de 2014

“Pobres magnates” de Thomas Frank

Empiezo a escribir esto cuando acaba de hacerse público que el gobierno se propone restringir el aborto a casos de violación o cuando esté en riesgo la salud de la mujer. Ya no les tiembla la mano, a los hijos de puta. La verdad es que parece que hemos llegado a un punto en el que ya a nadie le tiembla la mano por nada. Un día es el tarifazo de las eléctricas, el anterior la ley de seguridad ciudadana o cómo cerrarle la boca a quienes discrepan; no mucho antes se cuestiona el derecho a la huelga, se cercenan los derechos laborales, se privatiza la sanidad. Y todo eso se hace mientras se roba, mientras se miente, mientras se prostituye la justicia. Y no pasa nada. 

Hace dos años y pico que el PP ganó las elecciones obteniendo la mayoría absoluta más aplastante de todas las conocidas hasta el momento. No hacía falta entonces ser un lince para ver que Mariano Rajoy era probablemente la persona menos indicada para dirigir un país y mucho menos en la situación que éste se encontraba. Tampoco hacía falta un master en Inteligencia Superior para saber que si el Partido Popular ganaba las elecciones no íbamos a abandonar la trayectoria descendente de catástrofe total. 

Pero se veía venir. No es un problema de no ver la realidad. Es un problema de no querer ver más allá de la pantalla del teléfono. No son más cabrones los que gobiernan —que al fin y al cabo se limitan a cumplir (parece mentira que tenga que ser precisamente ahora en semejantes supuestos) lo que en su momento prometieron— que aquellos que un día se levantaron y decidieron votar a quienes votaron dando así la victoria a quienes ganaron.

Pobres Magnates de Thomas Frank —por aquello de fingir que esto es un reseña y no una pataleta— es el análisis que Thomas Frank realiza sobre la situación política de EEUU en el momento actual, cuando el ala más extrema de la derecha, la representada por el llamado Tea Party (búsquese el parecido razonable con el relaxing cup of café con leche si se quiere) escala posiciones hacia la Casa Blanca desde que el poder ya no tiene secretos para ellos. 

Thomas Frank dedica mucho tiempo (más del necesario, seguramente) a analizar las razones por las que, en una situación como aquella en que se encontraba el país después del crack del 2008, son precisamente los menos indicados quienes van ganando cuotas de poder cada vez mayores. La mentira, la confusión, un falso abanderamiento de los derechos civiles, una promesa de salvación que sabemos falsa. Nada nuevo bajo el sol: “Tenemos una obligación contraída con quienes se encuentran en peor circunstancia”, decía Mariano Rajoy desde la terraza de la calle Génova aquel 20 de noviembre. Promesas, promesas.

Pero el escenario que debería preocuparnos más es lo que sucederá cuando la nueva derecha más ideológicamente decidida ponga sus manos en el resto de la maquinaria del gobierno. Son el mismo equipo destructor que fueron sus predecesores, naturalmente, pero ahora tiene el descaro suficiente para pavonearse, en tu cara, de su actitud saboteadora.

Thomas Frank sabe lo que ha ocurrido en su país, sabe lo que está ocurriendo y sabe, como sabíamos nosotros, como estamos comprobando ahora, que la derecha no es la solución sino parte de el problema. Es de suponer que en EEUU llegará a gobernar el Tea Party, tal como aquí lo hace, ya, el relaxing PP. Se intuye, además, que se trabaja con un nivel de inteligencia e hijoputismo similar. Sabemos lo que ocurre y lo que va a ocurrir y sabemos que no conduce a nada bueno y sin embargo aquí estamos, un año más, un día más, un recorte más. Aquí estamos, más imbéciles, más cretinos y más despreciables cada día. 

“Pobres magnates” es Thomas Frank viendo la piedra caer.


jueves, 23 de enero de 2014

“14” de Jean Echenoz

De esta novela poco bueno tengo que decir. Nada, seguramente. Ni que hubiera sido escrita por un veinteañero español.

La cosa va de la Primera Guerra Mundial, como se puede deducir por el título. Un chaval y sus cuatro amigos van a la guerra. Antes, claro, estalla. La guerra, digo. Se alistan (los alistan) y van. Es contexto socioeconómico es este: el muchacho, el protagonista, Anthime, está enamorado de una mujer, pero la mujer está enamorada de otro. Cuando se van a la guerra (éste, el otro, el de más allá) ella está en estado de buena esperanza por culpa de un tal Charles y como todo el mundo parece creer que la guerra va a durar quince días, pues decide tenerlo. Es una mujer enamorada. Se aman. Ya se casarán. Será por tiempo.

El frente es lo que viene siendo el frente normal de toda la vida de Dios. Unos matan y otros mueren, a veces incluso las dos cosas. A veces incluso a la vez. Les voy a destripar la trama, total qué más da: el padre de la criatura muere, Anthime pierde un brazo y los amigos… bueno, lo que viene siendo un desastre. Lo que viene siendo una guerra.

Pero más allá de su argumento, que también, está lo que Echenoz parece pretender: dibujar un boceto, muy superficial, de lo que fue la Gran Guerra. Hacerle, no sé, una especie de homenaje. 

Vender el libro con la excusa del aniversario. 

Cómo será de superficial que la cosa no pasa del centenar de páginas. Echen cuentas: cien páginas, seis personajes, cuatro años dentro y fuera del campo de batalla. Ya hay que saber resumir para que te salga, no me digan. Ya tiene que ser fino el trazo, certera la pluma. Ya tiene que ser preciso el texto. Pues no. 

“El domingo por la mañana Blanche se despertó en su cuarto, […]: armario de sombreros con espejo de nogal, escritorio de roble, cómoda de caoba y chapados de madera de árboles frutales, la cama es de cerezo y el armario de pino de Virginia.”

Destacar esos momentos, esos acontecimientos que de puro vitales se antojan imprescindibles en toda novela que se precie, por más breve que esta sea, es un ejercicio al que Echenoz dedica demasiado tiempo y demasiado esfuerzo:

“[…] a Anthime lo destinaron a la 11ª escuadra de la 10ª compañía, perteneciente en orden decreciente al 93º regimiento de infantería, 42º brigada, 21º división de infantería y 11º cuerpo del 5º ejército. Número de registro 4221.”

Está muy bien eso de querer contar lo de siempre de otro modo, pero uno se pregunta si ese modo ha de ser necesariamente tan aburrido, tan soporífero, tan tedioso, tan irregular; si tiene sentido resumir un combate de meses en dos párrafos para poder dedicarle a un paseo por el parque con carrito de coche a cuestas otro tanto. Cree uno que no.

“Todo esto [lo que ocurre en el campo de batalla] se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera. Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y aunque la guerra, como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidades, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga resulte bastante fastidiosa”.

Que vale, que no, que de acuerdo: que no tiene que ser una ópera, pero tampoco (y perdón por el chiste) una película sueca. Tanta gente en tan poco espacio, tantos años en tan pocas páginas… se echa de menos un personaje atractivo, que no sea de cartón piedra; se echa de menos algo que no hayamos visto mil veces, leído mil veces, imaginado un millón. Se echa de menos el silencio de quien no dice nada que no haya sido dicho tantas veces antes. Por muy hermosa que sea su prosa y muy elegantes sus maneras y muy lírico su estilo y muy flaubertiana la intención, por muy bello que sea el conjunto, personalmente no he podido evitar torcer el gesto cuando me he encontrado, una página ahora y en otra después, la prosa afectada y efectista de un Echenoz con ganas de rellenar de naderías un texto tan espantosamente adormecedor. 

“En su deambular, Blanche pasó delante de la residencia de Charles y la de Anthime, vacías ya tanto una como otra de su respectivo ocupante”.

lunes, 20 de enero de 2014

[Preestreno] “La gente no es como tú” de Gabi Beltrán

Si tuviera que apostar, me pondría en lo peor y apostaría que Gabi Beltrán ha escrito “La gente no es como tú”, si no desde la tumba, al menos sí con un pie en ella.

En estas, digamos, memorias, parece que un hombre esté perdiendo la vida. En ellas hay cansancio y decepción en cantidades ingentes. También drogas, alcohol y mujeres y no siempre como recuerdos. Estas memorias son lo que queda de un hombre que se ha rendido; que ya no tiene nada que perder; que sólo quiere cerrar los ojos y dormir, batirse en retirada. Descansar de una puta vez. Las cosas como son: este diario sabe a despedida como pocos.

Ahora ya pueden mirar para otro lado.

“La gente no es como tú” cae en mis manos un mes antes de su publicación. Me piden que lo lea, que dé mi opinión. Que sea sincero. Bien, seré sincero. Pero antes, permítanme un breve paréntesis que viene muy a cuento:

Decíamos hace poco que “Historias de barrio” (leer reseña inédita completa aquí) «va un joven Gabi Beltrán en un barrio de putas -el barrio de su infancia- donde la juventud era, las más de las veces, sinónimo de delincuencia. Recoge una serie de anécdotas que tienen que ver con aquello. La historia del amigo con el que robó un coche, la del atraco a la frutería o el supermercado, la de irse de putas, la de los marineros y el sueño americano. Niños que se buscaban la vida como buenamente podían. Lo habitual. Gabi Beltrán hace el papel de víctima de las circunstancias de corazón noble y bondadoso.»

Pues bien, hasta aquí la parte fácil y divertida. Juventud divino tesoro. Beltrán el travieso y tal. Pero el tiempo no pasa en balde y el presente es el que es y lo que se respira entre las páginas de “La gente no es como tú” es (a pesar de la llamada de atención que les contaba en el post inmediatamente anterior), nostalgia. No exclusivamente, pero sí. Y me refiero a este tipo de nostalgia:

«Echo de menos la época en la que sabía dar un puñetazo, correr sin miedo y mantener el pulso firme. La época en que las cosas no eran ni buenas ni malas, y las noches eran días, y los días una habitación pequeña. Echo de menos la época en la que no sabía llorar y era capaz de mirar a un juez a los ojos y negarlo todo.»

Cómo estará el panorama para que aquello, que un día fue un horror, sean ahora gratos recuerdos. 

Gabi Beltrán parece haberlo probado todo menos el suicidio o eso es al menos lo que se desprende tras la lectura de esta colección de, digámoslo de una puta vez, microrrelatos (supongamos que) autobiográficos.

Pero seamos sinceros. Hay una palabra que flota en el ambiente y que si no la decimos de una santa vez, no vamos a ser capaces de seguir adelante.

Autocompasión.

Recordarán que hablamos, no hace mucho, de los relatos autocompasivos de “Yo precario” de Javier López Menacho así como de los “Los versos del hambre” de Sara Bernard. Eran relatos o crónicas en los que dos seres humanos, más o menos jóvenes, contaban a pecho descubierto (o eso nos querían hacer creer) el inconveniente de no encontrar trabajo (*) y esto parecía, no una novedad, pero sí algo digno de ser contado, publicitado o comprendido. La sociedad reclamaba estas historias porque dentro de su catastrofismo oportunista había espacio -desde el humor al que invitaban los en ocasiones ridículos empleos de los autores- para la diversión y la esperanza. Los escritores que las escribían lo hacían para desahogarse pero también para seguir adelante. La escritura era o parecía una excusa para justificar el tiempo que pasaban estos chicos en la cola del paro. La de Beltrán, sin embargo, es una autocompasión diferente en el sentido de que, desde su falta total de humor, tiene más de despedida que de cualquier otra cosa y desde luego “esperanza” es lo último que le viene a uno a la cabeza cuando cierra la última página.

Lo cierto es que si “La gente no es como tú” invita a algo solo puede ser a cortarse las venas. No se me ocurre ninguna jodida razón por la que alguien que no conozca personalmente a Beltrán y quiera saber qué coño le pasa ahora, decida perder ni medio minuto con esta lectura. Tal vez, y sólo digo tal vez, pudiera hacerlo, ese desconocido, para entender por qué un desahuciado se tira por la ventana o, si me apuran, para tratar dar con el límite de resistencia de un escritor en apuros. A mí no me ha servido para nada, honestamente, si acaso para sentir una inmensa pena por (el también para mí desconocido) Gabi Beltrán. A medida que leía trataba de entender por qué un hombre que ha llegado a lo que parece un punto de no retorno, no hacía lo que se suponía que el cuerpo le pedía y acaba con la agonía de una vez. Me quedo con las ganas de saberlo:

«No quiero a mi lado a alguien que intente hacerme feliz. No quiero a mi lado a alguien que crea que va a ser feliz por intentarlo. Quiero a alguien que entienda que yo nunca seré feliz. Alguien que entienda que ya renuncié a ello. Pero que, a pesar de todo, soy capaz de tomarme un café en una terraza y doblar el sobrecillo del azúcar y depositarlo en el cenicero. Quiero a mi lado a alguien que entienda por qué lo hago.»

Lo tiene jodido, Beltrán, para recibir llamadas. 

Lo decía más arriba y lo repito ahora, ya para terminar: si Gabi Beltrán es un hombre que lo ha perdido todo, siendo todo TODO, “La gente no es como tú” es lo que se escribe cuando ya no se puede más. 





(*) Beltrán también estuvo allí, en forma de chiste malo: «Cuando a todo el mundo le iba regular, a mí me iba mal. Cuando las cosas mejoraron, y a todo el mundo empezó a irle bien, a mí me siguió yendo mal. Luego las cosas mejoraron aún más, pero a mí me seguía yendo mal. Luego llegó la crisis y a todo el mundo le fue mal. Y me preguntaban: —¿Qué tal te va? —Como siempre –respondía yo



“Historias del barrio” de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí

En el resumen de lecturas de noviembre de 2013 (clic) comenté de pasada la lectura de este comic. Concretamente dije esto: “[Historias de barrio] es una recopilación de “anécdotas” de Gabi Beltrán de jovencísimo. Es el dibujo de un lugar (un barrio) muy concreto y de una época también muy concreta que a la vez es todos los lugares y todas las épocas. Normalita, tirando a interesante. Ideal para nostálgicos.” Y entonces alguien me llamó la atención sobre el hecho de que al hablar de nostalgia en esos términos tan abstractos podía dar la idea (equivocada) de que aquellos tiempos (aquella experiencia de Gabi Beltrán) eran o podían haber sido unos tiempos felices, una experiencia satisfactoria, y que lo que nos íbamos a encontrar en el comic tendría de fondo masturbaciones en grupo, huidas a la playa, guitarritas y fandangos. Y no.

“Historias de barrio” va de un joven Gabi Beltrán en un barrio de putas, el barrio de su infancia, donde la juventud era, las más de las veces, sinónimo de delincuencia. Recoge una serie de anécdotas que tienen que ver con aquello. La historia del amigo con el que robó un coche, la del atraco a la frutería o el supermercado, la de irse de putas, la de los marineros y el sueño americano. Niños que se buscaban la vida como buenamente podían. Lo habitual. Gabi Beltrán hace el papel de víctima de las circunstancias de corazón noble y bondadoso.

Más que unas memorias personales puras y duras, se trataría de un pedacito de la historia común de todos los que, como Gabi, se las vieron y se las desearon para salir de un pozo. Y como tal historia entra y como tal se recuerda. Los textos que acompañan las viñetas, sobrios, breves, alejados de toda poesía, están entre lo mejor, quizá precisamente porque no hay poesía en lo que se cuenta ni ganas de andar decorando la prosa. Supongo que si uno se va a meter a recordar ciertas cosas, necesitará mantener cierta distancia. Y otra cosa no, pero en este comic distancia parece haber para rato.


jueves, 16 de enero de 2014

“Amado monstruo” de Javier Tomeo

“Amado monstruo” fue la lectura que me recomendaron cuando pregunté que debía leer de Tomeo, ya que “Creadores de monstruos” había sido una terrible decepción. Por dónde debía empezar. “Amado monstruo”, dijeron. Y vale, pero antes hice una parada en Problemas Oculares, la colección de relatos miopes de la que, si no hemos hablado, ya hablaremos. O algo. 

Amado monstruo, por entrar en materia, cuenta la historia de una entrevista para un puesto de guardia de seguridad en un Banco de origen alemán. El entrevistador establece una condición para las entrevistas: poder inmiscuirse en la vida privada del entrevistado sin que éste ponga objeciones de ninguna clase.

Quiere dejar claro desde el principio que los métodos que utiliza para seleccionar a los futuros empleados del Banco son bastante heterodoxos y que nuestra entrevista va a ser bastante larga. Deberé responder a todas las preguntas que me haga, incluso aquellas que puedan parecerme excesivamente íntimas, sin omitir ningún detalle (tampoco los más insignificantes) porque en cualquiera de esos detalles puede esconderse el dato revelador.

A partir de aquí, surge la historia. El entrevistado es un hombre hecho y derecho que busca entrar por primera vez en el mercado laboral, un mercado hasta ahora inaccesible por culpa de su madre y esa manía de sobreprotegerlo hasta lo indecente. Y esa es la historia. Amado monstruo cuenta la relación entre madre e hijo durante los días y horas previas a la entrevista, un hecho traumático como pocos dentro de sus vidas de mierda. El entrevistador tampoco está del todo libre de pecado pues oculta una enfermiza pasión por su fallecida madre, pasión que invoca la melancolía del texto dando como resultado un continuo estado de melancolía.

Tengo que decirlo: decepción (sin que esto quiera decir que me parezca una mala novela. Hay grises).

Lo mejor: la tensión de la narración, siendo la historia (una madre y un hijo discutiendo, ya ven) algo tan chorras. Mamá no me deja salir, señor, deme un trabajo no es precisamente lo que yo esperaba que ocultase tan singular título pero ahí está, Tomeo, durante 110 páginas dando razones más que suficientes para no poder dejarlo. Tanta gente con tanto misterio, que a ver porqué la madre se muestra tan absorbente, a ver porqué el niño no se ha liberado antes del yugo materno, a ver porqué acaba siendo el entrevistador tan poco profesional.

Por curiosidad y por sincero interés, uno lee las ciento diez páginas del texto y tan amigos, pero no sé yo si esto tuviese otras tantas estaríamos hablando ahora de una lectura interrumpida y conste que lo digo como un cumplido, no todo el mundo sabe morderse la lengua cuando hay que hacerlo. 

¿Qué es lo que no, entonces? Los personajes, fundamentalmente y una historia (una entrevista) que no da para mucho. ¿Hábleme de su querida madre? Vamos, hombre, no me jodas. Háblame de tu santo padre a ver si así. Y es que entre uno que parece tonto y no lo es y otro que lo es y no lo parece queda un triángulo de relaciones más vistas que el tebeo: la madre que lo parió —que lo quiere nada más que para él— y el niño que no acaba de salir psicópata —cuando es lo que pide el guión— sólo llaman la atención si se meten en un despacho con un entrevistador con complejo de Edipo. 

Aquí, en esta libretita (que mi madre utilizó para anotar todas sus recetas) encontrará por lo menos media docena de platos distintos preparados fundamentalmente a base de macarrones.
¿Y qué prueba eso?, le pregunto, siguiendo la broma.
Demuestra (responde) que el repertorio de mi madre, por lo menos, era mucho más amplio que el de la suya.


viernes, 10 de enero de 2014

Tongoy es amor (Post-post-parto o la dinámica de la paternidad salvaje)

La esperanza de vida de de un Tongoy es de tres años. Lo digo completamente en serio. Me refiero al tipo de muerte que saca al Tongoy de donde sea que se oculte. Yo llevaba casi tres años metido en este blog cuando de repente y sin venir a cuento sentí el impulso incontrolable de multiplicarme, reproducirme, perpetuarme. No pregunten; es puro instinto. Fue la llamada de selva. Cómo sería que no me llevó ni media hora. Se lo juro. Eficacia más que garantizada: demostrada. 

Escribo estas palabras cuando falta poco para el día D. Cuando las publique, cuando ustedes las lean, todo habrá pasado ya y donde había un Tongoy escribiendo un post sobre un libro miserable de un joven de veinte, ahora hay un Tongoy cambiando pañales y curando un ombligo. La historia de mi vida, ya ven: cambia el escenario, pero sigo limpiando las cacas de los demás.

No soy muy amigo de ir por ahí contando mi vida, pero en esta ocasión me siento obligado a hacer una excepción. Por muchos motivos pero fundamentalmente para que conozcan de primera mano la razón por la que he estado como ausente estos dos últimos meses y porque es posible (más que posible, diría incluso que inevitable) que vaya a "desaparecer" durante una temporada. De acuerdo, sí, lo de la esperanza de vida de un Tongoy era un poco exagerado; lo más probable es que todo quede en post más espaciados. Que nadie se haga ilusiones, yo el primero, los Tongoys son cabezotas, no se cortan la coleta así como así (otro cantar, ya, lo que hagamos con la colita). Cuento con que el previsible insomnio del pequeño Tongoyson y alguna aplicación para crear audiolibros hagan más fácil mi tarea, pero tampoco tengo muchas esperanzas: sospecho que a partir de hoy se me acumularán lecturas y más lecturas. Siempre cabe plantearse una reconversión medicinal en un blog de reseñas de literatura infantil y juvenil. Ya saben lo mucho que me gusta hacer llorar a los niños.

Bueno, lo dicho. Sean felices. Nos vemos pronto. Prontísimo.



martes, 7 de enero de 2014

Resumen de lecturas: 2013

La idea era hacer algo original o simplemente diferente pero yo soy un tipo sin mucha imaginación. Eso y que ya está todo inventado. De todos modos me he esforzado un poquito (lo mínimo imprescindible) y he tenido la genialísima idea de publicar tres posts (a los que hay que añadir dos medio-reseñas de regalo) y enlazarlos todos en esto que vendría a ser algo así como un índice.


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No hay tiempo para todo. Este post lo demuestra. En él se refieren, resumidamente, aquellos libros que quedaron, por razones equis, sin comentar. A modo de “regalito tardío de reyes” se incluyen dos reseñas que nunca llegaron a publicarse por una razón tan sencilla como puede ser que nunca llegaron a terminarse: “Bleak House Inn” de VVAA, editado por Care Santos y “Menos joven” de Rubén Martín Giraldez. (clic para seguir leyendo)


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Aquí algo que no había hecho nunca y me apetecía: un listado de todas las lecturas del año. Quería poner vínculos a sus respectivos post, pero era demasiado trabajo. Y es que parece una tontería pero hablamos de más de cien libros y muchas reseñas publicadas. El próximo año ya me cuidaré de ir preparándolo todo con tiempo. (clic para seguir leyendo)

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Y para terminar, el clásico resumen de 2013. No hay nada peor (es un decir) que hacer balance y descubrir la ingente cantidad de tiempo que se ha perdido con chorradas, entendiendo por chorradas libros que no merecían el esfuerzo dedicado. Y es que la realidad es esta: 2013 ha sido el año con peor balance final desde que esta Medicina está en marcha. Para descubrir cuáles de mis lecturas se salvan de la quema y cuáles merecen la muerte mortal sigan el siguiente link: (CLIC para seguir leyendo.)

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Y en 2014….

2014 se las promete complicado; ya les contaré. No hagamos promesas que no podamos cumplir, pero así de entrada yo veo mucho relato y mucho micro. 



Resumen de lecturas no comentadas (versión 2013)

No sé cómo harán los demás, pero a mí no me da tiempo a todo y por eso casi el 40% de las lecturas quedan sin comentar. Hay otras (muchas) razones: que no me sugiera ningún post interesante, por ejemplo. Pero lo más habitual es que pasen a formar parte del ese grupo aquellos libros que entran en el grupo de “ya los comentaré mañana” o el mucho más habitual “todavía tengo que darle un par de vueltas”. Aunque la experiencia me ha demostrado que un post que no escribo al momento ya no lo escribo, no aprendo nunca. 

Y sigo pecando.

Y por eso, hoy, a modo de juego, un experimento: comentar todo aquello que fue leído y miserablemente abandonado, que no necesariamente olvidado.

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[Abandonados]

Empecemos por los peores: los abandonados. Recuerdo que “Divorcio en el aire” de Gonzalo Torné lo aguanté no más de cuarenta páginas. No encontré en ellas ni un solo detalle que me llamase mínimamente la atención y yo soy de sufrir, pero no tanto. Poco más o menos lo mismo me ocurrió con “El luminoso regalo” de Manuel Vilas, libro que, mientras escribo estas palabras, ocupa el tercer puesto (por detrás de Dicker e Intemperie) en la encuesta que El País ha hecho para elegir la mejor novela de 2013 (entre un total de 35 seleccionadas) seguramente gracias al llamamiento que el propio Vilas hizo en Facebook pidiendo a sus familiares y amigos el voto solidario para tratar de colocarse entre los primeros puestos de la lista y demostrar, una vez más, qué es, cómo funciona y para qué sirve el llamado mundillo literario. Repito: tercer puesto. Por detrás: Barth, Gaddis, Chirbes, Ford, Carrere, Irving, McEwan y tantos otros. Ojo: no fue el único, Vilas, en hacer llamamientos, pero creo que a los otros no les fue tan bien.


[Infumable]

Las buenas chicas no leen novelas” de Francesca Serra lo terminé, creo, pero nunca en toda mi vida tardé menos en olvidar un libro. El de Serra podría perfectamente encabezar la lista de las peores lecturas del año y aún así estaría siendo generoso. Francesca Serra nunca, nunca, nunca recuperará el tiempo invertido en escribir esta cosa. Nunca. El tiempo dedicado es ya tiempo perdido. No debe ser fácil vivir con eso.


[Relatos]

Lo confieso: no soporto reseñar relatos. Me aburre soberanamente escribir sobre ellos. Y si son malos aún bueno, ya por lo menos pasa uno después un rato divertido poniéndolos a parir, pero a poco que valgan la pena la cosa se complica. Pero estoy divagando. Será defecto del animal pero a mí me parece excesivo entrar en mucho detalle e injusto generalizar. Los olvidados del año en esta categoría son: 

“Bleak House Inn: Diez huéspedes en cada de Dickens” es un recopilatorio de varios autores editado por Care Santos y publicado por Albión (sucursal de Nevsky Prospects) que dio lugar a un post que nunca terminé y que nunca publiqué y que pueden leer aquí si sienten mucha curiosidad: (reseña inédita inacabada a un clic de distancia).

El elefante” de Slawomir Mrozek fue la consecuencia directa de leer y maravillarme con “La vida para principiantes”. Ser más de lo mismo, por muy bueno que esto sea, no invita precisamente a escribir. 

Mire el pajarito” de Kurt Vonnegut y “Las enseñanzas de Don B.” de Donald Barthelme fueron, casi con total seguridad, los dos abandonos (como reseñista, se entiende) más injustos del año. Dos estupendos recopilatorios que merecían un respeto que no recibieron. Me gusta pensar que algún día les haré justicia. De momento, si quieren, pueden quedarse con la copla y, si el cuerpo les pide brevedad, yo empezaría por aquí.


[Comics]

Sólo hay una cosa que me apetece reseñar menos que un relato: un comic. Por esto es por lo que quedarán como simples notas a pie de páginas las siguientes lecturas: “El rayo mortal”, “Mister Wonderful”, “Wilson” y “Ice Haven” de Daniel Clowes, “La banda de los postizos” de David B., “No cambies nunca” y “Tú me has matado” de David Sánchez, “El gato del rabino (1)” de Joann Sfar y “El evangelio de Judas” de Alberto Vázquez.

Mención especial para “Asterios Polyp” de David Mazzuccheli que he recomendado ya más de mil veces en este blog con un nivel de éxito cero. O uno, si me apuran. Insuficientes, en cualquier caso, pero allá ustedes.


[Y otras cosas del querer]

Ciudad abierta” de Teju Cole, “Un matrimonio de provincias” de Marquesa Colombi, “Todos los perros son azules” de Rodrigo de Souza Leão, “Habana 2009” de Eduardo Laporte, “Diario de 1926” de Robert Walser y “La ética de la crueldad” de Jose Ovejero son lecturas que pasaron sin pena ni gloria ante mi no siempre atenta mirada. No merecen, por lo tanto, en mi humilde opinión, más espacio que este que les regalo ahora. Y no lo tendrán.

Sin embargo, “Chesil Beach” de Ian McEwan, “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” de Charles Bukowski y “El desayuno de los campeones” de Kurt Vonnegut fueron unas más que interesantes lecturas y, al igual que ocurría más arriba con los relatos de Vonnegut o Barthelme, merecían más atención o, en su defecto, una atención diferente a la recibida. No la tuvieron y ahora es demasiado tarde para fingir que me siento capaz de escribir una (o dos o tres) reseñas justas. No lo soy; tendría que volver a leerlos y, honestamente, no me apetece. Sirva este espacio, al menos, para que alguien, llegado el momento, les haga un poquito de caso.

Otros libros como “Fuera de lugar” de Victor Moreno tuvieron más bien una función documental durante mi breve carrera como columnista en el desaparecido y nunca resucitado Diario Kafka. Fue mi primera lectura de 2013 y en su mayor parte muy interesante pero ahora mismo no recuerdo ni dónde metí el libro.

Limónov” de Emmanuele Carrere fue (es) un libro estupendo, de los mejores del año; un libro del que tomé muchas notas, seguramente demasiadas, y que quedó ahí, sin reseñar, por un exceso de celo, por no saber decir “basta, no hace falta que veas ese documental, ni que saques ese otro libro de la biblioteca”. Un poco lo mismo que ocurrió con “Muss / El gran imbécil” de Curzio Malaparte, un interesantísimo doble relato sobre la relación del propio Malaparte con Mussolini. 

No haber hablado sobre “El origen (Relatos autobiográficos)” de Thomas Bernhard es algo que nunca podré perdonarme aunque sí arreglar, por ejemplo, cuando lea la segunda, tercera, cuarta y quinta parte. O no.

Y luego está “Menos joven” de Rubén Martín Giráldez, una novela que no sé muy bien en qué sección incluir. Al igual que ocurrió con Bleak House Inn, hay una reseña empezada y nunca acabada que, si quieren, pueden disfrutar, unos más que otros, siguiendo este enlace: [otra reseña inédita inacabada a un clic de distancia].

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[Próximamente]

¿Recuerdan aquello que dije al comienzo sobre lo que suele pasar con las reseñas que no escribo al momento? Ya saben, aquello de que si no lo hago ya, seguramente no lo haga nunca. Pues bien, tengo cuatro reseñas pendientes de publicar, tres de ellas incluso sin escribir. Son estas: 

Historias de barrio” de Gabi Beltrán es un comic, eso que no me gusta comentar. Es la única que ha salido de la zona de peligro. Tengo la reseña en modo borrador, saldrá próximamente, cuando venga más a cuento que ahora.

Las reseñas de “La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytoon, “Pobres magnates” de Thomas Frank y “La benévola” de Laird Hunt serán algún día una realidad. Palabra de Tongoy arrepentido. 

Por último y más importante está JOTA ERRE. Si no le hago reseña, prometo cerrar el blog.



Lo mejor y lo peor de 2013

He estado a punto de no publicarla pero me he dicho, ¿qué es un blog sin una lista? Y bueno, nada, aquí estamos un año más.

Brevemente.

Hoy, mejores lecturas de 2013, no necesariamente estrenos ni novedades. Por cierto, en esta ocasión, aprovechando que se puede y por cambiar un poco, va por categorías. Tengo que decir que, salvo puntuales excepciones, ha sido un año horrible. Ni rentrée ni leches, un horror. Seré yo, que elijo fatal. Seguramente sí, pero no siempre.

Al grano.

En novela se lleva el premio JOTA ERRE, ganadora indiscutible del año. Ya la he subido a los altares. El resto, en mayor o menor medida, recomendables. 

“Limónov” de Emmanuele Carrere

“Stoner” de John Williams

“Donde dejé mi alma” de Jerome Ferrari

“El origen” de Thomas Bernhard

“Un hombre soltero” de Christopher Isherwood

“La senda del perdedor” de Bukowski

“JOTA ERRE” de William Gaddis


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En la categoría de novela corta o relato largo me quedo con “El ruletista”. La de Bulwer-Lytoon, aún habiéndome gustado, no me hizo perder la cabeza, pero creo que vale la pena echarle un vistazo. Idem para Repila.

“El niño que robó el caballo de Atila” de Iván Repila

“El ruletista” de Mircea Cartarescu

“La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytoon


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En relatos, cinco estrellas para tres libros. Me quedo con el de Barthelme por quedarme con uno (y porque es el más divertido) pero realmente cualquiera de los tres merece ser más que tenido en cuenta. Por cierto, Askildsen fue, sin lugar a dudas, uno de los grandes descubrimientos del año.

“Todo como antes” de Kjell Askildsen

“Mire el pajarito” de Kurt Vonnegut

“Las enseñanzas de Don B.” de Donald Barthelme


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Novelas graficas, comics o cosas con dibujitos. Chámalle X. Estamos en lo mismo de antes, todos son muy recomendables, pero si tengo que elegir, elijo a Mazzuccheli por haber creado al inolvidable Asterios. 

“Pancho Villa toma Zacatecas” de Taibo II y Pablo Ignacio

“Epiléptico” de David B.

“Asterios Polyp” de David Mazzuccheli


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En ensayo y por aquello de poner alguno, destacar el segundo tomo de la biografía de Dostoievski, “Dostoievski: los años de prueba 1850-1859” de Joseph Frank.  

En teatro, no lo dudo: “Incendios” de Wajdi Mouawad. Una obra absolutamente genial que he recomendado hasta la extenuación.

Y venga, va, en poesía, “Zurita” de Zurita. No sólo porque está muy bien sino porque es lo único que he leído.

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LAS PEORES LECTURAS

Y lo peor.

Hagamos recomendaciones negativas. Esto es, no aquello de lo que hay que huir, sino aquello de lo que podemos aprender. Piensa en positivo. Es una lista larga pero podría serlo más. Ya he dicho que ha sido un año de mierda; esto lo demuestra. Aquí unos libros que, por malos o fallidos, tal vez no merecían ser editados. Si tengo que elegir uno para quemar, que sea el de Rubén Abella. No se me ocurre cómo podría hacerse peor pero seguro que alguien nos sacará pronto de dudas.

Si tienen que elegir entre leer uno de estos libros o echarse a la mar, no lo duden.



“Un mundo para Mathilda” de Victor Lodato

“Glaciares” de Alexis M. Smith

“Las buenas chicas no leen novelas” de Francesca Serra

“Genio de extrarradio” de Sergio C. Fanjul

“Los años de lluvia” de Jesús Esnaola

“Polvo en los labios” de Montero Glez.

“Los hermanos Sisters” de Patrick deWitt

“Yo precario” de Javier López Menacho

“Pose” de Alberto Olmos

“Los ojos de los peces” de Rubén Abella

“Hijos apócrifos” de Víctor Balcells Matas

“A la caza de la mujer” de James Ellroy

“Por si se va la luz” de Lara Moreno

“La habitación oscura” de Isaac Rosa

“El libro de los pequeños milagros” de Jacinto Muñoz Rengel


Reseña abandonada de “Menos joven” de Rubén Martín Giráldez

Terminé este libro al tercer intento. Esto es un mal rollo terrible, no sólo porque conozco a Rubén sino porque viene a demostrar(me) que algo no ha ido bien desde el principio, toda vez que el libro tiene no más de 120 páginas de letra legible (diría incluso bonita si no fuera una cursilería impropia de este blog).

Leo a Rubén Martín con sincero interés. Me siento, abro su libro —me torturo y busco sin éxito la forma de sobrellevar el peso de los injustificables 22 euros invertidos— y me dejo llevar. Cómo no hacerlo; presten atención al comienzo:

BOGDANO SABE QUE SU PADRE ya no es capaz de distinguir entre trabajo y realidad. Es algo que le preocupa.
Lo que está haciendo ahora Bogdano es ensillar su cabeza. Su propia cabeza. Asegura las hebillas, tira de correas de cuero, sube a su frente y pica espuelas en sus mejillas. Corre hacia aquí. Nos rebasa. Vemos entonces que en realidad corría hacia allí. Reparamos también en que eso que al principio habíamos tomado por su cabeza no es más que la cabeza de un caballo común. Las retransmisiones tienen ese problema: todo lo que se dice, por el simple hecho de decirlo, suena y es impostado. Pero el caballo se aleja, así que es necesario que empecemos a movernos, de otro modo no vais a entender nada. Azuzad a vuestras cabalgaduras, manteneos a su paso y atended a mis advertencias durante la persecución. Nadie muere en esta historia, niños, apenas ningún Bogdano ha sido maltratado para hacer posible la diversión de hoy; nadie sufre verdaderamente en esta excursión de Bogdano por la logorrea, por una logorrea que él conoce ya de memoria, que ha recorrido al menos dos o tres veces antes a lo largo de treinta y tantos años de vida y treinta y tantos años de hacer gárgaras con su propia lengua. Independientemente del número de personas que veáis padecer a manos de nuestro concursante en este particular safari para necios, recordad que toda esta barbarie se encuentra más en palabra que en acto.

Hay que estar un poco loco para escribir algo como esto (siendo esto el libro en su totalidad) y mucho para publicarlo. Y hay que tener mucho de algo que no sé qué es para plantearse simplemente buscarlo, no digamos ya comprarlo, no digamos ya leerlo. No digamos ya terminarlo.

“Menos joven” es el falso título de un libro llamado “El peinado de Calígula” que en la ficción es el nombre de un programa de radio dirigido a niños a los que se trata como adultos y que tiene maneras de concurso. De hecho todo el libro es el locutor retransmitiendo la jugada del protagonista, Bogdano en este caso, que, subido a un caballo (a la cabeza de un caballo) debe cazar a sus ídolos, entendiendo como ídolo “un enemigo de culto, alguien que era amigo y ya no lo es, para que me entiendan los más pequeños”. Y hasta aquí la parte fácil.

El mensaje, que se va dejando caer poco a poco entre la siempre incansable y en ocasiones por barroca insoportable verborrea del locutor, viene a ser algo así como el deseo de matar al padre, acabar con los mitos heredados y crear un altar al que subir a quienes deseemos admirar, héroes de ayer-hoy-y-siempre o no. Esta idea es, con diferencia, lo mejor de la novela, y el modo de plantearlo, un programa de radio para niños dirigidos a los adultos en la que el protagonista ha de ir cazando a los ídolos de su infancia, me parece, lo digo en serio, fantástica. La clase de premisa que entusiasma. Pero todos los excesos son malos. Al final (y al principio y en el durante) el autor acaba por agotar al lector con ese estilo retorcido, alambicado y lo que venía siendo una magnífica idea acaba en un sinfín de palabrotas que no favorecen precisamente el avance de la narración. 

En la declaración de intenciones de El peinado de Calígula se alude de manera expresa a nuestro repudio hacia la facilona alegoría de matar al padre y a nuestro deseo de sustituir dicha repugnante alegoría por la más sensata «charla con el padre», pero el carácter obcecado de Bogdano nos obliga a lavarnos las manos ante una eventual extralimitación. No habría nada de respetable en ella, pero tampoco es que haya nada de divertido en lo respetable (la contextualización me está matando). Bogdano es libre de caer en la encerrona en espiral de su rabia y contravenir el contrato con nuestra organización, que a fin de cuentas no compromete a otra cosa que a un chit-chat con tus ídolos: «Querido sir Richard Burton, sir humano, vengo a darle una lección de anatomía de mi melancolía: acaba usted de ganar un premio, pero el problema es que me lo ha ganado a mí, y eso es imperdonable».



[La reseña es abandonada en este punto exacto, ni antes ni después] 


Reseña abandonada de “Bleak House Inn” VV.AA. (Edita Care Santos)

Navidad no va a ser siempre Raphael cantando villancicos. O al menos eso espero. Sin embargo no puede haber nada más navideño que Dickens, especialmente en el año dedicado al escritor. Por eso Care Santos, recopilatóloga oficial de Nevsky Prospects y sucedáneos, se hace un hueco en el mercado con este conjuntito de relatos escritos por amigos y vecinos y otras cosas del querer. 

La cuestión: diez cuentos más uno. El más uno, el once, es el de Care, que no es un cuento, en realidad, sino la suma de todos ellos: el chiste final. Moncho Borrajo tenía una actuación que consistía en hacer reír a la gente construyendo una historia con palabras que se les ocurrían a algunos espectadores. Con todas ellas y en menos tiempo del que tarda un gallo en cantar un estribillo, Borrajo construía un chiste sensacional que soltaba sin apenas tomar aire. Lo de Care es un poco lo mismo pero sin gracia. Me explico:

Los diez relatos son de cada padre y de cada madre. Los hay de humor, los hay de corte fantástico, los hay de terror, los hay homenaje, los hay… bueno, los hay de muchas clases pero atienden todos a una misma categoría: los hay mejores y los hay peores y los hay absolutamente prescindibles. Magistrales no, ninguno. Otra vez será. Pues bien, Care coge cada chiste y lo integra, con mayor o menor fortuna, en un cuento final compuesto por ella sola. Conciertito de flautín en lalalá menor. Tiene el mérito que tiene ir juntando todo, como un coche escoba, pero como cuento en sí mismo tiene el valor justito; ahora bien, quedas como una reina. Igualito que Borrajo. 

La impresión general (voy a pasar de ir desgranando cada relato) no es ni buena ni mala sino todo lo contrario, en todo caso. Si me obligan a tomar partido, me inclino por lo segundo. Y no es tanto que sean malos como que son prescindibles entendiendo prescindible como lo peor que le puede pasar a un cuento. 

Pero por aquello de que el recopilatorio es navideño y yo todavía conservo algo del espíritu de entonces voy a hablar bien de alguno. Por ejeeeemplo… el de Pilar Adón, “Nuevo libro de insectos”. Este lo leí un día que todo en mi vida eran gatos y mujeres con hijos (me coincidió con la lectura de “Glaciares” de Alexis M. que es el libro de una chica con un hijo y un gato escrito por una chica con un hijo y un gato). De Pilar me gusta la corrección pero me sobra exactamente lo mismo. Digamos que hay un momento en el que se echa de menos algo de naturalidad. Por lo demás bien, cuento de misterio con sótano, que lo mismo puede ser el de Bleak House como cualquier otro. 

A este respecto sí hay algo que decir: no me abandonó la sensación durante la lectura de todos y cada uno de los cuentos, de que la relación entre Bleak House, como edificio, era un tanto forzada. Esto es especialmente evidente en caso de Elena Medel (Eliza Grimwood) que escribe un bonito cuento sobre una relación de pareja que tiene de navideño o dickensiano lo que yo de crítico literario, por poner un ejemplo que entienda todo el mundo.

[Reseña abandonada en este momento exacto]
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(1) Entre las notas al post me encontré la intención de hablar un poco de cada relato. Se ve que en algún momento cambié de opinión. Bien por mí. El libro no merece tanta atención. En cualquier caso, por si les interesa, los cuentistas y sus chismes son los siguientes: 
1. Pilar Adón. Nuevo libro de Insectos 2. Elia Barceló. La tienda de Madame Chiang 3. Oscar Esquivias. La última víctima de Trafalgar 4. Marc Gual. Muerte de un soldado. 5. Cesar Mallorquí. Cuento de verano 6. Ismael Martinez Biurrum. A esta hora, todas las noches de tu vida 7. Elena Medel. Eliza Grimwood 8. Francesc Miralles. Charles Dickens ya no vive aquí 9. Daniel Sánchez Pardos. Una vida nueva 10. Mariam Womack. Luz de gas 11. Care Santos. El inimitable. 


viernes, 3 de enero de 2014

Otra vez “La casa de hojas”: una rectificación

Me jode lo indecible, pero hoy vengo a desdecirme. 

No me gusta hacerlo, pero necesito quitarme esta espinita que se me ha clavado. Por eso, y para no dar más la paliza con el tema, seré anormalmente breve.

El 24 de noviembre publiqué una aproximación a esta novela (AQUÍ) en la que básicamente me limitaba a expresar mi parecer sobre lo que estaba resultando ser la lectura de Casa de Hojas. «Por lo que he podido comprobar» —decía— «la novela de Danielewski es un lío del demonio que conviene afrontar con entusiasmo y tiempo libre.» 

Primer error. 

No es en absoluto cierto que sea un lío del demonio. De hecho, echando la vista atrás, creo que es una novela asombrosamente fácil de leer pero también exagerada e innecesariamente retorcida, lo que seguramente acaba dando una impresión equivocada. 

«Mi impresión inicial» —seguía diciendo entonces— «es que “La casa de hojas” es un bello y retorcido objeto que oculta una interesante novela de terror pero también mucha paja.» 

Esto lo tuve claro desde la página 350.

Tres días después, el 27 de noviembre, publiqué (AQUÍ) la reseña “oficial”, donde decía, entre otras muchas, dos cosas absolutamente contradictorias: «personalmente, me sobra media novela. Concretamente TODO lo que tenga que ver con Truant.» y «Es por culpa de esto que lo que podía haber sido una novela sobresaliente se queda en notable.»

La palabra clave es “media novela”. La palabra clave es “notable”.

No. No puede ser NOTABLE una novela cuyo 50% es más que una memez: es material de derribo. Es relleno. Fuegos artificiales. Porque una cosa es cierta: el expediente Navidson, con juegos o sin juegos, se come, literalmente, la novela, y la parte de Truant, aquella que puede leerse en los pies de página, acaba resultando de una intrascendencia pasmosa, no acabando uno de entender, un mes después ni un siglo después, qué sentido tiene realmente estropear de tal forma algo que podría haber sido simplemente perfecto (o casi) y si no será, esa parte de Truant, la parte desechable, un recurso bastante tramposo para hacer creer al lector que se encuentra ante una obra magnífica cuando en realidad no es más que un hábil ensamblaje de dos historias de desigual calidad. La parte de Truant no abre nuevos caminos, no complementa la narración principal, no aporta absolutamente nada, no enriquece. Lo que sí hace, y lo hace muy bien, es parasitar, rellenar, confundir. Aburrir.

Hoy, el final de la reseña hubiera sido muy diferente al que fue entonces y donde dije: «[…] no es la obra maestra que se vende por ahí […]pero sí vale cada euro invertido y casi casi casi cada minuto dedicado» querría ahora decir que NO, que no vale cada euro invertido y desde luego no merece cada minuto dedicado. Hay muchos minutos, todos esos minutos que hoy se descubren invertidos en una historia menor, que se podían haber dedicado a leer cualquier otra cosa. Que no lamento la compra, eso también es cierto, pero por motivos que poco o nada tienen que ver con la calidad de la historia en su conjunto.

Creo recordar haberle escuchado decir a Danielewski que dedicó diez años de su vida a esta obra, más o menos los mismos (seguramente más) de los que dedicó William Gaddis a JOTA ERRE, una obra mucho más ambiciosa, mucho más compleja (esta sí), mucho mejor, en general, que, sin tener que recurrir a artificios y a juegos gráficos (sin evitarlos, tampoco), consigue lo que para sí quisiera Danielewski: que valga la pena la cada minuto, cada segundo invertido en su lectura.

Rectificar es de sabios, dicen. 


jueves, 2 de enero de 2014

2013 - Relación de lecturas

“m” de Juan Vilá; “Fuera de lugar” de Victor Moreno; “Los pájaros amarillos” de Kevin Powers; “Bleak House Inn” de VV.AA (Ed. Care Santos); “Ciudad abierta” de Teju Cole; “Intemperie” de Jesús Carrasco; “El niño que robó el caballo de Atila” de Iván Repila; 

“Un mundo para Mathilda” de Victor Lodato; “Un matrimonio de provincias” de Marquesa Colombi; “Artefactos” de Carlos Gámez; “La vida para principiantes” de Slawomir Mrozek; “Glaciares” de Alexis M. Smith; “Norteamérica profunda” de Juan Carlos Márquez; “Incendios” de Wajdi Mouawad; “Limónov” de Emmanuele Carrere; 

“La mujer de sombra” de Luisgé Martín; “El elefante” de Slawomir Mrozek; “Stoner” de John Williams; “Las buenas chicas no leen novelas” de Francesca Serra; “Tierra” de David Vann; “Saliendo de la estación de Atocha” de Ben Lerner; “La ética de la crueldad” de Jose Ovejero; “Genio de extrarradio” de Sergio C. Fanjul; “Intento de escapada” de Miguel Angel Hernández; 

“Magma” de Lars Iyer; “Muss / El gran imbécil” de Curzio Malaparte; “Moo Pak” de Gabriel Josipovici; “La hora violeta” de Sergio del Molino; “Como amigo” de Forrest Gander; “El joven Nathaniel Hawthorne” de Victor Sabaté; “Todo como antes” de Kjell Askildsen; “Norteamérica profunda” de Juan Carlos Márquez (Relectura); 

“La vida interior de las plantas de interior” de Patricio Pron; “Bajo el influjo del cometa” de Jon Bilbao; “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” de Charles Bukowski; “El desayuno de los campeones” de Kurt Vonnegut; “Relatos completos” de Cesar Aira; “Donde dejé mi alma” de Jerome Ferrari; “Todo está bien” de Matías Candeira; “Los años de lluvia” de Jesús Esnaloa; “Polvo en los labios” de Montero Glez.; “Los hermanos Sisters” de Patrick deWitt; “La misma ciudad” de Luisgé Martín; “Mire el pajarito” de Kurt Vonnegut; 

“Yo precario” de Javier López Menacho; “Todos los perros son azules” de Rodrigo de Souza Leão; “Trabajos del reino” de Yuri Herrera; “Chesil Beach” de Ian McEwan; “El origen (Relatos autobiográficos)” de Thomas Bernhard; “Menos joven” de Rubén Martín Giraldez; “Comandante. La Venezuela de Hugo Chavez” de Rory Carroll; “Pancho Villa toma Zacatecas” de Taibo II y Pablo Ignacio; “Todo va bien” de Socrates Adams; “Dostoievski: los años de prueba 1850-1859” de Joseph Frank; 

“Shakespeare y la ballena blanca” de Jon Bilbao; “El vicio de la lectura” de Edith Wharton; “Batman desde la periferia” de VVAA; “Creadores de monstruos” de Javier Tomeo; “Diario de 1926” de Robert Walser; “Los versos del hambre” de Sara Bernard; “Habana 2009” de Eduardo Laporte; “Pose” de Alberto Olmos; 

“Un hombre soltero” de Christopher Isherwood; “Samuel Johnson está indignado” de Lydia Davis; “Divorcio en el aire” de Gonzalo Torné; “El luminoso regalo” de Manuel Vilas; “Andanzas del impresor Zollinger” de Pablo d'Ors; “Los ojos de los peces” de Ruben Abella; “Donde dejé mi alma” de Jerome Ferrari (Relectura); “Hijos apócrifos” de Víctor Balcells Matas; “Problemas oculares” de Javier Tomeo; “Amado monstruo” de Javier Tomeo; 

“Infancia” de J.M.Coetzee; “A la caza de la mujer” de James Ellroy; “La senda del perdedor” de Bukowski; “Por si se va la luz” de Lara Moreno; “El héroe discreto” de Mario Vargas Llosa; “Los fantasmas del masajista” de Mario Bellatín; “El abrazo” de David Grossman; “Todos los crímenes se comenten por amor” de Luisgé Martín; 

“En medio de extrañas víctimas” de Daniel Saldaña París; “El sermón sobre la caída de Roma” de Jerôme Ferrari; “La habitación oscura” de Isaac Rosa; “Del color de la leche” de Nell Leyshon; “El rayo mortal” de Daniel Clowes; “Epiléptico” de David B.; “Mister Wonderful” de Daniel Clowes; “Tamara Drewe” de Posy Simmonds; “Wilson” de Daniel Clowes; “El libro de los pequeños milagros” de Jacinto Muñoz Rengel; “La banda de los postizos” de David B.; “No cambies nunca” de David Sánchez;

“Asterios Polyp” de David Mazzuccheli; “Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee” de Eduardo Lago; “Las enseñanzas de Don B.” de Donald Barthelme; “El ruletista” de Mircea Cartarescu; “La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski; “Tú me has matado” de David Sanchez; “Historias de barrio” de Gabi Beltrán; “El consejero” de Cormac McCarthy; 

“La casa y el cerebro” de Edward Bulwer-Lytoon; “Ice Haven” de Daniel Clowes; “El gato del rabino 1” de Joann Sfar; “Asterios Polyp” de David Mazzuccheli (Relectura); “Pobres magnates” de Thomas Frank; “La benévola” de Laird Hunt; "El evangelio de Judas" de Alberto Vázquez; "JOTA ERRE" DE William Gaddis.



“Sonata a Kreutzer” de Lev Tolstói

"Sonata a Keutzer" es una minúscula novela de Tolstoi que, al igual que “La felicidad conyugal” trata el espinoso asunto del matrimonio. En “La felicidad…” Tolstoi estaba soltero, que no entero, y quieras que no eso se nota. (Click para la reseña) En esta ocasión Tolstoi escribe la novela con sesenta años, varios hijos (muchos hijos) y una mujer que le ha acompañado la mitad de su vida. La sonata es, ya se podrán imaginar, una novela no sólo mucho mejor, más perfecta (y también menos divertida) sino infinitamente más creíble. La experiencia es un grado. 

La novela (que leí en julio) cuenta la historia de un hombre que ha matado a su mujer y, una vez exculpado, se dedica a ir contándolo ahí. El principio es este señor en un tren con cara de pocos amigos llorándole al vecino de enfrente la causa de su desgracia, aquello que lo llevó a cometer semejante atropello. (La cosa fue más o menos así: él era joven y un poco sátiro, un follador nato, un golfo a quién un día le da por el amor. Se prenda de una joven por culpa de su futura suegra, que malmete y malmete hasta que la criatura, tonta del bote, cae con todo el equipo. Llegando a la luna de miel el protagonista ya está hasta los cojoncillos de la muchacha porque en el fondo aquello que parecía amor no era más que un calentón y una vez follada lo que era un colmado de virtudes lo es ahora de defectos. Novela didáctica, pues. Y aquí la lección: en la cosa del amor puede mucho la flora intestinal, que es ingrediente fundamental del arrepentimiento. Cuando se necesita amar, nos cuenta la novela, cuando es realmente una necesidad perentoria, se rebajan a tal punto las expectativas que se puede amar lo mismo a un sujeto ejemplar que a un lobo con piel de cordero. Otro cantar, ya, sus manías personales: lo del desayuno según cómo o la comida de tal manera y a tal hora o quiero a mi madre siempre conmigo o tú que te has creído, gilipollas, por quién me has tomado. Castigado sin mojar. Esto lo mismo para él que para ella. La novela es aquello de que los problemas de convivencia tienden a ser peores cuanto menos se conocen los interfectos. No basta con decir te quiero desde la ventana o subirte al lomos de un corcel para garantizar un estado de felicidad (quisierase) permanente. No hay amor verdadero, en definitiva, que pueda nacer de un contacto fugaz si no es por azar. Pues esto es exactamente lo que ocurre: dos que se casan, dos que no aman, dos que no lo aguantan y un error fatal.)

Bromas aparte, esta novela de Tolstoi es una pequeña joya del realismo social descarnado, con todos esos detalles sobre la cosa matrimonial de celos, odios y problemas de entendimiento y un final liberador donde los haya. No se lo cuento porque soy muy buena gente pero sepan que ella se muere por una razón más grave que el haberle quemado la lengua al marido con la puta sopa. Novelón como la copa de un pino, con un Tolstoi demostrando lo que vale en cada página. Es empezar y no saber cómo parar.