jueves, 21 de julio de 2016

Fe de lectura: ‘Estrómboli’ de Jon Bilbao

Qué tendrá Jon Bilbao para que volvamos (los que volvemos) a él una y otra vez, eh. Qué tendrá. Será que en fondo fondísimo nos gusta —pese a nuestras quejas de vieja— cómo escribe o que nos cae bien o que simplemente necesitamos salvar algún escritor de la quema y hemos decidido que uno de ellos sea él. El caso es que siempre vuelvo a Bilbao, como siempre vuelvo a otros (qué sé yo, a Orejudo, a Celso Castro) pese a su mala costumbre de escribir relatos y lo hago un poco por costumbre, otro poco por Impedimenta y un bastante porque no sé qué leer. 

El libro se compone de ocho relatos que procedo a comentar pese a lo mucho que me revienta hacer estas cosas tan de bachillerato, pero es que realmente no hay gran cosa que decir.

* * * * *

En Crónica distanciada de mi último verano un hombre un tanto melifluo es amenazado por un motero de chupa de cuero y camisa raída. Relato clásico en el que una insignificancia va cobrando proporciones no sé si épicas o cinematográficas para desembocar en el también clásico final de sorpresa y expectación. Ohhh. Relato sencillo y sin grandes complicaciones que invita a la indiferencia, un poco lo que le ocurre también a El peso de tu hijo en oro en el que dos modernos aficionados buscadores de oro se llevan al hijo de uno de ellos a vivir tal aventura un fin de semana. El niño muere en un accidente en el que nadie parece tener la culpa. No teman, no descubro nada; no es esto realmente lo que sostiene la intriga. Pero sí lo que molesta. Está feo que la muerte de un niño deje indiferente al lector, claro que es un relato, tampoco es como si tuviéramos tiempo para desarrollar personajes, pero el caso es que resulta de una frialdad, digamos, inapropiada cuando no directamente injustificable. 

Del estilo de Crónica distanciada… Siempre hay algo peor es un relato de intriga en la otro don nadie (mucho mindundi hay en este libro) recibe el encargo de un tipo medio delincuente que le pide una tontería que sale tan a pedir de boca que se lanza inconsciente a un nuevo encargo en teoría mucho más difícil e inexplicablemente placentero. Con diferencia, el que más me ha gustado. Pese a que está resuelto un poco de aquella manera tiene una escena de tensión en un habitación que está bastante bien.

Una boda en invierno está narrado desde varias perspectivas, tantas como voces (la novia, la hermana de la novia, el novio, el amigo escritor…). Los susodichos cuentan cómo ha ido una boda y los pequeños detalles que la acompañan tipo la visita a un pórtico oculto en el sótano de una casa. No esperen relato de fantasmas. Ojalá. En realidad todo esto es una excusa para contarnos la vieja historia del fulano secretamente enamorado de la hermana de la novia y de una familia bien con sus tiras y aflojas. Relato flojo no, lo siguiente, en el que se hacen más que evidentes los problemas que Bilbao tiene con los finales, a cual más decepcionante. En manos de un Ford, por ejemplo, podía salir de aquí un relato excepcional y sin embargo en manos de Bilbao se queda a medio camino de todo.

Como en un idioma desconocido. No sé, de verdad, si vale la pena seguir. En fin: se produce una parada de mantenimiento y recarga de combustible en una central nuclear en Tarragona y un mierdecilla (otro, sí, ya ven) que se ocupa de supervisiones varias se hace demasiado amigo de empleados de rango inferior lo que conduce a no sé qué dilema moral que yo realmente tampoco a cabo de ver. El problema, si me lo preguntan, es que los personajes de este recopilatorio, casi todos, tiene un serio problema de personalidad, y así tampoco hay quien haga bueno de ellos.

Avicularia avicularia tiene una escena maravillosamente repugnante en la que hombre se come una pedazo araña para ganar el dinero que no tiene para llegar a fin de mes, que los niños tienen que comer. Es fácil identificarse con la obsesión posterior. Tal vez demasiado fácil, estoy pensando.

En El castigo más deseado un hombre vieja a Nueva Zelanda para visitar a una amiga. Ella tiene novio y claro, se pone celosete y tal pero igualmente se van de pesca con un conocido que tiene un barco y una pena enorme que arrastra desde hace tiempo. A estas alturas del libro uno ya no espera violencia en alta mar sino algo que Bilbao ocultará hasta el último minuto. Premio. No me ha disgustado sobre todo porque me ha llevado bien al huerto, pero bueno, tampoco es como si hubiera pasado el mejor de lo ratos.

Por último, Estrómboli en una lista a la que una pareja va a buscar a un tercero que se ha puesto tontito de celos al descubrirse una cornamenta psicológica. 

* * * * *

Resumiendo y por aquello de darle a esta árida fe de lectura un par de párrafos finales (qué sería de ustedes sin ellos, eh) les diré pese a alguna dudas iniciales, definitivamente no. Es decir, NO. Existe, en general, en todos los relatos de este libro, una suerte de desapego que conduce a la evasión, una escritura fría y desapasionada y, lo que es peor, una demoledora falta de afecto hacia los personajes. Personajes que no son creíbles o, si lo son, lo son sólo en su construcción, nunca en su desarrollo. En una búsqueda permanente del giro argumental se fuerzan demasiado las costuras y alguna hasta se rompe y uno acepta pulpo como animal de compañía porque, total, si hemos llegado hasta aquí qué nos costará un poco más, verdad, y eso no puede ser; no puede uno ir por la vida perdonando vidas constantemente.

Porque en el fondo este libro es como una prueba de esfuerzo en la que el lector es testigo de cómo un buen narrador desperdicia su talento en el corto aliento. Todos los relatos conducen a lo inesperado o invitan a lo fantástico, pero se quedan en un quiero y puedo de una evidencia que hay buscar cuando hubiésemos preferido que nos saltase a la vista. 

Relativa decepción (por aquello de estar de vuelta de todo) pero también la certeza de que un servidor, a pesar de lo dicho, seguirá leyendo a Jon Bilbao. Novelas, eso sí. Relatos ya no más, Ni uno. Palabrita.

jueves, 7 de julio de 2016

Fe de lectura: ‘Tu amor es infinito’ de Maria Peura

Nadie me preguntó qué leía mientras leía esta novela. Mejor; no hubiese sabido qué contestar. Bueno, es decir, sí lo sabría: estoy leyendo, les diría, una novela sobre una niña de unos diez años que es sistemáticamente maltratada por su abuela y violada por su abuelo tras haber sido abandonada en casa de éstos por sus padres, una pareja de alcohólicos que están lejos de poder ver más allá de la botella.

«Quiero hacerlo todo bien para que el abuelito pueda amarme. El abuelito es mi única esperanza. La abuelita no me ama porque vuelvo loco al abuelito. Mamá ama el alcohol más que a mí. Papá está demasiado cansado para amar. Jesús no me ama porque no siempre me porto bien con el abuelito».

No me cuesta imaginar la reacción de mi interrogador: ¿por qué leer algo así?

Y lo cierto es que no tengo ni puta idea.

¿Por qué leo algo así? ¿Por qué nadie en su sano juicio leería algo así? Quién sabe. Para tomar conciencia del asunto no es, eso seguro. No se necesita tomar conciencia de este asunto. El asunto ya está permanente ahí, en nuestra conciencia. Es, a poco que abramos los ojos, nuestro pan de cada día. Hoy mismo, ahora mismo, mientras escribo esta fe de lectura, me entero por la noticias del caso un ex párroco de condenado a seis mierdosos años de cárcel por abusar de una niña desde que esta tenía diez años.

«[…] los abusos comenzaron en 1997 cuando, con ánimo libidinoso, sentaba en sus piernas a la niña y le tocaba los pechos por encima de la ropa. Posteriormente, cuando llevaba a la menor a casa en coche, la obligó a practicarle felaciones en hasta 20 ocasiones. Además, la violó varias veces en su habitación de la parroquia y, preguntado por el fiscal, ha reconocido que, en varias ocasiones, cuando la niña oponía resistencia, se colocaba sobre ella, la agarraba con fuerza y abría sus piernas para penetrarla».

Afortunadamente el párroco está “totalmente arrepentido”. No parcialmente, no. Totalmente. Lo que hizo estuvo mal y lo sabe y lo siente y está más que dispuesto a penar seis largos años y otros cinco de alejamiento. Transcurridos once años ya podrá volver a meterle la polla en la boca de la muchacha, que ya no será menor, por lo que ya no tendrá que arrepentirse, si acaso el problema era la edad, que tampoco quiero darlo todo por hecho. 

La novela es exactamente lo mismo. El abuelo quiere mucho a su nieta. Muchísimo. Tanto como así:

«El abuelito me sujeta contra el suelo y me agarra de la cabeza, me estruja entre las piernas. Me aferro con los dedos a la caña de sus botas. Las uñas se me rompen con dolor. Me trago al abuelito, ojalá la pintura salga disparada rápido. […] Dentro de poco voy a ahogarme, pero no pasa nada. Me he vuelto pequeña otra vez. Aunque del pene del abuelito sale a chorros muchísima pintura, me vuelvo pequeña, casi invisible. El dolor y el miedo se hacen menos densos, se convierten en un velo transparente. Soy parte del abuelito y la luz del sol se tamiza a través del velo tornándose de un color ceniciento».

Sí, efectivamente, han acertado: la novela está narrada en primera persona, siendo esa persona la víctima, una cría que, al no entender qué demonios está ocurriendo, busca refugio en la imaginación para tratar de hacer su particular infierno, en la medida de lo imposible, mínimamente llevadero. De ahí sus huidas, los amigos imaginarios, la poesía, un lirismo diría excesivo si no fuese la alternativa, esto es, relato crudo, insoportable:

«Voy a toda prisa hacia el desván. Cierro la ventana y me quito la ropa húmeda. Me envuelvo en una sábana con olor a pino y después abro la puerta que me conduce a la mente de Pentti. En la mente de Pentti hay una penumbra rojiza, y mucho silencio».

La abuelita muy maja. Sabe lo de la nena pero también que mientras la viola, su marido no tiene tiempo de partirle la cara a ella, algo que entra en la dinámica habitual de esa santa casa. 

«A una niña pequeña, sucia y mala la abuelita no quiere darle un beso. A las niñas pequeñas y sucias la abuelita sólo las toca con la vara y con la garra fría».

No se me ocurre ninguna razón para recomendar esta novela, del mismo modo que tampoco se me ocurre justificación alguna por haberla leído. Puedo entender que se empiece, si, como hice yo, se elige al azar este libro entre una pila de ellos, creyendo, tal vez, que la cosa va de niñas de maduran o, bonanza similar. Pero el caso es que una vez empezado este libro y pese a lo repugnante del asunto y, también, pese a ese lirismo que tantas veces he condenado, casi siempre (no es el caso) por su gratuidad, no he podido dejarlo. El libro, digo. No he podido mandarlo a la mierda, que era lo que me pedía el cuerpo. Y no sé, de verdad, por qué no lo he hecho. Tal vez para no olvidar. Tal vez para que “acceso carnal” o “penetración bucal” dejen de ser terminología. Tal vez para que la imagen de un hombre un follándose un niño sea algo más que la imagen de un hombre follándose un niño, esto es, que una vez por todas sea la imagen de niño siendo follado por un hijo de la gran puta, que parece lo mismo, pero que no lo es ni remotamente.


lunes, 4 de julio de 2016

‘La polilla en la casa de humo’ de Guillem López

Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo con este libro es algo que me tiene absolutamente fascinado. (Bueno, es decir, “absolutamente”) Y mira que no soy yo de fascinaciones gratuitas pero es que esto es tremendísimo. Me refiero a la gente, a los críticos, a la opinión que, en general, se tiene de este libro. No he encontrado ni una mala reseña. Es más, no he encontrado ni un solo reseñista al que no se le haya hecho el pis cocacola con la polilla de marras. Un tal biblionauta, por ejemplo, decía lo siguiente:

«He valorado el libro con cinco estrellas, pero podrían haber sido cuatro. O cincuenta. La verdad es que sigo dándole vueltas en la cabeza a esta novela. No sé si La polilla en la casa del humo será o no una piedra de toque de la ciencia ficción española, pero lo que puedo decir es que no se trata de un libro que deje indiferente. Te estruja, te maltrata y te pone del revés. La historia es potente, y tiene múltiples y ricas lecturas, y la lengua de Guillem López es tremendamente atractiva, dúctil. Un libro diferente, sin duda, que vale la pena leer».

Al margen del habitual exceso (¡múltiples y ricas lecturas!, ¡te pone del revés!), de esa permanente búsqueda del Elogio Definitivo que ha de acabar con todos los demás, está la coletilla de LIBRO DIFERENTE, que a mí es realmente lo que me trae por la calle de la amargura. ¿Diferente de qué? ¿Diferente en qué sentido? No lo sé. Nadie lo aclara. Cuando consigues librarte de esa capa, de esa costra de chorradas sesudocríticas, lo único que queda es el discurso habitual, el ya clásico, “me ha encantado”, “guau cómo he flipado”, “jolines, me ha volado la cabeza”, que al final es, las cosas como son, lo que mejor funciona entre quienes se conocen. En cualquier caso creo que ya vamos por cuarenta culos torcidos y catorce relamidos, lo cual no es ni medio normal.

En mi opinión, hay demasiada tontería. O bien no sabemos leer, o bien leemos lo que no debemos (esto, seguro), o bien lo que se publica es tan rematadamente malo que cualquier insignificancia puede parecer una obra maestra. No soy lector de género y por lo tanto no tengo herramientas para sacar conclusiones válidas pero voy a pensar que, tal como parece, se trata de una cuestión de agravio comparativo, así también evitamos dejar a esos reseñistas como auténticos gilipollas, con perdón.

La polilla en la casa de humo tiene muchísimo de convencional. Es la clásica fusión de géneros que, en ocasiones, funciona y que bien pudiera ser el caso. Aquí tenemos una novela negra de toda la vida de dios, esto es, barrio pobre industrial, alto índice de criminalidad, corrupción, hampones y un mequetrefe que quiere medrar a costa de los demás. Ahora mismo no me sale el nombre de la película pero creo que hay doscientas exactamente iguales. 

Pues bien, lo único que Guillen López hace es traerse los recursos propios de ese tipo de novela a reino de ciencia ficción, de la distopía o cualquier topía que ustedes prefieran. El mundo se ha ido a la mierda; la población, una parte, al menos, se recluye bajo tierra. Viven en cuevas y perforan y perforan y perforan, igualitos que los Curris. Es un reino triste y oscuro, hijo directo de la revolución industrial, con una mecanización llevada al extremo de sustituir miembros por maquinaria, dando como resultado ciborgs o mutantes, lo que nos lleva a pensar en una variante pobre del steampunk.

Y eso es todo. 

Yo no sé si el problema es que los lectores de fantástico o ciencia ficción no son mucho de leer novela negra, igual es eso, pero de verdad verdadera que la cosa no es ni remotamente para tantos desvelos y masturbaciones. Es más, no es ni remotamente para la mitad de tanto.

Personajes de laxa moral hay en la literatura para aburrir, por lo tanto que me venga ahora a decir Ismael Biurrum que hacía mucho tiempo que no se encontraba con un personaje como 21 (el protagonista) lo único que demuestra es que o bien Biurrum no está escogiendo bien sus lecturas o yo tengo propensión a la risa fácil. En cualquier novela de James Ellroy hay no menos de 412 personajes como ese o infinitamente peores. Si acaso algo más aseados, pero desde luego no mejores.

Pero déjenme que les ponga en contexto:

Bajo tierra, un menda lerenda que ni para tunelar vale se lía la manta a la cabeza y, por bocas, la lía parda: acusa indiscriminadamente a unos y otros de robarle amatistas al capo máximo, al papichulo de la topera, un camellísimo de armas tomar y cohorte de maldades y mutontos con problemas de riego. Va de soplón queriendo medrar y nadie lo ve venir pese a lucir palmito sin dar palo al agua y hacer más preguntas que el pasapalabra. 

La cosa, pues, va de traiciones sobre fondo de suburbio de principios de siglo XX; el nene, de una amoralidad superviviente y pese a saberse más judas que el original monta él solito una trama que ni Hammet en estado de gracia y la llena de casualidades que lo mismo hacen diana que no. La sucesión de carambolas (de uno que va exactamente a donde tiene que ir y otro muere exactamente como tiene que morir y un tercero que traga exactamente con lo que tiene que tragar) pueden llevar a engaño y hacernos creer que estamos frente a una inteligentísima novela que funciona como una pieza de relojería, que es un elogio que tampoco se escucha casi nunca; un artefacto (ya estamos…) en el que se suceden las trampas, empezando por un entorno tan hostil y mal iluminado que cuesta imaginar semejante conciencia de uno mismo en unas circunstancias que debieran ser poco o nada excepcionales.

Hay demasiada gente a la que le gusta el final pero eso puede tener que ver con que hay demasiada gente en el mundo y no todos pueden presumir de ser tan listos como nosotros.