martes, 24 de noviembre de 2015

‘La comemadre’ de Roque Larraquy

La comemadre es una planta que produce larvas animales microscópicas cuya función es devorar al vegetal hasta resecarlo por completo. Los restos se dispersan, fecundan la tierra y reanudan este proceso sin fin. Si extraes las larvas, tú verás cómo, éstas sobreviven tanto en medios líquidos como en forma de polvo negro y la planta, libre al fin, crece y crece hasta que, víctima de su propio peso, cae y muere y de reproducirte ya te puedes ir olvidando, monina.

Suena asqueroso. Y de hecho lo es. A nadie le gusta ser devorado por larvas microscópicas, ¿verdad? Bueno, pues no. En la novela de Larraquy hay imbéciles que sí se prestan a ello. Pero eso tendrán que descubrirlo ustedes.

La novela arranca en 1906, en un sanatorio a las afueras del querido Buenos Aires. Pacientes que vienen y van, doctorcitos de bigotitos puntiagudos y mucha tontería acumulada. Quiroga, el narrador, está perdidamente enamorado de la jefa de enfermeras, la sin par Menéndez, que no le corresponde en modo alguno, motivo por el cual Quiroga se tira media novela vagando como alma en pena, recurso utilizado por el autor para colar en la historia pequeños brevísimos sketches de corte cómico, por aquello de poner una nota de humor en tanto dramatismo. 

Porque la cosa es como para taparse los ojos:

Un puñadito de científicos locos que trabaja en el sanatorio es cordialmente invitado por su dueño y señor a ser copartícipes de un experimento muy de la época.
«–Ésta es la propuesta: seleccionamos pacientes terminales. Les cortamos la cabeza de modo que no se lastime el aparato fonador, técnica que he practicado exitosamente con palmípedos y que ya explicaré, y pedimos que la cabeza nos cuente en voz alta qué percibe».
¿Para qué? Pues, básicamente, para «husmear en lo que, hasta ahora, fue patrimonio exclusivo de la religión: qué es la muerte, qué hay después de la muerte». Tan sencillo como eso. Tú le cortas la cabeza, dejas que hable y ya sacarás conclusiones sobre el más allá cuando tengas un momento.

La novela es también el cómo, esto es: cómo seleccionar las víctimas, cómo deshacerte de los cuerpos, cómo beneficiarte a la enfermera y otros cómos propios del método científico. 

La segunda parte, algo más breve que la primera, es también medio salvaje y también muy ligera gracias, otra vez, al uso que se hace del amor, entendiendo amor como todo lo contrario, es decir, nadie me quiere, soy un incomprendido.

El protagonista, también narrador, corrige las memorias de su vida que ha escrito otra persona. Con tal excusa nos cuenta que suyo fue siempre genial, que ya a los seis años pintaba como los putos ángeles y que de no haber sido por la morbidez hubiese llegado a mucho más en la vida o cuando menos hubiese podido follar sin tener que pagar por adelantado.

Pues bien, este artista, que ya dijimos genial, gusta de perfomances asquerosas: niños con dos cabezas, figuritas hechas con restos humanos… ese tipo de cosas. Éxito no, lo siguiente. Llega al punto de amputarse un dedo para exponerlo no recuerdo cómo. Bueno, en fin, el arte como una forma de dar salida a la locura de unos y la tontería de otros. Por razones equis, nuestro artista y otro más loco incluso que él, dan con el sanatorio de enfermos descabezados, motivo por el cual se les desata la imaginación y empiezan a ver obras de arte donde sólo puede haber muerte y amputación y no necesariamente por ese orden.

Lo mejor de la novela es el estilo, la voz del narrador, sobre todo el de la primera parte. Más abajo les dejo algún fragmento y ya si quieren se imaginan ustedes la obra en su conjunto. Es un estilo que diríamos coloquial si no estuviésemos faltando un poco bastante a la verdad («Le voy a llenar la cara de pruebas».) Muy poco natural, en cualquier caso, y demasiado consciente de sí mismo, demasiado de diseño, demasiado elaborado, demasiado “me he tirado dos meses con este párrafo pero mira que bien me ha quedado”. Efectivo, cierto, pero en ocasiones ese deseo de embellecer obliga a hacer contorsiones ligeramente exageradas, nada especialmente preocupante. Con todo, ese estilo es, como decía, lo mejor, su principal atractivo. En el otro plato de la balanza tenemos una historia que se pierde por momentos en tontadas varias tipo la historia de amor a diez bandas de la primera parte, por ejemplo, se repite más que el ajo. 

Novela curiosa, interesante, ágil, divertida, queremos pensar “prometedora”, que trata sobre los límites a la crueldad o, más bien, sobre la ausencia de los mismos en nombre del arte, la ciencia o el amor.
«Las mujeres se maquillan para borrarse la cara, se ajustan en un corsé, y tienen muchos orgasmos, ¿sabe?, una cantidad que a nosotros nos dejaría secos. Son distintas. Salieron de un mono especial, que antes era una nutria, que antes fue un anfibio azulado, o algo con branquias. La forma de la cabeza la tienen distinta, también. Se encierran a usar el bidet para pensar cosas mojadas que se adaptan a las líneas de su cráneo. La amenaza. Yo soy un hombre bueno, no tengo alma para impedir la amenaza. Pero hay otros que sí. Las toman de los pelos y les preguntan el porqué de tanto tiempo perdido en el bidet. Y si la mujer no habla, la cosen a cuchilladas. Esos hombres son tan distintos de nosotros como ellas. Salieron de un mono distinto, de una escala inferior a la del nuestro, pero saludable y persistente. En la morgue hay uno. Vamos a medirlo. Le voy a demostrar que su cráneo responde a la descripción de un atávico, un asesino nato. Hay que hacerlo ahora porque mañana se lo llevan. Usted es inteligente, pero un poco testarudo. Le voy a llenar la cara de pruebas.
–¿El tipo mató a su mujer porque no le dijo qué hacía con el bidet?
–Es una metáfora, Quintana.
Mientras salimos al pasillo recuerdo que los baños del sanatorio no tienen bidet: Menéndez no puede ocultarme nada. Ni pensamientos mojados ni amenazas. Papini habla cada vez más rápido, caminando hacia la morgue y dejando su estela de limón.
–El llamado salto cualitativo, Quintana. De noche ideamos planes drásticos que de hacerse nos cambiarían por completo. Pero el plan se disuelve con el día y uno vuelve a ser el mediocre que se arruina empecinadamente la vida. ¿No le pasa? Con estos hombres es diferente. ¿Por qué piensa que siguen existiendo, si son inferiores a nosotros? Es un tema de adaptación: ellos hacen. Lo que planean de noche lo cumplen al día siguiente. Son viciosos, también. Se engominan demasiado, apestan a tabaco, sudan bilis, se masturban mucho y no tienen moral, pero tienen una ética, que ni usted ni yo podemos comprender, relacionada con nuestra aniquilación. ¿Entiende?
–¿Cómo saber si se engominan demasiado?
–Usted me interpreta muy literalmente, Quintana».


martes, 17 de noviembre de 2015

‘Warlock’ de Oakley Hall

Es algo más que nostalgia.

Me refiero a la emoción que acompaña la lectura de esta novela. Es algo más que nostalgia

Debe serlo.

Cierto es que retrotrae a las sobremesas de los fines de semana de hace, qué sé yo, treinta o treinta y tantos años, cuando unos cuantos, los más listos, alimentábamos las fantasías más salvajes gracias a los ciclos de películas “de indios y vaqueros” que pasaban por La Primera cuando sólo eran dos (las cadenas); fantasías que a lo largo de la semana, antes de que llegase el sábado siguiente, reproducíamos a pequeña escala en los sillones y muebles del salón con los playmobils o con ese tambor reciclado de Ariel que teníamos repleto de caballos, tipis y soldados no articulados. Y eso, quieras que no, se queda ahí, madurando, haciendo de nosotros lo que ahora somos.

Pero aunque fuese así, es decir, aunque la emoción de la que hablaba al comienzo fuese nada más que nostalgia de aquello, ya sería mucho, ya valdría cada página su peso en oro.

Pero Warlock es algo más que una de vaqueros (o así se siente) por lo que cualquier cosa que diga a partir de ahora, será únicamente vulgar simplificación

La historia es la siguiente: Warlock es un pueblo minero que todavía no tiene condición de tal. Por más que los comerciantes insisten no encuentran el modo de conseguir la legalidad por lo que aquello se mantiene como un reducto de cuatreros: un pequeño infierno de peleas nocturnas, disparos no siempre al aire y en general una apuesta por la no prosperidad. Para hacer de Warlock un lugar habitable los empresarios se constituyen en Asociación y entre las medidas que toman hay una que será determinante: contratan un segurata. Eligen uno de reconocido prestigio: un pistolero que ha dado siempre mucho que hablar y no precisamente por su carácter conciliador. 

Pero esta es sólo la premisa. Resulta del todo imposible resumir el argumento de esta novela que, para más inri, se estructura en tres partes bien diferenciadas pero en modo alguno independientes. Hablamos de setecientas páginas de bandoleros, cuatreros, sheriffs, bellas y santas damas, putillas celosas, jugadores profesionales, hombres cobardes y hombres de honor… En esta novela, que perfectamente podría ser la novela del oeste definitiva, podemos encontrar, y de hecho encontramos, TODO. Y cuando digo todo quiero decir todo, incluso apaches, por más que sean de mentira. Encontraremos ataques a diligencia; mujeres que llegan, odian y se enamoran del hombre equivocado; batidas para capturar asesinos; juicios, jueces, abogados, corrupción, doble moral, reglas medievales; ladrones de ganado, hombres de ley sin ley; duelos legendarios y pistolas de oro. Y además: una mina, mineros, regulación laboral, sindicalistas, manifestaciones… Hasta el ejército aparece por sus páginas.

Lo dicho: TODO. Gozoso exceso donde los haya.

Pero claro, estamos en lo de siempre: novelita de oeste.

Yo entiendo que no es fácil. Ya en cine no lo es −y eso que sólo roba hora y media a nuestras vidas− como para dedicarle semana y pico a saber si al final el ayudante del sheriff se enamorará o no de la linda putilla.

Y esto es así: este género (menor donde los haya) no acaba de llamar la atención, seguramente porque en nuestro imaginario tienen demasiada fuerza aquellas noveluchas de bolsillo que se cambiaban por cinco pesetas en quioscos de barrio (sin querer en modo alguno desmerecerlas). No tenemos problema, previa garantía del mínimo exigible de calidad (y esto, me temo, no siempre), en leer terror, misterio, fantasía o demás zarandajas, pero nos resistimos a los hombres de cartucheras por alguna razón que desconozco pero que seguro tiene mucho que ver con entender el western como un género casi exclusivamente visual además de directamente “cosa de tíos”. No lo sé, insisto. Yo mismo soy reacio a ello y lo soy por las razones expuestas pero sobre todo lo soy por prejuicio: ¿una buena novela el oeste? Imposible. Y por más que te digan: imposible. Y por más que te insistan: imposible. Mejor leer sobre vampiros, mejor leer sobre zombies, mejor leer sobre hobbits, por ejemplo. Paparruchas. Mejor leer a Oakley Hall, siempre. Mejor leer Warlock.


Muchas de las mejores películas son westerns sin forma de tal. Muchas de las mejores novelas, también. Y nosotros dale que dale a evitarlas, dale que dale a poner excusas que nadie se cree, nosotros los primeros. Que si tengo mucho pendiente, que si no es mi estilo... bah. Y nos lo estamos perdiendo. Lo mejor del mundo, digo: nos los estamos perdiendo. Porque esto es así: el western es lo puto mejor del mundo. Y Warlock, la demostración palpable. Y quien diga lo contrario o bien miente o bien no tiene ni puta idea.


miércoles, 11 de noviembre de 2015

‘El límite inferior’ de Nere Basabe

Hay cinco normas fundamentales que todo escritor debería seguir a pies juntillas. Las tres primeras son no aburrir, no aburrir y no aburrir. El resto tiene que ver con la ortografía, la redacción y otras cosillas de fácil solución. Bueno, pues nada, ni modo, algunos parecen haber nacido para llevar la contraria, y no lo digo por la redacción, la ortografía o dejas zarandajas.

Les cuento.

En una reseña anterior, concretamente la dedicada al libro de Jesús Cañadas, hablamos de la necesidad que tienen algunos historiadores (entendido como contadores de historias) o cuentistas de apoyarse en subtramas de corte intrigante para aportar contenido a una historia que de otro modo corre en sus manos el riesgo de no tener suficientes cosas que contar. (No era exactamente el caso de la novela de Cañadas, pues ahí sí había material, pero seguro que se entiende el ejemplo). 

Pues bien, yo no sé si es culpa del azar o que a nuestras jóvenes promesas se les ha privado durante la infancia de alguna vitamina imprescindible pero nos encontramos frente a un caso demasiado parecido y tanta casualidad empieza a resultar irritante en grado sumo. Nere Basabe, a la sazón escritora, nos cuenta una historia que no puede ser más aburrida ni queriendo y en algún momento, mediada la novela, cuando aquello es del todo insoportable y el libro más que caerse de las manos busca directamente el suicido, decide hacer desaparecer un niño, así, alegremente, y que todos o casi todos los protagonistas (tres sobre un total de cuatro) le resulten, a la policía, sospechosísimos. A nosotros, sólo uno. Y ni eso. Quiero decir que, al final, después de tanto rollo, intriga cero.

Para que se hagan una idea, les cuento un poco de qué va el asunto:

A La Solana, una suerte de incipiente Torremolinos, llega, avanzado el otoño, un joven matrimonio. Ella (Valeria) está estupendísima de la muerte y él tiene un coche molón: hacen una pareja perfecta, plasticosa y con el brillo metalizado de un Lexus. Victor, que así se llama el maromo, viene a trabajar, de ahí lo intempestivo de la visita. Se ocupa de dar el visto bueno, previa falsificación documental, a futuras construcciones que de otro modo y al no cumplir los requisitos legales mínimos exigibles, no podrían llevarse a cabo. Recibe por esto un buen dinerito en un sobre abultado que más tarde llevará a su jefe y… bueno, la eterna historia de corruptelas urbanísticas y comisiones del 3%. Ellos no se quieren (Valeria y Victor, no se quieren, no se quieren, no), se les gastó el amor de tanto usarlo; no se hablan, no se tocan, no se miran: leen revistas, el móvil, se reúnen con concejales de urbanismo, prosperan corruptiblemente.

«[A Valeria] le gusta poseer, y tal vez por ello su vida sexual con Víctor, quien carece de cualquier ansia de dominio, no sea todo lo satisfactoria que debiera, por lo que la pareja sublima y halla el equilibrio en otros territorios, logrando hacer de su matrimonio finalmente un ecosistema armónico: Víctor ingresa el dinero, y Valeria se lo gasta».

Para compensar tanto tedio concentrado el tercer protagonista es un joven habitante del pueblo, de profesión artesano. Es de los que hacen figuritas guarras con las conchitas que recoge en la playa. Tiene un perro al que pasea y con el que en algún momento llega a mantener unas fenomenales conversaciones que suben el nivel de la novela por sus cargas de profundidad, de cuádruple doble intención y su excelsa prosa: 

«No sé, Odisea, no sé si he hecho lo correcto... Pero así estamos más tranquilos, ¿no? Tú y yo, amiga, contigo que nunca me fallas, para qué empeñarse en seguir buscando más... ¿Qué hubiese cambiado, eh? Dime; un polvo desaprovechado, de acuerdo, pero eso es todo, no es tan grave: un polvo desechable, de usar y tirar, y al día siguiente, ¿qué? Mejor así, nadie sale perdiendo... —Breogán le acaricia el pelo de la coronilla, y la perra agacha las orejas y cierra los ojos de gusto—; los fabricantes de condones, son los únicos que pierden; los fabricantes de condones, y de lubricantes y de viagras: soy el antihéroe de la industria. El que inventase una pastilla contra el deseo, en cambio, ese sí que haría un gran negocio, pero eso no se anuncia en televisión, no vende, porque no consumir no está de moda».

Qué lucidez, amiga, y qué nivel. Qué profundidad. Qué sensatez la de unas y qué insensatez la de otros. Ay, amiga, amiga, esas reflexiones de cola de supermercado travestidas de literatura vergonzante, vergonzosa, caduca, a todas luces desfasada, indecentes de puro malas. Ese ejemplo perfecto de lo que no sólo NO, sino que JAMÁS, bajo ningún concepto. Nunca, amiga, NUNCA.

El cuarto personaje en discordia es una jovencita francesa que hace años se quedó a vivir por el barrio. De profesión: guía turística. En esta novela se ocupará de acompañar a un grupo de viejos achacosos. Su función en este drama es cruzarse con unos y otros, mirarlos, ser mirada, a ratos ignorada y a ratos deseada. 

Apasionante, también.

Total, que entre el tedio de unos y la apatía de otros no hay una puta arista a la que aferrarse en este límite inferior. Pero es que ni una, eh.

Me aburre casi tanto hablar de la novela como la novela misma. Me aburre, incluso, escuchar a otros. He leído, o intentado leer (y comprender, también, el entusiasmo de unos cuantos), tres o cuatro reseñas y nada, no hay marera, me separa del resto del mundo arrecife de aburrimiento mortal. No hay un ápice de pasión en sus casi trescientas páginas. Aquí todo es desidia, tristeza, un frío de otoño que no es ni frío ni es calor ni es otoño ni es nada. En esta novela todo es indecisión; todo está a medio camino de cualquier parte, todo conflicto es una burbuja de humo que no acaba de estallar. Todo es conformismo, pasividad y darle mil vueltas a lo mismo: no te quiero, sí te quiero, te odio, no te odio, te quiero querer, me voy a tomar un chupito, me pides un colacao, duérmete niña, ya, va.

Líbrame, señor, de otra puta novela de crisis matrimonial sobre fondo de crisis o guerra civil.

Debería, la autora, querida amiga, dejarse de tormentas y metáforas y argumentos de medio pelo y ofrecer al lector algo más que crudo realismo sobre gélida prosa de academia recreativa, que está uno muy harto de siempre el mismo estilo de misma, el mismo tono afectado, monocorde, impersonal. 

El límite inferior es el anticlímax definitivo. Y Nere Basabe, no puede ser de otro modo, otra joven promesa.



lunes, 9 de noviembre de 2015

Resumen de lecturas OCTUBRE 2015

Con cierto retraso sobre la fecha prevista (estas cosas deberían salir el último día de cada mes pero el tiempo es el que es y no se puede estirar más) aquí les dejo un resumen de lo que fue, en lo que a lecturas se refiere, el mes de octubre. 


Brevísimo apunte sobre ‘La ley de la ferocidad’ de Pablo Ramos

Extracto de la “reseña” publicada la semana pasada: «Un hombre muere y su hijo le organiza un velatorio de dos días dos. Dos días con sus noches y sus sobremesas de morirte de asco. La novela es lo que el hijo hace durante ese período de tiempo, ese duelo, a saber: follar, beber… emborracharse hasta la inconsciencia, en ocasiones pasarse por allí, un ratito, a follar, también y a beber. A provocar, a molestar, a jugar al lobo feroz. Y es que la sombra de un padre pesa mucho. Especialmente cuando tu vida es una construcción diseñada para demostrar que eres mucho mejor que él. Y entonces, cuando ya los has superado, cuando ya no te puede escupir encima, cuando ya vas a tener tú la última palabra, va y se muere, el cabrón. Y ahí te quedas, sabiendo que no es tuya, sino suya, toda la plata que has ganado; que no son tuyos, sino suyos, todos los logros conseguidos. Que de no ser por él, por lo que tiene de marca a batir, nunca hubieras sido nada, si acaso otro puto padre de mierda».



‘Modelos animales’ de Aixa de la Cruz

Ya hemos hablado de este libro. Para los que sean más de resúmenes les diré que se trata de una colección de relatos. Otra colección de relatos. Nada especial, me temo. Correctos, fríos, a ratos interesantes a ratos no. «Modelos animales es otra colección de relatos, escrita con la habitual corrección de esta ya vieja legión de escritores que invaden el país (recientemente se han contabilizado más de cuarenta imprescindibles sin vello en la entrepierna) pero que, como los de la mayoría, carece de personalidad propia. Son relatos que solo tienen en común que los personajes que los pueblan no son felices: nunca están enamorados, nunca sonríen a la cámara. El que no se desangra está torturado, el que no envejecido, el que no colocado, el que no jodido y para una que tiene un hijo, momento feliz donde los haya, va y le sale vampiro. Hay una tristeza que no se sabe de dónde viene y que lo impregna todo y que caracteriza este libro que pueden leer con la tranquilidad de saber que pese a tanta desolación no sentirán ustedes absolutamente NADA». 



‘Deudas vencidas’ de Recaredo Veredas

Periódicamente me pongo al día en algún catálogo. Este mes le tocó a Salto de página. Primero fue Aixa de la Cruz, después fue Recaredo Veredas. Y ya. La idea era seguir un par de ellos más pero algunos libros te acaban con la paciencia. Deudas Vencidas es uno de esos. Hay una reseña a medio escribir en algún pendrive. Será cuestión de recuperarla, terminarla y publicarla. No se me ocurre mejor desahogo para el malestar de haber leído algo que nunca debió ser leído o, directamente, escrito. #literaturainútil



‘Trabajo sucio’ de Larry Brown

Ya ha sido comentado. Odio repetirme pero aquí va un extracto de la reseña que pueden leer ustedes si bucen en las entradas del mes de octubre: «Toda la novela uno preguntándose si lo hará o no lo hará (matarlo, digo) y si lo hace por qué lo hace y si no lo hace cómo puede ser tan hijo de puta. No se plantea realmente una cuestión ética, que es lo primero que espera uno encontrarse, porque no se trata de convencer a nadie a golpe de argumentos desde el momento en que no hay nada que argumentar ni nadie a quien convencer: vivir así no sólo no es vivir, sino que es peor que morir y si no se hace lo que se tiene que hacer es, o bien porque no se tiene corazón o bien porque se tiene demasiado.»



‘Señorita Google’ de Juan Vilá

No sé qué decir. Ya la reseña es una página en blanco sólo con el título, arriba, encabezando la nada más absoluta. Esto no será diferente. No mucho, al menos. Va de uno que se le liga a una, se van a la cama y lo pasan estupendamente. Entre coito y coito el macho se entera de que la hembra es una mona más lista que el ajo, una ejecutiva agresiva con gran futuro y pensando pensando y viendo que lo suyo es más de hacer el vago decide buscar la manera de hacerse con su amor incondicional. Después pasan cosas, como en la vida pero no son importantes y desde luego no valen el esfuerzo de más líneas. 



‘El sentido de un final’ de Julian Barnes

Novela sobre los recuerdos, sobre la amistad, la admiración…. La cosa empieza inmejorablemente bien con recuerdos de adolescencia de unos jóvenes que quieren comerse el mundo a dentelladas. La segunda parte todo se estropea y la que podía ser una gran novela termina siendo una novela corriente con querencia al olvido escrita desde la ancianidad más soporífera, con esa falta de pasión y esa apatía y esa mecánica tan propia de quienes escriben para cubrir una cuota anual. Pequeña decepción, ligero entretenimiento. Ideal para sobremesas de un domingo de resaca o para amantes de las memorias de viejos con mala conciencia. 



‘Mientras agonizo’ de William Faulkner

Mientras agonizo es fantástica. Y punto. Dos post atrás: «En Mientras agonizo, y sin ánimo de hacer la menor crítica, se concentra todo lo mejor que uno espera encontrar en una novela. Una historia, unos personajes, una estructura… Porque no se olvida, y esto es así, lo que en ella tiene lugar. Porque no se puede olvidar. Hay cosas que quedarán para siempre en la retina y cuando digo esto pienso en esa madre viendo a su hijo montar el ataúd en el que pronto viajará; esa lluvia torrencial; ese carromato con la carga inestable y a reventar de hijos y padres; ese madre que es un pez; ese río; esa testarudez. Esa épica de pobre, inolvidable. Y ese final. Ese final. Ese padre y ese final. Ese padre. Esa sonrisa de padre».



‘Warlock’ de Oakley Hall

Me quedan dos minutos para terminar esta reseña. A ver cómo se lo explico... 
Warlock es asombrosa, genial, adictiva. Inolvidable. Imprescindible.

Qué bien, me ha sobrado minuto y medio.
La semana que viene, ya sin estas prisas, la reseña. I promise.




NOVIEMBRE

Lo que tengo entre manos: Los diarios de Emilio Renzi, de Piglia y Los lanzallamas, de Rachel Kushner (aunque el de Piglia tiene todas las papeletas para ser abandonado).

Lo que querría leer, pero ya veremos: El periodista deportivo, de Richard Ford; Los interesantes, de Meg Wolitzer y Arde Madrid, de Kiko Herrero.

Lo que puede caer aun sabiendo que no debería: Yoro, de Marina Perezagua.

Lo que (se intuye) nadie en su sano juicio debería perderse, yo el primero: La muerte de mi hermano Abel, de Rezzori.










miércoles, 4 de noviembre de 2015

Brevísimo apunte sobre ‘La ley de la ferocidad’ de Pablo Ramos

Ha pasado más de un mes desde que leí esta novela. No pensaba escribir ninguna reseña, entre otras cosas porque no fue una lectura que me sugiriese nada especial (las reseñas, lo digo ahora, se eligen a sí mismas) pero mientras escribía esto, hace unos minutos, mientras redactaba la nota que debía incluir en el resumen de lecturas de octubre, descubrí que tal vez sí tenía más cosas que decir de las que en un principio parecía. No muchas, de acuerdo, (el tiempo escasea y la memoria es frágil y yo no estoy dispuesto a una necesaria relectura), pero sí más de las que acostumbro a utilizar en esos resúmenes. De ahí esta no-reseña, este Brevísimo Apunte, este inesperado arrebato que no busca ser en modo alguno una recomendación ni una invitación a la espantada sino una simple fe de lectura.

La responsable de prensa de Malpaso me recomendó muy vivamente esta novela (tal no muy “vivamente”, pero desde luego sí con el entusiasmo necesario para llamar mi atención) y entre que soy de natural confiado y la ella me inspiraba (y me inspira) bastante confianza decidí tirarme de cabeza a la piscina total para descubrir que no estaba del todo llena, la dichosa, pero tampoco del todo vacía. 

La ley de la ferocidad (magnífico título) va sobre padres e hijos. Todo un tema, no me digan. Si no el mejor, probablemente el más prometedor pero también el más arriesgado: como te salga mal no te levantan el castigo en un mes.

Un hombre muere y su hijo le organiza un velatorio de dos días dos. Dos días con sus noches y sus sobremesas de morirte de asco. La novela es lo que el hijo hace durante ese período de tiempo, ese duelo, a saber: follar, beber… emborracharse hasta la inconsciencia, en ocasiones pasarse por allí, un ratito, a follar, también y a beber. A provocar, a molestar, a jugar al lobo feroz. Y es que la sombra de un padre pesa mucho. Especialmente cuando tu vida es una construcción diseñada para demostrar que eres mucho mejor que él. Y entonces, cuando ya los has superado, cuando ya no te puede escupir encima, cuando ya vas a tener tú la última palabra, va y se muere, el cabrón. Y ahí te quedas, sabiendo que no es tuya, sino suya, toda la plata que has ganado; que no son tuyos, sino suyos, todos los logros conseguidos. Que de no ser por él, por lo que tiene de marca a batir, nunca hubieras sido nada, si acaso otro puto padre de mierda. 

La novela se narra desde el futuro, echando la vista cinco años atrás, desde la perspectiva del que ya ha logrado superar, gracias en cierto modo a la escritura, esa frustración y, es de suponer, ese alcoholismo por lo que supongo que este libro es lo que pasa cuando uno se perdona por haber odiado a su padre hasta una edad relativamente avanzada con una ferocidad de adolescente.

La novela llama la atención más por el tema, seguramente, y por lo que se lee entre líneas que por las líneas mismas, esto es, por lo que cuenta, ese voluntario descenso a los infiernos. Y es que tanta borrachera y tanta leche acaba por comerse demasiada novela y al final se queda uno con una extraña sensación de creer que se ha estado cerca, muy cerca, pero que no se ha llegado, no sé sabe la razón.

Interesante, en cualquier caso; lo bastante, al menos, para plantearnos la lectura del inmediato anterior e inmediato siguiente del autor, toda vez que, hemos leído por ahí, estamos frente a una suerte de trilogía, que parece que ya la gente no sepa escribir otra cosa que trilogías.