sábado, 25 de julio de 2015

‘Las luminosas’ de Lauren Beukes

No debería, porque creo sinceramente que estás cosas no interesan a nadie y porque las razones para hacerlo acumulan más tópicos que las novelas de asesinos en serie, pero les voy a contar, en tres palabritas de nada, las razones que me llevaron a leer esta novela: la opinión ajena. Menuda sorpresa, eh. Ya me imagino. No fueron unos desconocidos (uno tiene que saber de quién se fía y además a nivel global la opinión que se tiene de esta novela tampoco es taaaan buena) sino gente a la que sigue un servidor de ustedes en ese frikiuniverso llamado Goodreads que es como un circo de ratones ocupado por personas que, más anchas que estrechas, regalaron (regalaron, sí) estrellas a raudales a la obra en cuestión. Hasta cinco he contado en algún caso.

Y, bueno, no, para nada. Es decir: PARA NADA.

Cinco estrellas es la máxima puntuación que uno puede darle a una novela. A mi juicio, una estrella es una novela que no me ha gustado o incluso menos que eso; dos, es algo que se puede leer, disfrutar incluso a un nivel muy personal y con serias dudas; tres, definitivamente sí, pero sin alardes; cuatro es algo que no dudaría en recomendar. Para que una novela se lleve cinco estrellas me tiene que haber reventado la cabeza por siete partes diferentes.

Extrapolando esto a la especie humana en genenal me cuesta creer que este novela que hoy nos ocupa le haya fundido a nadie las neuronas, porque esta novela, dentro del entretenimiento que proporciona (un más que digno ***) acumula una buena dosis de tópicos y trampas para infantes que obligan (que, en rigor, me han obligado a mí) a dejar la cosa en un triste **. 

Les cuento todo esto por varias razones: una, porque la novela no da para una reseña como las habituales y de algo hay que hablar; dos, porque me ha llamado la atención la discrepancia en las valoraciones y tres, porque una de las subtramas favoritas de este blog es aquella que tiene tanto que ver con el inflanotismo buenista y subsiguiente daño a la economía doméstica.

Dicho lo cual, hablemos de la novela.


* * * * * * *


Novela de género, para empezar. Novela de asesino en serie, por seguir. Esto es: un señor quiere matar mujeres a puñaladas para saciar la habitual sed de la especie a la que pertenece. No se profundiza mucho en sus razones, más bien se queda la cosa en clásico señor más malo que la tiña y más frío que el acero toledano. Tampoco interesa, no se crean. Quiero decir que no es el tema. El caso es que el buen hombre va matando mujeres y dejando pistas junto a los cuerpos para cerrar no sé qué círculo concéntrico que ha abierto él mismo y también para que le pillen, que si no es por eso no hay modo, que ha dado el cabrón con el crimen perfecto.

Pues bien, un buen día quiere matar a una chica. Digamos, mejor, que un buen día llega el momento de matar una chica (cosas de marcarse objetivos y su cumplimiento a largo plazo): la busca, la encuentra, la apuñala, la destripa, mata a su perro y se va. Problema: la chica desintestinada está vivita y coleando pero él no lo sabe y tardará casi todo el libro en descubrirlo. Y se va a enfadar… lo que se va a enfadar, ya verán. A la muchacha tampoco la conoceremos mucho, será la típica joven aguerrida, inteligente, desenvuelta y vengativa de las novelas de acción de la que se enamorará perdidamente todo el mundo a pesar de que ella sólo tiene ojitos para ese señor algo mayor que, carente también (como casi todos) de personalidad, se enamorará, hasta las trancas, a su vez de ella. Como viene siendo habitual, tardarán en darse de esto cuenta un tercio de novela, otro tercio lo pasarán sin decir nada y ya al final se darán un beso y se harán silenciosas promesas de amor que el lector irá suponiendo por las muestras de afecto. 

La chica, receptiva, y el chico, algo escéptico, querrán cazar a su asesino, irán siguiendo su rastro. Etcétera, etcétera.

Bueno, hasta aquí, seiscientas mil novelas iguales. Pero algo tiene que tener para que tanta gente vaya por ahí diciendo que es una puta maravilla.

Esto es lo que tiene: ¡Viajes en el tiempo! Tachán. Sí , amiguitos, la gran aportación de Beukes al género es que el asesino habita una casa desde la que puede viajar a cualquier parte entre 1931 y 1993 (creo) por razones que no puedo explicar pero que seguro que ustedes solitos deducen a poco que agiten un poco la petaca.

Bueno, nada, eso. Ya está. Imagínense descubrir un rastro de crímenes con el mismo modus operandi (perdón por la jerga) que viene arrastrándose desde tanto tiempo atrás y la sorpresa de encontrar, junto a cuerpos sin vida, objetos que todavía no han sido fabricados. Y no acabar de entenderlo primero y no acabar de creerlo después. Jo.

Se acompaña la narración de las peleas entre unos y otros, los miedos a los encuentros, los encuentros mismos, la madre de ella preocupada, la niña rebelde apartada del caso por exceso de celo, un perro muerto, una escena de sexo, el buen tino a la hora de tirar de hemeroteca, la suerte de conocer a uno que guardaba expedientes con tantas pistas... Y ya me voy a callar lo del plagio final a Robocob (que ya no se puede caer más bajo ni tirándose a un pozo) porque me tengo por una bellísima persona y no es plan, pero si había un final que se veía venir desde Estocolmo, era este. Lástima.

En definitiva, novela entretenida (sin duda) y de buen ritmo pero plagada de lugares comunes (desde los crímenes hasta los personajes) y cuya mejor baza es la de pasear el mal por la avenida del tiempo, lalá, que el malo evite dar explicaciones y se limite a disfrutar de la matanza y que el misterio del caserón, pese a ser el punto fuerte, no sea la excusa para alargar la novela más allá de lo imprescindible. Entretenida, sí, cierto, lo es, pero YA.

martes, 14 de julio de 2015

“Muero por dentro” de Robert Silverberg

Con esta novela dí por finalizada mi aventura veraniega (del año pasado) dedicada a relatos o novelas de ciencia ficción y marcianadas varias. En algún momento había que parar y Muero por dentro (verán ahora que esta introducción no tiene tanto de casual como puede parecer) resultaba perfecta para eso. Razón, aquí:

Muero por dentro tiene de novela de género lo justo, necesario e imprescindible. Ni un gramo más. En ella hay personajes, pocos, -tan pocos como dos- con la habilidad de leer la mente. La de otros, se entiende. Esto es todo. La novela se centra en uno de los personajes que, de un modo desordenado y en apariencia (y sólo en apariencia) aleatorio, nos va contado lo que ha sido su vida, obra y milagros, lo que ha hecho de él el don, cómo han sido sus relaciones con los demás… bueno, nada, la vida de un freak. 

Lejos de narrar arriesgadas secuencias de acción o atracos espectaculares o la creación de una escuela de mutantes, la novela transita por la senda, serena, serenísima, de quien sufre una dolorosa e irritante falta de iniciativa. Es decir, que lo que tiene de bueno y diferente lo tiene también, en puntuales momentos, de tedioso. Me estoy refiriendo tanto a la novela como al protagonista.

No quiero restarle valor porque evidentemente la intención de la novela es exactamente la que resulta ser (y desde ese punto de vista, es impecable) pero lo cortés no quita lo valiente y para contar lo que se cuenta no era necesario dar tantas vueltas. O igual sí.

En un momento de la novela llegamos a unos de esos capítulos absolutamente prescindibles que sólo tienen gracia si te gusta leer, como será el caso puesto que es lo que estamos haciendo. En él el protagonista nos muestra su habitación y aprovecha para hacer un resumen/balance de lo que ha sido su vida como lector (fechas, libros y otras formas de evolucionar). Uno de los libros que destaca es "Seres extraños" (libro que, por lo que he podido comprobar, no existe en nuestro plano de la realidad) que trata sobre los niños prodigio y está lleno de historias sobre supermocosos con poderes extraordinarios. Como él.

En este último libro he subrayado un montón de párrafos, generalmente aquéllos en los que no estaba de acuerdo con el autor. ¿Seres extraños? A pesar del talento que tenían, esos escritores eran los extraños, tratando de imaginar poderes que jamás habían poseído; y yo, que era uno de esos seres, yo, el joven merodeador de mentes (el libro está fechado en 1954), estaba en desacuerdo con ellos. Ponían énfasis en la angustia de ser sobrehumano, olvidándose del éxtasis. Aunque, pensando ahora en la angustia en contraposición con el éxtasis, debo admitir que sabían de qué hablaban. Amigos, ahora ya no estoy tan en desacuerdo con ellos. Éste es el callejón de las ratas, donde los muertos no pueden discutir.

Pues tal cual. La novela, protagonizada por un ser triste, aburrido y cargado de remordimientos por un don que no ha pedido, se centra en analizar con detalle la angustia de ser diferente, preguntándose (y tratando de dar respuesta a) cómo es posible que alguien con la capacidad de conectar con las mentes ajenas no pueda evitar hundirse en el aislamiento y acabar siempre más solo que la una. Lo que vienen siendo las consecuencias de pasar demasiado tiempo en las redes sociales, para que nos entendamos.

El chiste es que el chaval se va a quedar sin ADSL, perdón, sin el poder lector, algo que, en el fondo sabe que lo hará más feliz (que es una enseñanza tan buena como otra cualquiera aunque sin el atractivo de otras tipo “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” o frikada similar).

—Lo estoy perdiendo, eso es todo. Es como el pelo, supongo. Se tiene mucho cuando uno es joven, luego cada vez menos y, finalmente, nada. ¡Al diablo! Nunca me hizo ningún bien.
—No lo dices en serio.
—Dime uno, aunque sólo sea un bien que me haya hecho, Jude.
—Te convirtió en alguien especial, en alguien único. Cuando todo te iba mal, siempre podías recurrir a él y penetrar en las mentes, podías ver lo invisible, te podías acercar al alma de la gente. Un don de Dios.
—Un inútil don, a menos que hubiera entrado en algún circo.
—Te ha convertido en una persona más rica. Más compleja, más interesante. Sin él no hubieras dejado de ser alguien vulgar y corriente.
—Con él resulté ser alguien bastante común. Un don nadie, un cero a la izquierda. Sin él podría haber sido un don nadie feliz, en lugar de un desdichado.
O lo que es lo mismo: ser especial, total para qué.

No ha estado del todo mal. Curiosa y poco más.

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Vuelve el verano y con él la ciencia ficción. Se buscan propuestas refrescantes, novedades interesantes, curiosidades.... Si saben de alguna no duden en avisar.


martes, 7 de julio de 2015

‘Los últimos días de Roger Lobus’ de Oscar Gual

Antes de enfangarnos con la reseña me van a permitir un paréntesis que nace de la lectura de la siguiente afirmación, en referencia a este libro, leída en eldiario.es y escrita por Bel Carrasco: «En suma una lectura exigente de la deben abstenerse los que únicamente se acercan a los libros como evasión». 

Qué puta manía, de verdad, tienen algunos de alejar a potenciales lectores de un libro (este, por ejemplo) nada más que para poder acariciarle el lomito a un escritor a golpe de pátina de, no sé, prestigio, calidad o memez semejante como si la literatura de evasión (sin saber exactamente qué literatura no lo es o quién decide tamaño despropósito) fuese la última mierda. A ver si no va uno a poder evadirse con diagramas de flujo, si le presta. Y, ¿lectura exigente? ¿En serio? ¿Exigente, exactamente, por qué? Pues no se sabe. Igual es por haber «creado un artefacto literario que desborda los límites del relato convencional para constituir un tratado filosófico, un manifiesto o declaración de intenciones». Ahí es nada. Tratado filosófico. Con dos cojones. 

Lo de “artefacto literario” también me pone muchísimo. Es casi lo que más.

Bel Carrasco, señores. 

En fin. Periodistas culturales que acaban escribiendo un libro y esperan, tal vez, caricias en su lindo lomito. Esa gente.

Ahora cerremos paréntesis y entremos en materia de tratado filosófico.

Bien, la cosa va de esto:

Junior es hijo de Roger Lobus. Roger Lobus es el alcade de Sierpe, espacio de ficción recurrente en la obra de Oscar Gual —hecho que yo ignoraba pero que tampoco parece tener especial importancia—. Lobus se muere. Es decir, se está muriendo, de ahí el título. Está muy fatal de lo suyo (cáncer terminal, nada menos) y colocado hasta las cejas como lo tienen, ya ni siente ni padece. Pues bien, Junior vuelve a casa. Se estuvo dando unos años: a la bebida, las drogas, el rock and roll…. Ahora pasa el mono a los pies de la cama de hospital de su padre, tiempo que aprovecha para hacer balance de una desastrosa vida. El típico nene que sale rana por no llevar dos hostias cuando debía. Junior se sienta, padece y recuerda, recuerda, recuerda. Ahí estamos: 300 páginas de recuerdos a cual menos interesante.

Los últimos días de Roger Lobus (escrita con una corrección que no invita a quitarse la camisa y agitarla al viento y por lo tanto y suponiendo que un escritor ha de saber escribir, no robará más espacio a este párrafo) es digresión pura y dura. Se supone que entretenimiento también pero yo no he acabado de verlo por ninguna parte. Quería reírme y no lo he hecho. Esperaba llorar (ya que muere un padre, qué menos)  y nada, ni modo. No hay forma humana ni divina de conectar con los personajes, ni hay acontecimientos destacables, si acaso una mueca graciosa, la nuestra, al notar, en ciertos momentos en los que Gual se adentra en algo parecido a la ciencia ficción, algo así como una especie de sentido y sincero homenaje al siempre estupendísimo Kurt Vonnegut aunque creo haber leído en alguna parte que lo suyo, lo de Gual, es más de venerar a Philiph K. Dick. Nos vale, también.

«Mirando las estrellas, miramos hacia atrás en el tiempo. Observamos su espectro, la transmisión de un emisor que pereció antes de que nadie recibiera el mensaje. Quizá veamos naves espaciales explotando o civilizaciones sofocándose. Planetas lejanos habitados por robots. Unos robots que constan de una caja de cartón cuadrada por cabeza y otra caja de cartón rectangular por tronco, cuatro tubos de plástico por extremidades, dos planchas plásticas por pies y dos tenazas por manos. Pero, a pesar de su rudimentario aspecto, pertenecen a una generación de robots inteligentísimos, ya que el salto nos ha trasladado a una era donde estos robots de cartón se han convertido en la base de la civilización que en un tiempo y un planeta distintos iniciase el Homo sapiens».

Fuera de aquí, nada. Una inmensa broma, una novela a la medida de no sé quién, que pretende no sé quém, compuesto por un demasiado numeroso conjunto de variadas (e inconexas, la mayoría de las veces) historias que una vez terminado este tratado filosófico no dan la impresión de formar un todo indisoluble: Terroristas terminales («Enfermos Terminales & Anarquistas» (o ETA)); grupos de Rock alternativos; Kurt Cobain («un gilipollas que se pegó un escopetazo en la cara tras decir os jodo el invento y después me suicido, ahí os quedáis»); esa historia de robots de cartón; Bruce Lee (sí, Bruce Lee, se habla de Bruce Lee, así, porque sí, de su trayectoria y su filmografía); uno llamado Mondongo («La historia de José Francisco Mondongo es una historia de represalias, una historia acerca de la vida y la muerte, una historia de miedo y una historia de suerte y también una historia de mala suerte y, en cualquier caso, una historia increíble») o el mismísimo Roger Lobus («Conocemos a Roger Lobus, conocemos a Víbora, pero quizá sea el momento de conocer al anónimo Lubos Eldritch, a aquel Lubos Eldritch previo a Sierpe, antes de convertirse en criminal y en vendedor de seguros y en alcalde»), por poner sólo algunos ejemplos.

Y todo para hablar de la MUERTE, gran protagonista y presencia constante en la novela, como una vieja y recurrente obsesión del protagonista (qué no gira en torno a la muerte, al fin y al cabo) y a la que ha de enfrentarse, cuerpo a cuerpo incluso, desde su posición de sufrido testigo del final -doloroso y anestesiado final- de su padre:

«Júnior entiende que cuando el doctor Le Dog dice que así Roger Lobus estará más tranquilo en realidad quiere decir que así las personas alrededor de Roger Lobus estarán más tranquilas. […] Y después entiende que la perspectiva de la muerte es soportable, no así la del dolor».

Esta permanente, obsesiva y silenciosa presencia de la muerte, es el motor de la novela y la excusa que utiliza Oscar Gual para desarrollar todas y cada una de las historias que acabamos de mencionar y alguna otra de obligada inclusión: 

«La forma más obvia de aproximarse a la cuestión de la muerte es mediante las religiones y la parte de una religión que trata el fin de la vida se llama escatología. Júnior ha estado en contacto directo con varias religiones, además de sus lisérgicas experiencias con la propia muerte, y las clasifica en religiones arcade o religiones de rol, como los videojuegos».

Y así hasta el hartazgo. Mucho chiste fácil, mucho relleno y de regalo un capítulo final que prefiero olvidar. Sinceramente lo digo. Lamentable e innecesario cuerpo a cuerpo; dolor de final.

Oscar Gual parece tener muchas historias que contar. Eso está muy bien pero tal vez debería ir pensando en limitar su actividad al relato y dejar la novela para tiempos mejores o tiempos menos dispersos. A la Nocilla, como al padre, habría que ir pensando en matarla ya de una puta vez. 



miércoles, 1 de julio de 2015

Resumen de lecturas JUNIO 2015

Hace demasiado calor para escribir, de modo que al grano.



Giles, el niño-cabra de John Barth (Sexto Piso)

Sin lugar a dudas, lo mejor de mes. Ya puede: 1.120 páginas. Y voy más lejos: podría ser incluso lo mejor del año si no fuese por la presencia de un Kafka o un Dostoievski o un Stevenson, por más que sean rivales a los que Barth no tenga nada NADA que envidiar. Magnífico Barth. Qué grande. Giles, el niño-cabra es uno de esos libros de los que es difícil hablar y mucho más convencer. O se lee o no se lee. Vale, de acuerdo, lo admito: para quien esto escribe no es El plantador de tabaco, pero tampoco se esperaba. Es… OTRA COSA. Esto es importante tenerlo en cuenta. Fundamental, diría. Quien espere encontrar en esta novela ese algo confortablemente industrial a lo que nos viene acostumbrando el mundo editorial ya puede volver por dónde ha venido porque Giles, el niño-cabra es riesgo, libertad y diversión. Es calidad calidad calidad. Una fiesta en la que todo cabe y nada parece suficiente. Una puta locura. 

Es decir: Giles, el niño-cabra es justo lo que ustedes necesitan.

En breve, reseña.



Disforia de David Jasso (Valdemar)

Novela ya comentada en el blog. Les resumo: una casa en la sierra, un aislamiento, un matrimonio con hija, uno que viene para quedarse y para matarlos. Una huida, un coche, una claustrofóbica primera parte, una claustrofóbica segunda parte, mucha sangre no les diré de quién(es). Novela de terror de asesino despiadado y niña de por medio que garantiza, como poco, un mal rato. Unos lo pasarán mal, otro los pasarán bien. La mayoría un poco de todo. Disforia da lo que promete y tal no prometa mucho pero sí lo suficiente. 

Lo dicho. Hay una reseña escrita aquí. Y añado: por mucho que duela el bolsillo es agradable descubrir que un género como el del terror puede disfrutar de unas ediciones que para sí las quieran muchos de esos trascendentales amantes de la narrativa. O todos.



Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq (Anagrama)

No he leído todo de Houellebecq. No tengo otra excusa que la pereza. Uno es como es. Se asume y se sigue. Ampliación…, La posibilidad de una isla o Plataforma son cuentas pendientes que había que saldar y que, de hecho, estamos saldando. No descarto relectura del resto, al fin y al cabo ha pasado ya mucho tiempo y las cosas se olvidan. Además Houellebecq es (para un servidor) junto con Roth o Bernhard uno de esos escritores en los que el cuerpo encuentra refugio frente a la mediocre literatura actual: me gusta retomarlos cuando acabo muy harto de todo. Ampliación no llega (ni llegará, sospecho) a ser mi novela favorita del autor pero como primera novela y como semilla de lo que vendrá después tiene mucho que decir y muchas envidias que despertar. Además es un magnífico manual para la vida diaria cargado de consejos y reflexiones a cual más útil: «No hay que confiar, en ningún caso, en una mujer que ha pasado por las manos de los psicoanalistas. Mezquindad, egoísmo, ignorancia arrogante, completa ausencia moral, incapacidad crónica para amar: éste es el retrato exhaustivo de una mujer “analizada”».



Demian de Herman Hesse (Alianza Bolsillo)

Una, hasta ahora, eterna lectura pendiente. Una cuenta que había que saldar. Nunca he sido muy seguidor de Hesse y un par de lejanos (al menos en la memoria) intentos frustrados de leer El lobo estepario me alejaron definitivamente de este señor o me hicieron sentir el desinterés suficiente para no volver a intentarlo nuncajamás. Hasta hoy (o la semana pasada, vaya) que una amiga me recordó que había prometido leerla y a qué estás esperando y tal y cual. Pues nada, dicho y hecho. Demian empieza, bueno, bien, bastante bien. Moderadamente bien. He aquí una novela en las que el protagonista abandona la infancia al descubrir, por las malas, que el mundo es una mierda, que todo era falso, más falso que Judas, todo, y eso pese a que ese todo que es la infancia, en el fondo, es el peor y más cruel de los estados posibles: «El hombre adulto, que ha aprendido a convertir una parte de sus sentimientos en pensamientos, echa de menos éstos en el niño y cree que las vivencias tampoco han existido. Pero yo no he sentido nunca en mi vida nada tan profundamente, ni he sufrido nunca tanto como entonces». Madurar es hiperviolento, no me digan. Y la infancia ni te cuento.

La novela, que decíamos que en principio que, bueno, bien, es decir, normal, a media que avanza se vuelve un poco moñas, por utilizar una expresión que entendamos todos, y acaba uno de embelesos adolescentes y orgasmos reprimidos hasta los mismísimos. Y que si Abraxas, mi madre, tu santa madre, mi hermana, mi amada, cogerse de la manos y mirarse a los ojos o no sé qué narices. Agonía de leer. Sé que hay que proteger a la infancia, pero alguno merecía muerte por lapidación de puro insufrible.



Sr. Esperanza de Tommi Misturi (Aristas Martínez)

Comic. Perdón, Novela Gráfica. 

Dos jubiletas viven en una cabaña en el bosque en Finlandia. A veces nieva. A veces no. Con esto ya sabemos que de acción no va a ser. Con todo, algo hay. Bendita imaginación. El señor, protagonista absoluto tiene un ritmo de vida, digamos, contemplativo y las páginas son viñetas con él haciendo gala de una pereza ejemplar y reflexionando en torno a la infelicidad y otras cosas del odiar. Una Mafalda desencantada. Que para qué vivir y tal. Fantasea mucho, se imagina siendo un superhéroe, un vaquero del salvaje oeste. La cosa va un poco sobre la muerte o morir o saber que afrontas el último tramo y no has hecho nada con tu vida ni lo vas a hacer, que esto se acaba, que ya todo da igual y para qué ducharse si total…. 

La historia (¡¿qué historia?!) bueno, curiosa, ahora bien, la edición, muy buena. Y el dibujo. Y el color. Apetece comprarlo sólo por estas cosillas. Edita Aristas Martinez, que va camino de tener uno de los catálogos más atractivos del panorama. Hacer apetecible (resultados al margen) aquello que en otras circunstancias no lo sería tiene un mérito enorme y de ley es reconocerlo.



Ragtime de E. L. Doctorow (Roca Editorial)

Lo que yo sabía de Ragtime, de Doctorow era lo siguiente: sabía que se trataba de un fresco de comienzos del siglo XX en ese loco Nueva York que tanto ama el cine; sabía que era una novela coral pese a que había (o así lo entendía yo) una familia que más o menos aportaba una línea argumental; sabía que por sus páginas pasarían multitud de personajes famosos, que si Houdini, que si J.P. Morgan, que si una activista feminista, Pancho Villa y no sé cuánta gente más. Y yo sabía, intuía o sospechaba que aquello debía, por fuerza, estar bien a pesar de lo cual nunca encontraba el momento. Porque a pesar de que, como decía, uno le suponía cierta calidad (al fin y al cabo Doctorow no es cualquiera) la falta de un argumento claro o la sensación, desde fuera, de que no existía tal cosa, hacía pensar que nos íbamos a dar de bruces con un homenaje a un momento y un lugar muy concretos. En definitiva, uno esperaba una novela puramente americana diseñada y escrita para americanos y señores de ochenta con querencia a la nostalgia. 

Y, bueno, sí, supongo que… que sí, que también…, pero NO. O no sólo. O no exactamente. O directamente NO, qué coño.

Supongo que habrá reseña. Voy a dejarlo aquí y así también me obligo a ello.



EN CURSO

Entre manos, dos libros, ambos a punto de ser finiquitados: ‘de culebras y extraños’ de celso castro y ‘Los últimos días de Roger Lobus’ de Oscar Gual.



PRÓXIMAMENTE

El verano, para muchos (entre los que me encuentro), es una época difícil por no decir directamente incompatible con la lectura. Con todo, he aquí una muestra de lo que vendrá o debería venir. Aquello que nos dejaremos los huevos por leer. El orden dependerá de su disponibilidad, ya que hay un par de libros que se me resisten más de lo normal.