El 16 de noviembre de este bendito año se publica en la edición digital de El País Semana una entrevista a Milena Busquets con motivo de, no sé, con motivo de su mera existencia, supongo, o tal vez el paseo que se está dando estos días por la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa 2016). Hablan de su libro, este libro, un libro que fue publicado en enero del año pasado, esto es, hace la friolera de dos años. Los amantes de las novedades sabemos que el mercado editorial es desleal y tan altamente competitivo que la esperanza de vida de una novedad no alcanza los diecisiete minutos y medio. Superado ese plazo se entra directamente en la sección librerías de viejo y restos editoriales y hasta los de Amazon te ponen peros.
Por alguna extraña razón, que voy a pensar que no tiene nada que ver con el sexo, a Milena Busquets y más concretamente a la novela que hoy nos ocupa, se le vienen concediendo aplazamientos desde hace 23 meses y siempre, o casi siempre, de manos de los mismos: los señores de El País. Hago historia (bendito Google) y me encuentro con lo siguiente:
El 14 de enero de 2015, víspera de la publicación de este engendro, publican una entrevista en la que destacan el siguiente subtítulo: “La autora novela la pérdida de su madre, Esther Tusquets, en la gran sorpresa de la Feria de Fráncfort”. Ya entonces se nos contaba que llovían hostias por hacerse con los derechos del libro porque como todo el mundo sabe Milena Busquets sólo escribe Putas Maravillas y esto no iba a ser la excepción. 27 países, cientos de idiomas, lluvias de millones. Milena Busquets lo petaba en Frankfurt. Se hablaba de Fenómeno Editorial. Pero la feria de Frankfurt es así. Se parece bastante a un mercado de fruta en el que uno compra partidas esperando sacarles el máximo beneficio. Por razones del todo desconocidas que — toda vez que he leído la novela y sabiendo como sé que la calidad no tiene absolutamente nada que ver con el éxito—, estoy convencido, guardan relación directa con la simpleza de ser hija de y amiga de y tener sobre el hombro, permanentemente, la mano de un Jorge Herralde de sonrisa bobalicona, Milena Busquets, el libro de Milena Busquets, cobra dentro y fuera de Frankfurt una importancia a todas luces injusta.
En 25 de enero de 2015 se etiqueta la infamia en cuestión como “El libro de la semana”, también en El País, y todo por culpa de Carlos Zanón, un ser humano al que desde ya he perdido el respeto por haber escrito una crítica (es un decir) en que habla mucho de su madre, la de Milena, ya saben, Esther Tusquets, la de Lumen, etcétera. La reseña de Zanón es una aberración sin límites que me niego a reproducir y que habla de ligereza (que no superficialidad) y no sé qué chorradas sobre una Bridget Jones culta. Habla de elegancia, de prestancia y otras pajas mentales de difícil cuando no imposible justificación. Entiendo que lo han comprado. Quiero pensar que es así.
Tras un largo silencio — roto el 10 de diciembre de 2015 cuando El País Cataluña (sí, ellos también) se hace eco de la noticia de que el argentino Daniel Burman, coproductor de Diarios de motocicleta adquiere los derechos, suponemos que para hacer una película con la novela—, tras un largo silencio, decía, plagado de reseñas en blogs y suplementos de esos que dicen culturales (reseñas que ni le he leído ni tengo intención pero que advierto, ya, de entrada, son el objetivo primero del Gran Dedo Acusador a nada que encuentre en ellos el menor asomo de elogio), se publica, el 17 de agosto de 2016, un artículo/entrevista para contarle al público, ávido de milenadas, que la intelectual («Yo he jugado a Pokémon, pero a la semana me he aburrido y he preferido leer a Stefan Zweig») impartirá un curso de autoficción en Santander. Fue esa entrevista el origen de una pequeña polémica al asegurar, la infeliz, que el que la gente no leyese era responsabilidad (también) de los escritores. Gran verdad. Tras leer También esto pasará, yo ya no me vuelvo a fiar de Herralde, ni de Anagrama, ni de Zanón, y desde luego no me vuelvo a acercar a esta chica ni con un palo. Así se acaba con la literatura, amigos.
Y hasta hoy que vuelve Milena y vuelve El País, que parece que algo tengan, a dar la matraca con el librito dichoso que a estas alturas debe andar ya por la 458ª edición. Nuevamente nos recuerdan que hay quien pagó 500.000 € por él, que fue traducida a 33 idiomas y que ha cosechado un éxito de crítica y público como no se ha visto desde Indiana Jones y el templo maldito. Aprovecha Milena la ocasión que se le brinda para recordar a su querido público potencial que la novela no habla de su madre sino de ella, de su duelo, su inseguridad, y afición al sexo como una forma de protegerse ante el dolor por la ausencia de una madre, dolor que realmente no se refleja en ningún momento de esta novela o autoficción erótico-festiva. Un duelo a todas luces excesivo, se mire por donde se mire, pero que al menos le sirve para darse un homenaje tras otro, algo que desde aquí hemos defendido siempre a muerte.
Por lo demás, el libro no hay por dónde cogerlo.
Por si les interesa (que espero que no) la historia es la siguiente:
Milena es Blanca, la protagonista (autoficción, no sé si lo pillan). A Blanca se le muere su madre, una señora muy importante y muy imponente y muy de tenerla subida a un pedestal motivo por el cual se sumerge en una depresión terrible y cae en lo que cae siempre que sufre cualquier clase de dolor: le da por follar. Ya en el entierro hay un chico muy guapo que llama su atención aunque finalmente decide tirarse a su exmarido. Al primero. Bueno, y al segundo. Y a un amante casado que tiene para los tiempos muertos, para esos momentos en que una sólo quiere un aquí te pillo aquí te mato. Y porque esto es una fiesta y así nos lo quiere contar, decide quedar con todos en Cadaqués, en una casa con barquito que mamá tenía allí. También van sus hijos, claro, esas dos cosas que aparecen a ratos por la novela y duermen serenos y comen un poco como le daba a ella de comer su madre —que era no acercándose a la cocina—, motivo éste de desavenencias conyugales que derivaron en divorcio, etcétera. Se lleva, también, a dos amigas, protagonistas indiscutibles de su particular “Sexo en Cadaqués”:
«Elisa es capaz de convertir cualquier tema, incluso el sexo con un novio nuevo, en algo sesudo e intelectual. Sofía, en cambio, lo convierte todo en algo frívolo y festivo que gira a su alrededor» o «Sofía se ha puesto su maravilloso vestido indio de color vino, largo hasta los pies, cubierto de diminutos espejitos redondos, que compró en un anticuario, y unos grandes pendientes de plata. Yo llevo mis pantalones fucsia de algodón descolorido que se me caen, una camisa raída de seda negra con pequeños topos verdes, unas chanclas y una pulsera antigua de mi madre, que a ratos amo y a ratos me pesa como si fuesen unos grilletes. Elisa va vestida como si fuésemos a bailar salsa. Y Úrsula se ha puesto una camiseta ceñidísima de color amarillo con unas palmeras plateadas y unos vaqueros morados dos tallas pequeños. Parecemos una banda de payasos. Afortunadamente, los niños, con sus polos, sus bermudas y sus chanclas, nos brindan cierta respetabilidad estival».
Esta debe ser la ligereza que no superficialidad de la que hablaba Zanón en su spot.
La novela es un veinte por ciento moda, un veinte por ciento sexo, un diez por ciento mamá y otra cincuenta yo yo yo y mi desapego general del mundo, mi infantilismo, mi particular manera de ver la cosas. Mis Grandes Preocupaciones de mujer a la que no le gusta tener servicio pero no puede vivir sin él:
«De repente, veo que se me acerca a grandes zancadas el guapo desconocido. Está solo, camina un poco inclinado hacia delante, como suelen hacerlo los hombres altos y delgados, como si se protegiesen de un viento invisible, como si en las cumbres que ellos habitan soplase siempre el viento. Yo camino tan deprisa y estoy tan nerviosa que sin querer pierdo una chancla. La recupero justo a tiempo para ver que se ha dado cuenta y sonríe divertido. Otra vez, adiós a la femme fatale que me gustaría ser. Le sonrío y, al cruzarnos, susurra «Adiós, Cenicienta». Pienso que tal vez podría pararme y proponerle ir a tomar algo (y emborracharnos y contarnos nuestras vidas con entusiasmo y a trompicones, y rozarnos distraídamente las manos y las rodillas, y mirarnos a los ojos un segundo más de lo correcto y besarnos y follar precipitadamente en algún rincón del pueblo como cuando era joven, y enamorarnos y viajar y estar siempre juntos y dormir apretados y tener un par de hijos más y, finalmente, salvarnos), pero sigo caminando sin darme la vuelta. Si los hombres supieran la cantidad de veces que las mujeres nos pasamos esta película, no se atreverían ni a pedirnos fuego.»
Toda la puta novela es esto. No otra cosa. ESTO. Y unos diálogos que hacen daño a la vista y que reproduzco en extenso en el primer comentario del blog sólo para darme el placer de acabar de hundir este libro infame. También esto pasará es un ejemplo perfecto de basura literaria y representa lo peor de ese mercadeo editorial en el que sólo importan los contactos y en el que se toma por imbécil al lector a fuerza de insistir en las excelencias de una novela que no hubiera debido publicarse toda vez que no pasa de excreción literaria con forma de anuncio de fuet para adultos, con su sol, sus risas, sus paseos en barca, sus comidas improvisadas, sus cocktails, sus hamacas, sus arrumacos, sus besos robados, sus vestidos arrugados y sus pantalones dos tallas más grandes.
También esto pasará no puede ser peor ni queriendo.
Yo puedo entender cualquier campaña de promoción -especialmente cuando ésta tiene categoría de novedad- en la que prácticamente todo es legítimo en la medida que criticable; lo que no puedo entender es aquella “campaña” que resucita una mala novela dos años después de su estreno por razones que se escapan a mi entendimiento (y al de cualquier otro) pero que desatan la peor y más sucia de las imaginaciones.
Desde aquí, mi más sincero DESPRECIO.